¿Nos reconoceremos en la gloria?

Pregunta: Mi amiga y yo no llegamos a ningún acuerdo respecto a las explicaciones que encontramos en una hoja de un almanaque. Allí dice: “A la pregunta dónde están nuestros muertos, la fe en la resurrección hace posible una sola respuesta: están con Cristo, en la vida eterna. Y, partiendo de este punto, hay que responder también la cuestión de si habrá un reencuentro después de la muerte o no. Sí, volveremos a conocernos; pero no en algún lugar o momento determinado sino allí donde Jesucristo nos espera. Nuestra comunión con todos aquellos que estuvieron con no-sotros en esta Tierra y que ahora, tal como nosotros, fueron salvados de la muerte, se transformará en la comunión de los santos en luz. En esa comunión de los santos, cuya imagen terrestre es la Iglesia consagrada para el culto, las formas terrestre de tener comunión –aún las mejores y más bellas como, por ejemplo, un matrimonio feliz, serán quitadas. Estamos unidos en una comunión completamente nueva e indeciblemente bienaventurada con el Señor y uno con otro. La resurrección no sería resurrección si no nos volvieramos a encontrar y a conocernos en la forma que Dios nos concedió enla creación terrena y que allá habrá sido completamente renovada y glorificada.”

Respuesta: ¡Todo eso es correctísimo! Por supuesto, nos conoceremos mutuamente sin que haya necesidad de presentarse el uno al otro. Sí, ese conocerse es mucho más hondo de lo que usted se imagina: conocermos inmediatamente a personas que antes no vimos nunca. Puede que usted le sorprenda esta afirmación, pero es verdadera. Las conoceremos, pues, por su sentir espiritual, y su nombre nuevo nos será conocido inmediatamente. La prueba es obvia: ni Pedro ni Juan o Jacob habían visto en algún momento un retrato de Moisés y Elías. Pero estando con el Señor en el monte de la transfiguración, ellos supieron sin que nadie se lo explicara, que los dos que hablaban con el Señor eran Moisés y Elías. Pedro hasta menciona con sus respectivos nombres: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para tí, una para Moisés y una para Elías…” (Lucas 9:33). Pero lo más glorioso será conocer a quien nuestros ojos vieron. El apóstol Pedro dice que nos regocijaremos con gozo indecible y glorioso al revelarse Jesucristo: “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pe. 1:8). Le veremos tal cual es (1 Juan 3:2).

Wim Malgo

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