Permanecer en Jesús
Leemos en Hebreos 1:10-11: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces”.
Y en Juan 15:4, el Señor nos dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros”.
Hoy todo está en movimiento; más exactamente: se encuentra en un proceso de desmoronamiento y desintegración. Leemos aquí en la carta a los Hebreos que la Tierra envejece y degenera, mientras que uno solo permanece: Jesucristo. “…mas tú permaneces”, leemos de Él.
Él es el eterno “Yo Soy”.
Cuando Jesús estaba en la tierra y se le acercaba la hora de derramar Su vida en la cruz del Gólgota, nos dejó un último legado en esta insistente exhortación: “Permaneced en mí, y yo en vosotros”.
¿Qué nos puede separar de Jesús?
En realidad, nada salvo nosotros mismos; pues Jesús dijo que nadie arrebataría a Sus ovejas de Su mano.
En Romanos 8, Pablo expresa una profunda convicción cuando dice que “ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. En este pasaje enumera una lista de cosas incapaces de separarnos de Cristo; pero hay algo que no menciona: a sí mismo. Aunque nada de afuera nos puede separar de Jesús: si no permanecemos en Él, nos separamos a nosotros mismos de Él. De ahí la gran preocupación de Jesús que notamos aquí, en Su último legado, en Juan 15. Desde el versículo 4 hasta el 11, usa unas diez veces la palabra “permanecer”:
“Permaneced en mí (…) si no permanece en la vid (…) si no permanecéis en mí (…) el que permanece en mí (…) El que en mí no permanece (…) Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros (…) permaneced en mi amor (…) permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor (…)”.
¿Será casualidad esta insistencia del Señor?
Y cuando dice: “permaneced en mí”, expresa Su deseo de estar en una unión de vida íntima y orgánica con cada uno de nosotros. Por eso no dice: permanezcan conmigo; o: permanezcan cerca de mí; sino: permanezcan en mí.
¿Por qué debemos permanecer en Él?
Recibimos una primera y muy clara respuesta a través de una imagen que Jesús usa aquí, cuando dice:
“Yo soy la vid verdadera (…) Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”.
Me pregunté por qué el Señor usa esta imagen, ya que podría haber hablado también, por ejemplo, de las ramas de un manzano. Pero se me aclaró completamente cuando observé una vid. Me llamó la atención lo seca, fea y torcida que se ve su madera; parece no tener ninguna utilidad. ¡Y a pesar de esto, su fruto es hermoso y delicioso!
Busqué en la Biblia qué dice de la cualidad de la madera de la vid, y encontré el siguiente pasaje en Ezequiel 15:1-4:
“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, ¿qué es la madera de la vid más que cualquier otra madera? ¿Qué es el sarmiento entre los árboles del bosque? ¿Tomarán de ella madera para hacer alguna obra? ¿Tomarán de ella una estaca para colgar en ella alguna cosa? He aquí, es puesta en el fuego para ser consumida; sus dos extremos consumió el fuego, y la parte de en medio se quemó; ¿servirá para obra alguna?”
Después de leer este pasaje entendí de repente que yo, como creyente, soy como ese sarmiento. O bien mi vida está unida a la vid verdadera Jesús, o separada de Él. Si permanezco en Jesús, llevaré fruto y seré una bendición para otros. Si no me cuido y no permanezco en Jesús, en mi calidad de creyente seguiré siendo un pámpano, pero en lugar de bendecir a mi entorno, mi vida será más bien una maldición. Es una verdad muy seria: los hijos de Dios que no permanecen en Jesús son como la madera seca de esa vid, que ya no sirve para nada. Ni siquiera se puede hacer de ella una estaca que sirva para colgar algo. Se tirará al fuego. Este es el estremecedor mensaje para el que no permanece en Jesús.
La primera e importantísima razón por la cual debemos permanecer en Jesús es que, sin Él, somos peores que los no creyentes. Pues recuerda que, como creyentes, siempre somos testigos de Jesús, si no es a favor de Él, es en contra de Él. Por eso el Señor enfatiza tanto el permanecer en Él.
¿Has permanecido en Él, o eres un pámpano muerto, sin fruto?
La segunda razón por la cual debemos permanecer en Jesús, es la que el Señor nombra en Juan 15:5: “el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. ¿Qué quiere decir con esto? ¿No hay millones de hombres que hacen muchas cosas valiosas sin Jesús? Es cierto, pero no es a lo que el Señor se refiere. Su mensaje aquí es mucho más trascendente. Nos dice: “Separados de mí no pueden hacer nada que tenga valor para la eternidad”. Y con estas pocas palabras concisas se nos muestra toda la absurdidad y falta de sentido de una vida que no está unida a Jesús. “Sin mí, nada pueden hacer”. Sin Él, sin una genuina unión de vida con Él, tu vida se pierde en la nada. También tu ministerio para Dios, si no es hecho a partir de la unión con Jesucristo, es solo un esfuerzo baldío que no llevará fruto.
Pero también es cierto lo contrario: Todo lo que se hace a partir de la unión de vida con Jesús, mantendrá su valor y permanecerá para siempre, aunque sea el trabajo más sencillo y poco llamativo: lavar la loza u ocuparse de alguien. Aquí se cumple la palabra: “Vuestro trabajo no es en vano en el Señor”.
Todo lo que hacemos en Cristo, de alguna manera se usa como material de construcción de la nueva Jerusalén en el Cielo.
¿Has permanecido en Jesús? Él te dice: “Sin mí, nada puedes hacer”.
Pero hay aún otra razón, la tercera, por la cual debemos permanecer en Jesús. Lee bien lo que dice el versículo 2: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará”. Es algo que he observado varias veces en la vida: que un creyente que se resiste a la entrega total y la permanencia en Jesús, de pronto es quitado de en medio por el Señor. ¿Por qué? Porque vive fuera del plan de Dios; porque, por no permanecer en Jesús, desprecia Su obra de santificación y perfección.
Hay hermanos que, a pesar de no llevar una vida de entrega y permanencia en Cristo, pretenden vivir en comunión con el Señor, participando, por ejemplo, de la Cena del Señor. Pero de esta manera la toman indignamente. Por eso dice Pablo que “hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen”, es decir, ya murieron.
¡Qué diferente es la muerte de un cristiano que ha permanecido en Jesús y otro que no lo ha hecho! Cuando un hijo de Dios ha permitido que Dios haga Su obra en él, ha madurado y ha llevado fruto, llega a su hogar celestial en triunfo, con el gozo de –por fin– poder ver lo que creyó. Pero de otros tenemos que decir que, si bien son salvos, hay una sombra sobre su muerte, y no podemos testificar de sus vidas: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13). Son salvos “así como por fuego”.
Mi hermano, mi hermana: ¿has permanecido en Jesús?
La cuarta razón por la cual debemos permanecer en Jesús, la nombra Él mismo aquí en el versículo 4:
“Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. Es claro y radical lo que dice el Señor: no podemos llevar fruto ninguno por nosotros mismos. Y si nuestras vidas no llevan fruto, es algo terrible, pues ya vimos que la clara voluntad del Señor es que haya fruto. Cuando estemos delante de Él en el tribunal de Cristo, lo exigirá de nosotros. Por eso te pregunto hoy, mi hermano, mi hermana: ¿Has permanecido en Jesús, o te has soltado de Él por tu continua desobediencia? ¿Te has alejado del Eterno dejándote arrastrar por lo temporal, el pecado momentáneo? Escucha lo que dice la Palabra:
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos” (He. 2:1). Otra versión dice: “… si no queremos navegar a la deriva”.
Hoy más que nunca, la consigna es: ¡permanezcamos en Jesús!
¿Has permanecido en Él? ¡El Señor te dé la gracia para poder darle ahora una respuesta sincera!
A continuación, nos preguntamos:
¿Qué es, en realidad, permanecer en Jesús?
Podemos dar diferentes respuestas. Algunos me dirán: Permanecer en Jesús significa que leamos cada día la Biblia, que obedezcamos al Señor, que oremos mucho.
Pero vayamos más al fondo. Leemos en Juan 15:2:
“Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”.
Este texto nos explica que el Señor limpiará a todo aquel que lleva fruto, para que lleve aún más fruto. El que permanece en Jesús se somete, pues, a un proceso de limpieza cada vez más profundo. ¡Permanecer en Jesús significa permanecer en la luz! Dice 1 Juan 1:7:
“Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.
No dice que nos limpió y con esto ya está, sino que nos limpia continuamente, cada vez más a fondo. Y al mismo tiempo encontramos aquí la causa por la cual son pocos los que firmemente permanecen en Jesús: porque muchos creyentes evaden el proceso de profunda limpieza y prefieren vivir en la semioscuridad. Pero así entran de a poco en un estado de endurecimiento espiritual. Lo digo con un corazón contrito: muchos hermanos en Cristo se han endurecido espiritualmente por no permanecer en Jesús, por no permitir que sus vidas sean juzgadas y purificadas; y finalmente se convierten en pámpanos muertos. Pedro dijo de tales que han “olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (1 Pe. 1:9).
Mi hermano, mi hermana, ¿se ha endurecido tu corazón? ¿Te falta el fervor en la oración? ¿Ya no sientes aversión al pecado, como antes?
Aquí está la posible causa: no has permanecido en Jesús. ¡Ven hoy de nuevo a Él, ponte bajo Su luz, deja que te confronte con tu pecado y te limpie a fondo!
Ahora llegamos a una causa aún más profunda por la cual muchos de los que un día se convirtieron a Jesucristo, ya no permanecen en Él. Porque el permanecer en Él significa también permanecer en Su muerte.
Permanecer en la muerte de Jesús
Y la muerte del Señor Jesús es una muerte muy especial.
En primer lugar, es una muerte sin honra. Hebreos 12:2 dice que Jesús soportó la cruz menospreciando el vituperio, la vergüenza.
El que no se entrega totalmente al Señor, sin embargo, busca la honra ante los hombres, intenta enaltecerse a sí mismo. Por eso Jesús les pregunta a los discípulos: “Cómo pueden creer, cuando reciben gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene del Dios único?” (Jn. 5:44; nbla).
Permanecer unido a Jesús significa ser menospreciado y andar por el camino del oprobio, como lo dice también Hebreos 13:13, cuando nos exhorta: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”.
Pero Su muerte es aún más: es una muerte consciente.
Veo delante de mí a Jesús, cómo llega a la colina del Gólgota. La cruz es dejada en el piso. El verdugo ya está esperando con el martillo y los clavos en la mano. Pero de repente aparecen algunos con una bebida anestesiante. Leemos en Mateo 27:33-34: “Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera, le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo”.
Nuestro Señor quería entregar su vida en un estado despierto y consciente. No quería morir bajo anestesia.
Por eso podemos decir que permanecer en Jesús significa: permanecer consciente y determinadamente en una actitud de entrega de la vida propia. No es un estado de embriaguez emocional ni de anestesia para no sentir nada, sino que es, sencillamente, el decir “no” cada día a mi vida propia – y “sí” al Señor, y solo a Él.
Por eso hay muchos creyentes que no permanecen en Él, porque la muerte de Jesús no fue ninguna muerte impuesta, sino una voluntaria. Él mismo lo testificó, cuando dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo” (Jn. 10:17-18).
Déjame decirte, hijo de Dios, hija de Dios: el Señor no te obliga a permanecer en Él, y con esto en Su muerte, sino que busca a voluntarios.
Trataremos finalmente de indagar aún un poco más de qué se trata el permanecer en Jesús. Prestemos atención a lo que dice el versículo 4 de Juan 15. Allí el Señor habla de un permanecer mutuo:
“Permaneced en mí, y yo en vosotros”
¿Qué significa esto?
Recordemos cómo Jesús vivió aquí como hombre. Él estaba en la tierra, pero en Su espíritu estaba al mismo tiempo con Su Padre en el cielo. Él mismo lo testificó cuando dijo que: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo”.
Podemos decir que nuestro Señor vivía, sufría y hacía milagros únicamente a partir de la continua unión de vida con Su Padre. Él afirmó: “Yo y el Padre uno somos”.
Sin embargo, cuando estaba sufriendo en la cruz, ocurrió lo más terrible, algo que en toda la eternidad nunca había ocurrido: el Padre se desprendió de Su amado Hijo, lo hizo pecado y lo condenó por amor a nosotros. Entonces Jesús gritó a alta voz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Creo que nuestro Señor Jesús no podría haber muerto por nuestros pecados si el Padre no se hubiera separado de Él en ese momento.
Después de Su muerte y resurrección, Jesús ascendió en Su cuerpo de gloria al cielo, donde está ahora sentado a la derecha de Dios. Pero ¿dónde está, al mismo tiempo, por medio del Espíritu Santo? ¡En los corazones de los creyentes! “…para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones”, dice Efesios 3:17.
Así que ahora es al revés:
Antes, Él estaba en cuerpo humano en la tierra, y Su espíritu estaba en el cielo; pero ahora Él está en Su cuerpo de gloria en el cielo, pero por el Espíritu Santo habita en tu corazón y en el mío y en todos los que creen en Él. Si has nacido de nuevo, tu cuerpo en verdad está muerto por el pecado, es decir, todavía está en la tierra, sujeto a la muerte. Sin embargo, tu espíritu nacido de nuevo ya está con Jesús en el cielo, pues: “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil. 3:20) – y Efesios 2:6 dice que “juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.
Ahora comprendemos mejor el mutuo permanecer: “Permaneced en mí, y yo en vosotros”. “Permaneced en mí” significa: permanezcan en su posición celestial, manténganse firmes en ella. Ya no estás en esta tierra si has recibido a Jesús; eres un ciudadano del cielo, estás en Él, y en Él también eres vencedor.
Y “yo en vosotros” significa que debemos darle a Jesucristo todo el espacio de nuestros corazones. “Permanezcan en mí, y yo en ustedes”, nos asegura el Señor. Si permanezco en Jesús, hay una conexión entre el cielo y la tierra, entre Jesús y yo, una unión real y orgánica.
Nuestros cuerpos son organismos con muchos miembros diferentes, pero la misma vida fluye a través de todos ellos, en un maravilloso circuito vital. De la misma manera, el que permanece en Jesús se llena continuamente de Su vida que fluye en él. Puede decir con gozo: “Su vida es mi vida; Su fuerza es mi fuerza; Su victoria es mi victoria; Su amor es mi amor; Su paciencia es mi paciencia, pues estoy en Jesús”.
Por eso, cuando el Señor dice de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo”, dice luego lo mismo de los que le pertenecen: “Vosotros sois la luz del mundo”.
El que permanece en Jesús es, aquí en la tierra, un reflejo de la gloria de Cristo. Continuamente está en contacto con el cielo. No es de asombrar que Satanás odia a estas personas. Lo tolera todo: que te hayas convertido, que seas cristiano, que leas la Biblia, que uses un vocabulario cristiano, pero lo que no quiere en absoluto es que permanezcas en Jesús. Pues si permaneces en Él, ahuyentarás los poderes de las tinieblas por la luz que irradias. Pero entonces el enemigo se pone en acción y tira dardos de fuego contra ti, como lo describe Efesios capítulo 6. Y si no estás alerta, la conexión de vida con el Señor será interrumpida por el pecado, dando lugar a trastornos circulatorios espirituales.
Dime: ¿has permanecido en Jesús?