Pedid por la paz de Jerusalén

Johannes Pflaum

El Salmo 122 nos demanda a orar por la paz de Jerusalén. Qué significa esta Palabra de Dios para nosostros hoy y qué no.

¿Qué significa hoy para nosotros esta orden del Señor, la de pedir por la paz de Jerusalén? ¿La entendemos bien o corremos peligro de caer en una emocionalidad irracional? Pues, es un fenómeno que observamos mucho en Israel, especialmente entre los cristianos, pero también entre los fieles de otras religiones: que estando en Israel, pierden su sobriedad espiritual. Para algunas personas, la tierra de Israel, y en especial la ciudad de Jerusalén, tienen un efecto muy extraño, casi místico. Digo esto como alguien que ama Israel y Jerusalén. Me encanta estar allí, porque el rol central que juegan el territorio y su pueblo en la historia de la salvación es algo fascinante para mí.

Una de las cosas extrañas que he observado es gente bendiciendo a Israel o a Jerusalén repitiendo en voz alta las mismas palabras, como un mantra, sin darse cuenta de lo que realmente significa bendecir. En el mismo sentido, las tiendas de recuerdos ofrecen una gran variedad de calcomanías adhesivas, placas y otros artículos con las inscripciones “Ora por Jerusalén”, u, “Ora por la paz de Jerusalén”. El trasfondo espiritual y religioso no parece desempeñar aquí ningún papel.

Es importante mantenernos sobrios y atenernos a la Palabra de Dios en todas las cosas, examinando nuestra fe y nuestras prácticas religiosas, una y otra vez a Su luz. Esto también se aplica a la oración por la paz de Jerusalén.

Un inventario bíblico
Cuando hablo de un inventario bíblico, no pretendo presentar una lista completa de todos los pasajes bíblicos sobre el tema, sino señalar algunas líneas básicas.

En primer lugar, debemos ­considerar el significado de la Jerusalén terrenal. Me refiero a propósito como Jerusalén terrenal, refiriéndome a la ciudad indisolublemente unida a la tierra y al pueblo de Israel, para que no se nos ocurra confundirla con la Jerusalén celestial.

La primera vez que se menciona Jerusalén es en Génesis 14:18, en relación con Melquisedec, rey de Salem, que bendijo a Abraham. Salem es otro nombre de Jerusalén, como podemos leer en el Salmos 76:2. El sacrificio de Isaac tuvo lugar en un monte de los ­terrenos de Moriah, donde más tarde se construyó el templo de Jerusalén (2 Crónicas 3:1). En el capítulo 5 del segundo libro de Samuel leemos cómo David conquistó Jerusalén. Y en la dedicación del templo en 2 Crónicas 6:6, Dios dice que eligió a Jerusalén para que su Nombre esté allí.

La Jerusalén terrenal está inextricablemente unida a la historia de la salvación de Dios. Es el objeto de su amor y de sus promesas, pero también el lugar de su juicio: basta pensar en la destrucción de Jerusalén en el año 586 a.C. por los babilonios, y luego en el año 70 de nuestra era por mano de los romanos. El significado de Jerusalén en la historia de la salvación se extiende desde el Antiguo Testamento hasta el Reino Milenario después del regreso de Jesús. Cristo fue crucificado fuera de las puertas de esta ciudad. Y el nacimiento de la Iglesia de Jesús tuvo lugar el día de Pentecostés en ella también. Según Zacarías 12-14, el futuro asedio de Jerusalén, cuando todas las naciones marchen contra ella, desencadenará el regreso de Jesucristo. Él aparecerá en el monte de los Olivos para salvar a Israel y juzgar a las naciones. Y finalmente, en el Reino Milenario, Jerusalén será la “ciudad de la Verdad” (Zacarías 8:3), desde la cual reinará Cristo. Aquí es donde las naciones vendrán a adorar al Señor y recibir su instrucción. La Iglesia glorificada también participará y reinará con Cristo en el Reino Mesiánico.

Como Jerusalén está indisolublemente unida a la presencia de Dios, sus promesas y su historia de salvación, siempre ha tenido un significado especial para los judíos de la dispersión. Basta pensar en el salmo 137, el lamento de los exiliados junto a los ríos de Babilonia y su añoranza de Sion. También lo vemos en la vida de Daniel, que oraba delante de la ventana abierta hacia Jerusalén (Daniel 6:11). Para Nehemías, en el siglo V antes de Cristo, la Jerusalén en ruinas, objeto de burla para los enemigos, era una gran carga sobre su corazón. De la misma manera, el salmo 122 está íntimamente relacionado con el significado de Jerusalén para la historia de la salvación y el cumplimiento de las promesas de Dios para Israel.

En los Evangelios, Jesús habla tanto del juicio anunciado sobre Jerusalén como de las promesas para ella en relación con Su regreso. Mateo 23:37-39 es representativo de ello: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor”.

En las cartas del Nuevo Testamento encontramos información sobre la Jerusalén terrenal y su significado futuro en los capítulos 9 a 11 de Romanos, el gran pasaje sobre la relación entre Israel y la Iglesia, y la futura salvación de Israel. Allí, en Romanos 11:25-27, Pablo revela otro misterio divino: un suceso en la historia de la salvación que hasta el momento había estado oculto. Habla del hecho de que se deberá alcanzar el número total de salvos de las naciones antes de que Israel pueda ser salvo. En este contexto, cita al profeta Isaías en los versículos 26-27 de Romanos 11, concretamente Isaías 59:20-21 y 27:9: “Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad…”.

Sion es otro nombre de Jerusalén. Pablo relaciona la salvación de Israel con Jerusalén. Es de allí de donde vendrá el Salvador, como leemos en Zacarías 12-14. Aunque en este pasaje no encontramos ninguna oración explícita por Jerusalén, la exposición de Pablo está en la misma línea que las profecías del Antiguo Testamento.

En este sentido nos interesa mucho lo que Pablo dice al comienzo de Romanos 9. Habla del dolor que siente por sus hermanos según la carne, los israelitas, y de cómo desea su salvación. No lo justifica con el apego humano a su patria ni con el papel de Israel en la Antigua Alianza. Más bien, en los versículos 4 y 5, menciona ocho privilegios de Israel, que también incluyen las promesas de Dios a esta nación. No habla de estos privilegios en tiempo pasado, sino que usa el tiempo presente. Las promesas a Israel siguen vigentes, y las que aún no se han cumplido siguen abiertas. Esto incluye también todas las promesas futuras para Sion, la Jerusalén terrenal.

En el Nuevo Testamento no encontramos ningún llamado explícito a orar por Jerusalén e Israel. Sin embargo, aprendemos del Antiguo Testamento cómo los creyentes se centraban en las promesas de Dios, cómo oraban y esperaban su cumplimiento. Esta preocupación continúa, ya que las promesas finales para Jerusalén aún no se han cumplido. Además, podemos ver en Romanos 9-11 que la cuestión de Jerusalén siempre está presente; simplemente no podemos ser indiferentes ante los futuros tratos de Dios con Israel y esta ciudad santa.

Jerusalén entre la primera y la segunda venida de Jesús
Tanto en los Salmos como en otros lugares, los creyentes del Antiguo Testamento conocían las futuras promesas para Israel y la importancia de esta ciudad en la historia de la salvación. Por eso nunca les fue indiferente Jerusalén, la ciudad del gran Rey.

Jerusalén también era importante para los apóstoles. Por eso preguntaron al Señor, poco antes de su ascensión, si restauraría el reino a Israel durante este tiempo. Aunque Jerusalén no se menciona en Hechos 1:7, la ciudad tiene una importancia central para la restauración de la realeza de Israel.

En la oración de David, en el Salmo 122, encontramos varios cumplimientos preliminares de las promesas de Dios para Israel en la historia del Antiguo Testamento. Pensemos, por ejemplo, en la salvación de Jerusalén contra la superioridad asiria en tiempos del rey Ezequías, descendiente de David. Estos primeros cumplimientos incluyen también el regreso del exilio babilónico bajo Zorobabel, Esdras y luego Nehemías, hombres que actuaron preocupados por el bienestar de Jerusalén. También hubo repetidos períodos de calma para Jerusalén, pero nunca fueron definitivos. En Daniel 9:25 leemos acerca de las 62 semanas de años en las que se reconstruirán la plaza y el muro de Jerusalén (o “las calles y las murallas”, nbv). Estas 62 semanas de años comenzaron con la reconstrucción de las murallas por Nehemías y terminaron con la muerte del Mesías, que Daniel también había predicho (v. 26).

Por cierto, un rabino llamado Nehemías (no confundir con el Nehemías bíblico) predijo a mediados del siglo I a.C., basándose en este pasaje de Daniel, que no podían faltar más de 50 años para la venida del Mesías. Conociendo la profecía de Daniel 9:25, la primera venida de Jesús podía, en efecto, preverse.

La oración por la paz de Jerusalén era también muy importante para los creyentes del Antiguo Testamento, porque la paz y la tranquilidad en la ciudad eran siempre sinónimo de la bendición del Señor; ellas eran una expresión de su cuidado misericordioso y —en las palabras de Números 6:25— de que su rostro resplandecía sobre Israel. En cambio, la guerra y la destrucción de Jerusalén eran siempre una señal del juicio de Dios sobre su pueblo.

Otro aspecto es importante en este contexto. La ciudad de Jerusalén siempre contrasta con las ciudades hostiles a Dios. Ya se trate de Nínive, Babilonia, Tiro, Roma u otras ciudades, los ataques y atentados contra Jerusalén muestran siempre la enemistad contra el Dios de Israel y su pueblo. Así, la petición de paz para Jerusalén contiene siempre también el aspecto del triunfo final de Dios.

Esto nos lleva a preguntarnos qué pasa con Jerusalén entre la primera y la segunda venida de Jesucristo. Más arriba ya he citado el lamento de Jesús sobre Jerusalén, cuando le tiene que predecir que su casa quedará desierta, hasta que digan: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Esta seria advertencia del Señor se refiere al juicio venidero sobre Israel y Jerusalén a causa de su desobediencia y rechazo del Mesías.

Las palabras de Jesús en Lucas 21:24 se deben entender en este mismo contexto: “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”.

Los “tiempos de los gentiles” (o “tiempos de las naciones”) son las épocas históricas en las que Jerusalén e Israel están a merced de las grandes potencias mundiales. Estos tiempos comenzaron con la destrucción de Jerusalén y el templo por Nabucodonosor en 586/87 a.C. y se completarán con el regreso visible de Jesús y la salvación de Jerusalén e Israel. Daniel había predicho lo mismo: después de la muerte del Mesías, el Ungido, el santuario sería hollado; es decir, el templo sería destruido y se decretaría la guerra y la desolación hasta el final.

Tanto el propio Jesús como el profeta Daniel nos dicen que no habrá paz ni tranquilidad para Jerusalén en el tiempo entre la primera y la segunda venida del Mesías. Esto no significa que haya guerra todo el tiempo; por supuesto, también se disfruta de períodos de calma. Quiere decir, sin embargo, que la guerra y la devastación caerán repetidamente sobre Jerusalén. Esto comenzó en el año 70 con el asedio y la destrucción de la ciudad por el general romano Tito. A continuación, Jerusalén fue conquistada y devastada una y otra vez durante dos mil años. Ya fueran los persas o los bizantinos, los conquistadores islámicos o los cruzados, Saladino, los tártaros o los mamelucos: la profecía de Daniel y las palabras de Jesús se cumplieron con aterradora precisión.

Durante la guerra por la existencia del recién nacido Estado de Israel en 1948, la Ciudad Vieja de Jerusalén fue conquistada por Jordania y todos los residentes judíos fueron expulsados. Finalmente, el 7 de junio de 1967, Israel reconquistó la Ciudad Vieja de Jerusalén con el Monte del Templo. Aún no era el fin de los tiempos de las naciones, pero desde esa fecha, este fin comenzó a vislumbrarse. Sin querer especular podemos decir que, a partir de esa fecha, el mundo y la historia de la salvación han entrado en la recta final antes del regreso de Jesús.

Pero con esto no había terminado el sufrimiento de Jerusalén. Pensemos tan solo en los disturbios del Monte del Templo en 1990 o en el estallido de la Intifada de Al-Aqsa en 2000, inextricablemente ligados a Jerusalén; luego también los múltiples atentados y ataques ocurridos en este lugar. Y el feroz ataque final aún está por llegar, cuando las fuerzas multinacionales bajo el Anticristo invadan a Jerusalén, y la ciudad de Dios en este mundo parezca estar al borde de la destrucción. Leemos esto en Zacarías 14:2. Y es ahí cuando Jesús regresará visiblemente para salvar a Jerusalén e Israel y juzgar a la humanidad. En este contexto, la Biblia habla del juicio sobre las naciones.

Entendemos entonces que no puede haber paz real para Jerusalén entre la primera y la segunda venida de Jesús. Este hecho debería impedirnos adoptar una actitud ingenua en nuestras oraciones. Por supuesto podemos orar por la preservación de Jerusalén, pero sabiendo que hasta el regreso de Jesús habrá solo etapas de alivio, pero no descanso y paz definitivos para ella. Este conocimiento nos preserva de caer en un emocionalismo no bíblico y fuera de toda realidad en nuestras oraciones por Jerusalén.

La oración por la paz de Jerusalén y el regreso de Jesús
Esto nos lleva a lo que será el verdadero cumplimiento del salmo 122 y de la oración por la paz y el descanso de Jerusalén. Su paz y descanso solo llegarán con el regreso visible de Jesús. Isaías 66:10, 12-13, también habla de este grandioso suceso: “Alegraos con Jerusalén y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella (…) Porque así dice Jehová: He aquí que yo extiendo sobre ella paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente que se desborda; y mamaréis, y en los brazos seréis traídos, y sobre las rodillas seréis mimados. Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo”. 

Este pasaje, tal como el salmo 122, habla de los que aman a Jerusalén.

También Hageo 2:9 anuncia la futura paz de Jerusalén: “La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos”.

En el fondo, esta paz solo es posible por el sacrificio perfecto de nuestro Señor, que hizo la paz con Dios en el Gólgota, a las puertas de Jerusalén. Esta es la base de la futura paz de Jerusalén en el Reino mesiánico, de la que habla este versículo. Recordemos las promesas para Jerusalén en Isaías 2 y Miqueas 4, acerca de una paz que no solo será para la ciudad y el propio Israel, sino para todas las naciones en el Reino Milenario.

Podemos concluir entonces con toda claridad que, orar por la paz y la tranquilidad de Jerusalén no significa otra cosa que orar por el regreso de Jesús. Si carecemos de este objetivo en nuestras plegarias por Israel y Jerusalén, no serán más que frases religiosas vacías. Como ya se ha dicho, oramos por la preservación de Israel y Jerusalén en el aquí y ahora, especialmente a la luz de los terribles acontecimientos del 7 de octubre, pero la oración por la paz para Jerusalén e Israel siempre redundará a que vuelva el Señor, el único que puede traer la verdadera paz. Y la paz externa será consecuencia de la paz que Israel recibirá a través del sacrificio perfecto de su Mesías.

De hecho, la oración por el regreso de Jesús es algo que nosotros, como Iglesia de Jesús en Occidente, hemos descuidado mucho. Por un lado, esto tiene que ver con nuestra prosperidad material y, por otro, con nuestro enfoque en nosotros mismos, nuestra piadosa autorreflexión.

En el libro del Apocalipsis se le otorga al apóstol Juan presenciar cómo el Cristo exaltado reina soberanamente y conduce el plan de salvación de Dios a su meta a través de toda oposición. En este libro se revelan los últimos abismos de las tinieblas y de una humanidad en rebeldía contra Dios. Sin embargo, Juan ve cómo Dios cumple su propósito con todo esto. En Apocalipsis 20, el apóstol nos habla del Reino mesiánico milenario y, a partir del capítulo 21, finalmente de la nueva creación. Toda esta revelación recibida lo lleva a la última oración a Dios que encontramos en las Sagradas Escrituras, en Apocalipsis 22:20, al final de la Biblia. Dice así: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

Tenemos la promesa del regreso de Jesús, tenemos la promesa de la salvación de Israel; pero Dios quiere que oremos por el cumplimiento de sus promesas, y que sus objetivos se conviertan en nuestros objetivos.

Quizá alguien diga ahora: “Está muy bien orar por el regreso de Jesús. Pero ¿qué pasa con mis seres queridos o las personas cercanas a mi corazón que aún no se han salvado?” Entonces puedes simplemente orar: “Señor, ven pronto, pero salva primero a las personas que están en mi corazón, y a muchas más; pero, por favor, ¡ven pronto!”.

Ya se trate de los estremecedores acontecimientos del 7 de octubre y sus consecuencias o en general de la decadencia que hemos vivido los últimos años: nuestro Señor quiere que empecemos a orar de verdad por su regreso; que oremos que pronto complete su Iglesia y salve a Israel y Jerusalén; que juzgue el mal y el poder del pecado. Por lo tanto, orar por la paz de Jerusalén siempre incluye orar por el regreso de Jesús para la salvación de Israel y Jerusalén.

En Isaías 62:1, el Señor dice que no callará ni descansará por amor de Jerusalén y de Sion, hasta que su justicia brille como una luz y su salvación como una antorcha encendida. Todo el libro de Zacarías habla del celo de Dios por Jerusalén, ya que ella es la ciudad que Él ha elegido para sí. Es objeto especial de su amor. ­Jerusalén está indisolublemente unida a la gloria de Dios. Con los acontecimientos finales que rodearán a Israel y Jerusalén en el regreso de Jesús, Dios se revelará a la humanidad. Se trata de su honor y de su causa, por eso Isaías 62:6-7 nos exhorta diciendo: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra”.

Cuando habla de los guardas en las murallas de Jerusalén, no significa que tengamos que viajar a Israel para montar un espectáculo en los muros de la ciudad. También encontramos la figura del centinela que permanece en su torre para esperar la respuesta de Dios en los libros de los profetas Ezequiel y Habacuc. En cada caso, son figuras que simbolizan la vigilancia espiritual y la actitud expectante frente al Señor. Sabemos por Mateo 6 que nuestras oraciones se deben hacer en la cámara secreta, no en forma de una proclamación teatral pública.

Entonces, ¿quiénes son estos centinelas que han de recordar al Señor sus promesas? En el Antiguo Testamento, eran los profetas quienes desempeñaban el oficio de atalaya; pero hoy Israel ya no tiene profetas, hasta que aparezcan los dos testigos de Apocalipsis 11 y Jesús regrese.

¿Quién recordará entonces al Señor sus promesas para Jerusalén hasta que se cumplan? Un comentarista define a estos centinelas simplemente como “personas que esperan la venida gloriosa de Dios”. También podríamos decir: “Personas que velan por el regreso de Jesús”. Y estas personas son todas las que pertenecen a la Iglesia de Cristo, la cual estará aquí en la Tierra hasta el arrebatamiento.

Como he dicho, Dios ha vinculado inextricablemente su honor con la cuestión de Jerusalén. Jerusalén es y sigue siendo objeto especial de su amor. Lo leemos en el Salmo 87:2: “Ama Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob”.

Como Iglesia de Jesús, nos importa y nos mueve todo lo que tenga que ver con el honor de Dios y con los objetos de su amor especial. Cuando un día el Señor se regocije por Jerusalén e Israel, nosotros haremos lo mismo. Hace unos años oí una vez a un pastor decir: “Dios se ocupará de Israel, nosotros no tenemos nada qué hacer”. Imagínate que mi esposa tenga una gran preocupación, que no tiene que ver directamente conmigo, y yo le dijera: “¡No me interesa, ya que no me concierne!”. Con razón me tacharían de narcisista y sería cualquier cosa menos un marido cariñoso.

Cuando se trata de Jerusalén, siempre se trata de Dios mismo. No entendemos nada del corazón del Señor si decimos que, ya que Él se ocupará del asunto, nosotros mejor no nos metamos. Si las cargas de Dios son también nuestras cargas, nunca podremos ser indiferentes a la cuestión de Jerusalén. Nuestra misión es orar para que el Todopoderoso cumpla su propósito con Jerusalén, y para que esta ciudad se convierta pronto en lo que Él determinó que sea en esta Tierra.

No estoy diciendo que solo oremos por Jerusalén e Israel. Esta unilateralidad malsana también existe entre algunos cristianos. Para ellos, una oración no tiene valor si Israel y Jerusalén no se mencionan en ella, y tampoco puede haber una reunión de oración sin este tema. En el Nuevo Testamento encontramos muchos asuntos por los que deberíamos orar: por la extensión del Evangelio, por la salvación de las personas, por nuestra iglesia local y nuestros hermanos, por todas las personas, por las autoridades, por el regreso de Jesús y por muchas otras cosas más. La oración por Israel y su salvación también forma parte de este espectro. A veces nos olvidamos de este asunto porque estamos muy preocupados por nosotros mismos, y perdemos de vista las cargas y los objetivos de Dios.

Conclusión
Al principio hicimos un breve repaso bíblico del significado de Jerusalén en el contexto del salmo 122. Luego vimos que entre la primera y la segunda venida de nuestro Señor, Jerusalén será herida repetidamente por guerras y destrucción. Y, por último, señalamos que la oración por la paz y la tranquilidad de Jerusalén debe tener siempre presente el regreso de Jesús. De lo contrario, nuestras oraciones por la paz no serán más que frases religiosas vacías. El Señor, en su regreso, salvará a Jerusalén e Israel y juzgará a la humanidad; solo Él podrá hacer esto y cumplirá sus últimas promesas para Jerusalén en el Reino mesiánico.

Y por último, hemos visto que el Señor quiere que le recordemos constantemente sus promesas para Sion, hasta que haya hecho de Jerusalén una gloria en la Tierra.

Así que ora por la paz de Jerusalén —y con esto orarás también por el regreso de Jesús, como dice el penúltimo versículo del Apocalipsis: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.

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