Pablo no confía en la carne (Filipenses 3:4-7)

Nathanael Winkler

Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.” Filipenses 3:4-7.

En los primeros versículos del capítulo 3, Pablo advierte contra los falsos maestros que se infiltran en las iglesias. Los llama perros, malos obreros y mutiladores del cuerpo, que causan divisiones. En lugar de edificar, de animar y de llevar a las personas a Cristo, dividen las iglesias. Pablo también advierte contra el legalismo, predicado por los judaizantes. Estos afirman que la fe en Jesús no es suficiente, sino que hay que cumplir también con diferentes tareas. Exigen, por ejemplo, la circuncisión y la observación de las fiestas del Señor. Pablo dice en el versículo 3 que nosotros somos la circuncisión. Esto no se refiere a la circuncisión física. Quiere decir que nosotros pertenecemos a Dios si Su Espíritu está en nosotros y servimos a Dios en el Espíritu. Con la expresión “carne”, Pablo se refiere a todo lo que el creyente consigue por su propio esfuerzo, pensando que así tiene más mérito que otros ante Dios. El que vive en el Espíritu no se jacta de sus propios logros, sino solamente de Jesucristo. No podemos ganarnos la gracia por obras propias, porque Jesús ya lo hizo todo por nosotros.

En el versículo 4, Pablo comienza a contar el testimonio de su conversión. Habla de quién era antes, y a partir del versículo 8, cuenta del nuevo hombre en el cual se ha convertido.

En los versículos 4 hasta 6, el apóstol explica que hay muchas cosas de las cuales podría enorgullecerse: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más”. Justamente esto, la confianza en la carne, es lo que quieren incentivar los falsos maestros en la iglesia. Exigen, por ejemplo, que los gentiles convertidos se dejen circuncidar. Pablo responde a los judaizantes explicándoles que él tendría muchas más razones que todos los demás para confiar en la carne, y sin embargo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (v. 7). Para Pablo, todo lo que enumera en los versículos 5 y 6 es pérdida. En el versículo 8, incluso lo llama basura. Al leer con atención esta lista, ella despierta nuestra admiración por el apóstol. Sin embargo, todas estas cosas no son nada en comparación con lo que tenemos en Jesucristo: el conocimiento de Cristo, la justicia de Dios, la fuerza de Su resurrección, la comunión de Sus sufrimientos, la esperanza de estar un día con Él.

En cuanto a la carne, Pablo podía decir con orgullo que fue circuncidado al octavo día. No todos los judíos cumplían este mandamiento, como se sabe por antiguos manuscritos, entre otros, los de Flavio Josefo. Muchos judíos se habían adaptado al estilo de vida pagano e incluso les daba vergüenza el acto de la circuncisión. Sabemos, por ejemplo, que Timoteo no estaba circuncidado a pesar de tener ascendencia judía. Pero Pablo sí, había sido circuncidado al octavo día tal cual Dios se lo había mandado a Abraham (Génesis 17:12) como una señal externa de pertenecer al pueblo de Israel.

Pablo era “del linaje de Israel” (Fil. 3:5). No pertenecía a cualquiera de los muchos pueblos del mundo antiguo, sino a Israel, el pueblo al cual Dios había dado la Ley, el pueblo que Dios había elegido. Dios se reveló a los hombres a través de este pueblo. A pesar de esto, Pablo dice al final que considera su origen como pérdida y como basura. ¿Quiere decir que era mala su ascendencia? Por supuesto que no. A muchos cristianos les gustaría ser parte del pueblo de Israel, y algunos estudian sus árboles genealógicos al respecto. Pero con relación a Cristo, todo esto no tiene ninguna importancia.

Pablo tenía un registro genealógico. Podía afirmar que pertenecía a la tribu de Benjamín. No debemos olvidar que Pablo no se crió en Israel. Había pasado su niñez en la diáspora, es decir en la dispersión, donde probablemente se había quedado hasta los 12 años. Muchos judíos de la diáspora ya no conocían su origen, no sabían de qué tribu eran.

A esto, se agrega que la tribu de Benjamín era especial. Se distinguía por su celo y su fuerza bélica. En el territorio de Benjamín estaba situada la ciudad de Jerusalén. El primer rey de Israel, el rey Saúl, era de esta tribu. Y ¿cuál de las tribus fue la única que permaneció fiel a la tribu de Judá? Fue la de Benjamín. Por lo tanto, Pablo podía decir con orgullo que provenía de ella.

“…hebreo de hebreos”, sigue diciendo el apóstol de sí mismo (Fil. 3:4). Leemos en Hechos 21:39-40: “Entonces dijo Pablo: yo de cierto soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia; pero te ruego que me permitas hablar al pueblo. Y cuando él se lo permitió, Pablo, estando en pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo. Y hecho gran silencio, habló en lengua hebrea, diciendo…” ¿Cuál era el idioma utilizado por los judíos en aquel entonces? Era el arameo. La mayoría de los judíos que vivían en el país de Israel no dominaba muy bien el hebreo. Incluso algunas de las palabras que Jesús pronunció en la cruz fueron en arameo. Sin embargo, Pablo hablaba hebreo. Es posible que esta situación haya causado asombro entre la gente, y que tuvieran que admitir que el apóstol era verdaderamente “hebreo de hebreos”.

El ser fariseo significaba tener una posición y un título importantes en la sociedad de aquel entonces. No era sencillo llegar a ser fariseo. En Hechos 22:3, leemos acerca de la carrera de Pablo: “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros”. Ya desde su juventud, Pablo había vivido en la ciudad de Jerusalén. Se crió a los pies de Gamaliel, donde estudió la Ley. De esta manera, entendemos de dónde provenían sus conocimientos acerca de esta.

Esto también nos hace ver la transformación que tenía que experimentar una persona nacida de nuevo. Si somos sinceros, ¿su título no era algo de lo cual Pablo podía estar orgulloso? Todo su concepto de la vida estaba empapado del fariseísmo. Los fariseos eran una secta dentro del judaísmo. Eran los más severos en cuanto a la Ley y a la justicia por las obras. Gozaban de alto respeto entre los judíos. El actual judaísmo rabínico se ha desarrollado a partir del fariseísmo de aquel entonces.

Pablo pudo testificar: “Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más” (Fil 3:4). Leemos en Hechos 22:4-5: “Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres; como el sumo sacerdote también me es testigo, y todos los ancianos, de quienes también recibí cartas para los hermanos, y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén también a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados”. Pablo luchaba por un judaísmo conforme al concepto de los fariseos y quería castigar a los que elegían otro camino.

En el sistema de los fariseos, Pablo era irreprochable. Se atenía a las muchas reglas que tenía y a todo lo que se exigía de él.

En el versículo 7, Pablo dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo”. Un judío seguramente reaccionaría a esto con asombro y le preguntaría a Pablo: “¿Simplemente arrojaste por la borda a tu familia, tu carrera y tu posición social para poder pertenecer a Jesús?”. Pero para el apóstol, lo que tiene por medio de Jesucristo es mucho más que todo lo demás.

Creo que en este versículo encontramos una explicación de lo que le sucedió a Pablo en el camino a Damasco. En su celo farisaico, tenía el plan de tomar presos a los judíos creyentes en esa ciudad y llevarlos a Jerusalén. Pero en este camino, tiene un encuentro con el Señor Jesucristo, que se describe en Hechos 9. Pablo entiende quién es él mismo y quién es el Señor. Leemos en Hechos 9:5-9: “Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió”.

Por tres días, Pablo estuvo ciego. Probablemente reconoció en ese tiempo que no eran ni su fuerza, ni sus obras, ni sus logros los que lo redimieron. Entendió que Jesús quería ser su Redentor. A causa de su ceguera, lo tenían que llevar de la mano a la ciudad de Damasco. Esto fue una humillación para Pablo, pero era necesaria para que se convirtiera.

Todo lo que Pablo había alcanzado por la carne, todo su pasado que tanto orgullo le causaba ya no tenía ningún valor para él, comparado con lo que recibía a través de Jesucristo. Pablo renunció a su carrera y a sus relaciones sociales por amor a Cristo. En este sentido, también deberíamos reflexionar sobre nuestra vida:

¿Hay cosas que te tienen atado, cosas que se han puesto entre tú y Dios? Quizá sea tu cuenta bancaria, el sistema de seguridad que has construido para ti, ya que nunca se sabe lo que viene. O es tu posición en la sociedad, a la cual no quieres renunciar, a pesar de que, para mantenerla, te encuentras obligado a pecar, a llevar una vida de ambigüedad moral. Y hay muchas otras cosas que pueden interponerse entre tú y Dios.

Cristo quiere tenerte completamente para Él. Pablo puede testificar sinceramente que Cristo llegó a ser lo único importante para él y que nada lo separaría más de Él. ¿Es Cristo lo más importante también para ti? ¿Puedes decir, con relación a tu vida, que consideras tu pasado como basura, porque tienes una sola cosa delante de los ojos: a Cristo?

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