No había lugar para ellos en el mesón

Fredy Peter

Es la frase más conocida de toda la historia navideña, pero en realidad no tiene que ver con el rechazo del posadero ni con el pesebre de madera entre el buey y el asno, sino que se trata de un detalle de gran significado en la historia de la salvación, que señala la razón por qué el Pan de vida tuvo que nacer bajo estas circunstancias en Belén.

¿Quién conoce las circunstancias de su propio nacimiento? Especialmente en caso de haber sido un parto difícil, con complicaciones, los padres probablemente se lo contaron a su hijo. Y esto es exactamente lo que hizo Dios. Se aseguró de que se nos dieran a conocer los detalles más importantes del complicado nacimiento de su Hijo. El médico Lucas (Colosenses 4:14), universalmente reconocido y amado en la Iglesia primitiva y un escritor detallista y observador, describe el acontecimiento más destacado de la historia de la humanidad de forma compacta en su evangelio.

Todos los creyentes, desde Adán y Eva, habían estado pendientes de este acontecimiento. Más de 4,000 años de espera habían llegado a su fin: la espera de la Simiente prometida, del Ungido, el Mesías, el Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 19:16), el admirable Consejero, el Dios fuerte, el Padre eterno, el Príncipe de paz (Isaías 9:6).

Los dolores de parto
“Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento” (Lc. 2:6). La pequeña palabra “allí” se refiere a un lugar al que están vinculados muchos acontecimientos bíblicos importantes.

Me refiero a Belén-Efrata, con sus ricos campos de cereales al borde del desierto de Judea, a pocos kilómetros al sur de Jerusalén. Aquí tuvo lugar el difícil nacimiento del hijo menor de Jacob, durante el cual murió su madre. Jacob le puso por nombre Benjamín, que significa “hijo de mi mano derecha” (Génesis 35:18). Aquí comenzó la encantadora relación entre Rut y Booz. Fue aquí, en Belén, donde tuvieron lugar las hazañas de David como pastor (1 Samuel 17:34-35) y donde fue ungido rey (1 Samuel 16:13). El nombre de David significa “el amado”. Y fue precisamente aquí donde tenía que nacer el que está sentado a la diestra del Altísimo (Salmos 110:1), el que establece una relación inseparable entre Dios y el hombre, el Ungido enviado del Cielo y al que su Padre celestial se dirige como “mi Hijo amado” (Lucas 3:22).

Belén, en español “Casa del Pan”, es el lugar ideal para el nacimiento del Pan de Vida (Juan 6:35).

María no conocía entonces todos estos maravillosos detalles. Sin embargo, sí sabía cómo iba a tener lugar la concepción: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc. 1:35). También sabía a quién iba a concebir: “Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lc. 1:32-33). Y a través del profeta Miqueas pudo saber dónde iba a tener lugar el nacimiento: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Mi. 5.2).

¿Cómo se habrá sentido la futura madre en sus miserables circunstancias ante las magníficas promesas del ángel cuando comenzaron los dolores del parto? María y José recibieron verdades maravillosas, pero Dios también les ocultó algunos detalles sobre las extraordinarias circunstancias del inminente nacimiento —así actúa también el Señor en nuestras vidas; nos da promesas maravillosas para el comienzo y el final, pero muchos detalles futuros de nuestro discipulado aún permanecen velados—. Sin embargo, sus caminos son siempre los correctos, es más, son los mejores, porque siempre tiene pensamientos de paz para con nosotros. Y a veces tiene planes aún más grandes, como veremos en los detalles que rodean el nacimiento de Jesús. Quédate quieto, resiste y sigue así, ¡que Jesús hará que todo salga bien! (cf. Salmos 37:5; Marcos  7:37).

Me imagino que María se alegró de dejar por fin atrás los rumores de Nazaret sobre su hijo supuestamente ilegítimo. Pero esto implicaba un largo y arduo viaje. Presumiblemente exhausta y agotada, llegó a Belén con su José. El censo ordenado por el emperador Augusto hacía reventar a la pequeña aldea. Habría sido interesante conocer más detalles de esto. Al fin y al cabo, no se nos dice cuánto tiempo permanecieron en Belén, pero está claro que empezaron los dolores de parto, el bebé estaba en camino… y Lucas se limita a lo esencial. Lo describe en el lenguaje médico más específico: “…se cumplieron los días de su alumbramiento”.

El parto
“Y dio a luz a su hijo primogénito…” (Lc. 2:7).

Las madres posiblemente se pregunten: ¿Cuánto duró el parto? ¿Sufrió mucho dolor? ¿Hubo complicaciones? ¿El bebé vino de cabeza o de nalgas? Y así sucesivamente… Lucas únicamente dice: “dio a luz a su hijo”. ¡Es un niño! —Y desde el punto de vista médico, todo parece haber ido bien. Madre e hijo estaban bien. Sin embargo, Lucas añade algo importante: “dio a luz a su hijo primogénito”.

Jesús no era el único hijo de María. Por Marcos 6:3 sabemos de cuatro hermanastros, a los que incluso se menciona por su nombre, y de al menos dos hermanastras. No obstante, Jesús era el primer hijo de María. Y este hecho iba asociado a su posición especial como heredero principal con todos los privilegios y bendiciones (cf. Deuteronomio 21:15-17). Sin embargo, la opinión de los habitantes de Belén en aquella época debía de ser: es un honor miserable ser el primogénito de una mujer tan desamparada, sin herencia y con pocas perspectivas de futuro. ¿Qué será de él? Si hubiéramos estado allí y alguien nos hubiera dicho: “Mirad, este es el Salvador prometido para todo el mundo”, ¿qué habríamos dicho?

Y, a pesar de ello, este nacimiento fue el mayor milagro de todos los tiempos: El Dios omnipotente, omnipresente y omnisciente se convirtió en un bebé. Totalmente carente de espectacularidad, el Altísimo no nació en un palacio, sino en la más indigna de las circunstancias, en una gruta.

Las circunstancias del nacimiento
“Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc. 2:7).

Esta es la frase más famosa de toda la historia de Navidad. El desencadenante de estas circunstancias extraordinarias fue el hecho de que no hubiera sitio en la posada. Sin estas agobiantes circunstancias del nacimiento, hoy casi nadie hablaría de los detalles reales del nacimiento de Jesús. Pero no fue una casualidad, sino que fue perfectamente planeado por Dios, y tiene mucho que decirnos.

Hablemos primero de la posada: ¿en cuántas representaciones navideñas no aparece el posadero malvado y de corazón duro, rechazando a la mujer embarazada? —No hay sitio para ustedes. ¡Salgan de aquí! Sin embargo, este posadero no aparece en el texto bíblico. En Jeremías 41:17 se menciona una posada de Kimham, situada junto a Belén. Por el contexto, podemos concluir que debía de tratarse de una especie de caravasar [Posada en Oriente destinada a las caravanas, NdeR] que podía alojar a muchos viajeros. En aquella época, un caravasar consistía en un recinto cuadrado amurallado con arcos cubiertos en el patio interior. Estaba pensado a un sencillo alojamiento nocturno con espacio para los animales. Eso podría encajar, ¿no? Sin embargo, en Lucas 2:7 no se utiliza la palabra griega pandocheion (cf. Lucas 10:34), sino katalyma. En Lucas 22:11 katalyma se traduce como habitación de invitados y en el siguiente versículo 12 como habitación superior. O sea, se refiere a la habitación de invitados más grande de una casa. No hay razón para suponer que Lucas se refiriera a otra cosa aquí en el capítulo 2. Por lo tanto, no ve ninguna razón para dar una descripción más detallada. Esta situación estaba clara para todos en aquella época, pero no para nosotros hoy en día. María y José fueron acogidos probablemente por parientes en su casa. La hospitalidad era muy importante en el comportamiento social de la época.

Es interesante observar que Mateo 2:11 habla de una casa en relación con la visita de los magos de Oriente: “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María…”. Aunque este acontecimiento tuvo lugar unos dos años después del nacimiento, señala una casa como alojamiento. Cuando el nacimiento estaba a punto de producirse, todas las habitaciones de la casa, incluida la de invitados, estaban probablemente ocupadas al completo por las numerosas personas que se encontraban en Belén para el censo. Realmente no había sitio para María en la posada. En otras palabras, no había un lugar apartado para que María diera a luz en esta abarrotada habitación de huéspedes. Por tanto, tuvo que abrirse paso, y la única habitación que no estaba ocupada y en la que tenía cierta intimidad era el sótano de la casa. En Belén, se trataba de cuevas o grutas integradas en la casa que servían para guardar provisiones y animales. Por cierto, Justino, el mártir, que vivió en el siglo II d.C., también confirma que de hecho Jesús nació en una cueva o gruta (Diálogo con Trifón, 78). Por ello, la mayoría de los maestros bíblicos y arqueólogos reconocen la gruta de la iglesia de la Natividad de Belén como el lugar real de nacimiento de Jesús.

Por tanto, el relato de Lucas no pinta el cuadro de un posadero antipático que rechaza a María, en muy avanzado estado de embarazo; más bien, muestra el contraste de que Jesús habría tenido todo el derecho a nacer en su ciudad, la ciudad de David (Lucas 2:4), con toda la dignidad del más grande hijo de David, pero en cambio nació en la más indigna de las circunstancias. “No había sitio en el mesón”, sino en la morada de los animales.

“…y lo envolvió en pañales”. En aquella época, los pañales eran largas tiras de tela como vendas en las que se envolvía al bebé. Mantenían caliente al recién nacido. Envuelto como una momia, se estiraban los miembros externos y se protegían los órganos internos. Aún hoy es común en algunos países de Oriente Medio envolver así a los recién nacidos.

Matthew Henry, un puritano del siglo XVII, escribió en su comentario: “La palabra que usamos para envolver, algunos la derivan de una palabra que significa rasgar o romper, y deducen que estaba tan lejos de tener una buena cama, que sus pañales estaban rasgados y rotos”.

Evidentemente no había nadie más presente aparte de José y María, pues de lo contrario alguien se habría hecho cargo de la tarea de envolver al recién nacido de la madre primeriza. Pareciera que María habría recobrado las fuerzas, porque Lucas menciona otro detalle asombroso sobre esta valiente y jovencísima mujer: “…y lo acostó en un pesebre”. Warren Wiersbe explica en su comentario sobre el Nuevo Testamento:

“La palabra pesebre (vv. 7.12.16) puede describir tanto un comedero como una morada para los animales. Todavía hoy se pueden descubrir antiguos abrevaderos de piedra cuando se viaja por Tierra Santa y es probable que un abrevadero así albergara al pequeño Jesús”.

Qué descripción de las desgarradoras circunstancias del nacimiento del Altísimo: donde normalmente comían los animales —el lugar más higiénicamente inadecuado y deshonroso para albergar a un recién nacido— dormía el Señor. También es una referencia a Romanos 8, donde Pablo habla de que toda la creación gime y está de parto hasta ahora y anhela que se levante la maldición del pecado. Este bebé en el abrevadero de piedra excavado en la roca también se ocupará de la restauración del reino animal tras su regreso en gran poder y gloria mediante el establecimiento del reino milenario de paz.

Pero, ¿dónde estaban los animales? No estaban allí; la cueva estaba vacía, ya que en Lucas 2:8 leemos: “Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño”. Los animales estaban con los pastores en el campo.

Estos pastores recibieron de un ángel el anuncio de nacimiento más hermoso que se recuerda: “…que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lc. 2:11-12).

¿Por qué permitió Dios que el nacimiento de su Hijo tuviera lugar de esta manera? Se trata de mucho más que de un nacimiento. Proféticamente, esta gruta presagia que la humillación de Jesús se prolongaría a lo largo de su vida en la Tierra y concluiría con su cruenta muerte en la cruz. Estas circunstancias correspondían exactamente al plan del Padre para la salvación de la humanidad. Esto puede verse en los pañales y el pesebre. El pesebre se menciona tres veces en la historia de Navidad (vv. 7,12,16) y los pañales dos veces (vv. 7,12).

¿Qué hace tan extraordinario el hecho de un bebé envuelto en pañales y acostado en un pesebre? El pesebre es algo especial. En aquella época no había establos en el sentido moderno, sino —como ya he dicho— cuevas con un comedero de piedra. Eso era una indicación clara. Los pastores sabían exactamente dónde estaban estas cuevas. Tal vez fuera incluso su propio refugio. ¿Pero los pañales? Arnold Fruchtenbaum escribe sobre esto en su libro “La vida del Mesías”:

“El término aquí no significa pañales, es decir, ropa de bebé. Así que no sería una señal, porque no sería nada inusual. Todos los bebés están envueltos en pañales. El término aquí se utiliza en otros lugares con tiras de tela en las que solían envolverse los cadáveres.

El hecho de que un bebé fuera envuelto en esas tiras de tela era una señal, porque esto es muy inusual. Pero, ¿por qué tiras de tela? Además de las cuevas que se utilizaban como establos, había otras que se utilizaban para enterramientos. Ahora bien, por razones de facilidad de uso, se acostumbraba a guardar la ropa funeraria, estas mismas tiras de tela, dentro de estas cuevas en nichos en la pared que todavía se pueden ver hoy en día. Cuando alguien moría en Belén, sacaban su cuerpo de la ciudad y lo llevaban a una cueva donde ya estaban almacenadas estas tiras de tela. Allí se envolvía el cuerpo y se lo transportaba a un cementerio.

Como Jesús nació en una cueva así, José y María utilizaron lo que allí había. Y eso eran estas tiras especiales de tela”.

Jesús vino y ya tenía en mente su muerte cuando nació, pues después de la crucifixión, Cristo fue envuelto en sudarios. José estuvo presente en el nacimiento y otro José estuvo presente en el entierro:

“Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue” (Mt. 27:57-60).

Incluso los lugares de enterramiento son comparables: en Belén, la fosa empotrada de piedra caliza. En Gólgota de Jerusalén, la fosa hundida en el nicho de la tumba de roca. Dios solo tenía una intención cuando llegó la Navidad: Él, el Hijo de Dios, Jesucristo, quiso morir por ti porque tus pecados te separan eternamente de Dios y estás perdido sin Él. ¿Cómo entró el pecado en el mundo? A través de una mujer (Génesis 3). ¿Cómo vino al mundo el Salvador del pecado? Por medio de una mujer. Por eso vino “…el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

La Navidad sin la Pascua sería puro sentimentalismo. En el número de diciembre de 2023 de nuestra revista, el Dr. Erez Soref, de Israel, resumía así el vínculo entre los dos signos de pañales y el pesebre.

“En Migdal-Eder [cerca de Belén] hay más torres de vigilancia para los pastores que en ningún otro lugar del mundo. ¿Por qué tantas torres? Porque aquí no se criaban ovejas corrientes. Un cordero con una fractura de hueso o cualquier otro defecto no se consideraba kosher y no podía utilizarse como cordero apto para el sacrificio.

Por lo tanto, los corderos destinados al sacrificio en el Templo requerían cuidados especiales por parte del pastor. Los “pastores en el campo” que recibieron el mensaje del ángel eran los mismos pastores que cuidaban a los corderos pascuales —y en la noche santa vinieron a Yeshúa, nuestro cordero pascual.

Yeshúa, el Mesías, yacía en un pesebre y estaba envuelto en pañales, y no en cualquier sitio, ni simplemente para mostrar la humildad con la que el Mesías vino a la Tierra, sino como prefiguración de la obra para la que fue enviado. Las palabras del ángel a los pastores en el Evangelio de Lucas estaban llenas de profundo significado.

Según la tradición rabínica, el sacerdote venía de Jerusalén a Migdal-Eder [que significa la torre sacerdotal del rebaño], en cada fiesta mayor para inspeccionar el cordero del sacrificio antes del gran día. El cordero se colocaba en un pesebre y luego se envolvía en paños (pañales) y se llevaba a Jerusalén para el sacrificio. El cordero no era conducido deliberadamente por una cuerda o similar, sino llevado en los paños para garantizar que no sufriera daños en el camino al Templo. Si el cordero se soltaba de las manos del sacerdote, la Pascua quedaba arruinada. Se quería prevenir todas las eventualidades.

Y así nació Yeshúa […] porque iba a ser el Cordero de Dios que quitara los pecados del mundo. Fue acostado en el mismo pesebre y envuelto en los mismos paños que los corderos de la Pascua y del Día de la Expiación y fue visto por los mismos pastores que criaban y cuidaban a estos corderos”.

El niño, los pañales, el pesebre
“…porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Co. 5:7). “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).

La Navidad es el mayor regalo que el Padre celestial nos hace a los seres humanos. Y es precisamente en este acontecimiento donde muestra quién es. Los maes­tros de la Biblia J. P. Lange y J. J. van Oosterzee (traducidos por P. Schaff y C. C. Starbuck) lo explicaron en una ocasión de la siguiente manera:

“Dios revela todos sus atributos al enviar a su Hijo:

• Su poder, al hacer madre a María por obra del Espíritu Santo;

• Su sabiduría al elegir el tiempo, el lugar y las circunstancias; 

• Su fidelidad al cumplir la Palabra profética (Miqueas 5:1);

• Su santidad al ocultar el milagro a los ojos de un mundo incrédulo;

• y, sobre todo, su amor y su gracia (Juan 3:16).

Pero al mismo tiempo vemos cuán diferentes e infinitamente superiores son sus caminos y pensamientos a los nuestros. Sus maniobras para con sus elegidos parecen incomprensibles a nuestro entendimiento finito cuando vemos que ella, que era la más bendita de todas las mujeres, encuentra menos descanso que ninguna otra.

El Altísimo lleva a cabo su consejo en silencio, sin poner los hilos de la red en manos mortales. Aparentemente, un decreto arbitrario decide dónde ha de nacer Cristo, pero si se examina atentamente, el cuadro no carece de un lado luminoso. Dios, como Todopoderoso, lleva a cabo su plan a través de los actos libres de los hombres; y sin su conocimiento Augusto es un representante oficial en el reino de Dios”.

Así, el Padre se sirvió de lo más bajo de la Tierra para traer la redención desde lo más alto del Cielo. La gruta se convirtió en su salón real, el abrevadero de piedra en su trono, el heno y la paja en su lugar de descanso, una lámpara de aceite en su candelabro, dos indigentes en sus siervos, tiras de tela rasgadas en sus ropas de fiesta y pastores despreciados en sus invitados de honor.

Conclusión
No había sitio en la posada, pero no porque la gente fuera tan cruel con una mujer embarazada, sino porque Dios quería glorificarse a sí mismo mediante la obra redentora de su Hijo. Y del mismo modo que su vida en el pesebre comenzó en los márgenes de la sociedad, también terminó en los márgenes de la sociedad: fuera de las puertas de Jerusalén, clavado en la cruz, en compañía de asesinos.

El mayor intercambio de la historia de la humanidad comenzó con el nacimiento de Jesús: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9).

Si aún no eres hijo de Dios, acepta esta gracia del Señor Jesucristo para salvarte del pecado, de la culpa y de la muerte. ¡Dale espacio a Jesús en tu corazón! Y si ya perteneces a Jesús, agradécele de todo corazón cómo su pobreza te ha enriquecido sobremanera.

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