Luchando por la fe
Cómo podemos mantenernos firmes hoy en día en medio del ataque cotidiano.
El origen de nuestro título se encuentra en la carta de Judas. En ella, se alerta de una forma tremenda de ciertos peligros y engaños que se estaban filtrando en las iglesias. Cuando leemos esta carta, encontramos los peligros de: la negación del señorío y la obra plena de Cristo, ataques contra toda forma de autoridad, sustitución de la predicación de la Palabra, ataques contra la inerrancia y suficiencia de las Escrituras, así como la avaricia camuflada de religiosidad e inmoralidad.
Aunque esta carta fue escrita hace casi dos mil años atrás, encontramos los mismos peligros hoy en día, y quizás hasta con una renovación más oscura y peligrosa.
Frente a engaños como estos, ¿cuál debería ser la actitud del creyente consagrado y la Iglesia que pretende mantener la fidelidad al Señor? Evidentemente va tener que luchar, va tener que pararse firme frente al engaño. No tenemos tiempo de analizar toda la carta, pero quisiera enfocarme a tres conceptos fundamentales para nuestros días:
La declaración de guerra del creyente
Después de su presentación y saludo introductorio, podemos observar un llamado a la lucha de parte de Judas contra la actividad y enseñanza trasmitida por los apóstatas (vers. 3,4): “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo”.
Judas empieza resaltando lo positivo para pasar luego a la corrección de lo deficiente.
Se ha dado muchas veces, que en lugares donde impera el legalismo, se resalten los mandamientos o prohibiciones, pero existe una gran falta de amor y consideración. Pero el otro extremo de esta situación, es el que se está observando hoy en día. Se enfatiza demasiado en un supuesto amor, pero a costa de la verdad. Se acepta todo, con la excusa del amor. Las dos actitudes tienen que ir de la mano —el amor y la verdad— y este balance lo encontramos en Judas.
En el versículo 3, encontramos que Judas, en lugar de escribir una carta animadora, de gozo en la salvación, tiene que encarar con toda dureza el pecado y el engaño.
A la mayoría de los predicadores les resulta mucho más fácil, y sobre todo, tendrán mucha mayor aceptación, si hablan de esperanza, amor, bienestar y seguridad, que el encarar algún pecado. De hecho, esto es una tendencia que va en aumento de manera tremenda. La gente no quiere escuchar de pecado, arrepentimiento, consagración, vivir en santidad, e incluso, de la sangre de Cristo. Son tópicos que se han vuelto impopulares. La tendencia de hoy la tenemos anticipada por el apóstol Pablo en su última carta: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Ti.4:3,4).
El llamado de Judas es a una lucha: “…que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”.
“Contender” viene de un término militar (gr. epagonizomai) que significa, contender (lidiar, batallar, pelear) acerca de una cosa, como combatiente (epi, sobre o acerca de, intensivo; agon, contención, combate), contender intensamente. Se hace referencia a una batalla intensa que el creyente tiene que dar. En esta expresión encontramos también la raíz de nuestra palabra “agonía”. Esto nos señala la profundidad, dolor y seriedad que incluye esta lucha. Si trazamos el paralelo a la agonía del Señor para decidir ir por este camino para lograr la salvación, ahora tenemos que defender algo que ha costado tanto, sin miedo a las consecuencias. Obviamente, no será un paseo, ni siquiera una competencia, sino una batalla sin cuartel. El peligro que el engaño entre en una iglesia no se puede encarar con palabras suaves y diplomacia barata.
En esta carta, el peligro se encuentra en una vida que intenta vivir una dualidad, estar en el mundo y en la iglesia al mismo tiempo, es decir, la filosofía humana sumada a algunos principios bíblicos aceptables. Esta actitud hay que atacarla con todas las armas. La pureza de la enseñanza bíblica hay que defenderla a capa y espada.
La lucha es en favor de “la fe”, expresión que se refiere a la doctrina de la salvación aprendida por estos creyentes.
Tenemos aquí un fuerte llamado a conocer, aplicar y defender la sana doctrina. Esto incluye toda la enseñanza, no solo lo que nos conviene o gusta. Hoy en día, la sana doctrina muchas veces es presentada en forma diluida, minimizando los requerimientos, las responsabilidades y la consagración que espera Dios. Los tópicos preferidos son amor, seguridad, paz, salud, prosperidad y un enfoque libertino respecto al pecado. Se enfoca sobre todo a una vida cómoda y tranquila en el presente. Muchas veces no se hace mayor énfasis en predicar la Palabra, porque de alguna forma Dios supuestamente se va encargar de salvar a todos, llegando al punto que no hay necesidad de arrepentimiento. De esta y otras formas se diluye, distorsiona y hasta anula las verdades fundamentales de “la fe”. Por esto hay que luchar (contender) denodadamente en favor de la exposición y aplicación de la sana enseñanza bíblica.
Esta enseñanza “ha sido una vez dada” por medio del Espíritu Santo a hombres fieles que la trasmitieron en forma escrita, y hoy la tenemos en nuestras Biblias. Si tenemos en cuenta al Autor, Su autoridad, entonces también veremos la seriedad de aplicarla al pie de la letra.
Esta expresión también nos habla de una culminación de la revelación. No necesitamos ninguna añadidura, de hecho, sería socavar la obra plena del Señor y, añadiría juicios sobre el que se atreve hacerlo (Ap. 22:18,19). El canon de la Biblia está completo, la revelación culminada; lo que ahora toca hacer es cumplir con lo recibido y defenderlo de los que lo quieren desvirtuar.
Los creyentes son “santos” o sea, separados del pecado para vivir una vida consagrada a Dios en contraposición con la tolerancia a la que los engañadores querían llevar a los creyentes.
Si miramos al llamado mundo cristiano, justamente observamos mucho de esta indulgencia frente al pecado en la vida personal, un rechazo al compromiso con la Palabra y la obediencia plena al Señor. En un mundo que propaga el relativismo y la ausencia de valores absolutos, el cristiano es tentado a ceder en sus convicciones y minimizar o hasta ignorar los absolutos bíblicos.
En el versículo 4 se exponen algunas características de estos engañadores:
- Son “algunos hombres” los que traen el engaño. Muchas veces el gran peligro radica en minimizar el hecho que “solo” sean un par de personas que enseñen algo libertino y siguen un estilo de vida sensual o pecaminoso. En esto tenemos que recordar el ejemplo que utiliza Pablo del peligro de un poco de engaño o pecado dentro de la Iglesia: “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?”. La misma frase la utiliza en 1 Corintios 5:6 y en Gálatas 5:9; en la primera cita para atacar la indulgencia frente a la inmoralidad en la iglesia, y en la segunda, la permeabilidad frente a la falsa doctrina. El principio es el mismo. Aunque solo sea una persona, el poder corruptor para el resto de la iglesia local puede ser catastrófico, de la misma manera que unos gramos de levadura afectan toda la masa. Por lo tanto, hay que ser radical con cualquier influencia pecaminosa. Y si esto está enfocado a socavar la doctrina de Cristo, con más razón todavía.
Regresemos al texto; dice que estos hombres “han entrado encubiertamente”. Esta expresión es muy ilustrativa de la forma como se van introduciendo. En el original significa (gr. pareisduo) entrar por el lado (para, al lado, eis, en), insinuarse hacia adentro, entrar a escondidas.# Indica una infiltración engañosa para destruir algo establecido.
Pero Judas también advierte que estos engañadores han “sido destinados para esta condenación”. El castigo para los falsos maestros, los apóstatas, ya fue anticipado mucho antes. ¡Ay de aquel que se atreve a distorsionar el mensaje divino o intente hacer división en la Iglesia de Cristo!
Son definidos como “hombres impíos” (gr. asebes), los que están sin Dios, en abierta rebelión contra lo que el Señor quiere. Por lo tanto, buscan e influyen a los demás a que se vuelvan como ellos.
Los apóstatas transformaban la Gracia —y en esta expresión observamos su estrategia nefasta. Dan vuelta los valores, los llevan precisamente a lo opuesto de lo deseado por Dios y lo transforman en “libertinaje”. Esta palabra (gr. aselgeia), denota exceso, desenfreno, indecencia, se traduce como “lascivia” en casi todos los pasajes en que aparece. Son moralmente pervertidos, sin reservas.
Son personas que buscan introducir y hacer aceptable un estilo de vida inmoral. Pervierten la Gracia de Dios, este don no merecido, en una licencia para llevar a cabo cualquier pecado. Su pensamiento era algo así: si existe la Gracia divina, se puede vivir en el pecado sin problemas (comp. Ro. 6:1,2).
Creo que justamente en este punto tenemos un gran paralelo con la actualidad. En el mundo llamado cristiano, se escucha cada vez más: “Dios es un Dios de amor, y nos acepta tal cual somos”, lo que para ellos significa que pueden hacer todo lo que se les ocurra, vivir como les plazca, porque el Padre igual los aceptará —no hay nada más lejos de la verdad bíblica, el que permanece en pecado será juzgado—.
Otra actitud de los apóstatas es que “niegan a Dios el único soberano y a nuestro Señor Jesucristo”, o mejor dicho: “niegan a nuestro único Dueño y Señor, Jesucristo”. Una actitud recurrente de los falsos maestros es negar la deidad de Jesucristo y el reconocimiento de Su señorío en la vida de los creyentes (comp. 1 Jn. 2:22,23). Rechazan cualquier autoridad que pudiera tener sobre las vidas de los que profesan seguirle.
Frente a estas características, no es de extrañar que Judas fuera tan vehemente en su llamado de atención.
¿Qué haríamos si viéramos una serpiente cascabel entrar a un jardín de infantes? Obviamente advertiríamos a los encargados, llamaríamos por ayuda y haríamos todo lo posible para evitar el daño mortal que pudiera causar el animal.
Acá había personas que destilaban un veneno espiritual mortal. Se habían introducido sigilosamente en las iglesias donde buscaban tergiversar la Gracia de la salvación de Dios, para transformarla en un incentivo para una vida de inmoralidad desvergonzada. También negaban el señorío de Cristo, Su unicidad de Dios y hombre, y con ello destruían todo el edificio de la salvación por la fe en la obra vicaria del Señor.
Si trazamos el paralelo a la actualidad, encontramos las mismas serpientes, que inicialmente son sigilosas, pero cada vez más descaradamente van en contra del señorío de Cristo, la necesidad de Su obra, negando Su resurrección y con ello, minan las bases de la fe cristiana. Esto generalmente viene acompañado de un estilo de vida libertino. La verdad es dejada de lado para sobre enfatizar un pseudo amor abierto a cualquier desvarío moral.
Estos días escuchaba un podcast donde el pastor Stephen Davey cuenta que un periódico hizo una publicación de media página en la sección del ciudadano destacado de la semana. Allí presentaban a un clérigo que afirmaba que el nacimiento virginal de Jesús era un mito innecesario. Decía también que el apóstol Pablo era homosexual y que el código moral de la Iglesia era un vestigio de la Edad Media. Cuando el pastor Davey llamó al diario para pedir el mismo lugar para rebatir esta mentira, ¡le dijeron que le costaría 5,000 dólares!
También a nosotros nos toca pelear ardientemente por una enseñanza fiel y luchar en nuestra vida personal para que el enemigo no nos lleve a esta clase de indulgencia frente al pecado.
Entonces, tenemos una declaración de guerra de parte del creyente.
La defensa del creyente
Esta carta nos indica con claridad cómo se debe combatir y cómo nos podemos defender de la herejía, no importando de la forma que esta se presente. Recordemos cómo Judas empezaba su advertencia: “me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (v.3b). Esto no significa que la salvación se pudiera perder, pero estos herejes procuraban engañar a aquellos que sí necesitaban el verdadero Evangelio. Los creyentes tenían que velar por la sana enseñanza, de manera que los perdidos pudieran encontrar el camino a la salvación. Lamentablemente, hoy en día existe una tendencia cada vez mayor de ceder a la teología liberal y buscar el diálogo con las religiones enemigas de Cristo. En lugar de ello, hay que retener los tesoros de la fe y defender la sana doctrina bíblica.
Según una investigación de Ellison Research, hecha ya hace dos décadas atrás, más del 50 % de las iglesias protestantes en los Estados Unidos se han adaptado en los últimos cinco años a las llamadas creencias contemporáneas. Entre estas ideas contemporáneas, se incluyen también los cultos de alabanza dónde se deja de lado la Palabra de Dios, manipulando tan solo las emociones. La enseñanza bíblica y la edificación espiritual se acorta cada vez más, a cambio, la repetición incesante de los coros es cada vez más larga. Creo que esto se viene acentuando cada vez más en nuestros días.
A lo ya mencionado, le podemos añadir una larga lista de tendencias de dilución o incluso crítica a la inspiración de la Palabra, shows donde las personas y las emociones son el centro de las reuniones. La cuestión es pasarla bien, sin confrontación al pecado, llamados al arrepentimiento y una vida santa. El dios que predican, es un dios que es tolerante con cualquier forma de vivir.
Entonces, el llamado de Judas a combatir estas y otras tendencias en las iglesias es absolutamente actual y urgente. Pero, ¿tendremos las armas adecuadas para ello?
Hagamos un breve resumen a lo que los creyentes estaban enfrentando: las define como (v.4) personas impías, libertinas, que niegan la soberanía de Cristo; (v.8) moralmente pervertidas, que niegan a Cristo, contaminan el cuerpo, son rebeldes; (v.10) maldicen a las potestades, hacen énfasis en sueños; (16) ignorantes, corrompidos, murmuradores, buscadores de faltas en otros, interesados en lo propio, arrogantes, aduladores; (v.18) burladores; (v.19) causan divisiones, enfocados a los sensual y sin la presencia del Espíritu Santo.
Frente a tanta influencia nefasta y ataques directos, se requería de un fundamento firme para no ser arrancado por estas olas de engaño.
Bueno, ahora, después de serias advertencias y variados ejemplos acerca de los engañadores, su carácter, artimañas y herejías, el autor nos señala las bases para mantenernos firmes en medio de este ataque satánico (vers. 20, 21): “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna”.
En contraposición con el engaño que les hace caer, acá el autor presenta las bases para que los creyentes estén firmes en medio de la lucha con la apostasía. Pareciera como que estuviera poniendo los fundamentos de una edificación en sus cuatro esquinas. Para que no se agriete, caiga o se hunda, tiene que estar edificada sobre buenas bases. Son como las rocas sobre las cuales se levanta un faro. Estas son:
- El primer fundamento es: “…edificándoos sobre vuestra santísima fe”. Judas señala la importancia de edificar sobre un fundamento firme. ¿Cuál es ese? Jesucristo es la piedra del ángulo, sobre el cual los apóstoles y profetas que escribieron el NT pusieron la base para la Iglesia (1 Co. 3:11; Ef. 2:20). Esta es también la primera que se nombra entre las actitudes de los primeros creyentes en Jerusalén. Ellos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles…” (Hch. 2:42). Es la familiaridad y la aplicación de la doctrina bíblica la que nos hace sensibles frente al engaño y nos ayuda a contrarrestarlo. Todo lo que necesitamos para discernir y enfrentar el engaño lo tenemos en la Palabra de Dios —hay que estudiarla y asimilarla en la vida diaria.
Entonces, la edificación de los creyentes en la “santísima fe”, es el estudio y aplicación de las sagradas Escrituras a la vida personal y de la Iglesia (Hch. 20:32). Precisamente el primer fundamento que señala el autor en la carta, es el primero en ser atacado por los herejes, ya sea por la forma diluida o inexistente de la enseñanza bíblica en las iglesias, o por desvirtuando o contradiciendo directamente las verdades bíblicas. Los estudios bíblicos están desapareciendo de muchas iglesias, dando lugar a breves devocionales, si es que todavía abren la Biblia.
- El segundo fundamento es: “…orando en el Espíritu Santo”. Esto no es un llamado a tener un éxtasis emocional, sino una dependencia constante del Espíritu en una sujeción completa a la voluntad de Dios (comp. Ef. 6:18). Esta búsqueda y dependencia también es fundamental para entender en forma adecuada la doctrina apostólica del primer fundamento. También eso era la costumbre en la primera iglesia, pues “perseveraban en… las oraciones” (Hch. 2:42).
Otro ataque que está resultando muy eficaz en la actualidad, es la falta de oración en el pueblo de Dios. Solo hay que hacer una encuesta acerca de cuánto ora el creyente diariamente o ver cuántos hermanos se congregan para orar en el culto de oración, en comparación con el culto normal. ¡Qué es el creyente sin oración! Se vuelve ineficaz, inestable, infructífero y muy vulnerable. ¡Así nos quiere tener el enemigo! Hoy son muchas las excusas y distracciones que nos quieren alejar de la oración, y lamentablemente lo logran en gran medida.
Alguien decía: «El diablo se ríe de nuestro conocimiento, se burla de nuestros esfuerzos, pero tiembla cuando llevamos una vida íntima de oración».
- La tercera base es “…conservaos en el amor de Dios” (vers. 21). La palabra “conservaos” (gr. terós) significa vigilia; guardar de pérdida o daño, propiamente por mantener el ojo sobre.
Acá se nos exhorta a permanecer en el amor de Dios. Este siempre está, pero cuando permitimos pecados en nuestra vida, hay algo que se interpone. Entonces, el conservarse en el amor de Dios es vivir en la obediencia práctica, porque el que ama al Señor es el que guarda los mandamientos.
- La cuarta base para estar firme frente al engaño es estar “…esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna” (v. 21b). Allí Judas hace referencia a la expectativa y al actuar acorde a la realidad de un inminente retorno del Señor para llevar a su Iglesia al Cielo. Cuanto más oscuros los tiempos y cuanto más evidente el engaño, más seguros podemos estar de la pronta venida del Señor. Esta expectativa nos lleva a una vida de santidad y consagración. Además, en un mundo con creciente apostasía, la mayor necesidad son luces que brillan en forma nítida. Continuamente surgen olas de engaño, cosas novedosas, características de la Nueva Era y hasta superstición dentro del ámbito evangélico. Para estar firmes, volvemos a decirlo, necesitamos la presencia de la Palabra en nuestra vida.
Desafortunadamente, muchas iglesias se han alejado del estudio de la Palabra profética en los últimos años. ¡Esto es devastador! Ello produce una falta de expectativa y una vida alineada con la Eternidad, y la búsqueda de valores eternos y recompensados en ella. Mientras hoy experimentamos de manera especial cómo la profecía sobre el fin de los tiempos se cumple dramáticamente ante nuestros ojos, la mirada de muchos se aparta de ella. El Señor podría venir cualquier día para el Arrebatamiento de la Iglesia (1 Tes 1:9-10; 4:13-18). Nada tiene que cumplirse antes de ese acontecimiento. Añádase a esto el hecho de que las piezas de ajedrez para los acontecimientos que solo pueden tener lugar después del Arrebatamiento ya están en gran parte en su lugar; esto hace que el evento de la venida del Señor Jesús para salvar a la Iglesia de la ira venidera ¡sea aún más urgente y actual!
La venida del Señor nos desafía, pero también nos llena de esperanza.
Hasta aquí hemos visto:
- Una declaración de guerra de parte del creyente.
- La defensa del creyente
Ahora veremos:
Los desafíos para el creyente
Teniendo presente el daño que ocasionan estos falsos maestros, el cristiano genuino también tiene una gran responsabilidad respecto a aquellos que están en peligro. Hay otra lucha que tenemos que dar. El autor señala tres de ellas, que evidentemente están enfocados a tres grupos cuya lejanía de la verdad o influencia del engaño se encuentra en diferentes niveles:
“A algunos que dudan, convencedlos” (vers. 22). El verdadero creyente tiene que buscar convencer a los que dudan. El verbo “convencer” (gr. eleeo) significa, en general, sentir simpatía con otra persona en su miseria, y especialmente simpatía manifestada en actos; es tener compasión o misericordia. Por lo tanto, en este contexto, es tener una compasión amorosa, buscando que los que estén en el camino equivocado encuentren el verdadero. A aquellos que tienen dudas sinceras y absolutamente legítimas, hay que responderles con base bíblica para que su fe crezca y se afirme.
De este tipo de personas hay muchas en el mundo —están mareados de tantas enseñanzas religiosas dispares—.
Recuerdo el caso de un hombre que nos pidió aventón en la carretera, que venía de un contexto religioso, que era una mezcla entre lo católico y los testigos de Jehová. Después de predicarle el Evangelio, repetía una y otra vez: “¿Por qué nunca nadie me dijo esto?”.
Con mucha paciencia y compasión hay que buscar guiarlos a la verdad.
Respecto al segundo grupo la orden es: “A otros salvad, arrebatándolos del fuego” (vers. 23). Aquellos que ingenuamente siguen a los engañadores, hay que confrontarlos con la verdad del Evangelio para que tengan la posibilidad de creer y así ser salvados de la condenación eterna. El verbo arrebatar (gr. járpaso) es el mismo que se usa para la palabra arrebatamiento (1 Ts.4:17), y hace referencia a algo que es llevado a la fuerza con rapidez, pero también define el ir al encuentro.
Por lo tanto, aquí se refiere a un decidido ir al encuentro de la persona que se está por perder tras los engañadores, para que no termine en el infierno.
¡Cuántos de ellos están a nuestro alrededor hoy en día! ¿Qué hacemos?
Respecto al tercer grupo, el de los engañadores mismos, Judas nos indica mantener una distancia de protección, pero marcada por la misericordia: “…y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne” (v. 23b). Estos son los que siguen o incluso promueven la apostasía. Aunque el creyente tiene que predicarles la verdad con compasión divina, también tiene que cuidarse mucho para no ser influenciado de alguna forma por sus enseñanzas y sus prácticas libertinas. Las ropas contaminadas nos recuerdan a los leprosos en tiempos bíblicos: había que apartarse de ellos con horror, para no tener contacto infeccioso. Esto es exactamente una alusión a una vida en pecado que puede resultar muy seductora para el evangelista bien intencionado.
El apóstol Juan señala la misma actitud tajante: “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2 Jn. 1:10,11).
Entonces, resumiendo, nos encontramos frente a un ataque sin cuartel de parte del enemigo. Estos ataques se dan de forma directa, pero de ellas la más letal es la sigilosa, la que se va infiltrando y minando las bases de la doctrina bíblica y los principios de vida cristianos. Frente a ello, el creyente es llamado a la lucha por la fe, por la firmeza de las iglesias y la salvación de los que dudan o están siendo engañados.
No dudemos de levantar bien en alto la “espada del Espíritu” y cuidemos nuestra vida personal. Hay una lucha encarnizada, pero, como dice el apóstol Pablo: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Co. 2:14).