Los judíos: ¿enemigos de todos?

Reinhold Federolf

Tras la Segunda Guerra Mundial y con la publicación de los terribles malos tratos infligidos a los judíos por el régimen nazi, creció la esperanza generalizada y justificada de que el antisemitismo había sido derrotado y finalmente erradicado, junto con los seis millones de víctimas de los campos de concentración y exterminio. Pero, por desgracia, esta es otra de esas ilusiones humanas condenadas al fracaso por la realidad de los hechos.

La fundación del Estado de Israel en 1948 puso a todo el mundo árabe en contra de los judíos. Aunque en realidad nunca habían tenido vecinos bienintencionados, ahora se convirtieron en blanco específico de ataques. Las reparaciones de guerra y los pagos atrasados a los supervivientes judíos que tuvieron que realizar trabajos forzados en las fábricas alemanas no fueron aprobados por todos y en algunos casos fueron despreciados. Pero no solo en Alemania se agitaba de nuevo el monstruo subliminal del antisemitismo.

Antisemitismo cristiano
Hoy en día, volvemos a ver manifestaciones de desprecio hacia Israel a causa del Estado judío y sus políticas. En todo el mundo presenciamos un creciente renacimiento del antisemitismo tras las máscaras de la tolerancia hipócrita y la corrección política, incluso en países que al menos solían simpatizar con Israel.

Es muy triste cuando estas antipatías se extienden en los círculos y denominaciones cristianas. En realidad, que el mundo odie a los judíos no es nada nuevo; pero lo realmente chocante son las figuras cristianas influyentes que invocan el Nuevo Testamento para negar toda legitimidad al pueblo que nos trajo la Biblia y al Salvador. El apóstol Pablo, por ejemplo, advierte a la iglesia de Tesalónica que los judíos son los enemigos de todos los pueblos. A la gente le gusta referirse a esos pasajes para expresar un antisemitismo disfrazado de cristiano:

“Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas que ellas padecieron de los judíos, los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo” (1 Ts. 2:14-16).

Debemos comprender qué catástrofe tuvo lugar en el antiguo Israel: después de que los estudios e interpretaciones de la Ley de los sabios rabínicos se pusieran al mismo nivel que las Sagradas Escrituras, y en algunos casos incluso por encima de ellas, toda la maravillosa revelación de Dios a Israel mutó en una simple religión con sus características típicas: una alta clase religiosa orgullosa, farisaica y ávida de dinero dominaba al pueblo y lo mantenía cautivo en todo un laberinto de regulaciones. Esto afectaba tanto a los muy celosos, incluso fanáticos fariseos, a los que también podemos calificar de legalistas, como a los liberales saduceos. Escondían muy hábil y astutamente privilegios, poder, orgullo y enriquecimiento personal bajo una piadosa piel de cordero. En definitiva, la carne, el “viejo” Adán, el hombre natural, fue refinado y retocado exteriormente, pero todo ello condujo a una terrible ceguera y engaño. Lo peor, sin embargo, fue la obstinada hostilidad hacia Jesús y hacia todos los que le confesaban como Mesías y Salvador.

La religión es una táctica satánica para evitar la cruz y excluir a Jesús. En toda su santurronería, los líderes religiosos, llamados “judíos” en 1 Tesalonicenses 2, ya no necesitaban un Mesías que perdonara los pecados y muriera en su lugar. Para ellos eso era un insulto, una provocación.

Como mucho, querían un líder político que expulsara a los romanos y volviera a poner a Israel a la cabeza de las naciones. Solo así podemos entender el juicio demoledor y condenatorio de Jesús en Juan 8 a partir del versículo 31 y por qué marcó a “los judíos” de hijos de Satanás y subrayó que querían matarle. Primero lo negaron con vehemencia, pero luego lo decidieron y lo intentaron (v. 59).

Vemos exactamente el mismo patrón y las trágicas consecuencias en gran parte del llamado cristianismo actual: por un lado, una teología moderna que critica la Biblia y, por otro, llamamientos piadosos de autoayuda mezclados con una creencia mágica en el evangelio de la prosperidad y una adhesión ya patológica a los signos y prodigios. Y eso significa que en un futuro próximo muchos de estos grupos religiosos decadentes estarán aclamando al Anticristo.

¿Quiénes son esos judíos?
¿Se refiere el juicio negativo de Pablo a toda la nación de Israel? Para responder a esta importante pregunta, debemos fijarnos en el contexto. Si “los judíos” se mencionan en el Evangelio de Juan en sentido negativo, entonces por el contexto está claro que en realidad se refería a judíos de Jerusalén y de la región de Judá.

El término “judío” está muy mal visto hoy en día y resulta un cliché antisemita. Incluso entonces, no todos los israelitas eran judíos, ya que existía una distinción entre las doce tribus de Israel. En tiempos de Jesús, por ejemplo, los discípulos se llamaban galileos. Hoy en día, a todos los descendientes semitas de la línea Abraham-Isaac-Jacob se les llama judíos de forma estereotipada, a menudo con intenciones discriminatorias. Durante el régimen nazi alemán, esta idea fue aceptada de buen grado por un cristianismo en gran medida silencioso e incluso aprobador, y se prolongó hasta el Holocausto.

Así que tenemos que averiguar por el contexto qué se quiere decir con “los judíos”: si se trata de una simple distinción entre judíos y gentiles, si se trata de miembros judaizantes de la comunidad de Jerusalén que causaban problemas entre los creyentes gentiles, o si se trata de las autoridades religiosas de Jerusalén de la época que condenaron a Jesús y más tarde también quisieron quitar de en medio a sus discípulos.

¿Es realmente antisemita el Nuevo Testamento?
Otro pasaje favorito del antisemitismo cristiano es el enfrentamiento de Jesús con los judíos en el Evangelio de Juan:

“Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:39-44).

Este pasaje en particular es estremecedor. Por el contexto, reconocemos que se trata de un “discurso de Jesús en el templo” (v. 2), en el que se dirigió a un público concreto: “Entonces Jesús habló a los judíos que habían creído en él…” (V. 31). Así que aquí estamos hablando principalmente de personas judías que pretendían creer en Jesús. Pero Jesús no se dejó engañar por las apariencias y les habló con la intención de “dar a conocer lo que había en sus corazones” (cf. Deuteronomio 8:2; 2 Crónicas 32:31). A Cristo no le interesan los seguidores religiosos, ni la mera afirmación intelectual, sino los seguidores auténticos, es decir, los nacidos de nuevo.

Pero algo iba mal aquí, porque este grupo de supuestos judeocristianos se descalificó a sí mismo al etiquetar luego a Jesús con uno de los peores insultos: “¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano y que tienes un demonio?” (Juan 8:48).

No eran oyentes “normales”; Juan se refiere a ellos como “los judíos”. Eso es un poco extraño para nosotros, porque en un sentido étnico y como mucha gente lo entiende, todos eran judíos –pero eso era diferente en aquella época. Más bien, debían de ser seguidores del mismo grupo que Juan el Bautista ya había rechazado con extrema dureza:

“Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mt. 3:7-10).

Más adelante escuchamos palabras muy serias del propio Señor:

“Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero. O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:31-34).

Y unos capítulos más adelante:

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?” (Mt. 23:29-33).

Estos “judíos” eran hipócritas empedernidos, tan cegados que acusaron a Jesús de engaño demoníaco y querían matarlo. Con esta acusación, cometieron el pecado contra el Espíritu Santo, para el cual no había perdón. Y la tragedia fue que se trataba de Israel. Se trataba del pueblo elegido por Dios para ser los receptores de la revelación divina y el canal a través del cual el Mesías iba a venir a este mundo.

“¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis” (Lc. 11:52). Estos líderes bloquearon el acceso a la salvación, ¡y eso fue una transgresión terrible! Se suponía que la ley debía conducir a Jesús a través del reconocimiento del pecado y la demostración de la insuficiencia y la pérdida humanas (Gál. 3:24), pero los líderes religiosos pervirtieron la ley convirtiéndola en justicia propia, y esto causó un cortocircuito espiritual sin esperanza.

Cuando el término “judíos” se utiliza en sentido negativo en los Evangelios, siempre se refiere a este grupo específico, que hoy haríamos mejor en llamar las “autoridades de Judea de Jerusalén”. Por desgracia, la sentencia de Jesús “Vosotros sois de vuestro padre el diablo…” (Jn. 8:44) se aplicó rápidamente de forma generalizada a todos los judíos. Si a esto añadimos los “Protocolos de los Sabios de Sion” y los llamamientos al boicot del “Estado de apartheid de Israel”, mucha gente se deja engañar pensando que los judíos son nuestra desgracia.

Holocausto y trabajo preparatorio de la Iglesia
Sin embargo, una actitud generalmente hostil hacia Israel no solo se encuentra en los círculos seculares, sino también en varias denominaciones cristianas. Podemos ver adónde puede conducir el “exterminio espiritual” de Israel de la historia de la salvación en la aberración absolutamente antisemita en la vida de Martín Lutero, el gran reformador alemán.

En el tristemente célebre libro “Mi lucha”, Hitler justifica su lucha contra los judíos con las siguientes palabras: “Lutero fue un gran hombre, un gigante. Con una sacudida atravesó la penumbra, vio al judío como nosotros recién empezamos a verlo actualmente (…) Yo solo estoy haciendo lo que la Iglesia ha estado haciendo durante mil quinientos años, pero de manera más eficaz”.

Y Julius Streicher, editor del boletín semanal nacionalsocialista Der Stürmer dijo en su defensa ante el tribunal: “El Dr. Martin Lutero estaría sentado hoy en este banquillo de los acusados en mi lugar, si este libro fuera tomado en consideración por la acusación. En el libro “Los judíos y sus mentiras”, el Dr. Martín Lutero escribe que los judíos son una raza de serpientes, que hay que quemar sus sinagogas, que hay que destruirlos. Eso es exactamente lo que hicimos”.

En su ejecución el 16 de octubre de 1946 se despidió con las siguientes palabras: “¡Heil Hitler! Este es mi fiesta Purim 1946…”.

Al “exterminio” espiritual de Israel de parte de los padres de la Iglesia le siguieron más tarde violentos pogromos y el terrible Holocausto, incluidos los juicios a herejes durante la Inquisición medieval con sus indescriptibles métodos de tortura. Esto únicamente fue posible porque el catolicismo, al igual que “los judíos” en la época de Jesús, desarrolló una religiosidad que situaba las tradiciones creadas por el hombre y las adiciones que aseguraban el poder al lado y por encima de la Palabra de Dios y, por lo tanto, defendía de forma fanática y extremadamente agresiva la posición de monopolio que era la única que podía traer la salvación.

En última instancia, ¡el antisemitismo de Hitler solo puede explicarse teológicamente! Porque, como dijo Adolf Hitler en su libro “Mi lucha”: “No puede haber dos pueblos elegidos”.

El exterminio del pueblo judío, ese así llamado “cáncer de la humanidad”, fue el principal objetivo de Hitler hasta el final. Los judíos habrían inventado la conciencia, lo cual la raza superior no necesitaba (similar a la opinión de Himmler, que dijo que dos mil años de historia judeo-cristiana solo habían dado lugar a falsos sentimientos de culpa).

Hitler siguió opinando: “Para nuestro pueblo, sin embargo, es decisivo si tiene la fe judeo-cristiana y su blanda moral compasiva o una fe fuerte y heroica en Dios en la naturaleza, en Dios en su propio pueblo, en Dios en su propio destino, en su propia sangre”.

La similitud entre el vocabulario antijudío en el cristianismo y el vocabulario racista de los nacionalsocialistas es particularmente sorprendente. El biógrafo de Dietrich Bonhoeffer, Eberhard Bethge, lo expresa de forma similar: “…los nacionalsocialistas no inventaron ni una palabra nueva. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos siguieron casi todos el consejo de Juan Crisóstomo (siglo V): Es deber de los cristianos odiar a los judíos. Cuanto más amamos a Cristo, más debemos combatir a los judíos que le odian”.

Así que llegamos a la conclusión de que el Holocausto es la terrible cosecha de una siembra permanente… sin el antijudaísmo cristiano, el antisemitismo racista y, por tanto, el Holocausto no habrían sido posibles. ¿No es esto terrible?

¿Y el Antiguo Testamento?
A todos los que ahora señalan los llamados pasajes antisemitas del Nuevo Testamento y sugieren que deberían separarse o hasta incluso suprimirse por completo de forma similar a los apócrifos, permítanme decirles lo siguiente: ¿se dan cuenta de que las sagradas Escrituras de Israel, el llamado Antiguo Testamento, contienen muchos más pasajes “negativos” que el Nuevo Testamento?

Por ejemplo, el capítulo de la bendición y la maldición en Deuteronomio 28 con las consecuencias anunciadas para la rebelión permanente contra Dios —en que el enemigo divinamente autorizado entonces asedia y mata de hambre a las ciudades hasta tal extremo (cumplimiento p.ej. en 2 Reyes 18:27; Isaías 36:12) que la situación llega a un punto de canibalismo desesperado y terrible (Deuteronomio 28:53-57), casi hasta el exterminio (Deuteronomio 28:62). Al igual que se cumplió el juicio profetizado de Israel en el Antiguo Testamento, lo mismo ocurrió con las profecías de Jesús, que se cumplieron literalmente: Jerusalén, junto con su magnífico templo, fue arrasada por los romanos.

Todos los pasajes negativos y todos los castigos y juicios profetizados no justifican en modo alguno ningún tipo de discriminación o antisemitismo. La otra cara de la moneda apunta a las promesas tras los castigos, a la futura restauración, tanto territorial como nacional y, en última instancia, también espiritual. El reinado del Mesías se realizará desde Israel.

Jesús profetizó: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:38-39).

Un anuncio que ya podemos leer en el profeta Oseas: “Porque muchos días estarán los hijos de Israel sin rey, sin príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines. Después volverán los hijos de Israel, y buscarán a Jehová su Dios, y a David su rey; y temerán a Jehová y a su bondad en el fin de los días” (Os. 3:4-5).

Cada uno de estos dos versículos trata sobre el juicio, ¡pero cada vez hay un “después” o un “hasta”!

Se pueden encontrar versículos bíblicos como prueba para todo tipo de ideas; solo hay que sacarlos de contexto. Si ves a Israel representado simbólicamente en la higuera, entonces por un lado puedes leer su rechazo eterno: “Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera” (Mt. 21:19).

Por otra parte, otro versículo apunta a una evolución positiva: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt. 24:32-34).

En este discurso profético del Monte de Olivos, Jesús se dirige a los fieles representantes de Israel y revela el final de los tiempos desde el punto de vista de Israel. Con “esta generación”, Cristo se refiere a las personas que se encontrarán en Israel durante los acontecimientos apocalípticos y serán testigos de los sucesos profetizados que concluirán gloriosamente con la venida del Rey de reyes.

Antisionismo “bíblicamente fiel”
Hay algunos versículos en las Escrituras que son distorsionados incluso por cristianos bíblicamente fieles y usados contra el bando de los amigos de Israel. Estas personas dejan claro que aparte de la Iglesia, es decir, después de la era de la Iglesia, no habrá más nada para Israel. Por eso debemos conocer y estudiar bien nuestra Biblia, toda la Escritura, el consejo completo de Dios (Hechos 20:20.27), y estar alertas, porque “una teología después de Auschwitz estará alerta ante cualquier antijudaísmo, incluso antijudaísmo oculto en textos bíblicos y dogmáticos” (Rudolf Krause en “Der Holocaust - eine Theologiewende? – Esbozos judíos y cristianos de una teología después de Auschwitz”).

Por desgracia, el cristianismo, con sus múltiples facetas confesionales, ha demostrado y sigue demostrando ser una herramienta ideal para incitar al antisemitismo. La teología del reemplazo es la base y el escenario de los disturbios y los llamamientos al boicot contra Israel y los judíos, porque sustituye a Israel por la Iglesia —sin violentar la Palabra de Dios, es imposible adherirse a esta doctrina y defenderla—. Una gran parte de la profecía bíblica es sacrificada, en contra de su verdadera redacción y significado, a un simbolismo que puede reflejar ilusiones y prejuicios, ¡pero que en última instancia representa una agresión, un ataque contra la Palabra del Señor y Su plan con Israel!

La “versión light” de muchos cristianos
“…dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra” (Is. 49:6).

Este versículo comienza en algunas traducciones al inglés de la Biblia con las palabras: “It’s too light a thing…”, que en español se expresan como “es demasiado poco, demasiado escaso”. Del contexto se desprende claramente que este siervo del Señor no solo ha de restaurar Israel, sino también ser la salvación de Dios hasta los confines de la Tierra.

Israel no es suficiente para Dios, Él quiere salvar a personas de todo el mundo. La mayoría de los cristianos no tienen ningún problema con eso. Pero, ¿qué pensamos del papel de Israel en la misión mesiánica? Después de todo, este siervo del Señor murió como el Cordero de Dios en su primera venida, como se profetiza en detalle cuatro capítulos más adelante en Isaías 53. Luego, después de Pentecostés, comenzó la proclamación del Evangelio, la Buena Nueva, por todo el mundo, hasta “los confines de la tierra”. Pero la reunión y restauración de Israel también forma parte de la misión de Cristo. ¿Nos conformamos con una “versión light” mutilada de las Escrituras o creemos en toda la Biblia?

La esperanza nacional de Israel, o ¿Hay algo posterior a la Iglesia?
Los judíos ya no son el pueblo elegido de Dios —por ejemplo, tal como lo proclaman tan descarada y abiertamente Harry Bethel y sus Bethel Ministries. En muchos otros casos, esto sucede más encubiertamente, subliminalmente, “entre líneas”, o solo se nota por lo que no se dice o nunca se dice ni predica.

La razón real de todo rechazo cristiano a Israel radica en la suposición de que Dios ha rechazado definitivamente a este pueblo y que la Iglesia ocupa ahora el lugar que antes pertenecía a Israel. En términos teológicos, esto se denomina teología de la sustitución. Para Colin Chapman, defensor de este punto de vista, esto significa llanamente: “La llegada del reino de Dios a través de Jesucristo cambió y reinterpretó todas las promesas del Antiguo Testamento”. Este punto de vista pertenece normalmente a la escuela de pensamiento de la llamada “teología del pacto”.

Así que parece tan simple como eso: las promesas para Israel han quedado invalidadas y ahora están siendo reinterpretadas y aplicadas a la “Iglesia”, como la portadora de las bendiciones. Por cierto, Mahoma también practicó esto y así desvió y canalizó todo a través del islam hacia los árabes.

Aunque la llamada “teología de la sustitución” ya existía a finales del siglo I, no formaba parte de la postura oficial de la doctrina cristiana, como explica el Dr. Thomas McCall. No fue hasta finales del siglo IV cuando Agustín difundió esta idea en su escrito “Sobre el Estado de Dios”, también conocido como “Ciudad de Dios”. Agustín dio testimonio de que primero fue un milenarista; esto significa que creía en un reino de mil años de Cristo después de su regreso a este mundo. Esto es lo mismo que el llamado premilenarismo o premilenialismo. Sin embargo, luego llegó a la conclusión de que esto era “carnal” y que el reinado de Cristo, basado en la era de la Iglesia, era más “espiritual”.

Sin embargo, este punto de vista únicamente es posible si Israel es (teológicamente) “destruido”, y totalmente excluido y se cancelan todas las promesas al pueblo judío. Todas estas promesas de bendición se cumplen ahora en la Iglesia.

Resulta desconcertante cuando particularmente los cristianos creyentes en la Biblia, omiten versículos importantes según el lema: “¡Lo que no debe ser, no puede ser!”. Tal vez se trate de una cuestión de preferencia personal o de una aversión crónica a los judíos. En cualquier caso, la objetividad bíblica está siendo nublada y cegada. Si un científico expone una tesis, ¡puede resultar cierta o puede ser derribada por contraargumentos irrefutables! Procedamos del mismo modo y consideremos al menos uno de los misterios que Dios revela en el Nuevo Testamento:

El secreto revelado
Si no quedara nada para Israel después de la era de la Iglesia, ¿qué clase de misterio sería el que el apóstol Pablo menciona y proclama a través del Espíritu Santo en Romanos 11:25?

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, Que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, Cuando yo quite sus pecados. Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:25-29).

¡Irrevocable significa: sin posibilidad de cambio (irreversible = no cancelable)! ¿Qué sentido tiene revelar este secreto si como pueblo, Israel ya no tiene promesas?

Aquí se nos revela y aclara que, tras la salvación de los pueblos de todas las naciones, las cosas con Israel continúan de un modo especial. Únicamente así puede resolverse la contradicción: “Enemigos por causa de vosotros… amados por causa de los padres”.

Pablo utiliza entonces una expresión fuerte: ¡irrevocablemente! Por eso nuestro hermano americano Thomas Ice también afirma: “Nada en este mundo puede hacerme cambiar de opinión (sobre la elección de Israel), a menos que alguien consiga destruir el sol, la luna y las estrellas” (ver Jeremías 31:35-37). ¡Maranatha!

Otra voz judía señala las promesas a Israel como nación: “Aunque los cristianos tienen una clara comprensión de la salvación ‘personal’, la idea de la salvación nacional les es extremadamente extraña. Aunque casi el 90% de los libros proféticos hablan de la salvación nacional de la casa de Israel o de la nación de Israel…”.

Para reflexionar
Se requiere objetividad bíblica, una visión global de las grandes verdades en las Escrituras, un corazón abierto, libre de cargas y sin opiniones preconcebidas. Desde 1948 a más tardar, cuando los judíos que regresaron fundaron el Estado de Israel, todos los cristianos tenemos la certeza absoluta de que nuestro Dios cumple profecías milenarias. Si incluso el mundo secular reconoce que el desierto florido es un cumplimiento especial, cuánto más nosotros, que conocemos la obra de Dios en nuestras vidas. Con la más profunda convicción, subrayamos que los judíos no son “los enemigos de todos los pueblos”, sino que la salvación viene de los judíos (cf. Juan 4:22). E Israel sigue esperando esta gran salvación en Jesús, ¡esta salvación divina por medio del Mesías!

La Iglesia de Jesús solo cree de verdad lo que enseña la Biblia (tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento) si se aferra con valentía al hecho de que Dios todavía tiene un futuro para Israel. Esta visión también la inmuniza contra los ataques de las ideas antisemitas, la agitación antijudía y la teología de sustitución antiisraelí.

Extracto de “Iglesia sin Israel“, de Reinhold Federolf.

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