Las Bodas del Cordero
“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha preparado” – así expresa su gozo la gran multitud en el Cielo (Apocalipsis 19:7).
¿Quién es la esposa del Cordero?
Leemos en Efesios 5:32: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia”. Es algo extraordinario: Pablo nos habla aquí de un gran misterio; un misterio es algo que estuvo oculto y que ahora está siendo manifestado. El apóstol nos lo revela y nos dice: acá está el misterio, ¡es el de Cristo y su Iglesia! Lo compara con la unión entre un hombre y una mujer en matrimonio para ser una sola carne. Pero aclara que no está hablando del hombre y la mujer, sino de Cristo y su Iglesia —ella es entonces la esposa. Y cuando leemos que han llegado las bodas del Cordero y que su esposa se ha preparado, estamos hablando de la Iglesia.
Paralelismos en la tradición judía: el desposorio
Vamos a analizar a continuación algunos conceptos y figuras que usa el apóstol, los cuales vienen de la tradición judía.
En primer lugar, la esposa era comprada por precio. El esposo tenía que dejar la tierra de su padre, ir adonde moraba su futura esposa y pagar el precio por ella.
En segundo lugar, le entregaba una prenda o una garantía, asegurándole que iba a volver a buscarla.
En tercer lugar, se hacía una ceremonia de compromiso, llamada kidushín, que significa “santificación”. A partir de ese momento los novios estaban legalmente casados, aunque todavía no vivían juntos. El término con que se traduce esto en nuestra Biblia es que estaban “desposados”. ¿Recuerdan la situación de María y José? Estaban desposados, pero todavía no vivían juntos. Y cuando José vino a buscar a María, se encontró con que su desposada estaba embarazada.
Este es entonces el concepto. El compromiso era vinculante ya que a partir de ese momento estaban legalmente casados, y la infidelidad se consideraba adulterio.
La preparación de la casa
Después del desposorio, el esposo iba a preparar la casa en el territorio de su padre, en sus moradas y luego volvería a buscar a su esposa. Si alguien le preguntaba cuándo sería la boda, respondería: “El día y la hora, nadie lo sabe, solo mi padre”. Esto era debido a que el padre era el que autorizaba la boda y decidía el momento, en el que le diría a su hijo: “Ya estás listo, ya puedes ir a buscar a tu esposa”.
Nadie conocía el día ni la hora. Jesús utilizó esta figura en Juan, capítulo 14, versículos 2 y 3, haciendo referencia a este tiempo de preparación. Allí dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Esto claramente está tomado de la tradición de las bodas judías de la época, pues aquí Jesús nos dice: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Ahí hay lugar. Voy a preparar la casa”. En el antiguo Israel, la preparación de la casa llevaba como mínimo un año. Podía ser más, dependiendo de la edad en la que la pareja se comprometía, porque a veces lo hacían siendo muy jóvenes.
La preparación de la futura morada era la responsabilidad del esposo, mientras que la de la esposa era el santificarse. Leímos que Jesús dijo a sus discípulos: “Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez” (lbla). Es decir, vendrá a buscar a la esposa. Y luego prometió: “…vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”. Esta es la expresión que se usaba cuando el esposo venía a buscar a su esposa: la tomaba a sí mismo, o para sí mismo. Así que, claramente, todos estos conceptos de la tradición judía se aplican a la unión de Cristo y su Iglesia.
Pensemos también en el hecho de que la esposa era comprada por precio. El apóstol Pablo nos dice en 1 Corintios 6:20: “…habéis sido comprados por precio”. Además, a la esposa se le daba una prenda o garantía. A nosotros se nos dieron “las arras” o la garantía del Espíritu Santo, según Efesios 1:14. El compromiso se llamaba, como ya vimos, kidushín, que significa “santificación” en hebreo, porque, a partir de ese momento, la esposa quedaba separada, apartada, exclusiva para su esposo. De la misma manera, la Iglesia está santificada y apartada para Cristo. Juan dice en 1 Juan 3:3 que “todo aquel que tiene esta esperanza en él (la esperanza de la venida de Cristo), se purifica a sí mismo, así como él es puro”. Esta era, pues, la tarea de la esposa: mantenerse fiel, ser santa.
El esposo iba a preparar la casa, y cierto día venía para buscar a su desposada. Ese día lo acompañaban con aclamaciones, gritando: “¡Ahí viene el esposo, ahí viene el esposo!”. De esta manera, todos estaban alertas y preparados; era una magnífica escena. Luego, el esposo llevaba a su esposa a la casa preparada, donde ella se mantenía escondida por unos siete días, hasta que por fin era presentada a todos en la gran fiesta, la “cena de las bodas”. Luego profundizaremos más en esta fiesta mencionada en Apocalipsis 19:9.
De la misma manera que la novia judía era llevada a la casa del esposo, la Iglesia será llevada al Cielo. Allí se realizará primero el tribunal de Cristo, y luego seguirán las bodas del Cordero. Mientras que en la Tierra rugirá la gran tribulación, la esposa estará en el Cielo disfrutando de este encuentro maravilloso.
Cuando Jesús celebró la Pascua con sus discípulos, había allí cuatro copas de vino. Cada una tenía un nombre y un significado, pero lo interesante es que Cristo no llegó a tomar la cuarta copa, sino que la reservó y dijo: “…no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre”. Allí sí tomará la cuarta copa junto con su Iglesia.
Cuando se celebraba el compromiso judío, también se tomaban tres copas, pero la cuarta se reservaba para el día del casamiento. El casamiento se llamaba nisuin. Recordemos que el compromiso era kidushín, o santificación; pero el casamiento mismo se llamaba nisuin, que significa “elevación”.
Quizás los judíos no sabían a qué se refería esta expresión, pero para nosotros es muy significativa, pues la Iglesia será elevada, es decir, el Señor vendrá a buscarnos en el arrebatamiento y nos llevará como su esposa al Cielo. A esto se refiere la expresión “elevación”. El esposo vendrá acompañado de estas aclamaciones: “¡he aquí viene el esposo!”. Así lo leemos en la parábola de las diez vírgenes. Es una escena hermosa, que representa el momento en que el Señor llega con Su esposa a la fiesta de boda.
La boda
En una boda hay diferentes personajes, y vale la pena tomarnos el tiempo para analizar a cada uno de ellos.
El Esposo
En primer lugar, vamos a hablar del esposo —el Esposo es Jesús. Dice en Efesios 5:25: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. Y Hechos 20:28 habla de “la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre”. Jesús se entregó por la Iglesia, la amó y dio su sangre por ella.
Esto nos lleva a recordar a la primera pareja en Edén, cuando Dios decidió crear una ayuda idónea para Adán y tomó para esto una de sus costillas. La Iglesia, en cierto sentido, también brotó del costado de Cristo, porque ahí le clavaron una lanza y salió sangre y agua. En la cruz el Señor estaba comprando a su Iglesia, entregándose a sí mismo por ella. Él nos compró y ganó, por su propia sangre.
Luego, Efesios, capítulo 5, sigue y dice en los versículos 26-27: “…para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”.
Esta es una maravillosa descripción de la esposa. También en Apocalipsis 19 leemos que a la Iglesia se le ha concedido que se vista de lino fino; ella es sin mancha, sin arruga y perfecta.
Alguien podrá decir: “yo no veo a la Iglesia así, la veo más bien con un vestido muy arrugado y manchado”. Pero la verdad es que Jesús dice que santificó a la Iglesia, la purificó con su sangre y con el lavamiento del agua, que es la Palabra de Dios, para que un día se la presente a sí mismo como una Iglesia gloriosa, que no tenga mancha ni arruga ni cosa semejante.
La Iglesia es santa. A mí me molesta a veces escuchar a personas que hablan mal de la Iglesia, que se quejan y la menosprecian. Están hablando de la Esposa de Cristo, y Él dice que ella es gloriosa. Todo el pecado habrá quedado atrás en ese día, el día del encuentro en las bodas del Cordero. La Iglesia lucirá un vestido perfecto, sin mancha ni arruga, y esto es por pura gracia, pues no decimos que la Iglesia no haya pecado. No se trata de que no hayamos hecho nada malo, pero es pura gracia la obra de Cristo en nosotros. Leímos que Cristo santifica y purifica a su Iglesia, y que un día se la va a presentar a sí mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha alguna.
Ahora vamos a pensar un poco en los diferentes personajes implicados, porque el esposo no es el único personaje, y cuando vamos a los Evangelios, vemos que nos relatan mucho en cuanto a las bodas. Se habla del esposo, pero también del amigo del esposo. Juan el Bautista se identificó como el amigo del esposo. También escuchamos acerca de los invitados a las bodas y de las diez vírgenes, que no son la esposa, sino que pertenecen al cortejo nupcial. Pero aquí falta alguien. Se mencionaron al esposo, el amigo del esposo, los invitados a las bodas, el cortejo y el padre del esposo; pero la que falta aquí es la esposa.
La esposa
La razón por la cual no se menciona a la esposa es que en los Evangelios ella todavía está oculta. La esposa es la Iglesia y Pablo dice en Efesios que él es el que ha revelado el misterio: el misterio de Cristo y su Iglesia. En los Evangelios, la Iglesia todavía no había comenzado, estaba oculta, y por eso no se la menciona en ninguna de las parábolas. Se habla de todos los demás personajes, pero la esposa no aparece. Pero sí aparece más tarde, y en Apocalipsis 19:7-8 se manifiesta en toda su gloria. Allí leemos: “Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente”.
Se le ha concedido esto; no dice que ella se lo ha ganado. Sin embargo, por la gracia de Dios se le concedió que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente, “porque el lino fino es las acciones justas de los santos”. Es interesante que todo esto vendrá después del tribunal de Cristo, que no será un juicio de condenación, sino de recompensa. Las acciones de los santos, las obras, se van a lucir en ese traje. Quizás se luzcan como perlas en el vestido de la esposa, una esposa gloriosa, que se ha preparado para la ocasión.
En Apocalipsis 22:17 encontramos algo más acerca de ella: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Hay dos maneras de interpretar esto. Algunos dicen que, cuando el Espíritu y la esposa dicen “ven”, le están pidiendo a Jesús, al Esposo, que venga. Pero después hay un cambio, y leemos: “Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Es difícil que en un mismo versículo haya este tipo de separación. Así que la mayoría interpreta que acá, en realidad, el Espíritu y la esposa están llamando: llaman a otros, para que vengan y tomen gratuitamente del agua de la vida. Este es el ministerio de la esposa en el día de hoy, junto con el Espíritu Santo —llamar a otros, decirle a cada uno: “¡ven, ven, y el que tenga sed, que venga y tome gratuitamente del agua de la vida, mientras todavía haya oportunidad!”.
Claramente, esto es una cita de Isaías, capítulo 55. El que tenga sed, que venga a tomar gratuitamente del agua que Dios ofrece. Jesús dijo: “el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”. Y nosotros, en cooperación con el Espíritu Santo, tenemos esta tarea de llamar. Así termina Apocalipsis, así cierra el libro, diciéndonos que tenemos que seguir llamando. Esta es nuestra tarea, es el propósito por el cual el Señor todavía nos deja aquí, mientras completa la Iglesia: llamar a todos, porque la salvación es para todo aquel que quiera aceptar la invitación; está disponible. Jesús murió por todos, por eso, junto con el Espíritu Santo, llamamos a todo aquel que tenga sed a que venga y tome gratuitamente del agua de la vida.
Las diez vírgenes
Volvamos a los Evangelios, que tienen mucho que decirnos acerca de las bodas del Cordero. Aparecen, por ejemplo, las vírgenes que forman el cortejo. El propósito de la parábola de las diez vírgenes es resaltar la necesidad de estar preparados. El mensaje no es que el aceite es el Espíritu Santo, y que a algunos se les acabó el aceite y, por lo tanto, se les acabó el Espíritu. No es eso. Aunque las diez vírgenes se durmieron todas, hubo cinco que estaban preparadas. Jesús dice que estas cinco eran prudentes; las otras cinco, insensatas. ¿Por qué? Porque no se prepararon. El concepto es que hay que estar preparado.
El amigo del esposo
Mientras que las vírgenes son el cortejo, encontramos otras figuras en los Evangelios, por ejemplo, la del amigo del esposo. En Juan 3:28 leemos: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo”. Siempre pensé que el amigo del esposo era exclusivamente una referencia a Juan el Bautista, pero no es así, porque Pablo mismo se pone en el lugar del amigo del esposo. En 2 Corintios 11:2 dice: “…porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo”. ¿Cuál era la tarea del amigo del esposo en la boda judía? Era enviado para arreglar todos los detalles y tenía algunas misiones —solo nombraré dos:
En primer lugar, tenía que proteger a la esposa y asegurarse de que no apareciera algún otro galán y la quisiera seducir. Por eso Pablo, poniéndose en el lugar del amigo del esposo, dice: “os celo con celo de Dios”. Es el celo de proteger a la esposa del amigo durante el tiempo del compromiso o desposorio, el kidushín.
El amigo era el que hacía todo el arreglo para el compromiso. Dice Pablo: “os he desposado con un solo esposo”. Pero aquí no termina su tarea, sino que sigue: “para presentaros como una virgen pura a Cristo”. En otras palabras: “Mi tarea es un día presentarlos como una virgen pura a Cristo. Habré cumplido mi tarea cuando entregue a la esposa en manos del Esposo. Hasta entonces tengo que protegerla”. Y luego, Pablo sigue advirtiendo en 2 Corintios 11 acerca de falsos apóstoles, que querían seducir a la Iglesia.
¿Qué otra tarea tenía el amigo del esposo? La de preparar a la esposa. ¿En qué sentido? No le iba a enseñar a coser, ni a cocinar, ni nada de eso. Prepararla, en primer lugar, incluía hacer que se enamorara del esposo. ¿Por qué era necesario esto? Bueno, porque muchas veces no se conocían mucho el esposo y la esposa antes del matrimonio. Si bien el esposo había venido y la había comprado por precio, luego se regresaba a su casa. Y como se conocían poco, el amigo del esposo tenía que hablarle a la desposada de su esposo. Le hablaba de sus cualidades, tratando de que se enamorara de él.
En segundo lugar, la preparación incluía el mantener viva la expectativa de la venida del esposo. A veces pasaba mucho tiempo, y la esposa podía desanimarse. Era incluso posible que se dijera: “Bueno, me parece que él no viene más, posiblemente se habrá ido con otra”. Por eso, el amigo del esposo tenía que avivar la expectativa de la desposada y decirle: “Ya viene, falta poco para que llegue tu esposo, prepárate”. Su tarea era entonces que ella se enamorara del esposo, y también que esperara y anhelara su venida. Por eso Juan el Bautista dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Una vez que el esposo viene, el amigo desaparece de escena. Es como el heraldo, enviado por el rey a leer un edicto: cuando llega el monarca, el heraldo desaparece. Por ello, Juan el Bautista declara: “Acá está el esposo, así que yo tengo que menguar, tengo que desaparecer”. El esposo es el que tiene que llevarse toda la gloria, mientras que el gozo del amigo es ver a la esposa, por fin, unida a su esposo. Leemos en Juan 3:29: “El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido”. El gozo del amigo es entregar a la esposa, y cuando ya está allí, disfrutando con su esposo, el amigo dice: “Mi gozo está cumplido. Acabé la obra”.
La cena de las bodas
Ahora nos falta ver la cena de las bodas del Cordero. Mientras que las bodas mismas tendrán lugar en el Cielo, después del tribunal de Cristo, la “Cena de las bodas” se celebrará aquí en la Tierra, en el comienzo del Reino Milenial. Leemos en Apocalipsis 19:9: “Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”. ¿Cuándo serán llamados estos invitados?
Los invitados a las bodas
Durante el tiempo de la tribulación se va a estar predicando el Evangelio. Las personas serán llamadas a participar de la cena de la boda, a entrar al Reino, que comenzará de esta manera y a participar de la fiesta de las bodas. En los Evangelios encontramos las parábolas que hablan de la invitación a la cena de las bodas. Jesús está hablando a un público judío, y no menciona a la esposa porque la Iglesia era un misterio, todavía estaba oculta. Él habla entonces de la necesidad de llamar a los invitados para las bodas. En nuestro tiempo, esto quedó en pausa, como en un paréntesis, pues ahora estamos en el tiempo en el cual todavía se está terminando de completar a la esposa, la Iglesia. Cuando la Iglesia esté completa, el Señor vendrá a buscarla y nos elevará al Cielo donde tendrá lugar el casamiento (nisuín), es decir, las bodas del Cordero.
Pero en la Tierra, en esos siete años de tribulación, se va a predicar el Evangelio y se llamará a las personas a las fiestas de las bodas: “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”. Lucas 14:15 dice: “Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”, haciendo referencia a Isaías 25:6, que habla de esa gran fiesta, diciendo: “Y Jehová de los ejércitos hará en este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos”.
Esta es la fiesta de las bodas del Cordero, un banquete donde habrá invitados de todos los pueblos y habrá manjares suculentos. En la tradición judía aparece una obra que se llama “la regla mesiánica”, que fue encontrada entre los escritos de Qumrán. En ella se puede leer que en ese banquete se reunirán los sabios, inteligentes y perfectos; que está prohibida la entrada a toda persona con algún defecto corporal, a los cojos, mancos, tuertos, ciegos, sordos, mudos, a los que tengan alguna deformación o a los que sencillamente sean demasiado viejos. Todos ellos tienen prohibida la entrada. Por eso, en Lucas leemos que un oyente exclama: “Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios”. Sin embargo, Jesús va en contra de toda esa mentalidad de que solo los perfectos estarán en ese banquete. Por eso leemos en Mateo 22:8-9 que el rey dice a sus siervos: “Las bodas a la verdad están preparadas (…). Id, pues, a las salidas de los caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis”. Primero había mandado a llamar a algunos que pusieron excusas, pero ahora dice: “llamad a las bodas a cuantos halléis”. Y en Lucas 14:21-23 leemos: “Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos (…) y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa”. Los judíos, al oír a Jesús decir esto, estarían sorprendidos, preguntándose: ¿Es para nosotros también entonces? ¿Es verdad que todos podemos entrar? ¡Claro que sí!: “…fuérzalos a entrar para que se llene mi casa”.
El gran predicador C. H. Spurgeon decía que acá hay tres verbos que marcan tres órdenes de Dios:
En primer lugar, “ve”, ya que dice: “¡ve por las calles, por todos lados, ve!”.
En segundo lugar, “trae”. Hay que traerlos, porque quizás algunos de ellos ni pueden venir por sus propios medios, como el paralítico, que tuvo que ser llevado a Jesús.
Y en tercer lugar, “fuérzalos”. Fuérzalos a entrar, porque quizás no se animan, porque van a decir: “No, yo no puedo entrar; estoy sucio; no tengo ropa”. Fuérzalos a entrar, anímalos a entrar. Aquí vemos el corazón del Padre, que quiere que esté llena la casa. Luego termina la parábola de una manera un poco extraña, porque leemos en Mateo 22:11 que entró el rey para ver a los convidados y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: “Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”.
Y uno no entiende; nos preguntamos: “Pero, si el amo quería que esté llena la casa, ¿por qué se molestó tanto con este? Si no le importó que fueran malos o buenos, que fueran cojos o mancos, ¿por qué le molestó este?”. Es cierto que el rey quería que la casa estuviera llena, pero había un requisito: pasar por la puerta. Todos los que eran invitados tenían que pasar por la puerta. Según la tradición judía, ahí se les ponía una túnica, y todos iban a estar vestidos iguales. La fiesta duraba varios días, y si había mil invitados, también había mil túnicas iguales, para que nadie se destacara y nadie se sintiera mal, y para que nadie opacara al esposo y a la esposa, que debían ser el centro de la fiesta. Y era también una manera sencilla de mantener el control de que no se infiltraran colados. Así que los siervos verificaban a todos los que pasaban por la puerta y les ponían una túnica. Pero este hombre no entró por la puerta, por eso el rey le pregunta: “¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda?”, es decir, ¿por dónde entraste? Nos da a entender que entró por atrás, por una ventana. El Padre quiere que su casa esté llena, pero hay un requisito: pasar por la puerta —y ustedes saben quién es la puerta, pues Jesús lo dijo.
Dios quiere que todos sean salvos, pero hay un requisito, pasar por Cristo y cuando pasamos, somos revestidos de Cristo. El pasaje termina el relato con este texto: “…porque muchos son llamados y pocos escogidos” (Mt. 22:14). Dios quiere que todos se salven; entonces, ¿por qué dice que “muchos” son llamados? Bueno, porque los muchos son los que los siervos lograron llamar, no llegando quizás a todos. Muchos son llamados, pero pocos son los escogidos. ¿Quiénes son estos elegidos? Los que están vestidos de boda, los que cumplieron con el requisito, los que pasaron por la puerta que es Cristo. Esos son los escogidos, no son escogidos con nombre y apellido, son elegidos porque pasaron por la puerta, por Cristo, y porque están revestidos de Él.
Dijimos que estas son las fiestas de las bodas, y el relato de esta parábola se cumplirá literalmente durante el tiempo de la tribulación, cuando se va a predicar el Evangelio y los judíos (los 144,000) van a llamar e invitar a todos a Cristo. Entonces habrá salvos de todas las naciones, y por ello Isaías 25 dice que será un banquete para todos los pueblos. Todos los que aceptan el llamado y pasan por Cristo van a participar de la fiesta de las bodas del Cordero.
Y la esposa, ¿dónde está? En ese momento estará con Cristo en el Cielo. Ya estarán casados. ¿Se acuerdan de nisuín, la “elevación”? El arrebatamiento llevará a la Iglesia al Cielo y allí, después del tribunal de Cristo, tendrán lugar las bodas del Cordero. La esposa se habrá preparado y todo estará listo.
Entonces, ya casados, nosotros que pertenecemos a la Iglesia, junto con Cristo vendremos a la Tierra a celebrar la fiesta aquí. ¿Quiénes van a estar en esa fiesta? Todos los que fueron llamados y que han pasado por la puerta, todos los salvos de la tribulación, todos aquellos que van a poder entrar en el Reino Milenial. Con todos vamos a celebrar la cena de las bodas del Cordero.
Conclusión
Terminamos con un doble desafío: en primer lugar, dice Apocalipsis 19:7: “Su esposa se ha preparado”. ¿Te estás preparando? ¿En qué consiste tu preparación? La Biblia dice que consiste en mantener una vida de purificación: “…todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”. Pero Juan también dice que en la venida de Cristo algunos se van a alejar avergonzados, porque no se prepararon.
Vemos el corazón de Dios, que quiere que todos se salven, y vemos al Espíritu y a la esposa diciendo: “Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Y veo las parábolas diciéndonos “vayan y traigan a todos, tráiganlos y fuércenlos a entrar”. Pero hoy no estamos llamando a las personas a ser meros invitados a la fiesta. No, estamos llamando a todos a ser parte de la Iglesia, porque es un honor mucho más grande ser parte de la esposa. Por eso debemos tener esa misma pasión que tiene Dios, que dice: “Vayan, tráiganlos y fuércenlos a entrar”. Esta debe ser la motivación en tu vida: cumplir con esta tarea. El Espíritu y la esposa dicen: “Ven”. Ven, vamos, hay que traerlos y hay que forzarlos a entrar; queda poco tiempo, porque el Señor viene pronto a buscarnos. Vemos como todo se está preparando. Es apasionante ver cómo se están cumpliendo las profecías y ver que está todo listo, que el mundo se está preparando. Pero tú, ¿Te estás preparando para la venida de Cristo? ¿Estás listo? Espero que este estudio te haya podido motivar a esperar al Amado, que pronto viene a buscarnos y a estar listo para Él.