La verdad sobre la relación entre nuestros planes y nuestra confianza en Dios
Una interpretación de la Epístola de Santiago, Parte 12: Santiago 4:13-17: Sobre la inseguridad, inutilidad, arrogancia y pecaminosidad de una planificación sin Dios.
Todos hacemos planes: para la educación de los hijos, para nuestra carrera, para el matrimonio y la familia, para los tiempos de ocio y la vida después de jubilados. El ser humano planifica y hace provisiones, no solo para hoy, sino también para mañana y mucho más allá. Buscamos seguridad ante la incertidumbre del futuro, pero olvidamos muchas veces la necesidad de someter nuestros planes a la voluntad de Dios y de actuar en consecuencia.
¡Esto no era diferente en los tiempos bíblicos! En su carta, Santiago aborda precisamente esta cuestión con un ejemplo comprensible, palabras claras y agudas amonestaciones. Nos desafía a todos a examinar cómo practicamos nuestra fe, si realmente dependemos de Dios en nuestra planificación. Este es el décimo criterio de prueba de la fe verdadera en nuestra serie de Santiago: ¡Nuestra fe se manifiesta en la forma en que hacemos nuestros planes!
Santiago 4:13-17 no prohíbe de ninguna manera una planificación inteligente y una provisión sabia; tampoco condena el hacer negocios con fines de lucro. No se trata de poner en la picota a ninguna profesión. El tema aquí es la planificación sin depender de la voluntad de Dios, cuando, con ilimitada confianza en uno mismo, se excluye a Dios de los planes que uno hace. Esto es inseguro y debe abandonarse; también es soberbio y, en última instancia, pecaminoso.
Hacer planes sin depender de la voluntad de Dios es inseguro
“¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos” (v. 13).
Con la expresión “¡vamos ahora!”, Santiago quiere llamar nuestra atención a la importancia del tema. Es como si dijera: “¡presten ahora mucha atención a lo que les voy a decir!”. En todo el Nuevo Testamento, esta expresión solo aparece aquí y luego en el capítulo 5:1 de la carta. Santiago pone el foco en un plan de negocio supuestamente perfecto, que rebosa de confianza en uno mismo, de optimismo y expectativas para el propio futuro, y tiene como objetivo la ganancia. ¡Cuán actual es la Palabra de Dios!
Se determina el inicio del negocio: hoy o mañana; se considera la necesidad de personal: nosotros –un equipo; se acota el área de negocio: la ciudad; se fija el plazo: un año; se define el modelo de negocio: traficar; y se prevé el éxito: las ganancias.
Tengamos en cuenta que la Biblia no condena ninguna de estas actividades. La planificación inteligente forma parte de una fiel administración. En sus explicaciones sobre el Nuevo Testamento, el teólogo Adolf Schlatter señala acerca de este pasaje: “Tenemos la obligación de actuar y de proceder de manera previsora; tenemos que hacer planes y prepararnos para el futuro con determinación”.
Es la falta de la motivación correcta la que hace reprobable todo el plan. Pues la planificación que Santiago nos describe no se hace, en última instancia, en dependencia de la voluntad de Dios, sino con una mentalidad de autosuficiencia: todo se puede, todo está a nuestra disposición; ¿quién nos podría impedir ser exitosos?; el futuro está en nuestras manos. Actúan como si lo tuvieran todo bajo control, como si no existiera Dios. Separados de Él, se ponen a sí mismos en su lugar.
Jesús abordó este problema en Lucas 12:16-21: “También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años, repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”.
En aquel entonces, los negociantes y traficantes judíos en la diáspora hacían planes para un año, pero Santiago los exhorta, recordándoles que no saben qué será mañana (v. 14). O como dice Proverbios 27:1: “No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día”.
¡La vida es insegura! El hecho es que no tenemos absolutamente nada bajo control. No sabemos qué será mañana: ¿herencia o frustración? ¿Humillación o elogio? ¿Victoria o derrota? ¿Enfermedad o salud? ¿Viene el Señor para arrebatar a su Iglesia o nos llama a nuestro hogar celestial a través de la muerte? La vida no solo está llena de imprevistos, sino que además es muy corta. “Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Stg. 4:14b).
El teólogo Arnold Fruchtenbaum explica lo siguiente en su comentario a la Epístola de Santiago: “La palabra griega atmís (= vapor) se refiere al aliento que se hace visible por unos segundos en el aire frío y luego desparece”. ¡Así es nuestra vida! Se nos va de las manos. Por eso Moisés, después de describir la transitoriedad y brevedad de la vida, dice en Salmos 90:12: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. Esta actitud bíblica frente a la vida nos guarda de muchas decepciones por la pérdida de posesiones y relaciones. Pues es cierto lo que dice Proverbios 16:9: “El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos”.
Debemos dejar de hacer planes sin depender de la voluntad de Dios
Con esto llegamos a uno de los versículos más conocidos del Nuevo Testamento: “En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg. 4:15).
Es el Señor quien tiene todo el poder y dominio sobre el pasado, el presente y el futuro. Él es Señor sobre la historia, ¡finalmente llegará a su meta, con o a pesar de todos los planes y proyectos humanos! Por eso, cuando estamos haciendo planes, siempre deberíamos hacerlo con esto en mente: “si el Señor quiere”. No hay en esta cuestión ninguna sombra ni amenaza de parte del Dios vivo. Tampoco es fatalismo, no es resignación frente a una suerte determinada por un dios arbitrario, como la conocemos, por ejemplo, de la expresión árabe inshallah (“si Dios quiere”). Cuando nosotros decimos “si el Señor quiere” expresamos con esto nuestra fe y confianza, sabiendo que el Señor vigila sobre todas las cosas, que él está en el trono y que quiere lo mejor para nosotros.
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8:28).
“Si el Señor quiere” no debería ser una actitud ocasional, sino una continua vivencia de sometimiento y obediencia a su voluntad, y esto en cada área de la vida. Encontramos la voluntad de Dios en su Palabra; y ¡es su voluntad que comprendamos su voluntad!
“…seáis (…) entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Ef. 5:17). “…seáis llenos del conocimiento de su voluntad” (Col. 1:9). “…para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios” (Ro. 12:2).
Nuestros planes deben moverse dentro de las normas de la Biblia. Cuando salen de ellas, nos ponemos en peligro. Según John MacArthur, la voluntad de Dios para nuestras vidas es, fundamentalmente, esta: Nuestro Señor quiere:
- que seamos salvos (1 Timoteo 2:4).
- que seamos llenos del Espíritu (Efesios 5:17-18).
- que seamos santificados (1 Tesalonicenses 4:3-8).
- que nos sometamos (1 Pedro 2:13-15).
- que suframos (1 Pedro 4:19).
Si obedecemos la voluntad de Dios en estas cinco áreas, podemos tomar el versículo de Salmos 37:4 para nosotros: “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”. Pues entonces él mismo obrará en nuestras vidas tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Filipenses 2:13). Y si es la voluntad del Señor, viviremos y podremos tomar decisiones para hacer esto o aquello.
Dios no solo está cerca cuando estamos adorándole en el culto del domingo. Nos maravillamos cuando nos damos cuenta de que está presente en cada detalle de nuestra vida cotidiana. Él nos sorprende con sus planes, que van más allá de lo previsto en nuestra agenda. Y como toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto (Santiago 1:17), también podemos recibir de su mano cada éxito en la vida.
Era la costumbre del apóstol Pablo tomar decisiones sabias y someterlas a la voluntad de Dios: “Pero iré pronto a vosotros, si el Señor quiere” (1 Co. 4:19). Los primeros puritanos y metodistas solían agregar las letras D.V. a sus documentos y cartas. D.V. es la abreviatura de Deo volente, “si Dios quiere” en latín. En el pasado también se usaba agregar a un comunicado por escrito las tres letras s.c.J., que es la abreviatura de sub conditione Jacobea en latín, que significa: “bajo la condición de Santiago”.
¿Tenemos la costumbre de someter nuestros planes a la voluntad de Dios? Si es así, ¡maravilloso! Si no, ¡comienza hoy! “Si Dios quiere”, sin embargo, no debe ser una mera fórmula piadosa, sino una expresión genuina de tu manera de pensar y actuar. La ausencia de esta actitud fue duramente criticada por Santiago y tildada de soberbia.
El hacer planes sin depender de la voluntad de Dios es soberbia
“Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala” (Stg. 4:16).
En su altivez, se sobreestiman a sí mismos y subestiman a Dios. Prácticamente excluyen a Dios de sus negocios. Planifican y actúan como si conocieran y controlaran el futuro: “¡mi astucia, mi brillantez, mi poder! ¡Cómo tengo todo bajo control! ¡Qué grande será! ¡Qué triunfador que soy!”.
Y con todo olvidan que solo viven porque Dios les concede la vida, que solo tienen inteligencia y fuerza para sus planes porque Dios se las da, y que solo tienen tiempo y espacio porque Dios se los regala.
“Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias”. William Barclay dice lo siguiente en su comentario de Santiago: “La palabra griega para arrogancia, alázoneía, era originalmente una característica de los charlatanes ambulantes que ofrecían remedios que en realidad no tenían poder curativo. La alázoneía es típica de las personas que reclaman para sí algo que no poseen y se jactan de algo que no saben hacer”.
Es la autoglorificación, esta altivez arrogante que forma la esencia del pecado original, porque le roba la gloria a Aquel a quien se le debe toda la gloria. Es la actitud de Satanás, que originó su caída, expresada en cinco propósitos soberbios que leemos en Isaías 14:13-14: “Subiré al cielo; (…) levantaré mi trono, (…) en el monte del testimonio me sentaré, (…) sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo”.
Exactamente así se comportó también el gran emperador Nabucodonosor justo antes de enloquecerse: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dn. 4:30).
Santiago dice que toda esta jactancia es mala, pues proviene del malo.
El hacer planes sin depender de la voluntad de Dios es pecado
“y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg. 4:17).
“Lo bueno” de lo que se habla aquí no es simplemente lo moral y éticamente correcto, lo honorable y lo cualitativamente excelente, sino que en el contexto del pasaje se trata de la dependencia de la voluntad de Dios a la hora de hacer planes. Por supuesto, la afirmación de Santiago puede aplicarse a todos los ámbitos de la vida, pero en primer lugar tenemos que verlo en su contexto concreto. Si tuviera un significado general, este versículo tendría que colocarse al final de la carta, porque va seguido de muchas amonestaciones importantes, las cuales se deberían incluir.
En este pasaje, hacer el bien significa incluir a Dios en la propia vida, someterle a él todos los ámbitos de la misma, y caminar y actuar en dependencia de Él.
Este versículo también deja claro que los pecados de omisión son tan graves como los de comisión. No hacer algo, sabiendo que sería lo correcto, constituye una culpa, de la misma manera que el pecado deliberado. Conocer la voluntad de Dios, pero no cumplirla, es pecado. Por eso Santiago nos amonesta tan enfáticamente en Santiago 1:22: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solo oidores”.
Jesús resume esta verdad en su parábola sobre el mayordomo fiel y el siervo infiel de la siguiente manera: “Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes” (Lc. 12:47).
¡Una seria advertencia para todos nosotros! ¿En qué momento hemos conocido la voluntad del Señor y no la hemos cumplido?
Planificar es importante y correcto. Pero no debemos olvidar que nuestros planes y nosotros mismos estamos en las manos de Dios. Por eso debemos planificar dependiendo de Él y de acuerdo con su voluntad. Utilicemos los medios que Él nos da para ello: la oración y la lectura de la Biblia. Busquemos el consejo de hermanos maduros. Tomemos decisiones sabias, y luego continuemos contando con el Señor, paso a paso. Dejémosle a él el resultado. Solo él conoce el futuro. Solo él sabe lo que realmente es lo mejor para nosotros.
Nuestra fe se demuestra en la forma en que contamos con el Señor en la vida cotidiana. Como alguien dijo: “No confíes en tu tiempo, se acabará en algún momento; ni en tus posesiones, pronto pertenecerán a otro; ni en tu carrera, pronto se acabará; ni tampoco en tu salud, se deteriorará; sino confía en el Señor, pues ¡pronto estaremos con él!”.
Salmos 37:5 resume el tema con estas maravillosas palabras: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará”. Amén.