La lucha de Israel por la supervivencia

Nathanael Winkler

Hay cada vez más cristianos que niegan el derecho de existir del Estado de Israel. Pero, ¿es posible que un cristiano verdadero no apoye a Israel?

Dios dice en el Antiguo Testamento: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra” (Is. 62:6-7). 

Y en los Salmos leemos: “Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman. Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios. Por amor de mis hermanos y mis compañeros diré yo: La paz sea contigo. Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios buscaré tu bien” (Sal. 122:6-9). 

Los cristianos que creen la Biblia son como centinelas en los muros de Jerusalén, que oran por la paz de la ciudad de Dios. Apoyan a Israel, no porque la nación judía sea mejor que otras naciones, sino porque Dios ha elegido al pueblo judío y le ha prometido un futuro glorioso. 

La Palabra de Dios nos muestra que la batalla contra Israel es la batalla de Satanás contra Dios. Especialmente desde el brutal ataque terrorista del 7 de octubre de 2023, hemos visto esta realidad claramente ante nuestros ojos. Lo vimos en la crueldad diabólica, así como en las reacciones de los medios de comunicación de todo el mundo. El monstruoso atentado de Hamás no ha despertado en el mundo empatía alguna hacia Israel, sino todo lo contrario: desde entonces, el antisemitismo mundial va en aumento. Los judíos sirven una vez más como chivo expiatorio del mundo. En los reportajes sobre la guerra de Gaza se difunden muchas falsedades sobre Israel, como la acusación de que Israel bloquea la ayuda humanitaria, que provoca a propósito una hambruna, etc. La ONU se ha convertido en una herramienta de los enemigos de Israel, e incluso los aliados más cercanos del Estado judío, como Estados Unidos, se han vuelto más cautelosos en su apoyo. Israel está siendo sometido a una enorme presión. 

Lo sorprendente de todo esto es que Israel está en boca de todos. Todo el mundo tiene una opinión sobre la guerra de Gaza, el Estado judío y los palestinos, aunque únicamente unos pocos conozcan el trasfondo del conflicto. Sin embargo, ¿por qué esta obsesión con Israel? ¿Por qué se habla mucho menos de las violaciones de los derechos humanos en China, Sudán, Libia y en los países musulmanes en general? ¿Por qué nadie habla de la injusticia que sufren los kurdos apátridas? Con Israel es diferente; incluso quienes odian al pueblo de Dios se dan cuenta de ello, sin poder explicar exactamente por qué lo odian.

Desde el 7 de octubre, muchos creyentes intentan dar sentido a los terribles acontecimientos en Israel y sus alrededores. Algunos se refieren a Sofonías 2:4 donde dice: “Porque Gaza será desamparada, y Ascalón asolada; saquearán a Asdod en pleno día, y Ecrón será desarraigada“.

Sin embargo, a pesar de los posibles paralelismos que pueda haber, ni el ataque terrorista de Hamás ni la respuesta militar de Israel se mencionan directamente en la Palabra de Dios. El tiempo de angustia, en el que se cumplirán las profecías de los profetas, aún no ha llegado. El Anticristo no reina todavía y el Cordero aún contiene su ira. De hecho, nadie esperaba la guerra de Gaza. Hace tiempo que ya no tomaban muy en serio las amenazas de Hamás, y no es cierto que Israel haya planeado en secreto invadir y destruir Gaza como algunos afirman. En el periodo previo al 7 de octubre, todo el mundo se equivocó en su valoración de la situación. Israel y todos los observadores de Oriente Medio fueron tomados por sorpresa cuando Hamás atacó.

Y sin embargo podemos reconocer que la batalla contra Israel es una batalla contra el Dios de esa nación, aunque los implicados no sean conscientes de ello. Los conflictos en Israel y en torno a ella tienen un significado y un propósito en el plan de Salvación: Israel debe prepararse para la segunda venida del Señor —todo conduce a ese momento, cuando el Mesías de Israel aparezca en gloria. 

En términos humanos, Israel se encuentra en una situación imposible: una pequeña nación judía rodeada de países islámicos mucho más grandes, con bloques islámicos dentro del propio país, como Cisjordania y la actualmente asediada Franja de Gaza. La frontera con Cisjordania tiene 791 kilómetros; la frontera entre Israel y Jordania, 309 km.; con el Líbano son 79 km.; con Siria 92 km.; con Egipto 241 km. y con la Franja de Gaza, 40. Las naciones que rodean a Israel no son aliadas, sino que tradicionalmente han sido hostiles al pueblo judío: Egipto, Jordania, Siria, Líbano, Irán, Turquía, Irak, Arabia Saudí, Yemen, Libia…

¿Cómo puede Israel defenderse con éxito a largo plazo cuando la guerra estalla en todos los frentes? —Hay tres posibles soluciones al conflicto de Oriente Medio:

La primera opción es la solución de un solo Estado: en Israel, palestinos e israelíes conviven como iguales en un solo Estado. Suena maravilloso, y lo sería si ambas partes quisieran la paz para la otra en igual medida, pero la realidad es que en tal caso predominaría la población musulmana —como demuestra un vistazo a la demografía de la región—, de modo que el Estado judío pronto dejaría de ser judío para convertirse en islámico-árabe. Y podemos ver cómo les va a los judíos en países dominados por el islam en las naciones vecinas. Sería el trágico fin de una patria segura y libre de persecuciones para el pueblo hebreo. 

La segunda opción parece ser la más realista desde una perspectiva secular: una solución de dos Estados, en la que Israel como Estado judío tenga como vecino un Estado árabe independiente llamado Palestina. Sin embargo, como demuestran el cruel atentado de Hamás y la creciente popularidad de ese grupo entre los palestinos, esto difícilmente traería una paz real a la región. El infame eslogan “Del río al mar” expresa el deseo de Hamás de ver al pueblo judío borrado de todo el territorio entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo. El objetivo declarado de los enemigos de Israel sigue siendo expulsar a los judíos al mar, y solo verían la solución de los dos Estados como un paso intermedio para lograr este objetivo. 

La tercera opción suena como la más utópica, pero es en última instancia la única que traerá una paz duradera a la región: se trata del reino de Dios gobernando desde Jerusalén, como anunciaron los profetas del Antiguo Testamento. Esta solución nunca podrá ser alcanzada por el propio poder militar de Israel. Será posible únicamente cuando el Príncipe de la Paz, Jesucristo, regrese y pise el Monte de los Olivos para juzgar a las naciones y salvar a Israel. 

El libro de Zacarías, especialmente los capítulos 12 al 14, describen este glorioso futuro en detalle (vea “La Esperanza para el Remanente”, por John MacArthur como mensaje principal en el ejemplar del mes de octubre). En Zacarías 2:12 y 4:6 leemos las impresionantes palabras: 

“Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron; porque el que os toca, toca a la niña de su ojo“, y, “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

El camino de Israel hacia la redención pasará por el sufrimiento: “¡Ah, cuán grande es aquel día!, tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado” (Jer. 30:7). 

Zacarías 11:15-17 anuncia al Anticristo para este tiempo de tribulación: “Y me dijo Jehová: Toma aún los aperos de un pastor insensato; porque he aquí, yo levanto en la tierra a un pastor que no visitará las perdidas, ni buscará la pequeña, ni curará la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas, sino que comerá la carne de la gorda, y romperá sus pezuñas. ¡Ay del pastor inútil que abandona el ganado! Hiera la espada su brazo, y su ojo derecho; del todo se secará su brazo, y su ojo derecho será enteramente oscurecido“.

El Señor Jesús hizo referencia a ese pastor inútil cuando dijo en Juan 5:43: “Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ese recibiréis”.

El Anticristo será un falso mesías, y cuando él aparezca en escena, comenzarán los juicios divinos del tiempo de la tribulación, que conducirán a la redención de Israel. Zacarías, en los capítulos 12 al 14, nos habla del tiempo de la tribulación, esto se ve también en el uso de la expresión “en aquel día” que se repite 17 veces en esos capítulos. Dios hará marchar a las naciones del mundo contra Israel porque primero debe humillar a su pueblo para poder salvarlo después. Al mismo tiempo, esta campaña final contra la ciudad de Dios conducirá al juicio sobre los reinos de este mundo (Zacarías 12:1-9). Dios derramará su Espíritu sobre Jerusalén para que el pueblo judío reconozca a su Mesías y se arrepienta a la luz de este conocimiento (Zacarías 12:10-14). 

En ese tiempo de angustia para Jacob, “en aquel día”, Israel será purificado de pecado y de inmundicia (Zacarías 13:1-2), zarandeado (Zacarías 13:8; Amós 9:9), liberado de todos sus enemigos (Zacarías 14:3-15) y santificado completamente por el Señor (Zacarías 14:20-21). Si leemos con atención los capítulos del 12 a 14 del profeta Zacarías, reconoceremos que las profecías no son estrictamente cronológicas. Las diversas visiones del final de los tiempos arrojan luz sobre lo que sucederá “en aquel día” desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, en los pasajes de 12:2-3, 13:8 y 14:1-2, abordan el mismo acontecimiento, a saber, el ataque de las naciones contra Israel y el asedio de Jerusalén:

- “He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella” (Zac. 12:2-3). 

- “Y acontecerá en toda la tierra, dice Jehová, que las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán; mas la tercera quedará en ella” (Zac. 13:8). 

- “He aquí, el día de Jehová viene, y en medio de ti serán repartidos tus despojos. Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto del pueblo no será cortado de la ciudad” (Zac. 14:1-2). 

Estos terribles acontecimientos de la tribulación y el zarandeo de Israel tienen un propósito: “Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios” (Zac. 13:9).

El anuncio del sitio de Jerusalén comienza con las palabras: “Profecía de la palabra de Jehová acerca de Israel. Jehová, que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él” (Zac 12,1). Esta introducción nos permite ver todo lo que sigue sobre la angustia de Jacob, sobre la tribulación “en aquel día”, a la luz correcta: toda agitación y guerra, todo engaño y destrucción, toda preservación y salvación procede de Aquel que está sentado en el trono; es Dios y sigue siendo soberano en y sobre todo. 

Como subraya Isaías 46:9-10: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero”. Y Deuteronomio 32:39: “Ved ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano; y no hay quien pueda librar de mi mano”.

No en vano Zacarías llama a Jerusalén “una copa que emborrachará” (Zacarías 12:2 dhh). Las naciones se embriagarán e intoxicarán con esta ciudad. El deseo codicioso de destruir a los habitantes de esta misma ciudad y de poseerla les subirá a la cabeza a los vecinos de Israel. Y la ilusión de que la destrucción de Israel traerá finalmente la paz al mundo llevará a las demás naciones a la guerra. No obstante, su embriaguez dará paso a una terrible desilusión: demasiado tarde, tendrán que admitir que se han metido con el Dios de Israel. Zacarías habla también de todos los pueblos de alrededor y llama a Jerusalén “piedra pesada a todos los pueblos”. Esta guerra del fin de los tiempos afectará a todo el mundo. 

El Señor ha hecho de la ciudad de Jerusalén una copa que hará temblar y una piedra pesada: Él mismo asegura que no puede haber solución humana al conflicto de Oriente Medio. Ni la solución de un Estado ni la de dos Estados es la respuesta; únicamente el reino de Dios, cuando el Señor extienda su mano para juzgar a las naciones, purificar a su pueblo y anunciar la venida del Mesías. Así pues, la lucha de Israel por la supervivencia solo terminará cuando se cumplan dos de las condiciones de Dios: los árabes dejarán de poseer el territorio que Dios prometió a Abraham y a su descendencia, y los judíos podrán vivir en paz en esas tierras de sus padres cuando hayan aceptado a Jesús como su Mesías. 

Zacarías nos muestra que Dios abrirá los ojos de los judíos en su mayor angustia; entonces reconocerán en Jesús a su Mesías, Pastor, Rey y Salvador. Después de esta última gran guerra, viene la conversión nacional, cuando el remanente de Israel mirará a Jesús, o en hebreo Yeshúa: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zac. 12:10; cf. 13:8-9). 

No es la fuerza ni la fortaleza nacional de Israel lo que conducirá a la victoria, no es la inteligencia del Mossad ni el poderío de las Fuerzas de Defensa de Israel, sino Jehová Sebaot quien luchará y vencerá por su pueblo:

“En aquel día, dice Jehová, heriré con pánico a todo caballo, y con locura al jinete; mas sobre la casa de Judá abriré mis ojos, y a todo caballo de los pueblos heriré con ceguera. Y los capitanes de Judá dirán en su corazón: Tienen fuerza los habitantes de Jerusalén en Jehová de los ejércitos, su Dios. En aquel día pondré a los capitanes de Judá como brasero de fuego entre leña, y como antorcha ardiendo entre gavillas; y consumirán a diestra y a siniestra a todos los pueblos alrededor; y Jerusalén será otra vez habitada en su lugar, en Jerusalén. Y librará Jehová las tiendas de Judá primero, para que la gloria de la casa de David y del habitante de Jerusalén no se engrandezca sobre Judá. En aquel día Jehová defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos. Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén” (Zac. 12:4-9). “Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur” (Zac. 14:3-4). 

Entonces se cumplirá el anhelo de Israel y su lucha por la supervivencia llegará a su fin. En ese momento, reinará el Príncipe de Paz. Por lo tanto, orar por la paz de Jerusalén, interceder por Israel y ser centinelas en los muros de Jerusalén significa sobre todo clamar y suplicar: ¡Maranata, ven, Señor Jesús!

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