La imagen del hijo pródigo en el relato de los espías de la Tierra Prometida

Ariel Winkler

El 10 de agosto de este año se leerá en las sinagogas la parashá “Devarim”. Comienza con Deuteronomio 1 y termina en el capítulo 3, versículo 22. El 5º libro de Moisés se llama Deuteronomio en griego, lo que significa “segunda ley”; en el judaísmo también se denomina “Mishneh Torá”. Ambos nombres reconocen que el libro es una especie de resumen de los acontecimientos más importantes durante el peregrinaje por el desierto y las instrucciones que Moisés le dio al pueblo de Israel. Es el discurso de despedida de Moisés al pueblo de Israel antes de entrar en la Tierra Prometida bajo el mando de Josué Ben-Nun (hijo de Nun).

El párrafo trata del nombramiento de los jueces de Israel (Parashat Itró), de la historia de los espías (Parashat Shalaj), de las relaciones entre el pueblo de Israel y sus vecinos (Parashat Huket) y de la división de la orilla oriental entre las tribus de Dan, Gad y la media tribu de Manasés (Parashat Matot), entre otras cosas. Dado que se trata de una repetición de diversos acontecimientos que ya han sido descritos, es necesaria una comparación que pueda enseñarnos algo. Es parecido a las similitudes entre los libros de Reyes y Crónicas —ambos describen los mismos acontecimientos, pero las diferentes perspectivas nos revelan más verdades.

Después de que los israelitas abandonaran el monte Sinaí en dirección a Israel, llegaron a la región de Cades Barnea. En la actualidad, Cades Barnea se encuentra en Egipto, cerca de la frontera con Israel, entre Gaza y Eilat. Es un oasis que puede ser un punto de entrada a Israel. La zona se encuentra en la intersección de varias regiones: por un lado, el desierto del Sinaí, y por otro el desierto del Néguev, y al norte se encuentran la ciudad de Gaza, en la tierra de los filisteos (Éxodo 13:17) y la tierra de Judá (Josué 15).

Doce espías fueron enviados desde Cades-barnea a la Tierra Prometida. Según el relato de Números 13, exploraron y reconocieron la tierra durante 40 días. Regresaron y la describieron como una buena tierra. Trajeron los frutos del territorio, un sarmiento con un racimo de uvas llevada por dos hombres (Números 13:23) entre otros más. Dijeron que las ciudades estaban fortificadas con murallas (cf. Josué 6), que hoy podemos apreciar en yacimientos arqueológicos como Megido. La gente de la tierra se refería a ellos como gigantes, lo que también se encuentra en las Escrituras (Josué 15:13-15, 1Samuel 17:4).

Entrar en la Tierra Prometida supuso un enorme desafío para el pueblo. Ante los israelitas se presentaba una tarea que ninguna otra nación había tenido antes ni después. Desde una perspectiva humana, la tarea parecía imposible. Nosotros también podemos sentirnos así a veces. Cuando nos vimos obligados a cerrar nuestro hotel Beth-Shalom en Haifa a causa de la pandemia, no veía cuándo ni cómo volveríamos y serviríamos de nuevo a nuestros huéspedes; me sentía perdido. Este es también el sentimiento que prevalece ahora en Israel a causa de la guerra, la pérdida de vidas, familias, amigos y mucho más. Las dificultades económicas y la preocupación por el futuro cuando el conflicto entre Israel, por un lado, y las organizaciones terroristas islámicas como Hamás y Hezbolá e Irán por otro, parece no llegar a un fin.

También hay luchas en nuestra vida de fe. Hay dudas que nos atormentan… pero debemos aprender del pasado. Cuando Abraham tuvo dudas, se dirigió a Dios. En su oración, expresó sus dudas con palabras claras (Génesis 15:2), y Dios le respondió y le animó. Su fe le fue acreditada como justicia (Génesis 15:6). Nuestro Señor Jesucristo nos dio un ejemplo similar. Él oró en el Huerto de Getsemaní antes de su arresto y crucifixión y expresó sus pensamientos (Mateo 26:38; Marcos 14:34-37).

Los israelitas reaccionaron exactamente al revés. En lugar de creer y expresar sus dudas, se quejaron y se enfadaron. No creían en la capacidad y el poder de Dios (Deuteronomio 1:32). A pesar de todas sus experiencias con Dios en Egipto y en el desierto, no creían.

Cuando nos enfrentamos a un reto difícil o a tiempos complicados, debemos acudir al Señor en busca de misericordia y fortaleza. Sacamos fuerzas de su palabra y del ejemplo de los héroes de la fe que nos han precedido (Hebreos 11). 

Esta lucha también es evidente cuando comparamos los dos relatos de los espías. Números 13:1-2 dice que Dios envió a los espías, mientras que Deuteronomio 1:22 dice que el pueblo pidió que se enviaran espías. Parece haber una diferencia entre los dos relatos. Por supuesto, esto podría explicarse por el hecho de que Dios accedió a la petición del pueblo de enviar espías para explorar el territorio. Sin embargo, la diferencia entre los dos relatos radica en el propósito de la misión descrita en cada caso.

En Éxodo 13, los espías fueron enviados a inspeccionar el estado de la tierra para ver si era buena o mala y averiguar cómo estaban construidas las ciudades. El objetivo era conocer las comarcas que Dios quería dar a su pueblo (Números 13:18-20). De lo contrario, el objetivo de los espías nombrados en Éxodo era completamente distinto. No querían conocer la tierra, sino averiguar cómo la conquistarían; querían decidir cómo debían tomarla.

No creían en Dios ni en su bondad. Habían olvidado la guía del Señor a lo largo del camino. No confiaban en Él y en su palabra, sino que querían hacerlo con sus propias fuerzas. Habían olvidado que Dios quería darles esas tierras, era tarea de Él y no algo que pudieran hacer mediante su propio esfuerzo.

La parábola del hijo pródigo es comparable a esto. Dejó atrás sus experiencias con su padre, no aprendió del pasado, sino que tomó todo lo que su padre le dio e intentó actuar por su propia cuenta. Perdió su fortuna, fracasó y tocó fondo. De forma similar, Israel abandonó la casa de su padre: Jehová, el Dios Todopoderoso. Ellos intentan alcanzar la justicia por sus propios medios. Han erigido leyes, vallas y restricciones para sentirse cómodos consigo mismo y con sus acciones. Muchos judíos son celosos de Dios, pero intentan ser y actuar justos por sus propios esmeros (Gálatas 1:13-14).

Como en el caso del hijo pródigo, su alegría será completa cuando se arrepientan. Es decir, cuando se den cuenta de que no pueden hacerlo con sus propias fuerzas, sino solo con el poder de Dios. La tierra prometida, el “reposo”, no se conquistará mediante obras humanas, sino mediante la fe en el Salvador (Hebreos 4:8). Esto se hará realidad cuando Israel regrese a su padre como el hijo pródigo (Zacarías 12:10, Romanos 11:25-26). Cuando esto ocurra, no debemos ser como el hermano mayor, sino alegrarnos: “Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:32).

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