La epístola de Santiago
Una visión general de la carta más antigua del Nuevo Testamento y de las lecciones que encierra para nosotros. Parte 1.
El autor
Santiago 1:1 parece claro: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo”, pero Santiago o Jacobo (dos formas del mismo nombre, siendo Santiago la combinación de “San Jacobo”) era un nombre común en aquella época. Si se quería especificar a qué Santiago o Jacobo se refería, había que añadir un epíteto. En la Biblia encontramos un mínimo de cinco hombres con este nombre.
1. En Marcos 15:40 se habla del “Jacobo el menor”. Aparte de esta mención, no sabemos nada de él; no tiene que ver con la carta de Santiago.
2. En Lucas 6:16 se menciona a Jacobo, padre o (según la versión) hermano de uno de los doce discípulos. Aparte de su nombre, no sabemos nada de él; queda descartado como autor de la carta.
3. En Lucas 6:15 leemos acerca de uno de los doce discípulos: Jacobo, hijo de Alfeo. No se sabe nada de él, y tampoco se le puede considerar el autor.
4. En Lucas 6:14 leemos de otro de los doce discípulos llamado Jacobo. En Mateo 4:21 se le especifica como Jacobo hijo de Zebedeo, cuyo hermano era Juan. Este Jacobo se menciona más de 20 veces en los Evangelios. Allí aparece siempre junto a Juan (p. ej. Marcos 1:19). Estuvo con Cristo, Pedro y Juan en el monte de la transfiguración (Mateo 17:1). Estuvo presente en la resurrección de la hijita de Jairo (Marcos 5:31). Su madre pidió a Jesús un buen lugar para sus hijos (Mateo 20:21). Finalmente, fue decapitado por orden de Herodes Agripa I hacia el año 44 d. C. (Hechos 12:1-2). Fue el primer apóstol que murió a través del martirio, y este evento lo elimina como el autor.
5. En Hechos 15 se menciona a otro Santiago o Jacobo (v. 13). También el autor de la Epístola de Judas se identifica así: “Judas, siervo de Jesucristo, y hermano de Jacobo” (v. 1). Curiosamente, sabemos de un par de hermanos con el mismo nombre por Marcos 6:3, que los identifica como hermanos del Señor Jesús: “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón?”. Al mismo tiempo, el apóstol Pablo escribe también de un hermano del Señor: “Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor” (Gál. 1:19). Todos estos pasajes hablan del mismo Santiago. Y este Santiago, que en realidad es solo medio hermano del Señor Jesús, es con toda probabilidad también el autor de la epístola del mismo nombre.
Hay algunos datos sobre Jacobo, el hermano del Señor. Al principio era incrédulo (Juan 7:5) y más tarde tuvo un encuentro especial con el Señor resucitado (1 Corintios 15:7). Al parecer, en ese proceso encontró la fe viva, pues en Hechos 1:14 leemos: “Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos”.
Se convirtió en una figura espiritual y, con el tiempo, en un pilar de la iglesia de Jerusalén. Tras la ejecución de Santiago, hijo de Zebedeo, en el año 44 d.C., Pedro, recién liberado de la cárcel, manda decir: “Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos” (Hch. 12:17). Y Pablo menciona a Jacobo incluso antes que a Pedro (o Cefas): “Y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo…” (Gál. 2:9).
Su palabra tenía autoridad en el Concilio de los Apóstoles: “Y cuando ellos callaron, Jacobo respondió diciendo: Varones hermanos, oídme” (Hch. 15:13). Los principales hermanos se reunieron con él, probablemente en 55/56 d. C.: “Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos” (Hch. 21:18).
Todo el mundo en la comunidad de Jerusalén y probablemente mucho más allá sabía quién era el autor de la Epístola de Santiago: el medio hermano del Señor. Solo un hombre conocido y respetado podía escribir una carta sin dar detalles sobre su persona. La actitud de su corazón, su especial humildad, es ya evidente en el versículo 1: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. ¿Nos presentaríamos de una manera tan modesta si tuviéramos este medio hermano?
El historiador de la Iglesia primitiva, Hegesipo, relata: “Santiago solía entrar en el templo y se le encontraba de rodillas suplicando perdón en nombre del pueblo. Sus rodillas se encallaron como las de un camello, ya que estaba constantemente de rodillas orando a Dios y pidiéndole que perdonara a su pueblo. Debido a su extraordinaria rectitud fue llamado ‘El Justo’”.
Finalmente, Flavio Josefo, el historiador judío romano, describe su particular muerte, una de mártir, de la siguiente manera: “Para la satisfacción de su duro corazón, (el sumo sacerdote) Ananías pensó haber encontrado una oportunidad favorable (…) Reunió, pues, al Sumo Consejo para el juicio y llevó ante él al hermano de Jesús llamado Cristo, por nombre Jacobo, así como a algunos otros, a quienes acusó de transgredir la ley, y llevó a la lapidación” (Antigüedades judías, libro 20, capítulo 9).
Sobre la muerte de mártir de Santiago añade Hegesipo: “Subieron y arrojaron hacia abajo al justo. Y gritaban unos a otros: ‘Apedreemos al justo Jacobo’. Y comenzaron a apedrearle; porque aunque había caído, no estaba muerto. (…) Entonces uno de ellos, un productor de telas, tomó un batán, con que apretaba las telas, y lo golpeó en la cabeza del justo. Así este murió la muerte de un mártir”.
Jacobo fue víctima de un linchamiento, y por Josefo sabemos el año exacto de su muerte: 62 d. C. Solo unos años después, en el 66 d. C., los judíos iniciaron una rebelión armada contra la ocupación romana. Al principio tuvieron un éxito asombroso, pero más tarde, cuando llegó Tito, fueron derrotados de forma devastadora (70 d. C.).
Los destinatarios
En su carta, Santiago saluda a “las doce tribus que están en la dispersión” (Stg. 1:1). Por tanto, no se dirige a una congregación local ni a individuos. Por este motivo, la epístola de Santiago pertenece a las epístolas llamadas “católicas”, como Hebreos, 1 y 2 Pedro, etc. Católico significa general, de amplio contexto, universal. Sin embargo, la Epístola de Santiago fue escrita probablemente como una carta circular para un grupo muy concreto de personas: las doce tribus. Ellas son los destinatarios o receptores.
Como consecuencia del cautiverio asirio alrededor del año 720 a. C., las diez tribus del norte, en realidad, dejaron de existir; pero aunque perdieran su identidad como parte del pueblo, no la perdieron delante de Dios. Él tiene un plan para todo Israel (pensemos, por ejemplo, en los 144,000 sellados de todas las tribus de Israel, en Apocalipsis 7:4). Las doce tribus deben entenderse literalmente en este contexto; el texto simplemente no permite la espiritualización. De la misma manera, únicamente pueden referirse a las doce tribus reales las palabras de Santiago 1:1 (segunda parte): “…que están en la dispersión”, porque solo lo que una vez estuvo unido puede haberse dispersado.
Dispersión en griego significa diáspora y se refiere a los judíos que viven dispersos entre las naciones gentiles. En consecuencia, se trata de judíos creyentes en Jesucristo que fueron desplazados por la persecución tras la lapidación de Esteban (Hechos 8:1ss) o tras la decapitación de Jacobo, hijo de Zebedeo (Hechos 12), principalmente hacia la región mediterránea oriental (cf. Hechos 11:19: Fenicia, Chipre, Antioquía; cf. también Juan 7:35: “dispersos entre los griegos”). Hay comentaristas que suponen que la carta llegó incluso a judíos de Babilonia y Mesopotamia.
Por tanto, la carta fue escrita por un judío a judíos —un judío hasta la médula—. Algunos ejemplos: en Santiago 1:18 habla de las “primicias de sus criaturas” (cf. Levítico 23:10); en el capítulo 1:25 menciona “la perfecta ley”; en el 2:2 dice: “en vuestra congregación” (lit. sinagoga); en el 2:8 habla de: “la ley real” (cf. Levítico 19:18); en 2:12 de: “la ley de la libertad”; Santiago 2:19 dice: “Tú crees que Dios es uno; bien haces” (cf. Deuteronomio 6:4 —la ley central de los judíos es que hay un solo Dios); Santiago 2:21 habla de: “Abraham nuestro padre”; en el capítulo 3:6 de la lengua “inflamada por el infierno” (lit. gehena); en el 5:4 del “Señor de los ejércitos” (lit. Sebaot —aquí la única referencia directa en el Nuevo Testamento; cf. Génesis 17:1); en Santiago 5:7 leemos de la “lluvia temprana y la tardía” (cf. Deuteronomio 11:14); y en el capítulo 5:12 Santiago exhorta a sus lectores a no jurar, condenando el abuso de los juramentos en aquella época.
Santiago también menciona a Abraham e Isaac (2:21), a Rahab (2:25), a Job (5:11 —aquí la única mención en el Nuevo Testamento) y a Elías (5:17-18). El espíritu y la imaginería del Antiguo Testamento debían ser conocidos por los destinatarios, pues de lo contrario esta expresión, por ejemplo, carece de sentido: “¡Oh almas adúlteras!” (Stg. 4:4).
Pero aunque la carta no se dirige directamente a nosotros, cristianos gentiles, también nos habla. En primer lugar, “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar” (2 Timoteo 3:16). Además, todos los verdaderos creyentes son extranjeros y peregrinos en este mundo (Filipenses 3:20; 1 Pedro 2:11). Pero hay otra razón importante por la que no se dirige a cristianos gentiles, y la veremos en el siguiente punto:
Tiempo y lugar de redacción
Probablemente Santiago nunca salió de Jerusalén, por lo que cabe suponer que la carta fue escrita allí. La mayoría de los comentaristas suponen que la Epístola de Santiago debió escribirse antes del Concilio de los Apóstoles en Hechos 15, en los años 48/49 d.C. Santiago desempeñó allí un papel decisivo. Por tanto, si hubiera escrito su carta después, sin duda habría aludido a alguna de las decisiones tomadas en el Concilio. Sin embargo, no hace la menor alusión al respecto.
La primera persecución y dispersión de los cristianos judíos, en los años 31-34 d. C., se menciona en Hechos 8. La segunda comenzó en Hechos 12, en el año 44 d. C. En algún momento de este período, Santiago escribió su carta. Esto hace de la Epístola de Santiago el primer libro del Nuevo Testamento (la Epístola a los Gálatas se escribió en el año 49 d. C.). Y esta es también la explicación de por qué no se menciona a ningún cristiano gentil: en esta fecha tan temprana sencillamente aún no existían iglesias gentiles. La primera avanzada misionera del apóstol Pablo en el mundo gentil (en Arabia; Gálatas 1:17) recién tenía lugar en esta época.
Esta fecha temprana es también una explicación para Santiago 1:22: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” ¿Por qué no menciona al lector, como lo hace Apocalipsis 1:3, cuando dice: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía”? En aquella época, no existía ni una sola escritura del Nuevo Testamento. El canon entero del NT hasta el libro de Apocalipsis no se completó hasta alrededor del año 90 d. C., y las copias del Antiguo Testamento eran demasiado caras para que los judíos de la diáspora las tuvieran en su posesión privada.
Motivo y problemática
En las primeras asambleas judeocristianas había graves situaciones de injusticia que había que corregir: por ejemplo, la opresión de los pobres y el favoritismo a los ricos. Los primeros judeocristianos estaban siendo marginados, por eso recibieron consuelo y aliento en sus duras pruebas, y tentaciones al principio y al final de la carta. Y Santiago, evidentemente, conocía la falta de sinceridad y coherencia que había que corregir en la vida cristiana cotidiana: el ser solo oidor de la Palabra, pero no hacedor; pretender tener fe, pero sin las obras correspondientes; servir a Dios sin abandonar el amor al mundo.
La Epístola de Santiago es una de exhortación y corrección del rumbo espiritual, no un tratado teológico; por eso es extremadamente directa y práctica. Es una carta que también se aplica a ti y a mí, sobre cuya base podemos poner a prueba nuestra fe.
También encontramos cuatro pasajes proféticos en la Epístola: “…recibirá la corona de vida” (1:12). “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia” (2:12-13). “…y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego” (5:2-3). “…porque la venida del Señor se acerca” (5:7-9).
Probablemente, el texto más controvertido de la Epístola de Santiago es el capítulo 2:14-26, que trata de la fe y las obras, no de las obras de la Ley, sino de las obras de la fe. Son obras que glorifican a Dios. Martín Lutero, a quien Dios utilizó de forma tan extraordinaria como instrumento para la Reforma, se refirió a este pasaje cuando calificó la Epístola de Santiago de “epístola de paja” en comparación con las Epístolas de Pablo. Respecto a esta epístola “de paja”, John F. Walvoord señala: “Después de todo, hay suficientes agujas en este pajar para aguijonear la conciencia de cualquier cristiano que se haya apagado y cansado”.
Tras muchas batallas e intensa lucha, Lutero había descubierto en la Epístola a los Romanos que las obras de la ley no juegan ningún papel para la aceptación y justificación ante Dios. Por lo tanto, los versículos de Santiago que enfatizan la fe en conexión con las obras, le causaron grandes problemas. Dado que Santiago parecía argumentar en contra de Pablo y de la justificación solo por la fe, Lutero consideró la carta insignificante y dijo en su prefacio de la Biblia de 1546: “Por lo tanto, no quiero colocarla entre los libros principales correctos, aunque no quiero impedir que cualquiera la coloque y la levante como le plazca; porque, por lo demás, hay en ella muchos dichos buenos”.
Años más tarde, Lutero se dio cuenta de que Santiago era en realidad un complemento de los escritos de Pablo: “La justificación por la fe debe verse en las obras”, escribió.
Sabiendo que la Epístola de Santiago es muchos años más vieja que las Epístolas a los Gálatas y Romanos, el argumento de que se trate de un escrito polémico dirigido contra el apóstol Pablo queda fuera de discusión. Y cuando consideramos las obras de Abraham (ofreciendo a su propio hijo como sacrificio) y Rahab (traicionando su pueblo), queda claro que su alto significado radica en que fueron consecuencias de su fe. Este es precisamente el gran tema de la carta de Santiago: ¿cómo se demuestra la verdadera fe?
Estructura, composición y estilo
En solo 5 capítulos, se utilizan 29 veces imágenes de la naturaleza para ilustrar verdades espirituales (John F. Walvoord). Santiago contiene más figuras retóricas que todas las cartas de Pablo juntas (“Muéstrame …y yo te mostraré”; 2:18), analogías (“ponemos freno en la boca de los caballos”; 3:3) e imágenes de la naturaleza (“semejante a la onda del mar”; 1:6).
También hay más de 20 sorprendentes paralelismos con el Sermón del Monte, algo comprensible si tenemos en cuenta la proximidad temporal y la relación familiar de Jacobo con su medio hermano Jesús (John MacArthur).
La palabra “sabiduría” aparece con frecuencia; quince veces se menciona la palabra “hermanos” —“hermanos míos” expresa un énfasis especial cuando aborda un tema nuevo. En cierto modo, la Epístola de Santiago es la de máxima autoridad del Nuevo Testamento. Jacobo da más instrucciones que los demás escritores. En solo 108 versículos encontramos 54 exhortaciones y mandatos. Santiago escribe con energía y viveza: está claro que su carta estaba pensada para ser leída en voz alta, pero no ensarta simplemente varias sabidurías como en un collar de perlas; más bien, descubrimos una joya literaria de extraordinaria belleza, ingeniosamente ensamblada con gran fuerza de lenguaje.
La carta está estructurada del siguiente modo: Tras el saludo (1:1), trata catorce situaciones en las cuales nuestra fe es puesta a prueba en cuanto a su veracidad y autenticidad:
1. En las tentaciones y aflicciones (1:2-18).
2. En el manejo de la Palabra de Dios (1:19-27)
3. En el amor imparcial (2:1-13).
4. En las obras (2:14-26).
5. En el uso de la lengua (3:1-12).
6. En nuestra conducta con sabiduría (3:13-18).
7. En nuestro trato con el mundo (4:1-6).
8. En la devoción y la humildad (4:7-10).
9. En cómo hablamos de los demás (4:11-12).
10. En nuestros planes y proyectos (4:13-17).
11. En el manejo del dinero (5:1-6).
12. En la perseverancia en circunstancias difíciles (5:7-11).
13. En el cumplimiento de nuestras promesas (5:12).
14. En la oración ferviente (5:13-20).
Considero a Santiago 2:26 el versículo clave de la epístola: “Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta”.
La Epístola de Santiago es intransigente en su ética y refrescante en su enseñanza práctica. Por tanto, podría resumirse en dos palabras: fe activa —¡Leamos y vivamos esta carta tal como fue escrita!—