La arrogancia de los ricos - Parte 2

Fredy Peter

Interpretación de la carta de Santiago, 14ª parte: Santiago 5:1-6. Sobre la acumulación egoísta, el aumento fraudulento, el despilfarro excesivo y la explotación desconsiderada de la riqueza. 

Con sus agudas palabras del capítulo 5:1-6, Santiago continúa sin transición un tema que ya había iniciado en los versículos anteriores. En el capítulo 4:13-17, se dirige a los comerciantes y les advierte de la necesidad de depender totalmente de Dios. A continuación, le habla a quienes corren especial peligro de llevar una vida independiente de Dios: los ricos y pudientes terratenientes.

Sin embargo, no pensemos ahora: “Bueno, esto no me afecta porque no poseo tierras y mi riqueza es muy modesta”. ¡Comparados con la mayoría de la gente del mundo, somos ricos! Aunque a veces las cosas estén apretadas, tenemos para vivir y muchas veces nos sobra. Por eso estas exhortaciones sirven también “para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16).

Como vimos en la Parte 1, no encontramos ni un solo pasaje en la Biblia que diga que el dinero y la riqueza sean pecaminosos. Todo el dinero pertenece a Dios. Por lo tanto, no puede ser malo o pecaminoso, solo lo que hacemos con él. Así que en la última edición nos hicimos de un punto de vista bíblico sobre el dinero y sus gastos. Nuestro pasaje es uno de varios criterios de prueba en la carta de Santiago que se pueden utilizar para probar la verdadera fe. El manejo del dinero es precisamente una indicación de a quién servimos: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21).
Santiago va directo al grano y revela la arrogancia de los ricos de su tiempo. En primer lugar, los amonesta: 

La acumulación egoísta de riqueza
“¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán” (Stg. 5:1).

No se trata de una llamada al arrepentimiento combinada con la conversión, sino de una incisiva advertencia profética: el juicio está decidido y se acerca. La palabra “aullar” se utiliza en el Antiguo Testamento exclusivamente para referirse al juicio y significa fuertes gritos combinados con un miedo terrible (cf. Isaías 13:6). ¿En qué consistía su culpa?

“Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos” (Stg. 5:2-3).

En los tiempos bíblicos, aparte de la propiedad de la tierra, había tres fuentes de riqueza a las que Santiago se refiere aquí:

1. Los productos agrícolas (piensa en el rico necio de Lucas 12) están podridos.

2. Las ropas (recuerda el precioso manto que Acán tomó en Jericó) se apolillan.

3. El oro y la plata (Acán tampoco pudo resistirse a robar unos cuatro kilos de estos metales preciosos en Jericó; véase Josué 7) se deterioran.

Por sí mismos, el oro y la plata no pueden oxidarse, pero pueden deslustrarse con el tiempo. Sin embargo, si las monedas estaban hechas de aleaciones, sí que podían oxidarse. Estas inversiones temporales de la época se pudrían, se apolillaban y se enmohecían, porque no se utilizaban, sino que solo se atesoraban –una acumulación egoísta de los dones de Dios sin ningún beneficio para los demás, guardados en última instancia para el juicio de Dios.     

“…su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego” (Stg. 5:3).

El moho es, pues, a la vez testigo e instrumento de juicio. La sentencia condenatoria “Habéis acumulado tesoros para los días postreros” no se refiere a la provisión para la vejez, sino al tiempo entre la primera y la segunda venida de Jesús. En realidad, se refiere a Él. Vivían como si Jesús nunca hubiera venido y como si nunca fuera a volver. Creían que tenían lo mejor que la vida podía ofrecer: posesiones, riqueza y poder. ¡Qué falacia! Y qué advertencia para nuestro tiempo en el que el capitalismo excesivo y el materialismo patente se consideran normales e incluso deseables.

Todos corremos el peligro de convertir nuestras mayores y menores posesiones en ídolos y utilizarlas solo para nosotros mismos. Todos tenemos la tentación de acumular en lugar de compartir, aun sabiendo que, en cualquier momento, estos postreros días llegan a su fin con el regreso de Jesús. Sin embargo, como mencionamos en la última parte, el Señor no exige de nosotros que regalemos todas nuestras posesiones, pero sí que seamos buenos administradores. Solo así podremos mantener nuestra propia familia (1 Timoteo 5:8), ayudar a los necesitados (1 Juan 3:17) y apoyar el trabajo misionero (1 Corintios 9:14). Tomemos en serio lo que dice Proverbios 11:24 con su interesante estrategia de inversión: “Hay quienes reparten, y les es añadido más; Y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza”.

Santiago nos hace aquí una advertencia urgente: si pones tu confianza en los alimentos, la ropa y el dinero y todo se te viene abajo, lo único que te queda es llorar y lamentarte. 

Pero en aquellos días, los ricos no solo acumulaban sus riquezas egoístamente, sino que las aumentaban mediante fraude y engaño. Este es el segundo punto.

El aumento fraudulento de la riqueza
“He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros” (Stg. 5:4). 

Se trataba de un engaño flagrante que, evidentemente, era sistemático. Incluso los profetas del Antiguo Testamento se lamentaban de ello (por ejemplo, en Jeremías 22:13). Dios ordenó expresamente en Levítico 19:13: “No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana”.

¿Por qué? En los tiempos bíblicos, eran normales los contratos laborales que empezaban por la mañana y terminaban por la tarde, una vez terminado el trabajo. Los jornaleros agrícolas dependían del salario diario. Si les faltaba una parte o a la totalidad del mismo, pasaban grandes penurias. La retención ilegítima de su salario podía llevar a toda una familia a la miseria e incluso poner en peligro sus vidas. Por eso Moisés ordenó:

“No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades. En su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida; para que no clame contra ti a Jehová, y sea en ti pecado” (Dt. 24:14-15).

Este fue exactamente el caso de Santiago: “y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos”. Debido a su grave situación, habían clamado al Señor de los ejércitos, el Soberano de todos los ejércitos celestiales, y él se ocuparía personalmente del asunto.

¿No es notable que Dios sea llamado dueño de toda la plata y el oro con este mismo nombre, “Señor de los ejércitos”, en Hageo 2:8? Retener el salario de los trabajadores más humildes es un pecado que, literalmente, clama al cielo.

A Dios no solo le interesa la riqueza de una persona, sino también cómo se ha producido. Nos asombra ver que el Señor no es indiferente a las condiciones sociales y tampoco a nuestro comportamiento social. Un salario justo no es un invento de los sindicatos. Jesús subrayó expresamente hace 2,000 años que el trabajador es digno de su salario (Lucas 10:7).

¿Qué ocurre cuando la riqueza se acumula egoístamente y se incrementa mediante el fraude? Esto nos lleva al tercer punto del texto.

El derroche excesivo de la riqueza
“Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza” (Stg. 5:5).

Por eso dice Santiago: Si alguien elige un estilo de vida fastuoso, extravagante y lujoso, se lo permite todo y no comparte con nadie, también elige un final especial: será sacrificado como un animal engordado en el “día de matanza”. Esto es exactamente lo que vemos con los habitantes de Sodoma en Ezequiel 16:49-50:

“He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité”.

El “día de matanza” llegó para los habitantes de Sodoma. Y también llegó para la clase alta judía de la época de Santiago. En el año 70 d. C. fueron prácticamente aniquilados por completo en el transcurso de la revuelta contra Roma. 

Además, ese “día de matanza” es un día escatológico de juicio. Si echamos un vistazo a nuestra sociedad occidental actual, nos damos cuenta de que estas palabras también la describen exactamente a ella: “Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos”.

Por eso ciertamente vendrá también para ella el “día de matanza”, en el “día del Señor”, un período horroroso de siete años de juicio sobre un mundo impío, que ha vivido solo para su propio placer.

El versículo 5 muestra finalmente con aterradora claridad que estos ricos de los que escribe Santiago eran incrédulos. No solo se acercaban a su día de matanza terrenal, sino también a su día de matanza eterno: el juicio ante el gran trono blanco con la consiguiente expulsión a la terrible y eterna lejanía de Dios llamada infierno. Jesús confirma esta verdad en tres pasajes, donde la persona vivía solo para sí misma, acaparando o despilfarrando la riqueza material que Dios le había dado:

– El rico, que ni siquiera dio las migajas al pobre Lázaro, sufrió tormentos en el reino de los muertos (Lucas 16:23).

– Al agricultor rico pero insensato, que acaparaba todas sus cosechas solo para sí mismo, se le pidió su alma (Lucas 12:20).

– Y el siervo inútil, que había enterrado su dinero y no había hecho nada con él, fue arrojado a las tinieblas de afuera, donde habrá llanto y crujir de dientes (Mateo 25:30).

¿Cómo nos afecta personalmente el reproche de un estilo de vida en opulencia? Según 1 Timoteo 6:17, Dios “nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos”. ¿Está mal que un empresario rico, que mantiene generosamente a su familia, a sus hermanos necesitados y al Reino de Dios, conduzca un bonito Mercedes? Yo creo que no. ¿Está mal que otra persona que solo utiliza su salario para sí misma y no le queda nada para el Reino de Dios conduzca un bonito Mercedes? Yo creo que sí.

Todo es cuestión de proporcionalidad. Solo Dios ve nuestros motivos. Por tanto, abstengámonos de emitir juicios precipitados sobre lo que supuestamente vemos en los demás…

La riqueza que se acumula egoístamente, se incrementa mediante el fraude y se despilfarra con exceso, conduce, en última instancia, al cuarto y último punto:

La explotación despiadada de la riqueza
“Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia” (Stg. 5:6).

El dar muerte al justo aquí no se refiere a Cristo, el único justo verdadero, sino a las personas justas por su fe en Cristo, que soportaron el sufrimiento y la injusticia en el espíritu de Jesús. A los ricos injustos, sus riquezas injustamente acaparadas, adquiridas y dilapidadas les dieron el poder de imponer despiadadamente sus propios intereses. Su comportamiento nos muestra el alcance de su arrogancia.

Como a los jornaleros ordinarios les robaban parte de su salario diario, estos tenían que endeudarse para sobrevivir. Y si no podían pagar sus deudas, los jueces corruptos se encargaban de castigarlos. Sin asistencia jurídica, se veían obligados a vender todo lo que les quedaba, a veces incluso a sus propios familiares. Privados de cualquier posibilidad de escapar de esta terrible espiral descendente, a menudo morían de una solitaria muerte por inanición. Dios llama a esto asesinato. Literalmente, los ricos pasaban por encima de cadáveres. Y este abuso de riqueza y poder trae inevitablemente el juicio, como afirma ­Santiago en el capítulo 2:13: “Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia”. Ante esta situación sombría y desesperada, Santiago ofrece una fuerte motivación a los afectados en los versículos siguientes. Veremos esto en la siguiente parte. 

Conclusión
Quisiera terminar con una oración muy apropiada de Martín Lucero, que resume nuestro estudio: 

“Señor, nuestro Dios, líbranos del gran pecado de la avaricia y del deseo de las riquezas de este mundo. Guárdanos de buscar el honor y el poder de este mundo y de ceder a sus tentaciones. Protégenos para que el mundo, con sus engaños, sus falsas apariencias y su seducción, no nos absorba por esta vida pasajera. Guárdanos de ser provocados a la impaciencia, la venganza, la ira u otros vicios por la maldad y la repulsión del mundo.

Ayúdanos a cancelar y renunciar a las mentiras, engaños, promesas e infidelidades de los hombres con todas sus posesiones y corrupciones, para que caminemos en novedad de vida, como también prometimos en el bautismo, para que permanezcamos en ella y crezcamos en ella cada día. Sálvanos de las instigaciones del demonio a vivir con arrogancia según nuestros propios placeres y a despreciar a los demás, cuando a algunos nos has dado riquezas, gran prestigio, poder, arte, belleza u otros bienes tuyos. Amén”.

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad