Esperanza para el remanente

John MacArthur

Los capítulos 12 a 14 del profeta Zacarías muestran claramente el glorioso future que Dios ha planeado para Israel. 

A lo largo de los años, he tenido especial interés en abordar cuestiones que me parecían importantes para el pueblo evangélico, cuestiones que iban más allá de las luchas normales de la vida y del ministerio cristianos.

No sé cuánto tiempo me dará el Señor, pero quisiera hacer un último esfuerzo para poner la verdad sobre el candelero en relación con un tema que me ronda constantemente por la cabeza. Se trata de una doctrina de vital importancia, no solo para los redimidos, sino para el mundo entero. La Biblia es precisa, clara, poderosa y esperanzadora cuando habla de ella, y sin embargo, extrañamente, esta doctrina, a saber, la escatología —la doctrina del fin de los tiempos— es tratada con cierta indiferencia por muchas personas.

De todas las categorías de la teología sistemática, la escatología es la única para la que no existe ninguna ortodoxia fija; es casi una insignia de honor de nobleza académica no tener una opinión propia sobre ella. La escatología es la doctrina de la consumación de la historia de salvación de Dios y, sin embargo, a menudo la gente encoge los hombros y no le da mucha importancia. 

El hecho es que las Escrituras dicen mucho sobre la escatología, especialmente en el libro de Zacarías. Te recomiendo compartir tu punto de vista sobre la escatología solo después de haber leído este libro. De todos los libros del Antiguo Testamento, es la revelación más completa sobre el final de los tiempos.

Esto queda claro incluso cuando se lee el libro a vista de pájaro, aún antes de llegar a la interpretación versículo por versículo. El tema de Zacarías es el Señor Jesús; revela cada detalle de Él, de su vida, su muerte y su retorno. El libro está impregnado de la presencia del Mesías. Por ejemplo, habla de la obra de Cristo antes de su encarnación para hacer avanzar el plan de Dios para Israel. El profeta predice también la intercesión del Señor por el pueblo de Israel. Zacarías 4 describe la primera venida de Cristo en humildad, el rechazo que sufrió, la traición por treinta monedas de plata, y cómo sería finalmente crucificado para pagar por los pecados de su pueblo. Pero Zacarías profetizó también la segunda venida de Cristo como el Rey glorioso, que reunirá a su pueblo, vencerá a los enemigos de Israel, purificará a sus elegidos, construirá el Templo, se parará victorioso sobre el Monte de los Olivos, reinará y recibirá la adoración de todos los habitantes de la Tierra. Y no hay equivocación ni falta de claridad en esas profecías. Zacarías también reveló al Mesías como el verdadero Buen Pastor, en contraste con los líderes corruptos de Israel, los falsos pastores. Mientras que el verdadero Pastor cuida de los suyos, los falsos pastores devoran y traicionan a su pueblo.

Zacarías señala que, en su primera venida, el Buen Pastor reprenderá y destruirá a los falsos pastores, es decir, a los sacerdotes, los ancianos y los escribas de Israel. Como este pueblo ha rechazado al verdadero Pastor, un día ellos caerán presa de un falso pastor, al que conocemos como el Anticristo; pero el Mesías volverá para vencer y destruir al Anticristo. Él salvará a su rebaño, tanto física como espiritualmente, para que se convierta en un maravilloso testimonio del amor de su Buen Pastor.

El libro de Zacarías también nos presenta al Rey-Sacerdote. Según 2 Crónicas 26, ningún israelita podía desempeñar el cargo de sacerdote y rey al mismo tiempo. Sin embargo, el Antiguo Testamento preveía la llegada de un hombre según el orden de Melquisedec, que combinaría ambos oficios, que redimiría a su pueblo como sacerdote y gobernaría como rey. En última instancia, lograría la reconciliación entre Dios y los hombres, y traería la paz perfecta gobernando soberanamente y con justicia sobre todo el mundo.

La profecía de Zacarías se extiende al Reino milenario de Cristo. Jerusalén y el Templo serán reconstruidos, la gloria de Dios volverá a habitar en medio de la ciudad y Dios la rodeará como un muro de fuego. Cuando el Mesías establezca su Reino terrenal, Jerusalén será conocida como la “Ciudad de la Verdad” (Zacarías 8:3).

En aquel día, dice Zacarías, el Mesías limpiará a su pueblo. Llamará a Israel “pueblo mío”, y ellos responderán: “Jehová es mi Dios” (Zacarías 13:9). El Reino, que al principio solo estará poblado por israelitas redimidos, será gobernado por dirigentes y sacerdotes competentes que conducirán al pueblo de Dios al culto verdadero.

Además del Israel hecho justo, los gentiles nacidos de nuevo también entrarán en el Reino y adorarán al Señor. Se reunirán en Israel al menos una vez al año durante el Milenio para celebrar la fiesta de los Tabernáculos. Bajo el gobierno del Mesías reinará la paz en el mundo; judíos y gentiles se unirán para adorar al Señor. El Reino milenario formará parte de una creación renovada, con una topografía cambiada y con una luz nueva. El Señor restaurará una especie de descanso edénico, de modo que tanto la muerte como la maldición que vino sobre la creación queden grandemente reducidas.

Jerusalén estará llena de gente —viejos y jóvenes— que vivirán en paz y seguridad. Cosas que actualmente se consideran comunes o incluso mundanas se convertirán en santas para el Señor. En el centro de este Reino milenario estará el Rey de reyes, el Señor Jesucristo. Su asunción, en la cual el mundo celebrará sus méritos a través de la historia de la salvación, dará inicio al Reino. Él será el único Rey en todo el planeta, y todos los pueblos lo adorarán.

Las profecías de Zacarías se centran especialmente en el remanente creyente del pueblo judío, lo que queda claro en el capítulo 8, versículos 11-15 (nbla):

“‘Pero ahora Yo no trataré al remanente de este pueblo como en los días pasados’, declara el Señor de los ejércitos. ‘Porque habrá simiente de paz: la vid dará su fruto, la tierra dará su producto y los cielos darán su rocío; y haré que el remanente de este pueblo herede todas estas cosas. Y sucederá que como fueron maldición entre las naciones, casa de Judá y casa de Israel, así los salvaré para que sean bendición. No teman, mas sean fuertes sus manos’. Porque así dice el Señor de los ejércitos: ‘Tal como me propuse hacerles mal cuando sus padres me hicieron enojar’, dice el Señor de los ejércitos, ‘y no me he arrepentido, así me he propuesto en estos días volver a hacer bien a Jerusalén y a la casa de Judá. ¡No teman!’”

Esto es característico de lo que Zacarías profetiza sobre el futuro. Habla de un Israel literal, de la efectiva salvación de Israel, de la restauración y elevación de Jerusalén, de la transformación del planeta y de verdadera paz y seguridad; podría decirse que las visiones de Zacarías son la pesadilla de un amilenialista, y de veras que lo son.

Entendemos que la escatología de Zacarías es una descripción de la última época de la historia humana, es decir, lo que la Biblia llama el “día del Señor” o, muy interesante, “día para el Señor”. Veamos Zacarías 14:1: “He aquí, el día de Jehová viene, y en medio de ti serán repartidos tus despojos”. La Nueva Versión Internacional (Castilian) traduce: “¡Jerusalén! Viene un día para el SEÑOR cuando tus despojos serán repartidos en tus propias calles”. Y luego sigue en el versículo 9: “Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”.

La última época de la historia humana será el “Día para el Señor”. Probablemente estemos familiarizados más bien con el término “día del Señor”, que describe el aspecto de juicio de los últimos tiempos, pero aquí se trata de otra cosa. El Día del Señor trae castigo y juicio; el Día para el Señor trae salvación y bendición, aunque también abarca estos otros aspectos.

En Zacarías encontramos la intrigante y sencilla expresión “en aquel día”, que nos permite saber en qué parte de la historia de salvación nos encontramos. No es el único profeta que utiliza esta expresión. Isaías lo hace más de cuarenta veces; Oseas, Joel, Amós y Sofonías también la emplean. Zacarías utiliza la frase tres veces en los capítulos 1 a 11, pero en Zacarías 12 a 14 aparece diecisiete veces, por lo que la cronología de estos acontecimientos no es ningún misterio.

Zacarías contiene muchas referencias a la primera venida del Mesías: a su humilde entrada sobre un asno, su rechazo por el pueblo, su traición por treinta monedas de plata y luego el juicio de Dios sobre el Israel incrédulo. Los capítulos 12 a 14 tratan la segunda venida del Mesías. Los detalles de este acontecimiento deben entenderse tan literalmente como los detalles de las profecías acerca de la primera venida de Cristo.

En su segunda venida, él aparecerá en el Monte de los Olivos, y entonces sucederán cosas asombrosas. Establecerá su Reino terrenal y cumplirá las promesas hechas al pueblo de Israel a través de los patriarcas, David y los profetas. Y cuando llegamos a los tres últimos capítulos de Zacarías, nos damos cuenta de que ningún libro del Antiguo Testamento describe la revelación de Cristo tan exhaustivamente y con tanto detalle como este.

Aprendemos de Zacarías que, al final, surgirán una alianza mundial y un ejército global, que se alzarán en armas contra el pueblo elegido de Dios, Israel. Por el poder de Dios, Israel obtendrá finalmente una victoria aplastante sobre esos enemigos, seguida de la aparición del Mesías en gloria y de la transformación espiritual del pueblo judío mediante el poder del Espíritu Santo. Zacarías contempla estos acontecimientos desde distintos ángulos y hace hincapié en la obra del Mesías. Cristo volverá, salvará a su pueblo, lo renovará, castigará a los malvados, instaurará su Reino y celebrará su triunfo con una gran fiesta.

Este es un resumen de la escatología de Zacarías. No es posible espiritualizar o alegorizar estas revelaciones. No se nos da esta opción, y por eso este libro es la pesadilla de todo amilenialista —intentar de relacionar todas estas profecías con otra cosa que no sea lo que dicen las mismas profecías, es una insensatez—.

Comencemos nuestro estudio en  Zacarías 12:1-3:

“Profecía de la palabra de Jehová acerca de Israel. Jehová, que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él, ha dicho: He aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella”.

Jerusalén será una “copa que hará temblar” (v. 2), o “copa de vértigo” (lbla). La palabra “copa” tiene que ver con una fuente grande. Es decir, Jerusalén se presenta como un objeto de disputa vasto, alrededor del cual se reunirán todas las naciones, deseosas de engullir su apetitoso contenido. Y cuando sea atacada por el ejército global, este beberá de la ira divina hasta el fondo de la copa. Los sentidos de los atacantes serán embriagados por la ira divina. Se tambalearán, incapaces de cumplir con su propósito, incapaces de defenderse contra el juicio de Dios. Y cuando intenten avasallar a Jerusalén, la encontrarán como una “piedra pesada”, literalmente “una piedra aplastante”, y serán, como dice Zacarías, “despedazados” (v. 3) o “severamente desgarrados” (lbla).

¿Qué clase de poder marchará contra Jerusalén? Serán “todas las naciones de la tierra” (v. 3), es decir, un ejército mundial. Según Daniel, vendrán del este, del oeste y del sur. Ezequiel dice que vendrán de España por el oeste y del norte. Según Apocalipsis 9:16, será un ejército de doscientos millones de soldados que llegará a la llanura de Meguido. Luego la batalla se extenderá por toda el territorio de Israel. Es cierto que el ejército será formado bajo la influencia de Satanás, pero Zacarías 14:2 nos muestra que, en realidad, Dios es el que reunirá esta fuerza militar.

A continuación, el versículo 4 describe el día en que este ejército mundial vendrá contra Jerusalén: “En aquel día, dice Jehová, heriré con pánico a todo caballo, y con locura al jinete; mas sobre la casa de Judá abriré mis ojos, y a todo caballo de los pueblos heriré con ceguera”. Un caballo simboliza el poder militar, la fuerza y el armamento. Por tanto, las naciones se volverán completamente ineficaces e inútiles. La maquinaria de ese poder mundial quedará fuera de combate y la locura se apoderará de ella.

Las armas del enemigo no funcionarán, los soldados no estarán en su sano juicio, y el Señor herirá sus ojos con ceguera; Él velará por Judá, e incluso hará que los corazones de Judá vuelvan a él, como dice el versículo 5: “Y los capitanes de Judá dirán en su corazón: Tienen fuerza los habitantes de Jerusalén en Jehová de los ejércitos, su Dios”. La liberación de Dios será tan poderosa que no solo aplastará a los enemigos de Israel, sino que también vencerá la incredulidad de Israel —lo vemos en los versículos 6 y 7:

“En aquel día pondré a los capitanes de Judá como brasero de fuego entre leña, y como antorcha ardiendo entre gavillas; y consumirán a diestra y a siniestra a todos los pueblos alrededor; y Jerusalén será otra vez habitada en su lugar, en Jerusalén. Y librará Jehová las tiendas de Judá primero, para que la gloria de la casa de David y del habitante de Jerusalén no se engrandezca sobre Judá”.

El Señor le dará a la población de Jerusalén la victoria sobre los ejércitos del mundo. Y no solo Jerusalén se convertirá en la posesión protegida de Dios, sino que su protección se extenderá por toda la tierra de Judá. El pueblo judío destruirá a sus enemigos como un “brasero de fuego entre leña” y “como antorcha ardiendo entre gavillas” (v. 6). Todos los atacantes serán consumidos. Ezequiel 39:12 explica que la matanza será tan grande que se tardarán siete meses en enterrar los cadáveres.

Dios redimirá a Israel, empezando por la gente común: “Y librará Jehová las tiendas de Judá primero” (es decir, al pueblo llano); pero luego también a “la casa de David” (v. 7). Jerusalén estará a salvo, y Dios redimirá a Israel; esta es una verdad incontrovertible. Veamos los versículos 8 y 9: “En aquel día Jehová defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos. Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén”.

Una potencia mundial se reunirá, pues, contra Israel y lo atacará, pero ella misma será destruida, porque “Jehová defenderá al morador de Jerusalén” (v. 8). Esto es exactamente lo que dice también el resto de la Escritura acerca de los acontecimientos futuros. Comparemos la frase “el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David”, con 1 Samuel 18:7: “Saúl hirió a su miles, y David a sus diez miles”. Los débiles serán “como David”, y los fuertes, los que tienen la fuerza de David, serán “como Dios, como el ángel de Jehová”.

Y luego, en el versículo 10, viene la promesa de salvación para Israel, y me conmueve lo que leemos aquí: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito”. Así se producirá un “gran llanto” en Jerusalén, “como el llanto de Hadadrimón en el valle de Meguido” (v. 11). Hadadrimón era una ciudad de Meguido, donde el rey Josías —el último buen rey— fue asesinado por el ejército egipcio, y hubo gran lamentación por su muerte (2 Crónicas 35:20-25).

Aquí en Zacarías 12:10, los habitantes de Jerusalén lloran después de experimentar una gran victoria. ¿No deberían estar celebrándola, en lugar de lamentarse? No, pues están experimentando un cambio radical con respecto a todo lo que habían creído sobre el Señor en el pasado. Dios cumple su propósito en ellos: “…derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén […] espíritu de gracia y de oración” (v. 10). La Biblia de las Américas traduce: “…el Espíritu de gracia y de súplica”.

Reflexionemos en esto: los judíos de esa generación se darán cuenta de que las generaciones anteriores, todos los que no confiaron en Cristo, están eternamente perdidos. Cuando evangelizamos a personas judías, las razones que les impiden volverse a Cristo y creer en Él, en general no son intelectuales, sino familiares. Pueden estar pensando: “Si creo lo que dices, estoy condenando a mis antepasados a la perdición”. Sin embargo, cuando lleguen a comprender toda la verdad acerca de Jesucristo, confesarán lo que dice Isaías 53: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (v. 5). “Despreciado y desechado entre los hombres (…) y no lo estimamos” (v. 3). Pensaban que Jesús no era nada, un don nadie. Y la realidad de innumerables generaciones de judíos que han rechazado a su Mesías causará en ellos una tristeza que difícilmente podemos imaginarnos. El pueblo judío tiene tradicionalmente lazos familiares muy fuertes.

Pero cuando llegue ese día, Israel se salvará por obra del Espíritu Santo y de la gracia divina. Dios los visitará y derramará su E. S. sobre su pueblo. Ezequiel 39:24 y 29 lo expresa así: “Conforme a su inmundicia y conforme a sus rebeliones hice con ellos, y de ellos escondí mi rostro (…) Ni esconderé más de ellos mi rostro; porque habré derramado de mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor”. Dios ya no se ocultará de su pueblo, sino que lo saturará con su Espíritu Santo.

Veamos lo que dice Isaías 11 sobre ese día, el día de la salvación de Israel: “Acontecerá en aquel día (otra vez la expresión ‘en aquel día’) que las naciones acudirán a la raíz de Isaí, que estará puesta como señal para los pueblos, y será gloriosa su morada” (v. 10; lbla). 

Esta salvación futura será el goce, no solo de Israel, sino de todas las naciones:

“Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del mar. Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Isaías 11:11-12).

El texto es claro: Dios reunirá a su pueblo disperso desde los cuatro puntos cardinales. El versículo 16 explica: “Y habrá camino para el remanente de su pueblo, el que quedó de Asiria, de la manera que lo hubo para Israel el día que subió de la tierra de Egipto”. Isaías utiliza repetidamente la imagen de un camino, ya que cuatro veces en su libro se menciona que Dios construirá un camino que conducirá directamente al Mesías.

Volvamos a Zacarías 12:10: ¿A qué se refiere el “espíritu de gracia” que allí se menciona? Se trata de la abundante gracia divina de Dios que se derramará sobre el pueblo. “…y de súplica”: ¡Esto es arrepentimiento! Todo Israel se arrepentirá. Y cuando describe esta futura salvación de Israel, el Señor menciona todos los estratos de la sociedad: la línea real de David a través de Salomón (v. 12), la línea no real de David a través de Natán (v. 12), la línea sacerdotal (v. 13), la línea no sacerdotal representada por los simeitas (v. 13) y todas las demás familias judías. Es lo que Pablo resume en Romanos 11:26 cuando dice, “…y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad”. La misma purificación la encontramos en Zacarías 13:1: “En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia”. ¡Esto es maravilloso! Será la salvación de Israel.

Ezequiel también escribe sobre esto en el capítulo 36, versículos 25-28:

“Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios”.

Esta es la imagen de la soberana salvación de Dios: “…esparciré sobre vosotros agua limpia”, “…os daré corazón nuevo”, “…pondré espíritu nuevo dentro de vosotros”, “…quitaré de vuestra carne el corazón de piedra”, “…haré que andéis en mis estatutos”. ¡Esta es verdadera redención! Sus elementos se encuentran también en la promesa del Nuevo Pacto en Jeremías 31. En aquel día, el Señor traerá la redención, la gracia salvadora, el arrepentimiento y la limpieza a su pueblo por medio de su Espíritu.

Zacarías 13:2 dice: “Y en aquel día, dice Jehová de los ejércitos, quitaré de la tierra los nombres de las imágenes, y nunca más serán recordados; y también haré cortar de la tierra a los profetas y al espíritu de inmundicia”. La salvación de Israel trae purificación; Dios eliminará el pecado de la idolatría, porque no habrá más rastros de culto pagano en el Reino de Cristo.

Y luego, Zacarías 13:3 menciona algunos escenarios hipotéticos: “Y acontecerá que cuando alguno profetizare aún (lo que indicaría que es un falso profeta, puesto que el Señor habrá acabado con los ídolos y con toda religión falsa), le dirán su padre y su madre que lo engendraron: No vivirás, porque has hablado mentira en el nombre de Jehová; y su padre y su madre que lo engendraron le traspasarán cuando profetizare”. El Señor proclamó el fin de los falsos profetas, por lo que, si surgiera uno (en un caso hipotético), sería una ofensa tan grave para el carácter del Reino que los mismos padres de tal falso profeta ejecutarían a su propio hijo. 

En los versículos 4 a 6 leemos:

“Y sucederá en aquel tiempo, que todos los profetas se avergonzarán de su visión cuando profetizaren; ni nunca más vestirán el manto velloso para mentir. Y dirá: No soy profeta; labrador soy de la tierra, pues he estado en el campo desde mi juventud. Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos”.

Si hubiera aún falsos profetas en esa época, no se pondrían la vestimenta tradicional de los profetas, sino que aseverarían: “¡soy una víctima; me secuestraron, me obligaron a hacer esto!”; pero todos los falsos profetas serán quitados de la Tierra.

Zacarías 13:7 dice: “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas; y haré volver mi mano contra los pequeñitos”. La salvación de Israel requería un sacrificio. De hecho, requería la muerte del Pastor. Aunque en este y los siguientes versículos, el Señor nos muestra las consecuencias trágicas para los que han herido al Pastor, “el hombre compañero mío”, a saber, el Dios-Hombre Jesucristo.

Cuando mataron al Mesías, las ovejas, efectivamente, se dispersaron (Mateo 26:31). El Señor profetizó que el rebaño de Israel se dispersaría a causa de la muerte de Cristo. Y Dios haría volver Su mano “contra los pequeñitos”, los que no tienen mucha fuerza. ¿Quiénes son? Creo que está hablando del remanente creyente del pueblo judío; mientras que el enemigo será castigado, el remanente será purificado.

¿No dijo Jesús, antes de su crucifixión, que sus discípulos serían perseguidos, encarcelados e incluso asesinados? Tras la muerte y resurrección de Cristo, Dios dispersó a toda la nación de Israel como castigo por su incredulidad, y entre el pueblo se encontraba también el remanente. Ahora bien, ¿qué hicieron los judíos creyentes dispersados? Difundieron la Palabra de Dios por todo el mundo, y a través de su sufrimiento fueron purificados. 

En Zacarías 13:8-9, Dios nos da números exactos, diciendo: “Y acontecerá en toda la tierra, dice Jehová, que las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán; mas la tercera quedará en ella. Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios”.

La dispersión de Israel —lo que llamamos la diáspora— para dos tercios del pueblo llevará al juicio en el día postrero. Aunque para un tercio, la dispersión servirá de purificación. Tito 2:14 nos dice que el Salvador Jesucristo “…se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Esta purificación hará surgir el remanente, esta “tercera parte”, la “simiente santa” de Isaías 6:13.

Creo que solo podemos entender la prueba y purificación mencionadas en Zacarías 13:8-9 cuando las relacionamos con la Tribulación, el gran derramamiento de sangre antes del establecimiento del Reino de Dios. Mateo 24:21 se refiere a esto hablando de la “gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo”. Entonces, en la “batalla de Armagedón” (Apocalipsis 16:16), dos tercios morirán cuando Dios elimine a los contradictores, y los que queden serán la simiente santa. Estos judíos creyentes serán purificados como metal precioso durante la Gran Tribulación, un tiempo de sufrimiento y purificación sin igual para Israel.

Prestemos atención a las palabras de Ezequiel 22:17-22:

“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, la casa de Israel se me ha convertido en escoria; todos ellos son bronce y estaño y hierro y plomo en medio del horno; y en escorias de plata se convirtieron. Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto todos vosotros os habéis convertido en escorias, por tanto, he aquí que yo os reuniré en medio de Jerusalén. Como quien junta plata y bronce y hierro y plomo y estaño en medio del horno, para encender fuego en él para fundirlos, así os juntaré en mi furor y en mi ira, y os pondré allí, y os fundiré. Yo os juntaré y soplaré sobre vosotros en el fuego de mi furor, y en medio de él seréis fundidos. Como se funde la plata en medio del horno, así seréis fundidos en medio de él; y sabréis que yo Jehová habré derramado mi enojo sobre vosotros”.

A dos tercios del pueblo le espera el furor de Dios. Así y todo el remanente gozará de una bendecida relación con Dios basada en la reciprocidad.

Así, pues, vemos en Zacarías, capítulos 12 y 13, la batalla de Jerusalén y la victoria sobre los enemigos mundiales de Dios. Entonces Jerusalén será protegida. Pero luego, Jerusalén y todo Israel, junto al remanente, serán purificados, y esto nos lleva al capítulo 14 —prestemos atención a cómo comienza: 

“He aquí, el día de Jehová viene, y en medio de ti serán repartidos tus despojos. Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto del pueblo no será cortado de la ciudad”. En el versículo 1, algunas versiones traducen correctamente “día para el Señor”: “¡Jerusalén! Viene un día para el SEÑOR cuando tus despojos serán repartidos en tus propias calles” (cst).

En el futuro llegará un “día para el Señor”; tomará el botín y lo repartirá entre su pueblo y reunirá a las naciones contra Jerusalén para la batalla, en un día que parecerá una derrota total. Es posible que todavía siga el juicio y exterminio de los dos tercios antes mencionados, y los que queden serán el remanente justo. El Señor los protegerá y los introducirá en su Reino.

Pues en el versículo 3 de Zacarías 14, el Señor entra en acción:

“Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. (Aquí tenemos la repetición de aquella victoria contra las fuerzas militares globales). Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur. Y huiréis al valle de los montes, porque el valle de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera que huisteis por causa del terremoto en los días de Uzías rey de Judá; y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos”.

Su aparición será cataclísmica. Los enemigos pensarán tener la victoria cuando devasten a Jerusalén, lo que Dios permitirá como parte del castigo a los infieles de Israel, y entonces el Señor vendrá. Miqueas 1:3-4 dice: “Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio”. Estas palabras vuelven a mencionar los cambios dramáticos que sufrirá el planeta. Apocalipsis 16:7-9 también lo describe: 

“Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos. El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria”.

En medio de este caos, el Señor de los ejércitos celestiales aparecerá en su majestad y santidad y traerá el día de su redención. Los impresionantes sucesos que acompañarán su venida se describen en Zacarías 14:6-8:

“Y acontecerá que en ese día no habrá luz clara, ni oscura: Será un día, el cual es conocido de Jehová, que no será ni día ni noche; pero sucederá que al caer la tarde habrá luz. Acontecerá también en aquel día (otra vez la misma expresión), que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno”.

Esta transformación de la Tierra tendrá lugar cuando venga Cristo. Antes de su aparición, “las luminarias se oscurecerán”, como traduce La Biblia de las Américas el versículo 6, hablando de los cuerpos celestes. “No será ni día ni noche” (v. 7). En la Tierra, las montañas se moverán, los océanos se desplazarán, el cielo se oscurecerá… y de estas tinieblas saldrá el Mesías. Según 1 Tesalonicenses 3:13 vendrá con sus santos.

Veamos los detalles de cómo será todo esto. En la Tierra transformada observamos tres cosas nuevas. En primer lugar, habrá una nueva luz. El versículo 6 dice que “no habrá luz; las luminarias se oscurecerán” (lbla). Empero de las tinieblas saldrá la gloria radiante del Señor Jesucristo, que vendrá con sus ángeles y santos glorificados para establecer su Reino en la Tierra. Dios iluminará el mundo de una manera nueva. En segundo lugar, habrá un nuevo día. El versículo 7 dice que será un día “único”, solo conocido por el Señor, que revelará la gloria de Dios —Su gloria será la luz constante. En tercer lugar, según el versículo 8, habrá aguas nuevas, “aguas vivas”, así como masivos cambios topográficos y geológicos; será un nuevo Edén. En Génesis 2:10 leemos: “Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos”. Un nuevo río creado por Dios fluirá por el valle que se creará cuando Jesús toque el Monte de los Olivos. El “postrer Adán” restaurará el paraíso.

Cuando venga el Señor Jesús, derrotará completamente a sus enemigos, salvará al remanente de Israel y de las naciones, establecerá su Reino en la Tierra, reinará desde Jerusalén, y los santos con Él, y todo el mundo le adorará. Isaías 4:2 dice: “Aquel día (otra vez la misma expresión) el Renuevo del SEÑOR será hermoso y lleno de gloria, y el fruto de la tierra será el orgullo y adorno de los sobrevivientes de Israel” (lbla). Ellos serán como las joyas en la corona del Rey. Los versículos 3 y 4 continúan diciendo: “Y acontecerá que el que quedare en Sion, y el que fuere dejado en Jerusalén, será llamado santo; todos los que en Jerusalén estén registrados entre los vivientes, cuando el Señor lave las inmundicias de las hijas de Sion, y limpie la sangre de Jerusalén de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de devastación”. El Señor hará entonces una gran obra de limpieza.

Y ahora llegamos al versículo 9 de Zacarías 14: “Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”. El Salmo 2, dicho sea de paso, se refiere a este día, cuando el Padre cumpla sus promesas hechas al Hijo:

“Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían” (vv. 8-12).

Apocalipsis 11:15-19 nos permite echar un vistazo a ese día:

“El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo”. Este será el momento en que Dios tome el poder y Cristo reine. Como dice Zacarías 14:9: “Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”. Por fin solo habrá una religión: el culto a Yahvé y su Hijo.

Jerusalén será transformada (v. 10): “Toda la tierra se volverá como llanura desde Geba hasta Rimón al sur de Jerusalén; y ésta será enaltecida, y habitada en su lugar desde la puerta de Benjamín hasta el lugar de la puerta primera, hasta la puerta del Ángulo y desde la torre de Hananeel hasta los lagares del rey”. Los lugares mencionados describen a Jerusalén en la época de su mayor expansión, en el siglo VIII. Habrá una explosión demográfica. Y el versículo 11 promete: “no habrá nunca más maldición”. Ya no habrá juicio sobre Israel, y Jerusalén vivirá segura en el Reino de Dios.

Pero, ¿qué les ocurrirá en el Reino a los que no adoren a Dios? Leemos acerca de ellos en los versículos 12 a 15:

“Y ésta será la plaga con que herirá Jehová a todos los pueblos que pelearon contra Jerusalén: la carne de ellos se corromperá estando ellos sobre sus pies, y se consumirán en las cuencas sus ojos, y la lengua se les deshará en su boca. Y acontecerá en aquel día que habrá entre ellos gran pánico enviado por Jehová; y trabará cada uno de la mano de su compañero, y levantará su mano contra la mano de su compañero. Y Judá también peleará en Jerusalén. Y serán reunidas las riquezas de todas las naciones de alrededor: oro y plata, y ropas de vestir, en gran abundancia. Así también será la plaga de los caballos, de los mulos, de los camellos, de los asnos, y de todas las bestias que estuvieren en aquellos campamentos”. Toda rebelión terminará bajo el juicio devastador de Dios. 

El clímax de todos estos acontecimientos será la escena que encontramos en Apocalipsis 19:11-15, la llegada triunfal de Cristo:

“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso”.
Cuando venga, será adorado por todos. Zacarías 14:16-19 dice:

“Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia. Y si la familia de Egipto no subiere y no viniere, sobre ellos no habrá lluvia; vendrá la plaga con que Jehová herirá las naciones que no subieren a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Ésta será la pena del pecado de Egipto, y del pecado de todas las naciones que no subieren para celebrar la fiesta de los tabernáculos”.

Solo habrá una religión, y los que se opongan a ella sufrirán graves consecuencias. Esto sugiere que incluso en el reino de Dios nacen personas inconversas y rebeldes. Será el tiempo en que Dios exaltará a su Hijo y le dará un nombre más alto que todos los nombres. Toda rodilla se doblará ante Él y toda lengua confesará que Jesús es el Señor (Filipenses 2:9-11). Esto se describe de manera maravillosa en Zacarías 14:20-21:

“En aquel día estará grabado sobre las campanillas de los caballos: SANTIDAD A JEHOVÁ; y las ollas de la casa de Jehová serán como los tazones del altar. Y toda olla en Jerusalén y Judá será consagrada a Jehová de los ejércitos; y todos los que sacrificaren vendrán y tomarán de ellas, y cocerán en ellas; y no habrá en aquel día más mercader en la casa de Jehová de los ejércitos”.

Todo, hasta los objetos más mundanos, será santo para el Señor –será una santidad integral–.

La esperanza y la majestad del Reino mesiánico venidero es uno de los temas más gloriosos de la Escritura. Hemos visto cómo Zacarías lo describe con detalle y expone claramente las cosas por venir.

Por último, volvamos a la cuestión de por qué es importante que estudiemos bien la escatología. Es importante porque honramos al Señor al hacerlo; todo en Su Palabra es importante. Cuanto mayor sea nuestra comprensión de ella, más probable será que vivamos a la luz de 1 Juan 3:3: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.

Debemos vivir a la luz del glorioso retorno de Jesucristo. Debemos adorarle como se le adora en Apocalipsis 5. Debemos aprender del apóstol Juan que se trata de realidades santificadoras. Vivamos a la luz de estas enseñanzas y seamos así fieles a la segura Palabra de Dios. 

Traducción del mensaje “Hope for the Remnant: Zechariah 12-14”, Grace to You. Publicado con el amable permiso de www.gty.org

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