El Tribunal de Cristo
El libro del Apocalipsis en su capítulo 22, versículo 12 revela palabras del Señor Jesús: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo para recompensar a cada uno según sea su obra”.
El canon de la revelación divina en la Sagrada Escritura se está cerrando y en sublimes trazos el Espíritu Santo por medio de la pluma del anciano apóstol nos describe lo que será ese lugar glorioso que el Señor está preparando para nosotros, para su Iglesia: las mansiones celestiales,ese lugar a donde iremos cuando nuestro Salvador venga en las nubes. Será su parousía, su regreso, la aparición y presencia de Aquel que nos libró de la ira venidera y nos permitirá por su gracia entrar por los portales de esplendor de la casa del Padre.
El Cielo, el lugar que anhelamos, donde veremos su bendito rostro, su nombre estará en nuestras frentes y le adoraremos y serviremos en perfección por la Eternidad.
Una antigua canción lo expresa bellamente:
Ansias, ansias, sí del Cielo;
ansias de trasponer el velo;
Ansias de vivir con Cristo en aquel lugar provisto.
Ansias, ansias de mirarle, y en un momento transformarme;
Ansias de poder las gracias darle: ansias del soñado hogar.
En el versículo citado el Señor Jesús nos da la bendita promesa de su regreso y que podemos recitar en otras palabras: “Miren que vengo enseguida, y traigo un premio para recompensar a cada uno, según lo que haya hecho”.
Sí. Cuando los negocios del Padre terminen acá abajo, el Señor llama a sus siervos a estar con Él y a rendir cuentas de su mayordomía. Ese es el tema que hoy nos ocupa: El Tribunal de Cristo.
Notemos en nuestro versículo algunas verdades tocantes a este precioso y solemne tema:
1. Un regreso inminente: “He aquí yo vengo pronto”.
La Iglesia del Señor aguarda este acontecimiento, y en el programa escatológico, es el primer evento que ocurrirá, para el cual no se necesita cumplir ninguna señal.
Pero sí hay evidencias, acontecimientos del mundo actual, que nos van mostrando el escenario propicio para la venida del Señor por los suyos: la crítica situación geopolítica y los conflictos entre las naciones, la corrupción avasallante, las catástrofes naturales, el aumento de la maldad y la violencia, el enfriamiento de la fe y consecuentemente, el ecumenismo, las ideologías degradantes, el apogeo de la nación de Israel, una humanidad enajenada de Dios envuelta en una cultura paganizada y paganizante, etc.
Todo nos dice que esa venida es un hecho cercano, inminente. En el capítulo 22 de Apocalipsis se menciona tres veces una expresión que brota de los mismos labios del Salvador: v. 7, v.12 y v.20: “He aquí vengo pronto… he aquí yo vengo pronto… ciertamente vengo en breve”.
La epístola de Santiago 5.8 dice: “Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida (la parousía) del Señor se acerca”, o mejor traducido: “se ha acercado”. Es decir, que el Señor puede volver en cualquier momento. Y agrega en el v. 9: “el Juez está delante de la puerta”, o sea, a punto de manifestarse. El texto griego es muy enfático: “el Juez se ha puesto de pie y está delante de las puertas”.
Hebreos 10.37, añade: “Aún un poquito y el que ha de venir, vendrá y no tardará “. Un poquito. ¡Qué poquito falta! Aguardamos esta “esperanza bienaventurada” —dichosa—, y pronto escucharemos la trompeta de Dios y como con voz de arcángel, con autoridad y poder nos llamará arriba, como a Juan en Apocalipsis 4.1: “¡Sube acá!”, y volaremos al encuentro con Jesús.
“Vengo en seguida”, dice el Señor; es un regreso inminente.
2. Una retribución ineludible: “Y mi galardón conmigo”
El NT comienza con una promesa de recompensas por parte del Señor Jesús. Mateo 5.11: “Gozaos y alegraos porque vuestro galardón es grande en los cielos”. Y termina con la promesa leída en nuestro versículo de Apocalipsis 22.12: “He aquí yo vengo pronto y mi galardón conmigo para recompensar a cada uno”.
La venida del Señor abre un capítulo nuevo en su relación con la Iglesia.
Los creyentes seremos:
1. Resucitados, 1 Tes. 4.13-16, si partimos con Jesús antes de su venida.
2. Transformados, 1 Tes. 4.17, a Su imagen.
3. Juzgados —en el tribunal de Cristo—, Rom. 14.10; 2 Co. 5.10.
4. Unidos al Señor para siempre, en las bodas del Cordero, Ap. 19.7-9.
5. Participantes con el Señor de su reino, su juicio y su gloria.
Pero nuestro tema nos lleva a considerar el Tribunal de Cristo.
Veamos en relación con este acontecimiento:
1. ¿Qué será?
2. ¿Donde será?
3. ¿Para qué será?
1. ¿Qué será?
El Tribunal de Cristo será el evento en el cual todos los creyentes rendiremos cuentas al Señor; es decir, seremos examinados por nuestra vida, servicio y fidelidad.
2 Corintios 5.10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba (o recoja) según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.
Romanos 14.10: “Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo“(1).
Cristo es el Juez, pues según Juan 5.22 y 27, el Padre a nadie juzgará, sino que le dio al Hijo toda la autoridad para juzgar. Es un juez justo, pero, al mismo tiempo, lleno de misericordia.
La palabra “tribunal”, bemá en el original, indicaba en la cultura greco-romana una elevación sobre la cual se colocaba el asiento del emperador, donde un magistrado o un tribunal juzgaba, o donde el juez de los juegos griegos observaba a los atletas y desde allí recompensaba a los ganadores. No era un asiento judicial. Se le llamaba, “el asiento de las recompensas”.
Así que es elevado, por lo tanto, habla de prominencia, alta dignidad, honor, autoridad. Y es asiento de recompensas, lo que sugiere que allí no se juzga para salvar o condenar, sino para premiar.
De las 11 veces que aparece este término en el NT, dos de ellas se refieren al Tribunal de Cristo.
2. ¿Dónde será?
En la esfera celestial, ya que el Señor nos llamará desde los aires, y estaremos con Él donde Él esté. Así pues, luego del arrebatamiento, en ese día que la Escritura llama “el día de Cristo”, el Señor juzgará a su pueblo en las regiones celestes.
3. ¿Para qué será?
El apóstol Pablo enseña en Romanos y en 2 Corintios a creyentes en Cristo. En los versículos leídos dice: “…es necesario que todos nosotros”. Así que, el tribunal de Cristo será para juzgar a los hijos de Dios.
Notemos en el pasaje de 2 Corintios capítulo 5 que Pablo está hablando a los creyentes en Corinto sobre la transformación que el Señor hará de nuestros cuerpos que se van debilitando, desgastando aquí, pero que serán glorificados a la venida de Jesús. E inmediatamente dice en el v. 10 que es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo. De modo que, no dudamos será un evento que seguirá muy próximo al arrebatamiento de la Iglesia, y será previo a las bodas del Cordero y a su manifestación visible al mundo para establecer Su reino.
No debemos confundir este juicio con otros, como el de Mateo 25, donde serán juzgados los gentiles, o el del gran trono blanco de Apocalipsis 20.11-15, el que algunos piensan será “un juicio final y universal” para creyentes e incrédulos, pero donde solo se juzgará a estos últimos de todos los tiempos.
La Palabra es clara y hace distinción entre los varios juicios escatológicos, es decir, los que ocurrirán después de la venida de Cristo por su Iglesia. Y el tribunal de Cristo, el primero de ellos, es un juicio muy particular para aquellos que somos suyos.
¿Qué se juzgará, entonces, en el tribunal de Cristo? No se juzgará si somos salvos o no, si nuestros nombres están o no están en el libro de la vida. Los que estaremos allí en la presencia del Señor, es decir los creyentes, ya hemos sido juzgados judicialmente, pues Cristo “llevó, él mismo, nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pe. 2.24); por lo tanto, ahora “ninguna condenación hay para los que están en —unidos a— Cristo Jesús” (Rom. 8.1). La gracia ha anulado toda condenación debida a la culpa por nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Ellos ya fueron expiados por Cristo y Dios nunca más los traerá ante nosotros (Heb. 10.17).
Pero durante nuestra vida como creyentes, la vieja naturaleza aún permanece en nuestros cuerpos y mentes, así que deberemos ser juzgados, pues toda obra hecha en este cuerpo tiene que venir a juicio. El pecado afecta nuestra vida de santidad y servicio; pero no será el pecado el que será traído a examen, ni recibirá condenación alguna. El hecho de estar ante el tribunal de Cristo es razón suficiente para saber que quien esté allí es creyente y salvo para siempre.
Así que, allí no habrá condenación, pero sí un proceso correctivo a través del fuego purificador del tribunal de Cristo que separará el trigo de la cizaña en la obra de cada creyente. El examen tendrá que ver con la fidelidad que demostremos en esta vida administrando los bienes y dones que el Señor ha dado a cada uno.
El resultado de este juicio se verá en una Iglesia “sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino limpia y sin mancha” (Ef. 5.27), vestida de “lino fino, limpio y resplandeciente”, que es “las acciones justas de los santos” (Ap. 19.8).
La palabra “galardón” o “premio” es muy interesante. Es un término (gr. miszós) que se traduce en Juan 4.36 y 1 Timoteo 5.18 como “salario”. En este último pasaje leemos: “Digno es el obrero de su salario“. Es decir, es algo merecido, no una dádiva. La salvación es un don, no una recompensa; pero en el tribunal de Cristo habrá recompensas.
El premio, el galardón que menciona aquí el apóstol Pablo es, pues, algo que el Señor dará por haberlo merecido durante nuestra vida como creyentes. Aunque, ciertamente, nada merecemos.
William E. Vine en uno de sus grandes libros “Cristo vendrá otra vez” dice algo muy importante:
“El principio general que sirve de base para las relaciones entre Dios y el hombre es que la salvación del hombre es siempre por la gracia de Dios, y que el juicio es siempre por las obras. Esta regla no conoce excepciones. Nadie se ha salvado ni se salvará por sus merecimientos; nadie se ha condenado ni se condenará porque sus obras justifiquen la condenación. Pero, al mismo tiempo, el galardón… estará de acuerdo con sus obras…”(2).
Ahora bien, ¿a qué obras se refiere? Comúnmente pensamos que se trata solo del servicio cristiano; pero “las obras” es mucho más que eso. Se trata de nuestra tarea como administradores que somos de los bienes del Señor.
Por eso leímos: “…según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo”.
Cada creyente es un administrador, un mayordomo, y la mayordomía cristiana tiene que ver con algunos principios bíblicos:
- Los bienes que recibimos son del Señor.
- La tarea debe ser hecha con fidelidad.
- Al fin deberemos rendir cuentas de nuestra mayordomía. Y entonces, cada uno recibirá su recompensa por la labor cumplida.
Seguramente el Señor juzgará nuestra fidelidad al desempeñar esa tarea de mayordomos de los bienes del Padre, más que los éxitos obtenidos. 1 Corintios 4.1, 2 dice: “Téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel…”.
Ahora, ¿qué bienes nos ha dado el Señor para administrar fielmente? Sin pretender ser exhaustivos, podemos mencionar:
La vida, el ser (cuerpo, alma y espíritu), el tiempo, los bienes materiales (incluido el dinero), los dones espirituales, la Palabra, el testimonio del Evangelio, el amor fraternal.
Te pregunto, me pregunto: ¿Cómo estamos viviendo? ¿Cómo estamos tratando nuestro cuerpo, nuestra mente? ¿Cómo usamos el tiempo, cómo los bienes materiales, el dinero? ¿Cómo estamos sirviendo al Señor y dando testimonio a los demás? ¿Cómo estamos tratando a los hermanos? ¿Cómo predicamos y enseñamos su bendita Palabra?
¿No nos pedirá cuentas el Señor de todo ello? Seguramente sí, y lo hará en su tribunal: el tribunal de Cristo.
Dice Lucas 12.2 en una de las varias parábolas sobre la mayordomía del creyente que presentan los evangelios, y así, seguramente, lo oiremos de labios del Señor: “Da cuenta de tu mayordomía”.
3. Una recompensa individual: “Para recompensar a cada uno”.
Hemos visto que frente al tribunal de Cristo estaremos todos los cristianos verdaderos de todos los tiempos desde Pentecostés hasta el traslado de la Iglesia. Pero se nos juzgará a cada uno en particular; no será en masa, sino en forma personal.
Así lo expresa Romanos 14.12: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” y 2 Corintios 5.10: “…para que cada uno reciba, según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo…”
Es cierto que estaremos “todos”, pero no cabe duda que el juicio no es colectivo, sino personal, individual; es decir, a “cada uno”.
Notemos algunas cosas importantes:
La expresión de Romanos 14 “…cada uno dará a Dios cuenta de sí”, es de índole contable. Tiene que ver con lo que un contador hace al término de un ejercicio económico: un balance. Así, el tribunal de Cristo será el lugar donde el Señor hará un balance de cada una de nuestras vidas.
Leemos en 2 Corintios 5.10 que “…es necesario que todos nosotros comparezcamos”. Comparecer, podría traducirse como “ser puesto de manifiesto”. El Tribunal de Cristo manifestará, demostrará, revelará públicamente el carácter y los motivos esenciales que impulsaron la obra de cada creyente.(3)
Comparecer, puede también sugerir que no se trata de un juicio secreto para cada persona, sino en presencia de todos los demás, de acuerdo con 1 Corintios 4.5, donde dice que “el Señor …aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones”(4).
Dice John Heading en un excelente comentario a 1 y 2 Corintios: “…la palabra comparecer significa más que meramente estar de pie ante el asiento del juicio. El término significa «ser manifestados». En Lucas 12, el Señor advierte a los suyos sobre esta manifestación, diciendo: «No hay nada encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas»”(5).
Allí estaremos todos los creyentes y seremos manifestados. Esto quiere decir literalmente que “se nos dará vuelta”, se nos mostrará tal cual somos por dentro. Así que no se verá lo que mostramos, aquello que puede impactar o impresionar a los demás, sino lo que en realidad somos ante la mirada del Señor.
El Señor juzgó a los fariseos por su hipocresía y les llamó “sepulcros blanqueados, que, por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”. En aquel día no cabrá ninguna hipocresía ante la presencia santa del Señor. A todos se nos verá tal como somos realmente.
Leemos en 1 Samuel 2.3: “No multipliquéis palabras de grandeza —orgullo— y altanería —altivez—; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios que todo lo sabe es Jehová, y a él toca el pesar —juzgar— las acciones”. Y en 16.7, agrega: “Jehová no mira lo que el hombre mira; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.
Como escribe Eric Sauer: “Seremos jugados según nuestra fidelidad en relación con la suma total de los factores de nuestra vida y desarrollo, tomándose en cuenta no solo las obras hechas, sino también las posibilidades que se nos ofrecieron; no solo lo que éramos, sino también lo que hubiéramos podido llegar a ser; no solo lo efectuado, sino lo omitido; no solo la obra, sino la calidad del obrero; no solo lo que logramos, sino lo que nos esforzamos por lograr; no tanto el número, sino el peso de nuestras obras”(6).
Aquel día los ojos penetrantes del Señor, como los que se posaron en la mirada esquiva de Pedro y le taladraron hasta el alma hasta hacerle salir y romper en llanto; esos ojos como llama de fuego de Aquel que dice “Yo conozco tus obras”, arrojarán luz sobre nuestras mentes transformadas y nos revelarán no únicamente lo que hicimos, sino cómo lo hicimos. No solo la obra, sino la motivación que la impulsó.
Citamos una vez más 1 Corintios 4.5, que dice: “No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a luz lo oculto —lo secreto— de las tinieblas y también manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza”.
Aquello que está oculto, escondido entre las tinieblas de un corazón engañoso, saldrá a la luz y se manifestará en toda su verdad, sin apariencia, hipocresía o fingimientos. Tal como es, así como Dios lo ve, que no puede ser engañado.
La palabra del Dios viviente, que es como espada de dos filos discernirá, abrirá como un bisturí el interior de nuestras almas y manifestará las intenciones del corazón. Dice Hebreos 4.13: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”.
Que esta realidad nos haga temblar reverente y responsablemente, como dice Pablo en 2 Corintios 5.11: “Conociendo, pues, el temor del Señor”. Considerémoslo con toda reverencia y responsabilidad.
Todos los verdaderos creyentes que estemos ante el bemá de Cristo calificamos por gracia para el Cielo, pero no todos recibiremos la misma recompensa.
Cada premio otorgado por el Señor Juez será la nueva posibilidad de un servicio más elevado, glorioso y eterno hacia Aquel que nos amó hasta la cruz, ya que como está escrito: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel…“ (Luc. 16.3).
Pero, ese premio de mayor gloria será para el dador de las recompensas, no para el que la reciba. Por eso leemos en Apocalipsis 4.10 que los veinticuatro ancianos, representando a la Iglesia, echan sus coronas delante del trono, diciendo: “Señor, digno eres de recibir la gloria, la honra y el poder…”
Por eso, agrega en su segunda Epístola, versículo 8: “Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo”. O 2 Pedro 1.11, donde leemos que a aquel creyente que con toda diligencia añada a su fe las virtudes de una vida santa, fiel, dedicada al Señor, “le será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.
4. Una responsabilidad insoslayable: “Según su obra”.
La obra de cada creyente será manifestada en aquel día. Dice 2 Corintios 5.10: “según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo”. La palabra “malo” allí no es, como en otros pasajes, dicho desde el punto de vista ético, sino el texto griego usa una palabra que significa “inútil”. Así que nuestras obras serán juzgadas como “útiles” o “inútiles”.
Pablo habla de los diferentes materiales a que se comparan nuestras obras en 1 Corintios 3.13. Dice allí que sobre el fundamento que está puesto, el cual es Jesucristo, los creyentes podemos edificar distintos materiales, unos nobles y otros viles. Y agrega: “la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno, cual sea, el fuego la probará”.
Leí un concepto que me hizo pensar, y es que en la iglesia —y hablamos de la iglesia local— (Pablo se refería a la iglesia local cuando escribía a los Corintios) todos somos edificadores, cada uno en la medida en que añada algo a la estructura apoyada sobre el fundamento que es Cristo en la doctrina de los apóstoles y profetas. Lo que ocurre es que se puede edificar con distintos materiales. Algunos edifican con oro, plata o piedras preciosas, y otros con madera, heno y hojarasca. Con material bueno o malo, digamos mejor, útil o inútil, todos estamos edificando.
Es decir, como conclusión, que nadie puede ser miembro de una iglesia local sin influir en el carácter de ella. Dependiendo de la calidad de los materiales con que sus miembros edifiquen así será el resultado en la iglesia (o asamblea).
¡Esto es solemne! Debo preguntarme ¿Qué clase de materiales uso yo? Oro, plata, piedras preciosas, que hablan de obras excelentes, hechas en el poder del Espíritu, que glorifican a Dios, que honran al Señor, que edifican a su pueblo. Madera, heno, hojarasca hablan de obras muertas, hechas en la energía de la carne, con un sentimiento de rivalidad, orgullo, jactancia y vanagloria personal.
Aquí se cumple la ley de la siembra y la siega de Gálatas 6.7: “…todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para la carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna“.
Entonces, ¿qué de aquellos que no reciban recompensa alguna? 1 Corintios 3.15 contesta claramente: “Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien, él mismo será salvo, aunque, así como por fuego”. Algunas versiones traducen: “como quien escapa del fuego”. Recordemos a Lot y su familia huyendo para salvarse del fuego de Sodoma.
¿En qué consistirá esa “pérdida”? No será ciertamente en la pérdida de la salvación —como ya vimos— sino en su obra quemada, por ser inútil, ruin. Sin duda, nuestra conciencia ya perfeccionada hará que veamos con justicia que esa obra sea destruida. Pero esa “pérdida” lamentablemente será la falta de gloria para el Señor.
Juan exhorta en su primera Epístola 2.28: “Y ahora hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, podamos presentarnos delante de él confiadamente, seguros de no ser avergonzados en su venida” (NVI).
Así que, resumiendo:
1. Un regreso inminente: “He aquí yo vengo pronto”
2. Una retribución imparcial: “Y mi galardón conmigo”
El tribunal de Cristo es un juicio solo para creyentes.
Se realizará en las esferas celestiales, después del arrebatamiento de la Iglesia.
3. Una recompensa individual: “Para recompensar a cada uno”
Será, no para salvación o condenación, sino para recompensar la tarea de cada creyente.
Será para todos, pero estaremos individualmente, cada uno ante el Señor.
Será para que seamos manifestados, es decir, se demuestre no solo la obra, sino la intención por la cual la hicimos.
4. Una responsabilidad insoslayable: “Según sea su obra”.
Se evaluará la fidelidad en nuestra mayordomía.
Se verá el resultado de la siembra de nuestra vida, si resulta una cosecha útil o inútil para llevar gloria al Señor.
Pensemos brevemente en las recompensas en el Tribunal de Cristo.
Podemos mencionar las coronas (gr. stéfanos), es decir la guirnalda, los laureles otorgados a los vencedores, como señal de victoria. Estas coronas no serán algo que usaremos en la cabeza, sino una mayor capacidad de comunión y servicio en el Cielo.
Se mencionan varias:
• Los que aman la venida del Señor, recibirán la corona de justicia (2 Tim. 4.8).
• Los que tengan victoria sobre el viejo hombre, la corona incorruptible (1 Cor. 9.25-27).
• Los que son fieles hasta la muerte, la corona de la vida (Ap. 2.10; 3.11; Santiago 1.12).
• El obrero desinteresado, el ganador de almas, la corona de gozo (1 Tes. 2.19).
• El anciano, ejemplo del rebaño, la corona de gloria (1 Pe. 5.3-4).
Debemos pensar que la recompensa a la fidelidad del creyente será probablemente la capacidad para manifestar la gloria de Cristo por toda la Eternidad —a mayor recompensa, mayor capacidad para dar la gloria a Dios.
Daniel 12.3 y 1 Corintios 15.41 nos dan una idea de esto. Dice Daniel: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”, y agrega Pablo: “…una estrella es diferente de otra en gloria”. Las recompensas de coronas en el tribunal de Cristo es un tema gozoso y, a la vez, solemne y debe servir como un incentivo para nuestra santidad, servicio y mayordomía fiel.
La exhortación de Apocalipsis 3.11 es digna de recordar: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”.
(1) En este último versículo se lee en algunos textos griegos: “El tribunal de Dios”. Pero ello no cambia las cosas, sino que las ratifica, pues señala la absoluta deidad del Señor Jesús.
(2) W. E. Vine, Cristo vendrá otra vez, Ed. Literatura Bíblica, 1969, pg. 81.
(3) D. Pentecost, Eventos del Porvenir, Ed. Libertador, 1977, pg. 171.
(4) C. F. Hogg y W. E. Vine, Cristo Viene otra vez, Literatura Bíblica, 1969, pg. 84.
(5) First & Second Corinthians, an Exposition by John Heading, John Ritchie Ltd., 1986, pg. 322.
(6) Eric Sauer, El Triunfo del Crucificado, Publicac. De la Fuente, 1959, pg. 157.