El rico insensato
Lucas 12:16-21 nos habla del rico insensato. Lo que la parábola significa para nosotros hoy.
En Lucas 12, Jesús dejó unas claras advertencias a la multitud que se había reunido alrededor de él. Les habló acerca de actitudes negativas que caracterizaban a los fariseos. Los versículos 1-11 menciona la hipocresía y los versículos 13-34 la avaricia. La cuestión de la avaricia surgió porque alguien de la multitud le reclamó al Señor: “Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo”. (V. 13). Jesús se había ofrecido al pueblo como Mesías, y el Salmo 72:2 dice que una de las tareas del Mesías sería juzgar con rectitud, o sea no tomar partido: “Él juzgará a tu pueblo con justicia, y a tus afligidos con juicio”. El hombre que deseaba su parte de la herencia sabía de la autoridad de Jesús y le pidió que ejerciera su derecho mesiánico de juzgar. A primera vista, la respuesta de Jesús parecía negar que el fuera juez, pues dijo: “Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?”. (Lucas 12:14). Sin embargo, Jesús no negó el hecho de que cumpliría su oficio de juez como Mesías. Habló así a la multitud porque el pueblo le había rechazado como Mesías; Él no tenía derecho a imponerles sus decisiones. Solo una sumisión voluntaria a Cristo le habría permitido dictar sentencia. Por esa razón, Jesús consideró la demanda del hombre como una demostración de su incredulidad y no de su fe en el Mesías.
El problema
Los fariseos daban gran importancia a las posesiones materiales. En Deuteronomio 28, Dios había prometido bendiciones materiales por la obediencia. Por lo tanto, las posesiones materiales eran vistas como una señal de que Dios estaba complacido con la persona que las poseía. La búsqueda de posesiones materiales se convirtió en la meta más alta de la vida, para poder mostrar mediante las muchas posesiones ser aprobados por Dios. La actitud judía predominante hacia las posesiones quedó clara en el dicho: “A aquel que ama, Dios le enriquece”. Si uno buscaba la bendición del Señor, entonces debía esforzarse por conseguir riquezas, la prueba de esta bendición. De ahí surgió la siguiente pregunta: ¿Qué hay de malo en la búsqueda de posesiones materiales? ¿Por qué habría que evitar la avaricia?
La solución
Para responder a este problema, Jesús contó la parábola del rico insensato. Hay que recordar que este hombre ya era rico (Lucas 12:16), no se enriqueció recién con la nueva cosecha. Por el contrario, la cosecha aumentó su riqueza. Incluso antes de que se recogiera la nueva cosecha, este hombre rico ya tenía sus graneros llenos al máximo. No necesitaba la riqueza extra para mantenerse a sí mismo o a su familia.
Cuando la nueva cosecha era inminente y el rico se dio cuenta de que no tenía espacio para almacenar los productos, su solución fue: “derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes” (Lucas 12:18). Esta solución al problema del aumento de su riqueza demuestra que no se preocupaba por su prójimo. Había muchos pobres, y esta era una gran oportunidad para demostrar su rectitud cumpliendo el segundo requisito de la ley y distribuyendo su excedente de riqueza entre los necesitados; pero parece que esto nunca se le ocurrió. Así, el hombre puesto a prueba demostró no poseer la justicia exigida por la ley.
El hombre demostró además que tampoco cumplía con el primer requisito de la ley, que dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente” (Lucas 10:27). Más bien se dijo a sí mismo: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” (12,19). Mostró así que su primer amor era él mismo, y su propio bienestar y disfrute. Por eso, a la vista del primer gran mandamiento de la ley, no se le puede considerar justo. Al contrario, dejó claro que su principal objetivo en la vida era satisfacerse a sí mismo y utilizar la riqueza que había acumulado para sus propios fines egoístas.
De esto se desprende que en las Sagradas Escrituras no se considera rica a una persona por el mero hecho de poseer bienes materiales. Los ricos insensatos son los que ponen su confianza en la riqueza, la utilizan para fines egoístas y, por tanto, son ingratos con Dios, que ha hecho posible la salvación mediante la fe y la confianza en Jesucristo. Por tanto, un rico no se caracteriza por la cantidad de sus posesiones, sino por su actitud hacia ellas. Jesús no condena la posesión en sí, ni tampoco la adquisición de bienes, sino aquella actitud hacia los bienes que caracteriza al rico de la parábola. El hombre era avaro porque buscaba adquirir bienes para sus propios fines egoístas, y era mezquino porque hacía mal uso de las posesiones que había adquirido. Jesús continúa con la parábola para contestar la pregunta, y para mostrar que la necedad de la avaricia y la mezquindad conducen a la acumulación egoísta de bienes materiales. El rico se creía dueño de sus bienes. Sin embargo, la parábola muestra que Dios era el dueño de la vida de aquel hombre. El hombre fue llamado necio por el Todopoderoso (Lucas 12:20). Según la Biblia, un necio es una persona que no tiene en cuenta al Señor en sus consideraciones. Es por ello que leemos en el Salmo 14:1: “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’”.
Este hombre rico era un necio porque no se daba cuenta de que sus bendiciones materiales venían de Dios. Tampoco sentía ninguna obligación frente al Señor en cuanto al uso de sus posesiones. El Altísimo pronunció juicio sobre él mostrándole su propia impotencia: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma” (Lucas 12:20a).
El Creador es soberano sobre sus criaturas, y la criatura es responsable ante su Creador. Jesús estaba subrayando que cada individuo es responsable ante Dios del uso de todo lo que posee. En la Parábola, Dios le pregunta al rico insensato: “y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:20b). Con esta parábola Jesús subrayó que las posesiones son únicamente temporales, no eternas. En el lugar adonde iba, el rico insensato ya no tendría acceso a sus posesiones materiales. Las bienes materiales son para esta vida, no para la vida venidera. Así que el hombre había invertido toda su vida en algo que era temporal, no en lo eterno. Jesús sacó la siguiente aplicación de este principio: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:21).
Aunque las posesiones materiales solo son temporales, Cristo dejó claro que pueden utilizarse para ganar riquezas eternas. El hombre había tenido amplias oportunidades de usar sus posesiones materiales desinteresadamente, demostrando así que era justo y, por consiguiente, obteniendo recompensas eternas. Sin embargo, a través de su codicia, avaricia y egoísmo, demostró que era injusto y por lo tanto no obtendría ninguna recompensa eterna.
Los necios no dan lugar a Dios en sus vidas y no tienen a nadie en quien confiar salvo en sí mismos. Por lo tanto, tienen que proveer para ellos mismos, para hoy y también para mañana. La alternativa es ser sabio y confiar en el Señor. Jesús aplicó el principio de esta parábola mostrando que uno no puede asegurar su vida cuidando solo de sí mismo. La alternativa es confiar en Dios, que alimenta a los cuervos y viste a los lirios. Jesús hizo la promesa: “si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?” (Lucas 12:28).
Los creyentes no deben poner su corazón en la acumulación de riquezas y no deben poner su confianza en ellas; en cambio, deben confiar en el Padre celestial. El consejo de Jesús es: “Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud (…) Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas” (v. 29,31). No tenemos que codiciar riquezas para que nos provean seguridad, porque tenemos un Padre que ha prometido cuidarnos. Si confiamos en nuestro Padre celestial, tendremos un “tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye” (V. 33).