El ejemplo de Abraham y la oración intercesora por el mundo
Desde 1832, por mandato del gobierno, casi toda Suiza celebra el tercer domingo de septiembre como el Día Federal de Acción de Gracias, Arrepentimiento y Oración. Es un privilegio para un país tener un día festivo así en el calendario, y Génesis 15 y 18 nos muestran los poderosos efectos que tiene la oración intercesora de un creyente.
En Génesis 15:1-2 leemos: “Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?”.
Nos llenamos de celo santo al contemplar la vida de Abraham, su fe, su victoria, su amistad con el Dios vivo. Pero todo esto fue consecuencia de una causa más profunda. La fuente de vida de Abraham fue su vida de oración. En la medida en que oremos, nuestra vida será fructífera y llena de victoria, alegría y fe. Por tanto, consideremos cómo fue la oración de Abraham:
Su oración siempre estuvo inspirada por el hablar de Dios, por su Palabra. Pues ¿quién comienza a hablar en Génesis 15? Es el Señor; y le dice: “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”. Estas palabras encienden el espíritu de oración de Abraham. Es como si las palabras del Señor hicieran estallar en él todas sus angustias: “Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo”. Y cuando Abraham abre su corazón, el Señor vuelve a llenar ese vacío con sus promesas. Su oración demuestra una fe puesta únicamente en el Señor. Después de que el Señor le habla, leemos en Génesis 15:6: “Y (Abraham) creyó al Jehová, y le fue contado por justicia”. – La fe agradable a Dios ha sido creada a través de esta interacción milagrosa: Dios habla con Abraham, y Abraham habla con Dios en oración. Resultado: Abraham le cree al Señor. Ya no cree en su esterilidad, tampoco en su anciana esposa, sino que cree en el Señor.
¿Queremos que nuestra fe sea como la fe de Abraham? Entonces esta interacción también debe tener lugar en nuestros corazones. Si el Señor puede hablarnos, hablemos nosotros con Él. Oremos sin cesar. De esta interacción nace la fe que agrada a Dios y que todo lo vence. Abraham creyó al Señor y esto le fue contado por justicia.
Más aún: la oración de Abraham penetra hasta el núcleo de la plenitud de Dios, pues en el versículo 8 pregunta al Señor: “Señor Jehová, ¿en qué conoceré que la he de heredar?”. En el versículo 7, el Señor le promete la tierra: “para darte a heredar esta tierra”. Pero Abraham también quiere saber del Señor cómo se puede realizar esto en la práctica. “Señor, ¿cómo sabré que la poseeré? ¿Cómo se realizará tu promesa en mi vida?”. ¿Qué respuesta le da el Señor?
Leemos en el versículo 9: “Y le dijo: Tráeme una becerra de tres años, y una cabra de tres años, y un carnero de tres años, una tórtola también, y un palomino”. Y le trajo todas estas cosas. ¿Qué significa esto? La única respuesta del Señor a la pregunta de Abraham: “¿Cómo sabré que la poseeré?” es: “¡Tráeme sacrificios!” Abraham pregunta, por así decirlo: “¿Cómo me lo darás?” y Dios responde: ¡Dámelo todo! Parece contradictorio, pero este es el secreto de la realización de las promesas de Dios en tu vida: permanecer en el sacrificio, estar unido a Jesucristo sacrificado en la cruz. Entonces las promesas también se convierten en un Sí y Amén en nuestras vidas. En Jesús tenemos toda la plenitud.
Es extraño cómo dice en el versículo 10: “Y tomó él todo esto”. ¿Todo qué? Todo lo que el Señor le pidió. En respuesta a esta entrega, el Señor le dice en el versículo 18: “A tu descendencia daré esta tierra”. El Señor le da la plena seguridad de que cumplirá la promesa que le hizo; por ejemplo, también en el versículo 13: “Ten por cierto”. ¡Ojalá pudiéramos comprender este misterio! En la medida en que estemos dispuestos a hacernos semejantes a la muerte de Jesús, irrumpirá en nosotros la vida de lo alto.
Cuando Abraham le trajo todas estas cosas, se hizo semejante a Jesús en Su muerte. Leemos en el versículo 12: “sobrecogió el sueño a Abraham”; y: “a la caída del sol”. Versículo 17: “Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido…”. Son fenómenos que acompañaron la muerte de Jesús, porque el sol perdió su luz cuando él murió. Pero al morir, dio su vida eterna por nosotros, abriéndonos el acceso a la plenitud de Dios. Debemos entender bien que el “¡quiero dar!” de Dios se hace realidad, no al costado de la cruz, sino en la misma cruz.
La oración de Abraham no solo generó fe, sino que también permitió que su fe creciera. Cuando Abraham comienza a orar, leemos en Génesis 15 que espera que Eliezer de Damasco posea y herede su casa. Sin embargo, al orar cada vez más, comienza a esperar más del Señor. En el capítulo 17:18 dice: “Y dijo Abraham a Dios: Ojalá Ismael viva delante de ti”.
Y más tarde llega a creer que Isaac, el hijo de la libre, sería el heredero. A menudo pensamos que lo primero que esperamos de Dios ya es lo más grande, pero normalmente es solo lo segundo o tercero mejor, como ocurre aquí. El Señor tiene más que esto para darnos. Pero él nos hace según nuestra fe. Y la fe, a su vez, crece en la oración. Quien aprende a orar, aprende a creer a través de la oración. La fe de Abraham se nutrió y creció de su poderosa vida de oración.
Su oración fue también una intercesión salvadora, como ya se mencionó en Génesis 18. ¡A cuántos les gustaría interceder de forma bendita y salvadora por sus seres queridos y por el mundo! Génesis 18 nos enseña el requisito para ello. En primer lugar, se trata de vivir en una verdadera comunión con el Señor. Sabemos cómo el Señor visitó a Abraham con dos ángeles y cómo fueron recibidos con una buena comida. Comer con el Señor significa tener comunión con él. Solo podemos practicar una intercesión bendecida si tenemos verdadera comunión, una conexión de vida con el Señor. Abraham pudo entonces orar tan victoriosamente por Lot y su familia, que todavía estaban en Sodoma, amenazados por el juicio, porque conocía las intenciones de Dios.
En el capítulo 18:17 (NVI) dice: “Pero el Señor estaba pensando: “¿Le ocultaré a Abraham lo que estoy por hacer?”. Luego le habla del clamor en Sodoma y Gomorra, que era grande, y de que sus pecados eran muy graves. Abraham se entera del juicio que se avecina e interviene con su poderosa oración.
Si no conocemos el plan de Dios, no podemos interceder concretamente. ¿Conocemos el plan de Dios para este mundo? ¿Comprendemos los acontecimientos políticos? ¿Vemos cómo las acciones de Dios en la historia del mundo empujan hacia la meta? El centro de la acción de Dios no es Berlín, ni Washington, ni Moscú, sino Jerusalén. Con el ascenso de Israel, vivimos el descenso de las naciones. Las naciones están listas para el juicio.
El Señor Jesús dice en Juan 15:15: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer”.
Dios quiere darnos a conocer su plan para que comprendamos nuestro tiempo y para que lleguemos a ser como aquel del que habla en Ezequiel 22,30: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese...”. ¿Qué hizo Abraham con su poderosa intercesión? Confrontó la voluntad de Dios para ejecutar el justo juicio con su propia voluntad para pedir gracia para la salvación. Leemos en el versículo 23: “¿Destruirás también al justo con el impío?”, y en los versículos 24-25: “¿… no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío…”.
La oración no anula el juicio, pero permite que la gracia sobreabunde sobre él. - A todos mis hermanos: los invito a orar de manera que la gracia inunde su entorno y muchos se salven de Sodoma y Gomorra a punto de ser juzgadas.