El amor y lo que cesará

Norbert Lieth

En 1 Corintios 13:8-13 el apóstol Pablo habla del amor y de los dones espirituales que cesarán. ¿De cuáles se habla y cuándo será eso? Un estudio sobre este pasaje bíblico.

Hace unos años se produjo un terrible accidente teleférico en Italia, en el monte Mottarone. Fallaron los frenos y el teleférico se precipitó valle abajo a 120 km/h. Murieron catorce personas. Un niño israelí de cinco años fue el único superviviente, con varias fracturas óseas. Los expertos médicos suponen que su padre lo había abrazado tan fuertemente que su cuerpo ofreció protección al niño. —El amor abraza. Jesús salvó nuestras vidas con su cuerpo, que entregó a la muerte; en la cruz extendió sus brazos para abrazar al mundo con su amor. 

Pablo dice en 1 Corintios 13, en el llamado Capítulo del Amor: “El amor nunca deja de ser” (v. 8); y: “el mayor de ellos es el amor” (v. 13). Por eso comienza el capítulo siguiente con la exhortación: “Seguid el amor” (1 Co. 14:1). El amor es el factor determinante; debe enmarcarlo y abarcarlo todo; debe ser el punto de partida y la meta de todas nuestras acciones. 

El amor debe ser fundamento y cima a la vez. Solo el amor da valor a todas nuestras acciones. “Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Co. 16:14). 

Dietrich Bonhoeffer dijo: “Una vida vale tanto como el amor que da”. Del exmoderador estadounidense Andy Rooney se conoce la cita: “No el tiempo, sino el amor cura las heridas”. El padre de la Iglesia Agustín aconsejaba: “Si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor”. Y John MacArthur dijo: “Como característica de Dios, el amor es constante e indestructible. El amor supera todo fracaso”.

Lo que cesará
Además del amor, Pablo menciona tres dones que cesarían: 

La profecía. —“El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán...” (1 Co. 13:8). Se trata aquí del don de profecía. La Biblia de las Américas traduce: “El amor nunca deja de ser; pero si hay dones de profecía, se acabarán…”. Y la Nueva Versión Internacional dice: “El amor jamás se extingue, mientras que el don de la profecía cesará…”. Los profetas del Antiguo Testamento profetizaban, y al principio del Nuevo Testamento todavía hubo profetas por un tiempo (Hechos 13:1ss.); luego este don cesó.

Las lenguas. —“…y cesarán las lenguas…” (1 Co. 13:8). El hablar en lenguas era principalmente una señal para Israel. Por eso, Pablo cita Isaías 28:11 cuando habla de este don en 1 Corintios 14: “En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor” (v. 21). Es muy posible que esta señal se limitó a la época en que Israel era el objetivo de la predicación.

El conocimiento. —“…y la ciencia acabará” (1 Co. 13:8). Esto ciertamente no se refiere a un conocimiento creciente de la Palabra de Dios. Más bien está en conexión con el don de profecía y el de lenguas. Por eso, 1 Corintios 12:8 habla de “palabra de ciencia” o “palabra de conocimiento” (LBLA) o de “un mensaje de conocimiento especial” (NTV). Era un don que tenía el carácter de revelación.

Estos dones pertenecían a los fundamentos iniciales de la era de la Iglesia.

Pablo dice aquí que el hablar en lenguas cesará, y es interesante que este don ya no es mencionado en las cartas posteriores.

La revelación profética y el don de conocimiento especial, sin embargo, existieron a través de todas las cartas apostólicas y hasta el último libro de la Biblia (Apocalipsis). Estos dones recién cesarían cuando viniera lo perfecto: “Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará” (1 Co. 13:9-10). 

Pero ¿qué es lo perfecto? —Esta es la gran cuestión y controversia.

Para llegar a una respuesta, me baso en el pensamiento del autor cristiano Benedikt Peters, especialista en lengua griega. Explica que la palabra griega para “perfecto”, teleios, aparece en 17 partes del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Me pregunto: ¿dónde conocemos la perfecta voluntad de Dios? La respuesta es claramente: en la Palabra del Señor.

Para “perfecto”, el griego usa la palabra teleios; y teleia es “cumplimiento” y se usa, por ejemplo, en la expresión “cumplimiento de los tiempos”. Cuando Pablo dice en 1 Corintios 13:9: “en parte conocemos, y en parte profetizamos”, se trata de algo que tiene que ser llevado a su plena medida, tiene que llegar a su conclusión. Podemos compararlo con lo que escribe en Colosenses 1:25, según lo cual él tiene que llevar el anuncio de la Palabra de Dios a su culminación o medida completa. Él tiene las últimas, más profundas y concluyentes revelaciones para la Iglesia: “…de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios”. Otras versiones dicen: “…de anunciar en todas partes su mensaje” (DHH); “…a fin de llevar a cabo la predicación de la palabra de Dios” (nbla); “con el propósito de revelar el plan divino en todas partes” (NBV); “…para dar pleno cumplimiento a la palabra de Dios” (RVA-2015).

Benedikt Peters escribe: “Expresado de manera libre, Pablo dice en 1 Corintios 13:9-10 algo como esto: ‘Por el momento conocemos solo en parte, y profetizamos solo en parte; pero cuando venga lo perfecto, entonces lo que era en parte se acabará’”. 

Cuando pensamos en la época en la que el apóstol anunciaba su mensaje, solo había conocimiento parcial, que iba en aumento hasta que llegaría a su perfección.

Esto apunta a que “lo perfecto” se refiera a la medida completa de la Palabra de Dios. Por eso Benedikt Peters escribe al final de sus explicaciones: “Pablo quiere decir a los corintios que todo conocer y profetizar será aún parcial [...] hasta que llegue lo perfecto [...], la revelación total de Dios en forma escrita [...]”.

Así, pues, la expresión “Porque en parte conocemos” se refería a la época en que Dios añadía fragmentos, pieza por pieza, a la Biblia. Por eso dice al final de Apocalipsis que no se debe quitar ni añadir más nada a lo que está escrito. La Palabra está completa y no se necesita añadir más profecía.

Hoy necesitamos aumentar el conocimiento de la Palabra y anunciarla, pero ya no necesitamos agregarle nuevas revelaciones; todo ya está en la Palabra de Dios. Pablo pone el ejemplo de la infancia y de un espejo.
Sobre la infancia escribe: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Co. 13:11).

En aquella época, la Iglesia estaba aún en pañales. Dependía de los fragmentos de la Escritura que tenía y necesitaba ser alimentada. Un niño es dependiente y necesita corrección, orientación e instrucción de sus padres o maestros. Pero cuando ha llegado a la adultez sabe por sí mismo lo que tiene que hacer. Ya no necesita las correcciones de los educadores. Así también la Iglesia, cuando creció cesó de alimentarse de fragmentos, porque ya tenía la Biblia concluida. 

Con respecto al espejo, Pablo escribe: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (v. 12).

En aquellos tiempos, la imagen que se veía en un espejo era borrosa, pues los espejos no eran tan claros como los nuestros hoy en día. Pero cuando la Palabra de Dios está presente en su plenitud, lo borroso cesa y vemos la faz del Padre a través de la Palabra.

Encontramos un ejemplo de ello en el Antiguo Testamento: “Cara a cara habló Jehová con vosotros en el monte de en medio del fuego” (Dt. 5:4). —Israel no podía ver a Dios, y sin embargo se describe su hablar como un “cara a cara”. Y en Ezequiel 20:35, el Señor dijo: “Y os traeré al desierto de los pueblos, y allí litigaré con vosotros cara a cara”.

A través de la Palabra perfecta vemos a cara descubierta la gloria de Dios. Pablo afirma esto con las siguientes palabras: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18).

¿Cómo podemos mirar hoy a cara descubierta la gloria del Señor? Por medio del Espíritu que habita en nosotros y que pone la Palabra de Dios delante de nosotros como un espejo. 

Lo que permanece
“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Co. 13:13).

El orden que Pablo revela aquí es el siguiente:

• El amor es lo más grande.

• El hablar en lenguas cesará por sí mismo.

• La revelación y el conocimiento especial se acabarán cuando llegue lo perfecto.

• La fe, la esperanza y el amor permanecerán aún después de eso, hasta la venida de Jesucristo.

• La fe y la esperanza cesarán con el arrebatamiento, pues entonces pasaremos del creer al ver: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” (Ro. 8:24).

• El amor, sin embargo, permanecerá para siempre jamás.

Todo debe ceder ante el amor. A veces me pregunto si hemos reconocido debidamente el alto valor del amor. ¿Por qué el amor se manifiesta con tan poco brillo en nuestro cristianismo? ¿Por qué “abrazamos” tan poco y, en cambio, usamos los brazos para empujar y apartar?

Cuando pensamos en las siete maravillas del mundo, ¿qué nos viene a la mente? ¿Las pirámides de Egipto, los jardines colgantes de Babilonia, el Gran Cañón en Estados Unidos, la Gran Muralla china, el canal de Panamá...? En un trabajo escolar sobre ese tema, se cuenta que un niño escribió lo siguiente: “Mis siete maravillas del mundo son: 1. el tocar, 2. el saborear, 3. el ver, 4. el oír, 5. el reír, 6. el cantar y 7. el amar”. 

En un sermón, el teólogo Dr. Theo Lehmann contó cómo leyó toda la Biblia durante una larga estadía en el sanatorio. Al hacerlo, nuevamente sintió que este libro es, básicamente, una historia de amor: la historia del amor de Dios por las personas. La gente no le presta atención, pero Él permanece fiel a su amor. Le dan la espalda y Él va tras ellos como un hombre enamorado. Además, Theo Lehmann mencionó todas las cosas que se le ocurren a Dios para expresar su amor. Por ejemplo: “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros” (Is. 49:16). 

En el antiguo Israel, cuando un joven se enamoraba de una chica, se dibujaba el nombre de su gran amor en la palma de su mano. Y cuando estaba sentado en algún sitio o de viaje, abría la palma de su mano y miraba el nombre de su amada, y de esta manera se sentía feliz, y en sus sueños podía ver a su amada vívidamente presente ante sus ojos.

La prueba más grande del amor de Dios fue la entrega de su Hijo. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Hay en ello un claro desafío para nosotros, que Juan, el “apóstol amado”, resume así: “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1 Jn. 4:11).

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