“Deja que sea Navidad cada día de nuevo”
La formación motivacional, los ejercicios correspondientes, los lemas y los estímulos son el gran tema de nuestro tiempo. Los talleres de motivación están muy concurridos, los formadores motivacionales están en auge y sus libros son éxitos de ventas. Ya sea en los negocios, en el deporte o en el ámbito personal, a las personas se les exige todo, se les quiere exprimir hasta el último gramo de fuerza. El lema es: “¡Tú puedes, cree en ti, eres mejor de lo que crees, puedes ser lo que quieras, solo tienes que sacarlo de tu interior, despertarlo en ti, pensar en positivo!”. Muchos se dejan llevar y flotan en las nubes en esos momentos, pero el desplome no tarda en llegar. Intentan centrarse en lo positivo y no lo encuentran.
La verdad es que no puedes aguantar las exigencias, no eres tan fuerte como te pintan. Eres humano, con todas tus debilidades y fluctuaciones emocionales. La vida cotidiana te exige demasiado, la tensión constante se hace insoportable, la presión desde afuera es demasiado fuerte y lo que pretendes ser es una gran mentira. En lugar de construirte a ti mismo, una parte de ti se desmorona después de otra. No quieres admitirlo, lo pasas por alto… hasta que ya nada funcione.
¿Qué tiene esto que ver con la Navidad?
Navidad significa que Dios lo ha hecho todo en y a través de su Hijo Jesús. Navidad significa que todo viene de Él y nada de nosotros. Navidad significa que el Señor no espera nada de nosotros, sino que nos lo da todo. No tengo que esforzarme y mejorar, trabajar y rendir, sacar lo mejor de mí mismo. No tengo que creer en mí mismo, sino que puedo creer que Jesús lo es todo para mí: la gracia y la verdad en perfección. Él es suficiente para todo, es el que perdona mis pecados, el que renueva mi vida y es la fuerza constante dentro de mí. Puedo permitirme recibir Su don, aceptarlo y dejar que me transforme. Esa es la mayor motivación para mi vida y mi día a día; podemos atravesar el año con ella.
Pablo dice: “…ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que vivo ahora en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).
Muchos piensan que deben hacer algo para conseguir un estatus, pero en la vida espiritual no funciona así: ya has obtenido una posición especial en Cristo, y es a partir de esta realidad que puedes actuar.
“No que seamos capaces por nosotros mismos para pensar algo de nosotros mismos, sino que nuestra capacidad es de Dios” (2 Co. 3:5). No podemos poner ningún mérito a nuestra cuenta. No recibimos nuestra fuerza de nuestro interior, sino de arriba. Esta no se nos trasmite con gritos y lemas, sino es una motivación de arriba llena de amor, un tierno impulso de Dios.
“Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo; antes bien, he trabajado más que todos ellos; aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Co. 15:10). Es la gracia que nos motiva, que no nos deja permanecer pasivos; no nos impulsa a cumplir un deber, sino que pone en nosotros un gozoso deseo de actuar, en el cual toda autocomplacencia es vencida y se libera energía espiritual.
“Porque es Dios el que en vosotros produce tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). Nuestra motivación viene del Señor. La fuerza motriz es el Espíritu Santo de Dios. El Señor provoca en nosotros el deseo de estar a su disposición con alegría, y luego nos da también la fuerza para realizarlo.
La Navidad es un don de gracia con muchas facetas. Podemos aceptarlo con gratitud, desenvolverlo y utilizarlo cada día. Por lo tanto, ¡dejemos que sea Navidad cada día de nuevo!
mostrando así que era justo y, por consiguiente, obteniendo recompensas eternas. Sin embargo, a través de su codicia, avaricia y egoísmo, demostró que era injusto y por lo tanto no obtendría ninguna recompensa eterna.
Los necios no dan lugar a Dios en sus vidas y no tienen a nadie en quien confiar salvo en sí mismos. Por lo tanto, tienen que proveer para ellos mismos, para hoy y también para mañana. La alternativa es ser sabio y confiar en el Señor. Jesús aplicó el principio de esta parábola mostrando que uno no puede asegurar su vida cuidando solo de sí mismo. La alternativa es confiar en Dios, que alimenta a los cuervos y viste a los lirios. Jesús hizo la promesa: “si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?” (Lucas 12:28).
Los creyentes no deben poner su corazón en la acumulación de riquezas y no deben poner su confianza en ellas; en cambio, deben confiar en el Padre celestial. El consejo de Jesús es: “Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud (…) Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas” (v. 29,31). No tenemos que codiciar riquezas para que nos provean seguridad, porque tenemos un Padre que ha prometido cuidarnos. Si confiamos en nuestro Padre celestial, tendremos un “tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye” (V. 33).