¿Cuánto fingimos? - La hipocresía en nuestras vidas
En Mateo 23, el Señor Jesús acusa a los fariseos y escribas por su hipocresía. ¿Qué nos puede enseñar este desafiante capítulo a los cristianos de hoy en día? Una interpretación para nuestra vida.
Lo que es tan lindo ver en los niños, pero no siempre cómodo para los adultos, es su ser genuino. Dicen lo que piensan. Hace algún tiempo, estábamos reunidos con amigos y parientes. Una joven allí vestía unos pantalones anchos de rayas. Inmediatamente un niño de cuatro años se acercó a ella y le preguntó: “¿Por qué ya llevas el pijama puesto?”.
Jesús dijo una vez: “Si no os hacéis como niños…”.
Conocemos frases hechas como: “tener dos caras”, “llevar una doble vida”, “poner buena cara a mal tiempo”, “las apariencias engañan”, “todo es puro teatro”.
Con Jesús fue distinto. En el capítulo anterior a Mateo 23, en el que condena la hipocresía de los escribas, sus enemigos admiten: “Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres” (Mt. 22:16).
Jesús vivió una vida auténtica, sin hipocresía, en contraste con los fariseos y escribas de su tiempo –y en contraste con nuestra sociedad actual. La historia de la Iglesia, con algunas excepciones, ha cambiado poco desde la época de los fariseos.
Mateo 23 es un discurso sin hipocresía de Jesús contra la hipocresía.
El problema de la élite espiritual de la época
Era estremecedor lo que sucedía: Jesús ya no podía hablarles a los dirigentes religiosos. Se dirigió entonces a la gente común y a sus discípulos: “Entonces Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos” (Mt. 23:1-2).
Los escribas consideraban que su tarea consistía en estudiar el Antiguo Testamento e interpretarlo. Los fariseos interpretaban las Sagradas Escrituras e introducían tradiciones orales y reglamentos adicionales, vigilando estrictamente que fueran cumplidos. Sin embargo, ambos grupos habían evolucionado en una dirección poco espiritual e imponían a la gente cargas pesadas que ellos mismos no estaban dispuestos a sobrellevar.
Jesús les acusa de lo siguiente:
• Exigían mucho, mientras ellos mismos hacían poco.
• Sus acciones eran un pretexto para impresionar a la gente.
• Buscaban reconocimiento y daban más valor a las apariencias externas que a una vida espiritual sincera.
• Aparentaban decir oraciones extendidas.
• Sus acciones solían estar motivadas por el beneficio material.
• Sus rituales y tradiciones carecían de sustancia espiritual.
• Hacían hincapié en las cosas pequeñas y descuidaban la misericordia y la fidelidad.
• Su juicio se basaba en sus propios criterios, no en las Sagradas Escrituras.
• Eliminaban todo lo que no les convenía.
Jesús advierte severamente contra este comportamiento. Dios nunca lo quiso.
Un ejemplo extremo de la forma de pensar de los fariseos lo encontramos en Juan 18:28: “Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua”. Temían entrar en el palacio pagano del romano Poncio Pilato, pero entregaban a su Salvador y Mesías y rechazaban su salvación para el perdón de los pecados.
Martín Lutero dijo: “La maldad intenta prudentemente mantenerse bajo un título honorable de rectitud y piedad”.
Una comparación incómoda
Para ser sincero, desgraciadamente me reconozco en algunos de estos puntos.
Oswald Chambers escribió: “Quizá encuentres que la primera persona con la cual debes ser muy crítico, por ser el fraude más grande que jamás hayas conocido, eres tú mismo” (En pos de lo supremo, 22 de noviembre). Todos tendemos a ser hipócritas en ciertas áreas de la vida.
Me contaron la historia de un hombre que tuvo un leve accidente de coche. Afirmó haberse lesionado el brazo y el hombro. Esto puso en una situación difícil a la mujer que había causado el accidente. Tuvo que comparecer ante el tribunal y fue interrogada por abogados. El hombre le exigió la máxima indemnización. No le importaba que ella perdiera su casa en el proceso.
Cuando el hombre fue llamado a declarar ante el tribunal, el abogado de la acusada le preguntó: “Me gustaría saber hasta dónde ha podido levantar el brazo desde que se lo lesionó junto con el hombro en el accidente”. Con el rostro contorsionado por el dolor, el hombre levantó un poco el brazo y respondió: “Más o menos hasta aquí”. Entonces el abogado preguntó: “¿Y hasta dónde podía levantarlo antes del accidente?”. El hombre levantó el brazo hasta arriba sin problemas: “Hasta aquí”.
Es innecesario decir que con esto el hombre perdió el juicio.
Algunas áreas en las que podríamos inclinarnos a ser hipócritas son:
1. Las relaciones. La hipocresía, la mentira y el fingimiento son los mayores asesinos de toda relación. La Biblia exige un amor sincero: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Ro. 12:9). “No se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad” (1 Co. 13:6). “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:3-5).
Peter Strauch dijo: “La autenticidad, la honradez y la honestidad son características esenciales de la vida espiritual”. Y León Tolstoi exigía: “Vive de tal manera que no necesites ocultar tus acciones, pero tampoco tengas deseos de exhibirlas”.
2. Nuestro comportamiento hacia nuestros semejantes. Jesús dijo a los fariseos: “¡Hipócritas! Porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres” (Mt. 23:13).
¿Cómo se puede ser piadoso y, sin embargo, cerrar el reino de los cielos a los demás? Por supuesto que debemos enseñar toda la verdad de la Biblia sin quitar ni omitir partes de ella. Esto también sería hipocresía. Por supuesto que no debemos pasar por alto el pecado y sus consecuencias. Pero, ¿cuántas veces se ha disuadido a la gente con interminables amenazas de infierno, juicios y castigos, o con rígidas normas sobre las apariencias externas? Debemos y queremos vivir una vida bíblicamente orientada, pero ser libres dentro de los límites dados por Dios.
No son los ateos, los comunistas o las dictaduras los que cierran los cielos a los demás, sino los que sermonean y amenazan constantemente a todo el mundo sin aceptar nada ellos mismos. Engañan a la gente en vez de guiarla hacia la luz. En lugar de ser peldaños para otros en el reino de los cielos, son piedras de tropiezo y de ofensa.
Con la mano en el corazón: ¿y nosotros? Una vez leí un dicho: “Los cristianos somos la única Biblia que sigue siendo leída por un amplio sector de la población actual, pero me temo que somos la peor traducción”.
3. En nuestras comunidades. ¿Qué sucede en nuestras congregaciones? El pastor M. Mössinger advierte: “Alguien puede ser tan gélido en su santidad imaginaria que a la persona que está a su lado se le congela el alma”. Esta era la situación de la clase alta religiosa del pueblo judío que Jesús acusaba. Los escribas y fariseos eran hipócritas, fríos e insensibles, y miraban con altanería al resto del pueblo.
Es difícil y rara vez fructífero hablar con personas religiosas orgullosas, que insisten en que lo saben todo mejor.
Un ejemplo de tiempos pasados: Un vendedor del mercado, que era cristiano, le dijo a una compañera cristiana que también tenía un puesto, en presencia de otros: “Mary, no creo que estés convertida y me gustaría pedir a nuestros amigos de aquí que oren por ti”. La mujer se quedó estupefacta y le preguntó qué había pasado. “Tengo mis razones”, respondió él. “Si estuvieras realmente convertida, no me engañarías cuando te compro la mantequilla. Desde hace unas semanas, noto que a cada kilo de mantequilla le faltan 40 gramos”. Mary se quedó pensativa por un momento y luego contestó: “¡Ah, sí, ahora me acuerdo! Perdí mi pesa de 1 kilo hace unas semanas y utilicé como sustituto una bolsa de azúcar de 1 kilo que te compré a ti”. Resultó en un profundo silencio alrededor, y en un comerciante avergonzado.
4. En nuestras familias. Algunos cristianos a menudo tratan de encubrir las cosas desagradables, simplemente no hablan de ellas, guardan las apariencias y mantienen las cosas ocultas. Mi esposa y yo experimentamos esto en un caso muy concreto. Hubo un tiempo en que algunas de nuestras hijas abandonaron el camino cristiano. Estaban enamoradas y confundidas, dejándose llevar por otro camino.
¿Cómo deben comportarse los padres en una situación así? No podemos obligar a nuestros hijos ya adultos a seguir al Señor; tienen que tomar sus propias decisiones. Por supuesto, oramos fervientemente por nuestras hijas, demostrándoles nuestro amor y esforzándonos por ser un modelo a seguir. Claro que hablamos con ellas, pero en algún momento incluso las conversaciones llegan a un límite.
Existía la tentación de ocultar el problema al mundo exterior. ¿Qué pensarían los demás? Al fin y al cabo, se trataba de los hijos de un pastor, que debían seguir el camino cristiano. Ya había observado a otros en situaciones similares, que intentaban mantener una buena apariencia por fuera, aunque por dentro todo estuviera muy oscuro.
Un día decidí sincerarme y en una reunión de oración hablé de ello con los hermanos, las hermanas y algunos buenos amigos. Y ¿qué pasó? Ellos comenzaron a orar y a lidiar con nosotros, y nuestras hijas volvieron al Señor. Hoy llevan una vida cristiana auténtica; y ahora son sus propios hijos por los cuales oran y se preocupan.
5. Las finanzas. Jesús critica a los fariseos por su comportamiento en el manejo del dinero: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación” (Mt. 23:14).
Este versículo se omite en algunos manuscritos, pero hay otras referencias en el mismo sentido.
Es aterrador cómo el engaño y la oración pueden ir de la mano. Los escribas y los fariseos se aprovechaban del desamparo y la necesidad de las viudas, se apropiaban de sus casas y al mismo tiempo oraban aparentemente con piedad. Ananías y Safira malversaron dinero hipócritamente (Hechos 5). Simón, el antiguo hechicero, quiso recibir el don del Espíritu Santo a cambio de dinero (Hechos 8). Jesús volcó las mesas de los cambistas y vendedores de dinero en el Templo (Mateo 21:12). Pedro profetizó: “…y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas” (2 Pe. 2:3). A los líderes de iglesia se les advierte que no sirvan por afán de lucro (1 Pedro 5:2; 1 Timoteo 3:3).
¡Ay de las iglesias y organizaciones misioneras a las que solo les interesa el dinero y justifican cualquier medio para asegurar sus finanzas!
Este es un ejemplo flagrante en Focus Online: “Iglesia vende parcelas en el cielo y ofrece al mismo tiempo la entrada. [...] Una ‘iglesia del final de los tiempos’ hispanoportuguesa está vendiendo ‘parcelas de tierra en el cielo’, lo que está causando controversia. No es la única oferta estrafalaria de esta comunidad religiosa. Uno de sus pastores ganó miles de dólares vendiendo estas parcelas de tierra en el cielo. El precio por metro cuadrado es de 100 dólares, pagaderos con todos los medios de pago seculares habituales. Muchos creyentes ya han comprado…”.
6. Vida de oración. Ya hemos leído cómo Jesús acusaba a los fariseos de hacer oraciones hipócritas. A muchas personas les cuesta ser verdaderamente sinceras en su trato con Dios.
A. W. Tozer escribió: “El pequeño niño no fingido sigue siendo el modelo para nosotros. La oración aumentará en poder y realidad cuando aborrezcamos toda pretensión y aprendamos a ser completamente honestos ante Dios y los hombres”.
Cuando leo los Salmos, me maravilla la sinceridad de los salmistas. Expresan sus debilidades, dudas y temores. Hablan de sus pecados e incluso del hecho de que no siempre entienden a Dios. Comparten sus dificultades personales, su dolor y su consternación, pero también su esperanza y su fe en Dios; sencillamente, todo aquello que conmueve profundamente a las personas.
Los Salmos se nos dan para que aprendamos de ellos. No tenemos que aparentar algo ante Dios; de todos modos, él lo sabe todo.
Conclusión
Concluiré con dos afirmaciones bíblicas que subrayan lo que acabo de decir: “Y renovaos en el espíritu de vuestra mente” (Ef. 4:23). Y: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones” (1 Pe. 2:1).