¿Cuándo comienza la Tribulación?

Philipp Ottenburg

Al estudiar algunos hechos de la Tribulación en este mundo, lo haremos sin perder de vista o más importante: que Dios está en el trono, como dice en Apocalipsis 4 y 5.

En primer lugar, quisiera que nos quede claro qué es este tiempo tan particular que la Biblia llama “la Tribulación”. En la Biblia, se conoce también como el “día del Señor”, o el “tiempo de angustia para Jacob”, ya que Israel será juzgado durante este período. Pero, como lo leemos en los diferentes pasajes bíblicos que hablan del tema, también lo serán las demás naciones. La Tribulación es un tiempo de juicio en el Plan de salvación de Dios, y terminará con el regreso glorioso de Cristo, cuando vendrá para establecer su Reino en Israel y el mundo entero.

A este tiempo de Tribulación previo al Reino milenario, la Biblia también lo llama “día de tinieblas y de oscuridad”, “día de nube y de sombra”, “día de ira”, “día de alboroto y de asolamiento” —ciertamente será un tiempo terrible—.

La Iglesia, el Cuerpo de Cristo, no será afectada por estos juicios. Tú y yo, si realmente pertenecemos a Cristo, habremos sido trasladados ya antes con Él a la casa del Padre con sus muchas moradas.

A pesar de tener esta esperanza en Él, hay hermanos que se preguntan con angustia si la Tribulación no ha comenzado ya. Su preocupación es comprensible, ante las muchas cosas insólitas y nefastas que están sucediendo actualmente. Es cada vez más obvia la ceguera espiritual que afecta a los dirigentes y a la gente en general. Cuanto más se aleja el hombre de Dios, tanto más se desvía del camino. Y a pesar de las maravillosas promesas que tenemos como Iglesia y Cuerpo de Cristo, muchos creyentes se sienten oprimidos y angustiados cuando ven lo que está pasando en el mundo. Algunos incluso se preocupan pensando que podrían ser engañados y llevados a aceptar la “marca de la bestia”.

Es el momento de orientarnos: ¿Dónde estamos ahora?

Cuando hablamos de la Tribulación, algunos piensan que comenzará con la manifestación del anticristo. Otros dicen: tan pronto como el anticristo logre que haya paz en el Medio Oriente, entonces comenzará la Tribulación; o que, cuando se implemente el control total sobre la humanidad; cuando llegue a un punto extremo el sufrimiento en la Tierra; cuando los terremotos alcancen determinada intensidad, o cuando el mundo se hunda en el caos total, entonces comenzará la Tribulación.

Muchos de nuestros pensamientos sobre este tema pueden ser correctos, por lo menos hasta cierto punto, pero también es posible que nos equivoquemos completamente. Cuando analizamos estas suposiciones, nos damos cuenta de que se refieren solamente a los acontecimientos terrenales. Pero, ¿dónde comienza realmente la Tribulación? Y ¿cuál será su factor desencadenante? Queremos centrarnos a continuación en lo que realmente es importante en esta cuestión, pues a pesar de todos los incógnitos y dudas que pueden haber, hay algunos hechos que nos son revelados con claridad, serán un gran consuelo para los creyentes ya reunidos en el Cielo después del Arrebatamiento, y ya hoy nos pueden dar tranquilidad ante las preguntas sin respuesta y la gran confusión en la cual vive la humanidad.

El libro del Apocalipsis describe la Tribulación a partir del capítulo 6, y Cristo regresa visiblemente en el capítulo 19; pero antes de que comiencen los juicios de la Tribulación, los capítulos 4 y 5 nos dan una visión celestial preparatoria. Es importante detenernos aquí si queremos entender el tiempo de la Tribulación.

El trono celestial
Cuando ocurre algo en la familia real inglesa, hay mucho revuelo. Se calcula que unos 300 millones de personas en el mundo vieron la coronación del rey Carlos por televisión. Sin embargo, la familia real no tiene poder político y muy poca influencia en el país.

En vista de la atención internacional que despertó esta coronación, los cristianos deberíamos preguntarnos dónde está nuestra pasión cuando se trata del trono celestial. ¿Cuál es nuestra actitud frente al libro de Apocalipsis? ¿Qué sentimos por la coronación de Cristo? Es en este libro donde el Dios vivo da a los suyos una visión de Su sala del trono —abre la cortina para nosotros. Somos invitados a entrar en la intimidad de Dios y nos da una visión de Su trono mucho más amplia que la que los reyes y gobernantes les conceden a sus pueblos. Nunca tendremos tal acceso en el Despacho Oval de la Casa Blanca, la Casa Rosada o el Palacio de Buckingham. Si lo pensamos bien: todos los canales de televisión deberían estar informando sobre esta revelación del trono celestial, y todos deberían saberlo. Por eso, prestemos toda nuestra atención a lo que nos muestra Dios aquí:

“Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba conmigo, decía: Sube acá y te mostraré las cosas que deben suceder después de éstas. Al instante estaba yo en el Espíritu, y vi un trono colocado en el cielo, y a uno sentado en el trono” (Ap. 4:1-2; lbla).

Después de que Juan haya escrito los mensajes a las siete iglesias (Apocalipsis 2 y 3), ve ahora esta puerta abierta en el Cielo y oye la voz de Jesucristo. El Señor le describe exhaustivamente lo que debe suceder después. Se lo muestra todo; con Dios, no ocurre nada imprevisto, ya que con Él no hay arbitrariedad, ni arrebatos incontrolados de ira.

Juan recibe una visión de lo que precede en el Cielo la Tribulación que vendrá. Dios está preparando “las cosas que deben suceder”. La pequeña palabra “deben” es maravillosa en este contexto. El consejo de Dios debe cumplirse hasta el mínimo detalle. Dios es Dios, y Él determina lo que sucederá.

“Al instante estaba yo en el Espíritu, y vi un trono colocado en el cielo, y a uno sentado en el trono” (v. 2). Cuando leemos el diario o miramos lo que está pasando en este mundo, podríamos sentirnos invadidos por el miedo. Cuando miramos a los “reyes” terrenales, nuestros gobernadores, vemos mucha confusión; casi nos sentimos como en la época de los jueces —cada uno hace lo que bien le parece. Esto causa incertidumbre a muchos y puede dar la impresión de que la Tribulación ya haya comenzado. En todos los ámbitos, nuestro mundo parece desmoronarse.

Pero cuando elevamos nuestras cabezas hacia el Cielo, recuperamos la calma. Leímos en Apocalipsis 4: “…y a uno sentado en el trono” —¡Hay alguien en el trono!

“Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda” (v. 3). Aquí está sentado Dios Padre en el trono, y Juan utiliza los materiales más preciosos que conoce como imágenes para describir de alguna manera el indescriptible esplendor que ve. Lo compara con piedras preciosas, que brillan como llamas de fuego. De otros pasajes de la Biblia sabemos que Dios es un fuego consumidor, un Dios santísimo, en cuya presencia no puede haber pecado ni imperfección.

El arco iris que describe Juan es semejante a la esmeralda, una piedra preciosa de color verde. Podría señalarnos la paz que nos traerá Dios después de los juicios, al igual que el arco iris nos recuerda el pacto de gracia con Noé y la promesa de que la Tierra ya no perecerá bajo el agua.

Dios está sentado en el trono. En tanta confusión, anarquía y afán por el poder en el mundo, recordemos que Jehová está allí en el trono, rodeado de sus pensamientos de misericordia y paz aún en los juicios, como nos simboliza el arco iris verde. Este es su objetivo final, y a continuación le muestra a Juan lo que tiene que ocurrir para que su propósito se cumpla.

El apóstol ve a 24 ancianos ante el trono: “Y alrededor del trono había veinticuatro tronos, y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas” (v. 4).

Las vestiduras blancas simbolizan su rectitud y pureza, y las coronas de oro testifican de sus victorias obtenidas. Los ancianos están sentados en tronos, alrededor del trono del Todopoderoso. De manera sacerdotal y como cogobernantes acompañan los acontecimientos del libro de Apocalipsis, la revelación de Jesucristo y el libro los menciona doce veces. Nos hacen recordar las 24 órdenes sacerdotales establecidas por David, que posiblemente eran un reflejo de la realidad celestial aquí representada (1 Crónicas 24:7-19).

Con Dios, todo está organizado hasta el último detalle. En el Cielo hay una jerarquía, y cada uno está en su lugar, cumpliendo su rol con competencia y justicia. Con perfecta armonía, las cosas funcionan conformemente a la voluntad de Dios. En contraste con esto, pensamos en el caos que habrá en la Tierra en el tiempo de la Tribulación.

Si seguimos leyendo, vemos que del trono de Dios salen relámpagos, voces y truenos (Apocalipsis 4:5). Los relámpagos, las voces y los truenos representan los juicios de la santa ira del Señor. Los relámpagos ilustran la rapidez con la cual el juicio irrumpirá de un momento a otro. El trueno, en la Biblia, suele ser una característica de la voz de juicio de Dios: “La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra” (Sal. 77:18).

Dios está sentado en el trono del juicio. Y luego, delante del trono —y si nos imaginamos un trono escalonado, sería debajo de él— está el mar de vidrio semejante al cristal. Este mar de cristal a los pies del trono simboliza posiblemente las naciones que están delante de Dios. “¡Ay! multitud de muchos pueblos que harán ruido como estruendo del mar, y murmullo de naciones que harán alboroto como bramido de muchas aguas”, leemos en Isaías 17:12. En el lenguaje figurado de la Biblia, el mar describe a menudo el mundo de las naciones. El mar impetuoso es una imagen de las naciones tumultuosas. Sin embargo, aquí vemos un mar quieto, como de cristal, y no un mar embravecido. Apocalipsis 15:2-4 nos ayuda a comprender que aquí se trata de “los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre (…) y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos”. Son los adoradores de entre las naciones, que han venido a descansar ante Dios.

El Altísimo reina sobre todo el universo y cumplirá todos sus propósitos. Cuando se nos describe aquí un mar de vidrio como de cristal, nos hace pensar en el hecho de que Dios ve cada cosa con claridad cristalina. Nada ni nadie puede esconderse de él. Él conoce incluso los motivos de tu corazón; ve cuando le sirves, incluso si nadie más se da cuenta de ello. “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Co. 4:5). Sí, Él ve todas las cosas con total claridad; por eso llegará, a su momento, su justo juicio en forma de la Tribulación.

Volviendo a la descripción del trono de Dios en Apocalipsis 5, nos encontramos ahora con cuatro misteriosos “seres vivientes”: “Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando” (Ap. 4:6-7).

¿De qué se tratan estos seres? En la Biblia, el número 4 representa la completitud de la creación terrenal de Dios. Hay cuatro Evangelios que describen la vida y obra de Jesús en este mundo. La Biblia habla de los cuatro confines y de los cuatro ángulos de la Tierra. El libro de Daniel, en el capítulo 2, revela cuatro grandes imperios representativos de todo el desarrollo político en el planeta durante el tiempo de las naciones.

Me parece probable que estos seres vivientes sean ángeles, más exactamente, querubines, que representan la creación ante el trono de Dios. Para nosotros los creyentes, es reconfortante ver que, junto a los veinticuatro ancianos, los cuatro seres vivientes se postran delante de Jesucristo con “arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”.

También es interesante que estos cuatro seres cumplan una parte activa cuando el Cordero abre los sellos de los juicios (Apocalipsis 6:1ss.).
Adoran día y noche al Dios Todopoderoso, lo que culmina en una gloriosa adoración y alabanza en Apocalipsis 4:11: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”.

¡El Cielo gobierna! El capítulo 4 del Apocalipsis nos lo muestra de manera impresionante y lo pinta con gloriosa claridad ante los ojos de Juan, en esta visión, que muestra los preparativos que darán inicio a los juicios. El gobierno no lo tienen ni los pueblos, ni sus gobernantes, ni tampoco las casualidades. El rey Nabucodonosor, en la profecía bíblica el representante del orgulloso y arrogante mundo de las naciones, tuvo que soportar la sentencia del Altísimo y morar con las bestias del campo, hasta que reconociera que el Cielo gobierna (Daniel 4:26); solo entonces recuperó su realeza.

El Cielo reina, y por eso la Tribulación se inicia allí. Todas las cosas provienen del Cielo, y de allí también debe venir la restauración de todas las cosas. En este contexto, los juicios de Dios traen y guardan el bien para la humanidad. El Padre tiene todas las riendas en sus manos. Esta verdad nos infunde valor ante las problemas personales y las preocupaciones de la vida —todo está bajo el control del Altísimo; todo está a su disposición— los hilos se mueven allí en el Cielo, también los tuyos y los míos.

La entrega celestial
“Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” (Ap. 5:1-2).

Dios sostiene un rollo sellado en su mano derecha, un rollo con siete sellos que ha de ser abierto. Y nuestros ojos se dirigen ahora hacia Jesucristo, el Resucitado, que está hoy a la diestra del Padre. Antes de ser apedreado por su testimonio, Esteban, el primer mártir cristiano, dijo: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios”. Y aquí en Apocalipsis, en este escenario aún futuro en el Cielo, cuando se busca a uno que sea digno de desatar los sellos del rollo, uno de los 24 ancianos señala a Cristo, el Vencedor: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Ap. 5:5-6).

Imaginémonos la siguiente escena en el antiguo Israel: el sumo sacerdote, que tenía que entrar al Lugar Santísimo, detrás de la cortina, en el gran Día de la Expiación, avanzaba con mucho temor. El corazón le latía hasta el cuello. Pensaba: “Espero no equivocarme”, pues esto significaría la muerte inmediata. Cristo, en cambio, acercándose con total libertad, gozando de íntima comunión con el Padre, toma el libro de la mano derecha de Dios: “Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (v. 7). ¡Todo está entonces en la mano del Hijo! “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Jn. 5:22-23).

Dios entrega el juicio a su Hijo y Él romperá los sellos. También podríamos decir: Dios entrega al Hijo el trono con sus relámpagos, voces y truenos. Esto significa que la Tribulación no comenzará hasta que se produzca esta entrega en el Cielo, y Cristo tome el libro de las manos de Dios.

El destino de este mundo está en las manos del Vencedor, en las mejores que existen, aquellas que fueron horadadas por los hombres. De estas manos fluyó la sangre pura de Jesucristo para perdón de pecados y Él fue a la cruz por nosotros, los humanos, motivado por un amor que no tiene comparación. Por eso decimos que, el juicio no podría estar en mejores manos.

La consumación celestial
En Apocalipsis 5:6 vemos a Cristo de pie en medio de los cuatro seres vivientes y de los veinticuatro ancianos y en medio del trono —Él es el centro, y todas las cosas giran alrededor de Él—.

Luego comienza a abrir los sellos.

“Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira” (Ap. 6:1).

Cristo rompe el primer sello, y comienza la Tribulación. Aparecen, uno tras otro, los cuatro jinetes apocalípticos. De tres de ellos se dice: “le fue dado…”. El jinete sobre el caballo blanco (Apocalipsis 6:2) recibe una corona, que simboliza el reinado. A Satanás se le permitirá reinar a través de sus ayudantes. El caballo bermejo o rojo (v. 4) recibe el poder de arrebatar la paz de la Tierra. Y al caballo amarillo (v. 8) se le da autoridad sobre la cuarta parte del mundo para matar con espada, con hambre, con pestilencia y por las bestias salvajes terrestres.

Queda entonces manifiesto que Cristo será quien rompa los sellos y que los juicios serán obra de Dios.

Los profetas menores nos muestran la misma verdad. En Sofonías 1:17, Dios dice: “Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová”. O en Joel 1:15 leemos: “¡Ay del día! porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso”. El juicio viene del Todopoderoso, del Cielo. La Tribulación solo comenzará cuando Cristo, tu Salvador y el mío, rompa el primer sello.

Conclusión
La visión del trono celestial nos muestra entonces que el comienzo de la Tribulación se determina en el Cielo. ¡El Cielo reina! Amén.

La Biblia no nos dice cuándo será esto, pero parece que los acontecimientos de hoy en día desembocaran en la Tribulación en cualquier momento. Es bueno que todo esté en las manos de Dios. El Padre y su Hijo son la medida de todas las cosas; por ello no debemos mirar a la Tierra, sus gobernantes, su confusión, sino a nuestro Señor. ¡Nunca nos olvidemos de fijar nuestra mirada en el Cielo!

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