Cronología del tiempo final, según Joel - Parte 1

Norbert Lieth

¿Cómo será el fin del mundo? Las Sagradas Escrituras revelan más  sobre este de lo que quizás podamos imaginar. Israel tiene un papel  clave. ¿Por qué? El profeta Joel responde a estas preguntas.

Hace miles de años, Dios anunció al mundo algo inaudito –que hasta el día de hoy no se ha cumplido–. Hizo que Su profeta, Joel, dijera al pueblo de Israel: “Entonces sabrán que yo estoy en medio de Israel, que yo soy el Señor su Dios, y no hay otro fuera de mí. ¡Nunca más será avergonzado mi pueblo!” (Jl. 2:27). Este es el final que Dios guarda para Israel.

El profeta Zacarías anuncia que llegará el día en que Israel reconocerá a su Señor y Redentor, y mirará a Aquel a quien traspasaron. Israel se arrepentirá (Zacarías 12:10; compárese con Apocalipsis 1:7). Jesucristo se ha revelado como ese Señor y Redentor traspasado, y él mismo dejó en claro que el pueblo judío le dará un día la bienvenida: “Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mt. 23:39).

El camino hacia ese cumplimiento es largo. Esto es evidente por el hecho que hoy vivimos en el año 2018 después del supuesto año de nacimiento de nuestro Señor Jesús. La forma en que transcurrirá y terminará este extenso recorrido, es descrito de forma cronológica por Joel, inmediatamente después del versículo arriba citado: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días. Y daré prodigios en el cielo y en la tierra, sangre, y fuego, y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día grande y espantoso de Jehová” (Jl. 2:28-31).

El profeta de Dios describe, en una misma visión, dos acontecimientos diferentes. Él no puede ver el período que transcurre entre estos dos ­hechos. Sucede que recién cuando todos los eventos proféticos quepan por completo dentro del marco de las declaraciones bíblicas, estas pueden ser declaradas como el cumplimiento de las profecías.

El apóstol Pedro utiliza, el día de Pentecostés, la profecía de Joel, diciendo: “Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños” (Hch. 2:17).

El fin de los tiempos fue “sellado”, o sea, iniciado en el Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se derramó sobre la Iglesia. Este tiempo del fin continúa, sin cesar, hasta la segunda venida en gloria del Señor: “[…]antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto” (Hch. 2:20). Por ende, el período en que vivimos a partir de Pentecostés corresponde al tiempo final, el cual concluye con el regreso de Cristo.

Es interesante apreciar cómo Pedro no dice que Pentecostés es el cumplimiento de la profecía de Joel, sino que tan solo señala: “Mas esto es lo dicho por el profeta Joel” (Hch. 2:16). Cada vez que una predicción se “cumple”, las Sagradas Escrituras se encargan de enfatizarlo (compárese con Mateo 1:22; 2:17, 23; 4:14; 8:17; 2:17; 13:14, 35; 26:54, 56; 27:9). El derramamiento del Espíritu Santo fue un anticipo a la Iglesia, ya que todavía no era el tiempo del cumplimiento literal de la profecía antiguotestamentaria, la que hacía referencia a los acontecimientos posteriores a este hecho.

Pedro deja claro que han comenzado los últimos días, es decir, el fin de los tiempos en lo referente a Israel y el reino mesiánico. Precisamente de eso habían estado hablando los profetas. El apóstol está enfocado en la gloriosa segunda venida del Señor Jesús y en los acontecimientos que la acompañan (compárese con Hechos 3:19-21). Sin embargo, lo que en ese momento desconoce, es que el Todopoderoso guarda un misterio: el de una Iglesia compuesta por judíos y gentiles. Este misterio comenzará a cumplirse con la conversión de Cornelio (Hechos 10), y luego le será revelado en su totalidad al apóstol Pablo (Efesios 3). Es así como, en el día de Pentecostés, es fundada la Iglesia de Jesucristo, pero aún no se manifiesta el Señor en gloria.

Al final del llamado tiempo de aflicción o tribulación, el Espíritu de Dios será derramado “sobre toda carne”. Pero solo los judíos profetizarán, tendrán sueños y visiones, porque ellos serán el pueblo redimido por Dios en el Reino de los mil años. Pentecostés fue tan solo una primera etapa. En ese día, el Espíritu Santo no fue derramado sobre toda carne, sino tan solo sobre los judíos creyentes que allí se encontraban.

Si Hechos 2 fuera el cumplimiento final de Joel 2, Pedro no hubiera dicho en su segundo discurso, pronunciado un poco más tarde: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hch. 3:19-20).

La profecía de Joel 2 recién se cumplirá al final del tiempo de aflicción, ya que las señales milagrosas que fueron mencionadas (sangre, fuego y vapor de humo, el sol convertido en oscuridad y la luna en sangre), sucederán antes de la segunda venida de Jesús en gloria. Cuando, luego de estos acontecimientos, el Señor venga a la Tierra para establecer su Reino, habrá llegado el momento en que el Espíritu de Dios se derrame “sobre toda carne”. En Joel 2:28 dice: “Después de esto”. Es decir, luego que el Señor regrese a Israel, este pueblo lo reconocerá como el Mesías-Dios y no será jamás avergonzado (Joel 2:27), y el Espíritu Santo será derramado sobre toda carne. Pero antes de que esto suceda, el cielo y la tierra deben ser sacudidos por el juicio de la Gran Tribulación (1 Tesalonicenses 3:3-4).

Joel 2:32 dice: “Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado”. En aquel tiempo, cuando el Señor regrese para morar en medio de su pueblo, todo aquel que invoque su nombre será salvo. Esto se cumple en la actual era de salvación de la Iglesia (Romanos 10:13), pero todavía espera el cumplimiento total en el reino mesiánico. Por esta razón, tampoco podemos hablar aquí de un cumplimiento parcial.

El profesor de Biblia, Arno C. Gaebelein, dice: “El gran derramamiento venidero del Espíritu sobre toda carne tendrá como consecuencia la salvación. Hoy tiene validez el principio dichoso que ‘todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo’, no obstante, este también será el caso en aquel día. La palabra proveniente de la boca de nuestro Señor de que ‘la salvación viene de los judíos’ (Jn. 4:22), tendrá su cumplimiento más amplio. Entonces las naciones en el Reino se unirán al Señor (Zacarías 2:11)”.

La primera parte de Joel 2:32 se refiere a nuestro tiempo, pero es probable que en la última frase: “y entre el remanente al cual él habrá llamado”, apunte a un tiempo muy posterior, en donde Dios retoma el hilo de Israel. En aquel tiempo, el remanente de esta nación, los sobrevivientes, será salvo y representará a todo Israel: “El remanente volverá, el remanente de Jacob volverá al Dios fuerte” (Is. 10:21). Romanos 11:26 dice: “Y luego todo Israel será salvo, como está escrito: ‘Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad’” (Ro. 11:26).

Según Romanos 11:4, ya en la actualidad, los judíos mesiánicos forman un remanente; son parte de los escogidos por gracia dentro del período de la Iglesia. Pero una vez concluido este, el Señor se dirigirá a los israelitas. Ellos pasarán entonces por la tribulación, para entrar, más tarde, en el Reino mesiánico. En Apocalipsis 14:1, vemos al Cordero de Dios parado sobre el monte Sion, rodeado por los ciento cuarenta y cuatro mil sellados de Israel. Estos son descritos como “primicias” (v. 4), ya que otros los seguirán. Entonces saldrá, desde el monte Sion (Jerusalén), la salvación a todas las naciones.

Ya que el Estado israelí resurgió hace setenta años, existe otra vez la posibilidad de que el pueblo judío espere al Señor en Sion, es decir, Jerusalén. Dios está preparando al pueblo para los últimos acontecimientos. “Porque he aquí que en aquellos días, y en aquel tiempo en que haré volver la cautividad de Judá y de Jerusalén…” (Jl. 3:1).

La restauración de Israel ocurre en tres etapas: en primer lugar, es reunido en su propia tierra, estando en una condición de incredulidad (Ezequiel 36:24). En segundo lugar, recibe el perdón en la segunda venida del Señor (Ezequiel 36:25). Y en tercer lugar, Dios derrama el Espíritu Santo sobre su pueblo para un nuevo nacimiento (Ezequiel 36:26). Primero, la restauración es física, después, espiritual. Por esta razón, no nos asombremos de que Israel todavía no crea y de que se trate sobre todo de un pueblo secular. Esta situación parece estar acorde al plan de Dios.

El destino de Judá fue cambiado en 1948 con la guerra de la independencia, y el de Jerusalén en 1967, con la reunificación de la ciudad.

Podemos ver entonces en Joel cómo estos acontecimientos se aprecian de forma cronológica, a la luz del Nuevo Testamento: primero, el Pentecostés, si bien su cumplimiento no es completo. Segundo, la era de la Iglesia, que el profeta no podía ver. Tercero, la refundación del Estado de Israel.

Llaman la atención, en este contexto, las palabras de Dios dichas a continuación por el profeta Joel: “Reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat, y allí entraré en juicio con ellas a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a quien ellas esparcieron entre las naciones, y repartieron mi tierra; y echaron suertes sobre mi pueblo, y dieron los niños por una ramera, y vendieron las niñas por vino para beber. Y también, ¿qué tengo yo con vosotras, Tiro y Sidón, y todo el territorio de Filistea? ¿Queréis vengaros de mí? Y si de mí os vengáis, bien pronto haré yo recaer la paga sobre vuestra cabeza” (Jl. 3:2-4).

Prestemos atención al siguiente énfasis: mi pueblo, mi heredad, mi tierra. Joel escribe sobre algunos acontecimientos puntuales de su tiempo y sobre otros referentes a la segunda venida y al día del Señor. Gracias a la completa Palabra de Dios y a nuestro conocimiento de la historia, podemos diferenciar hoy estos sucesos.

Hace casi 2,000 años atrás, alrededor del 70 d. C., la tierra de Israel fue “desjudaizada” y los israelitas jóvenes fueron vendidos como esclavos. Gaebelein cuenta que:

Casi 1.5 millones de personas habían perecido en Jerusalén y en la tierra durante esta guerra terrible. Más de 100,000 fueron capturados. Según Josefo, sobre estos cien mil judíos, Tito dispuso de la siguiente manera: ‘Aquellos que tenían menos de 17 años eran vendidos públicamente. De los que quedaban, algunos fueron ejecutados de inmediato, y algunos eran enviados a trabajar en las canteras egipcias (lo que era peor que la muerte). Algunos tuvieron que pelear con animales salvajes en los juegos que tenían lugar en las ciudades más grandes. Solamente los más altos y más guapos estaban previstos para la marcha triunfal en Roma. Los judíos eran tan baratos, que eran vendidos por una medida de cebada. A miles les ocurrió esto. ¿Y de qué podríamos informar con base en la historia de cientos de años, si no de las persecuciones crueles y espantosas que sufrió la heredad de Dios, de los miles y miles de masacrados, torturados, ridiculizados y vendidos como esclavos? ¿No es que recientemente hemos visto atrocidades similares en Alemania? Y este desarrollo histórico aún no ha terminado. Habrá más ataques de odio hacia la heredad de Israel, hasta que el tiempo de tribulación que pronto se iniciará para Jacob, sobrepasará todo el sufrimiento hasta ahora soportado. Este será un tiempo de aflicción, como no ha habido desde el comienzo del mundo hasta ahora, y que no habrá tampoco (Mt. 24:21). Vendrá el día en que el Señor juzgará a las naciones por el mal que han hecho.

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