Consuelo infinito

Fredy Peter

Sobre el Consuelo que Consuela de verdad, como el Señor Jesús o dio a sus discípulos en sus discursos de despedida.

Cuando de repente nos enfrentamos a situaciones inesperadas y amenazadoras en la vida, en la familia o en el trabajo, surge la pregunta: ¿Cómo debemos vivir ahora? ¿Dónde podemos encontrar orientación? ¡En la Biblia!

En ella el Señor Jesús da una respuesta bien concreta a sus discípulos. Frente a lo desconocido e inesperado les dice en Juan 14:1-3: “No se turbe vuestro corazón…” .

Así nos alienta el Señor también a nosotros, si verdaderamente somos suyos: “¡No se angustien!”. Sea cual sea la situación en la que te encuentres, por muy amenazadoras que parezcan las circunstancias: “¡No te angusties!”; pero quizá te preguntas: ¿Cómo hago para no tener miedo? ¿Debo evitar de pensar en cosa negativas y todo saldrá bien, si los hechos muestran claramente otra realidad?

Jesús aborda precisamente esa preocupación en el Evangelio de Juan. En los tres primeros versículos del capítulo 14, da instrucciones detalladas sobre cómo afrontar las situaciones difíciles. Allí dice:

“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.

Antes de mirar los 5 motivos de consuelo que el Señor en su cuidado alcanza a los suyos, quisiera decir algo sobre el trasfondo en que se pronunciaron estas palabras y la situación en la cual se encontraban los discípulos en esa ocasión.

La angustia de los discípulos
En Juan 14:1-3, las palabras “consuelo” o “consolar” ni siquiera aparecen. Entonces, ¿cómo sabemos que el Señor Jesús quería consolar a sus discípulos con estas palabras? En primer lugar, por el contexto que sigue, en el cual el Señor dice: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” v.16. Con estas palabras Él mismo dio a entender que les haría falta consuelo. Si volviéramos al lugar en los cuales el amoroso Salvador pronunció estas palabras, entonces nos encontraríamos en un espacioso aposento alto en la ciudad vieja de Jerusalén. Allí se habían reunido el Señor y sus discípulos para comer la Pascua. Los preparativos deben haberles parecido bastante misteriosos a los discípulos Pedro y Juan. En lugar de indicarles el lugar exacto de aquel alojamiento, solo les había dado una pista diciéndoles:

“He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, y decid al padre de familia de esa casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí” (Lucas 22:10-12).

Aquella noche, cuando estuvieron todos reunidos, había surgido entre ellos una disputa sobre cuál de ellos sería el más grande (Lc 22:24), tras lo cual Jesús les había dado una lección, lavándoles los pies a sus discípulos (Jn 13) dándoles un ejemplo único de verdadera grandeza. A continuación, el Señor había desenmascarado a Judas Iscariote, que enseguida había abandonado la reunión. A continuación, el Señor instituyó la Cena del Señor: “Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lc 22, 19-20).

Pedro y los demás discípulos habían asegurado su fidelidad al Señor, pero Jesús le había respondido a Pedro: “¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”.

Todo esto fue el telón de fondo de la angustia que se había apoderado en aquella noche de los discípulos: el misterioso descubrimiento del aposento alto, la riña entre los discípulos, la traición de Judas, la negación anunciada de Pedro, y finalmente, la predicción de la sangrienta muerte de su Señor. Y ante semejante situación les dice el hijo de Dios: “¡No se turbe vuestro corazón!”.

En el contexto de aquella última alocución de Jesús antes de sus padecimientos —episodio que comienza en el capítulo 13 y continúa hasta el capítulo 16— volvemos a encontrar esa misma expresión alentadora una vez más. Poco antes de que el Señor abandone aquel aposento alto con los once y se dirija, en la oscuridad de la noche, al huerto de Getsemaní, les vuelve a decir: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. (Juan 14:27).

Esta palabra de consuelo ha fortalecido a los cristianos a través de los siglos, ha secado muchas lágrimas y ha animado a muchos corazones abatidos y asustados. Los cristianos son los únicos que tienen una base sólida para poder mantener la calma en un mundo turbulento…

Los versículos siguientes nos muestran qué maravilloso consolador es el Señor. Nos muestran cómo Dios nos libra del miedo. Son principios que siguen siendo válidos hoy. Son principios que muestran cómo tú y yo podemos tener un corazón tranquilo incluso en momentos de extrema incertidumbre. Tomar estos principios en serio también nos guarda de ser “consoladores molestos” (Job 16:2). Nos evita brindar un consuelo engañoso y sin fundamento, lo cual puede acarrear consecuencias nefastas. Miremos entonces los cinco motivos de verdadero consuelo:

Primera motivación: cree como dicen las Escrituras
“¡Creéis en Dios, creed también en mí!” (Juan 14:1).

La única forma de superar el miedo y la incertidumbre es creer —debemos creer. No de cualquier forma ni en cualquier cosa, sino creer en el Dios eterno. Creer en que Él existe no es suficiente. Solo significaría que no somos ateos. Es a través de una relación de fe personal en Dios y en el Señor Jesucristo, que cobra vida nuestro cristianismo. 

Jesús dice: “…el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn 6:35). “El que cree en mí, tiene vida eterna” (Jn 6:47). “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn 7:38). “…el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn 11:25). Y finalmente: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió” (Jn 12:44). Juan 14:1 es, pues, la consecuencia lógica: “¡creéis en Dios, creed también en mí!”.

Todos estos pasajes del Evangelio de Juan solo permiten una conclusión: ¡Jesús es Dios! Creer es más que afirmar verdades eternas. Es seguir al Maestro adonde quiera que vaya. Él dice: “Quien quiera servirme debe seguirme” (Jn 12:26 nvi). —La exhortación “sígueme” o “sígame” se menciona 15 veces en los Evangelios. El discípulo sigue a su Maestro y hace lo que Él quiera. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15:14). Eso es creer como dicen las Escrituras.

Para despertar este tipo de fe en sus discípulos, el Señor Jesús les había anunciado de antemano todo lo que le sucedería, todas esas cosas que ahora turbaban sus corazones. “…ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis”, les dijo el Maestro amoroso en aquella noche pascual (Jn 14:29). El mismo objetivo tenía también Juan, el discípulo amado, cuando inspirado por el Espíritu Santo escribió estas cosas. Juan lo dice claramente en el capítulo 20:31:

“Estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”.

¡Crees en Dios, cree también en mí! —Creer en Jesús es el consuelo más importante en horas difíciles, un remedio para todo malestar del corazón. Es lo único que permanece cuando todo parece oscuro, sin sentido y sin esperanza. Creer como dicen las Escrituras.

Segunda motivación: mantén la mirada en la meta
“En la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Juan 14:2).

Con este versículo, el Señor quiere cambiar la dirección de nuestra mirada. De lo visible, aterrador, amenazador e incierto, a lo invisible, inamovible y seguro. “La casa de mi Padre” no es, en esta ocasión, una referencia al templo terrenal, sino al Cielo, la morada eterna de Dios. Allí adonde el Señor Jesús ascendió luego de su resurrección (Hch. 1:9-11).

¡Qué hermoso lugar! Allí ya no habrá lágrimas, ni miedo, ni muerte, ni dolor. Allí no habrá terribles diagnósticos, ni desempleo, ni agobiantes signos de envejecimiento. Allí no se conocen ni intrigas, ni acoso, ni depresiones. No habrá sentimientos de odio, ni heridas abiertas del alma. No habrá remordimientos, ni desesperación, ni soledad.

Lo que sí habrá son muchas moradas en la Jerusalén celestial, la futura morada de todos los creyentes. En Apocalipsis 21, esta morada se nos presenta como una metrópolis de inmensas proporciones. Un enorme cubo de 2,200 kilómetros de ancho, alto y largo: algo que supera por lejos nuestra imaginación. Su aspecto exterior es de un esplendor impresionante: plazas y calles de oro, murallas de piedras preciosas y puertas de perlas preciosas: el epítome de refulgencia, seguridad y paz.

Es aquella ciudad que buscaba Abraham, una ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios: meta de los anhelos humanos y de los planes divinos.

Mientras que hoy experimentamos las grandes ciudades como lugares peligrosos, antros de maldad y soledad, Dios crea exactamente lo contrario con la nueva Jerusalén: por fin una gran ciudad en la que nadie es pasado por alto, oprimido o dejado solo, sino en la que rebosa la vida para todos.

Apocalipsis 22 habla de un río cristalino, en medio de la ciudad, que brota del trono de Dios y del Cordero. Sus aguas dan vida, de ellas surge el más exuberante crecimiento y la más rica bendición. En abundancia casi inagotable, el árbol de la vida a ambos lados del río produce frutos cada mes.

Apocalipsis 21:23 añade: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”. ¡Qué tremendo consuelo es ver la meta!

“En la casa de mi Padre muchas moradas hay”, por lo tanto… ¡persevera! ¡persevera! ¡sé un vencedor! “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”. (2 Corintios 5:1).

Y luego el Señor añade con fuerza y urgencia: “si así no fuera, yo os lo hubiera dicho” (Jn 14:2). Sí, su palabra es verdad (Jn 17:17) y sus testimonios son muy firmes (Sal 93:5).

A todo verdadero hijo de Dios le espera una morada en la casa del Padre, pero la llave de aquella morada eterna tuvo que ser adquirida por un precio muy alto, a causa de nuestro pecado. Y de esto nos habla la tercera motivación de consuelo.

Tercera motivación: reconocer lo que Jesús hizo por ti
“…voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. (Juan 14:2).

Esta es la razón por la cual el Señor Jesús tendrá que dejar a sus discípulos. Él se va para prepararles un lugar. Les había dicho: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Jn 14:2). Por lo tanto, la expresión “preparar lugar” debe referirse a otra cosa, pues las moradas ya están allí.

La palabra “preparar” no significa necesariamente construir un edificio. Este verbo se utiliza a menudo para preparar la llegada de alguien (comp. Mt 22:4; 26:19). A Filemón Pablo le escribe: “Prepárame también alojamiento; porque espero que por vuestras oraciones os seré concedido”. Esto es lo que el Señor Jesús está haciendo por nosotros.

Hebreos 6:20 nos dice que Jesús entró en el Cielo mismo: “…no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”. (Heb 9:12).

Jesús pagó el precio de tu culpa y la mía en la cruz del Gólgota. Él tomó todas tus mentiras, robos, engaños, fornicaciones, malos pensamientos, pecados de omisión y todos tus pecados, Él los tomó sobre sí por amor. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn 15:13).

Nuestras transgresiones son tan graves que la cruz era la única forma de restablecer el camino hacia el Padre. Jesús tomó sobre sí todos los pecados que nos separan de Dios. “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). A Jesús le costó todo abrirnos el camino a la casa del Padre: se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp. 2:8). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3:16). Y con el grito: “¡Consumado es!” (Jn 19:30), quedó abierto el camino.

Por eso Juan 14:6 es una verdad eternamente válida: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Solo por medio de Jesús somos insertados a la familia de Dios como exclama gozoso el apóstol Pablo en Efesios 2:19: “¡Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios!”

Recordar y reconocer lo que Jesús hizo por nosotros nos reconforta, nos anima y nos consuela.

Cuarta motivación: esperar el regreso de Jesús
“Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez” (Jn 14:3).

Esta afirmación es el eje central del consuelo de Jesús. No olvidemos que los discípulos se enfrentaron a la gran pregunta: “Señor, ¿a dónde vas?” (Jn 13:36). La respuesta de Jesús fue: “…voy a preparar lugar para vosotros y …vendré otra vez” (Juan 14:3).

La palabra griega aquí está en tiempo presente e indica así la inmediatez del regreso del Señor. Su regreso puede tener lugar en cualquier momento. ¡Qué consuelo! Los discípulos deben esperar el regreso inminente de Jesús. El Señor revela a los discípulos una verdad completamente nueva, desconocida para ellos hasta entonces: “Vendré otra vez”.

Esto no se cumplió con el encuentro de los discípulos con Jesús después de su resurrección ni con la llegada del Espíritu Santo, porque Jesús no cumplió entonces la segunda parte del versículo: “…y os tomaré a mí mismo”. Tampoco se cumple cuando un cristiano muere, porque entonces el creyente va, pero Jesús no viene.

Desde el principio de la interpretación del Nuevo Testamento, los cristianos siempre han considerado esta promesa como una promesa del Señor acerca del final de los tiempos. Esta promesa es nueva porque, aunque el Antiguo Testamento anuncia la segunda venida del Señor, habla de su glorioso regreso a la Tierra en favor del remanente judío y para establecer su Reino y juzgar a las naciones. Aquí el Señor Jesús promete a sus discípulos volver para recibirlos en el aire y tomarlos consigo a la casa del Padre. Al Cielo, y no a la Tierra. Esta maravillosa verdad y esperanza de los cristianos fue revelada por Nuestro Señor en la víspera de su crucifixión, como consuelo a sus discípulos, tristes y angustiados por su pronta partida.

Este es el primer pasaje de la Biblia que habla del arrebatamiento. Unos veinte años más tarde, esta enseñanza es revelada con más detalle por el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 4:13-18, curiosamente, en circunstancias muy similares, porque Pablo quería consolar a los tesalonicenses.

La conexión resulta aún más asombrosa y clara cuando comparamos detalladamente Juan 14 con 1 Tesalonicenses 4:

• Las palabras son casi exactamente paralelos.

• El orden cronológico es el mismo.

• Ambos pasajes hablan solo de creyentes.

• Ambos textos apuntan al consuelo.

• Ambos textos conducen la mirada de los creyentes de las penurias de la tierra a las glorias del Cielo.

El maestro de Biblia John Walvoord escribió: “El Rapto es el primer acontecimiento profético del tercer milenio”. La Iglesia de Jesús ha estado esperando este momento durante dos mil años. ¿Cuánto tiempo falta aún?

Tristemente vemos en nuestros días, en lugar de gozosa excitación y expectación, un extremo descuido de este tema, o un énfasis excesivo en este tema. Unos ni mencionan la bendita esperanza de los creyentes, mientras otros especulan y hacen afirmaciones precisas sobre fechas exactas, haciendo oídos sordos a la advertencia bíblica de velar en todo momento puesto que el día y la hora nadie sabe.

Atengámonos a lo que está escrito. “…voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez” (Jn 14:3). 

La historia de la salvación tiene un principio y un fin. Dios lo concluye todo para la honra de su nombre. Todo se cumplirá exactamente como está escrito. La certeza del regreso inminente de Jesús debe confortar nuestros corazones, venga lo que venga. “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Flp. 3:20) Él puede venir hoy mismo. ¿Estás preparado?

Quinta motivación: alegrarse por los efectos gloriosos que su regreso traerá
“Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).

Jesús ha prometido llevarnos a dónde él está. La primera carta a los Tesalonicenses 4:16-17 levanta el velo sobre cómo sucederá esto: seremos arrebatados juntamente con los que durmieron en Cristo para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con Él. Y luego concluye con la siguiente exhortación: “¡Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras!”.

Este es el consuelo que consuela de verdad. El glorioso propósito que el Señor Jesús tiene para ti es que tú puedas estar donde Él está. Qué sencilla elección de palabras para los gloriosos efectos de su regreso.
“…para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Ese es su deseo: Él quiere que los suyos, los comprados con sangre, tú y yo, estemos con Él por toda la Eternidad. El pasado puede haber sido malo, el presente puede ser sombrío, pero no se turbe tu corazón, no te angusties. Alégrate, porque tienes por delante un futuro indescriptiblemente glorioso: ¡comunión eterna con Jesús! ¿Puede haber algo mejor?
Esta promesa de Jesús demuestra su interés por ti. ¡Qué consuelo que el Señor quiera tener comunión contigo!

Conclusión
Hoy el Señor Jesús te dice: “¡no te angusties!”

Sea cual sea la situación en la que te encuentres, por desesperada que sea: “¡No se turbe tu corazón! Crees en Dios, cree también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo te lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para ti. Y si me fuere y te preparare lugar, vendré otra vez, y te tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, tú también estés”.

Si eres hijo de Dios, ponte en sus fuertes manos y confía en Él. A pesar de todo lo que pueda oprimirte y angustiarte: ¡confía!, ¡persevera!, ¡espera en Él!

El consuelo con el que el Señor consoló a sus discípulos en aquella oscura noche de Pascua también está disponible para ti. Cree como dicen las Escrituras, mira la meta, reconoce lo que Jesús hizo por ti, espera el regreso de Jesús y alégrate por los efectos gloriosos que su regreso traerá.

Te diriges hacia un futuro glorioso, una morada ya está lista para ti, la comunión eterna con Jesús te espera. ¿Estás preparado para cuando venga Jesús? ¿O hay cosas en tu vida que todavía necesitan ser arregladas?

Hazlo; hazlo hoy para que estés preparado cuando Él vuelva.

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