Cómo nuestra fe se demuestra en la devoción y la humildad

Fredy Peter

Una interpretación de la Epístola de Santiago, Parte 10: Santiago 4:7-10: Más de diez mandamientos prácticos que conducen a la exaltación por medio del Señor.

Santiago, hermanastro del Señor Jesús y líder de la Iglesia primitiva de Jerusalén, dirige su carta a las doce tribus dispersas (Santiago 1:1). Se dirige principalmente a los hermanos y hermanas que creen en el Señor Jesucristo y les pide que se autoexaminen en cuanto a su fe. Y con ellos, también nosotros somos llamados a examinar dónde estamos parados.

En esta carta se pone a prueba nuestra fe: la fe verdadera y auténtica se muestra en… 1. Nuestras tentaciones (Santiago 1:2-18); 2. Nuestro manejo de la Palabra de Dios (Santiago 1:19-27); 3. El amor imparcial sin acepción de personas (Santiago 2:1-13); 4. Nuestras obras (Santiago 2:14-26); 5. Nuestra manera de hablar (Santiago 3:1-12); 6. Nuestra sabiduría práctica (Santiago 3:13-18) y 7. Nuestro alejamiento del amor al mundo (Santiago 4:1-6).

Santiago 4:6 termina diciendo: “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.

Los diversos criterios de prueba y este versículo exigen una respuesta por nuestra parte. Y esto nos lleva al octavo criterio de prueba: nuestra fe se demuestra en nuestra devoción y humildad (Santiago 4:7-10). En los versículos del 7 al 10, Santiago nos muestra lo que debemos hacer para que Dios no tenga que resistirnos, y en qué consiste la “mayor gracia”. 

Este es un llamamiento a los no creyentes, para que se conviertan y a los creyentes para que se entreguen por completo al Señor. La forma gramatical griega en el texto básico indica urgencia y acción decisiva. Subraya la necesidad de actuar sin demora. Debemos responder inmediatamente a estos diez mandatos prácticos muy concretos: Someteos, resistid, acercaos, limpiaos, santificaos, sentid, lamentaos, llorad, transformaos y humillaos.

1. Sometimiento
“Someteos, pues, a Dios…” (Stg. 4:7). 

Se trata de una decisión consciente de someterse al Señor. Es obediencia y sumisión voluntarias en todas las áreas de la vida y en todas las situaciones, de acuerdo con los claros mandatos de la Escritura y especialmente de acuerdo con las cartas de enseñanza del Nuevo Testamento.

En primer lugar, significa ocupar el lugar que a uno le corresponde: Él es el Creador, yo soy la criatura. Él es infinito, yo soy finito. Él es glorioso, yo soy corruptible. Yo dependo de Él, y no al revés. 

Significa también ocupar en las relaciones terrenales el lugar que el Señor manda, voluntariamente, por amor al Señor, porque le amamos y queremos servirle. Se trata de la obediencia y la sumisión en la iglesia, el matrimonio, la familia, el trabajo y la sociedad. De niño, Jesús se sometió voluntariamente a sus padres. Los miembros de la iglesia local se someten a sus mayores, las esposas a sus maridos, los hijos a sus padres, los empleados a sus jefes y los ciudadanos de un país a las autoridades.

En su interpretación de Santiago, Adolf Schlatter dijo lo siguiente con respecto a nuestra sumisión a Dios y sus efectos: “El hombre es blando, flexible y complaciente, pero en el lugar equivocado: flexible con Satanás, pero terco para con Dios. El que se hace blando y dúctil frente a Dios, se hará firme y resistente frente a Satanás”. 

2. Resistencia
“Resistid al diablo y huirá de vosotros” (Stg. 4:7).

A cada paso nos encontramos con las mentiras y tentaciones de Satanás, con su astucia y engaño, con sus ataques y desánimos. Sin embargo, no debemos luchar contra él, sino resistirle —esto significa que debemos adoptar una postura clara, negarnos a responderle, resistirle y oponernos a él.

¿Cómo ocurre eso concretamente?

Invocando solo la Palabra, como hizo Jesús durante la tentación de Lucas 4: “Escrito está…” (Lucas 4:4,8,10). Por eso es tan importante conocer la Palabra y vivir en ella. Significa conocer la armadura de Efesios 6, ponérnosla a diario y aplicarla. Pablo menciona tres veces el aspecto de la resistencia:

“Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. (…) Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Ef. 6:11,13).

El diablo puede luchar contra los cristianos, pero no puede vencerlos, porque Jesús obtuvo una victoria completa en la cruz. “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Co. 2:15).

Por lo tanto, sométanse por completo a Dios, resistan al diablo y experimentarán que “…huirá de vosotros”. ¿No es una promesa alentadora? Otra razón por la que el diablo huye es el tercer mandamiento de nuestro texto:

3. Comunión
“Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros” (Stg. 4:8). 

¡Satanás huye cuando nos ve en la cruz!

En ningún lugar ha estado Dios tan cerca de nosotros como en la cruz. Allí es donde debemos acercarnos al Señor. Y en contraste con los creyentes del Antiguo Pacto, que debían guardar una distancia segura para encontrarse con Dios en el Sinaí, los creyentes del Nuevo Pacto en la era de la gracia tenemos el enorme privilegio de acercarnos a Él en cualquier momento y sin condiciones. 

¡Qué promesa de comunión con Él! “…y él se acercará a vosotros”. Cuando vivo en comunión con Cristo y paso tiempo en su presencia, toda la impureza de mi vida es descubierta en su luz. Por eso Santiago pide como cuarta cosa:

4. Limpieza
“Pecadores, limpiad las manos” (Stg. 4:8).

Solo en la comunión con el Señor nos damos cuenta de nuestra propia pecaminosidad: “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7). 

Nuestras manos son las herramientas para nuestras acciones y obras, desgraciadamente también para todo tipo de injusticia y maldad. Alejemos nuestras manos del pecado. Limpiemos nuestras manos, purifiquémoslas. ¡Hagámoslas instrumentos de justicia, útiles para Dios! 

En la Biblia, solo a los no creyentes se les llama “pecadores”. Se trata, por tanto, de una clara exhortación al arrepentimiento y a la conversión para aquellos que aún viven en las tinieblas. Sin embargo, este mandamiento también se aplica a nosotros, los hijos de la luz salvados y nacidos de nuevo, porque también nosotros necesitamos siempre el perdón por nuestras transgresiones y malas acciones cotidianas.

Este proceso continuo de en la vida del creyente se llama santificación y es también la quinta solicitud: 

5. Santificación
“…vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Stg. 4:8). 

Nuestro “yo interior”, nuestros pensamientos, sentimientos, deseos e intenciones deben permanecer íntegramente al Señor. Algunas personas quieren amar tanto a Dios como al mundo; no obstante, este comportamiento de “doble ánimo” debe terminar. Este corazón indeciso, dudoso, literalmente de doble alma, debe pertenecer enteramente al Señor. El amor al pecado y al mundo tiene que acabar. Para algunos, quizás puede ser una batalla entre la mano y el corazón. Pero tanto las malas acciones de nuestras manos como un alma dividida nos alejan de Dios. En los versículos anteriores, Santiago ya se ha ocupado seriamente de la naturaleza contradictoria de los corazones divididos:

“¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4).

Debemos ver nuestras acciones y actitudes como las ve Dios. Este convencimiento por la Palabra de Dios produce un genuino arrepentimiento. Esto nos lleva a la sexta exhortación:

6. Contrición
“Afligíos…” (Stg. 4:9).

Expresa genuina tristeza y quebranto por nuestra propia culpa y pecaminosidad, no por las malas circunstancias de la vida o penurias de las que nos gustaría librarnos. Santiago habla de un dolor justificado por transgredir el santo mandamiento de Dios, quizá también relacionado con el temor a un juicio justo.

La séptima exhortación está estrechamente relacionada con la sexta:

7. Luto
“…y lamentad…” (Stg. 4:9).

Es la reacción interior al quebrantamiento por el pecado: sentir pena. 

¿Ya nos hemos entristecido por nuestra propia pecaminosidad? El Señor define esta tristeza de la siguiente forma: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mt. 5:4). 

¡Estaré muy feliz cuando esté con el Señor y por fin ya no podré pecar! Porque entonces este sentimiento de miseria y lamentación ya no será necesario. ¡Cuán fácilmente peco todavía en mis pensamientos, en mis palabras y en mis acciones…!

La octava exhortación también está relacionada con las dos anteriores:

8. Llorar
“…y llorad.” (Stg. 4:9).

En este contexto, las lágrimas, el llanto y los sollozos son las reacciones externas al reconocimiento del pecado. Esto es exactamente lo que vemos con Pedro: 

“Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente” (Lc. 22:61-62). 

Y esta aflicción ordenada por Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse (2 Corintios 7:10). Aquí no tiene cabida la alegría ruidosa e inapropiada, esa especie de diversión por el placer mundano, como si todo estuviera en orden. Santiago habla de esto en su novena exhortación:

9. Seriedad
“Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza” (Stg. 4:9). 

No se trata en absoluto de despreciar la alegría y las reuniones informales y divertidas entre hermanos y hermanas en la fe. No, se trata de apartarse de la superficialidad y volverse hacia un genuino arrepentimiento por la propia pecaminosidad. Es precisamente esa situación a la que aluden las palabras de David en el Salmo 51:17, y que han sido de gran consuelo para tantas personas quebrantadas: “Los sacrificios que tú quieres son el espíritu quebrantado; tú, Dios mío, no desprecias al corazón contrito y humillado” (rvc).

Y eso nos lleva al décimo y último mandamiento:

10. Humildad
“Humillaos delante del Señor” (Stg. 4:10).

Esta es la única reacción correcta a todo lo antes dicho. Es la quintaesencia, el resumen. Así es como debemos reaccionar cuando el Señor, en su gracia, nos revela nuestra verdadera condición: renunciar a todo orgullo y arrogancia. Es la humillación personal ante un Dios infinitamente santo, todopoderoso, que no me debe nada, pero a quien yo le debo todo. 

William Barclay dice en su interpretación de Santiago: “Solo quien es consciente de su propia ignorancia puede pedir a Dios que le guíe. Solo quien es consciente de su propia pobreza, en lo que rea­lmente importa, pedirá las riquezas de la gracia divina. Solo quien es consciente de su propia debilidad, confiará en el poder de Dios. Solo quien es consciente de que no puede afrontar la vida con sus propias fuerzas se arrodillará ante el Señor de toda vida verdadera. Solo quien es consciente de su pecaminosidad sabe cuánto necesita de un Salvador y del perdón de Dios”.

Santiago no es un defensor de un arrepentimiento y discipulado sin alegría, pero es un valiente proclamador del arrepentimiento genuino que conduce al verdadero gozo. Esto se muestra en la segunda parte del versículo: “…y él os exaltará”. Esto significa: te elevará a una posición digna. ¡Qué estímulo! Después de la humillación, la exaltación. 

“Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Stg. 4:10).

Esta es precisamente la verdad de Santiago 4:6: “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.

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