Cómo el amor al mundo conduce al conflicto con Dios

Fredy Peter

Una interpretación de la Epístola de Santiago, Parte 9: Santiago 4:4-6. Sobre el desprecio a Dios, a su Palabra y a su gracia. 

En la última parte, vimos que el amor al mundo o la amistad con el mundo llevan primero al conflicto con los demás: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” (Stg. 4:1). En segundo lugar, lleva al conflicto con uno mismo: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Stg. 4:2-3).

El egoísmo conduce a la frustración, la decepción y la falta de oración con malas consecuencias, porque lo que quiero no sucede inmediatamente… nadie puede perseguir sus propios deseos y placeres sin enredarse en este mundo. Después del conflicto con los demás y el conflicto con uno mismo, Santiago describe el tercer efecto del amor al mundo en los versículos 4-6 —conduce directamente al conflicto con Dios—.

Este conflicto con Dios se manifiesta de tres maneras: desprecio a Él, desprecio a su Palabra y a su gracia. Como este tema es tan central y es un peso en el corazón de Santiago, el apóstol hace uno de los llamamientos más enérgicos al arrepentimiento en las cartas de enseñanza del Nuevo Testamento.

Desprecio a Dios 
Santiago comienza sin su habitual forma amistosa: “hermanos míos”, sino que se dirige a los destinatarios de su carta en el versículo 4 con las contundentes palabras: “¡Oh almas adúlteras!”.

¿Habla aquí de personas que han sido infieles en su matrimonio? No, pues no se trata de transgredir el sexto mandamiento, sino el primero: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Ex. 20:3).

Es importante que tengamos en cuenta el contexto: Santiago escribe a las doce tribus que están dispersas (Santiago 1:1), es decir, a los judíos; y esto en una época tan temprana que aún no hay cristianos provenientes de los gentiles. Los judíos están muy familiarizados con la imagen del pueblo de Israel como la esposa del Dios vivo, porque solo ellos disfrutan de esta relación única con el Señor basada en un pacto con Él. Por eso oímos repetidamente a los profetas del Antiguo Testamento acusar a Israel de ser espiritualmente infiel a su Dios. Por ejemplo, en Ezequiel 23:37: “Porque han adulterado, y hay sangre en sus manos, y han fornicado con sus ídolos…”.

Se trata, pues, de la apostasía de la fe, y no de un mal comportamiento moral. Dado que Santiago apela a esta relación de pacto con Dios, bien conocida entre los judíos, a la que algunos de sus lectores se volvieron infieles, les puede decir con toda claridad: “¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios?”.

Jesucristo subraya a este respecto que: “Nadie puede servir a dos señores” (Mt. 6:24). Y la consecuencia de esto es que ¡quien quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios! Solo existen estas dos opciones. Y ya que una persona que ha experimentado una genuina regeneración espiritual no puede ser enemigo de Dios, Santiago hace aquí la distinción entre salvados y perdidos. Es muy complicado cuando las personas se consideran creyentes, pero en realidad no lo son. Por fuera parecen creyentes, por dentro son mundanos. Por eso, Santiago no puede utilizar el término “hermanos” en este contexto, cuando se refiere a tal comportamiento. 

¿Por qué son incompatibles el amor al mundo y el amor a Dios? Para averiguarlo, primero tenemos que entender lo que Santiago quiere decir con los términos “mundo” y “amistad”. La palabra que utiliza para “amistad” (gr. philia) solo aparece en este pasaje de la Biblia y, en el contexto de la cultura griega de la época, habla de una relación de favor y amor en la que se comparte todo, tanto espiritual como materialmente.

La amistad con el mundo o el amor al mundo es una piedra de tropiezo para todos, revelando si aman a Dios o si lo menosprecian, si son amigos o enemigos de Dios. Un camino intermedio es imposible. La amistad con el mundo o el amor al mundo significan despreciar a Dios, porque este mundo ha crucificado al Señor glorificado, y al amarlo uno se pone así bajo el control del príncipe de este mundo, el diablo (Juan 12:31). Así pues, quien quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios; y recordemos lo que dice Hebreos 10:31: “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”.

A través de la muerte sustitutiva de Jesús, nosotros los creyentes nos hemos liberado del juicio de Dios, hemos sido transferidos a lugares celestiales, nuestra ciudadanía está en los cielos y estamos eternamente seguros. Por eso, es aún más triste cuando los mismos hijos de Dios llevan una vida carnal y andan según la manera de este mundo. Es necesario que aceptemos una y otra vez la exhortación de 1 Juan 2:15-17: 

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

El menosprecio de la Palabra de Dios
Los destinatarios de entonces conocían la Palabra de Dios, pero es evidente que algunos no se la tomaban en serio; ¿Y qué de nosotros? “¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Stg. 4:5).

Este pasaje es complicado; algunos comentaristas incluso lo consideran uno de los más difíciles del Nuevo Testamento. Una dificultad reside en no saber a qué versículo alude Santiago, porque no hay ningún pasaje bíblico que se ajuste al enunciado: “El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente”. En segundo lugar, surge la pregunta: ¿A qué espíritu se refiere, en realidad: al Espíritu de Dios o al espíritu del hombre?

He consultado varios comentarios y, en mi opinión, la mejor explicación es que Santiago, cuando dice: “¿O pensáis que la Escritura dice en vano…?”, no se refiere a la siguiente afirmación: (“El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente”), sino a la cita de Proverbios 3:34 en el siguiente versículo 6 y con esto a la conclusión de toda su línea de pensamiento: “DIOS RESISTE A LOS SOBERBIOS PERO DA GRACIA A LOS HUMILDES” (Stg. 4:6; lbla). Este es un principio de Dios que se ve también en otros pasajes de la Escritura. En Job 22:29, por ejemplo, dice: “Porque Dios humilla a los altaneros, y exalta a los humildes. Él salva al que es inocente, y por tu honradez quedarás a salvo”.

La segunda dificultad de Santiago 4:5-6 consiste en el “Espíritu que él ha hecho morar en nosotros”. En mi opinión, hay varios indicadores de que probablemente no se refiera aquí al Espíritu Santo, sino más bien al “aliento de vida” (Génesis 2:7), al espíritu humano y a su batalla contra el pecado que mora en él, como se nos lo describe Génesis: “Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él” (Gn. 4:7).

El “anhelar celosamente” en nuestro pasaje de Santiago encajaría mejor con la idea de las luchas del espíritu humano. La palabra griega usada aquí es phtonos, que la Biblia de Estudio Elberfelder define como: “envidia, resentimiento, celos”. Dice: “Denota la puñalada o el odio que se siente en lo más profundo del corazón al ver la superioridad o la felicidad de otros, a los cuales se envidia por ello. […] phtonos no puede […] ir nunca en una dirección positiva, sino que siempre se usa con un significado negativo, maligno”.

En esta batalla desesperada que el no creyente libra con los deseos y las concupiscencias de su carne —y que Pablo de alguna manera también describe en Romanos 7:18, 23— Dios proporciona un remedio infinitamente mayor y absolutamente eficaz: su gracia. Con ella, después de todas las duras exhortaciones, llega por fin el maravilloso aliento, la salida del dilema. Pero tanto entonces como ahora, este medio de Dios es despreciado por muchos.

El desprecio de la gracia de Dios
“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6).

Una persona soberbia es orgullosa y ostentosa. Quiere parecer más de lo que es, elevándose por encima de los demás. Al hacerlo, se honra a sí misma. No cree que necesite misericordia y en ningún caso acepta autoridad sobre sí misma: “¡No queremos que este Señor reine sobre nosotros!” (comp. Lucas 9:27). Por eso, Dios se opone a los soberbios.

Humildad significa literalmente “ser consciente de sus propias limitaciones y debilidades”. Una persona humilde no se considera mejor que los demás, sino que respeta a su prójimo más que a sí ­misma. Aunque, sobre todo, la persona humilde es aquella que reconoce su dependencia de su infinitamente santo y justo Dios y Creador, y se somete a Él, a ese Señor que sale al encuentro de la criatura miserable y caída, y le ofrece gracia abundante en Jesucristo. La gracia es el favor inmerecido y el amor activo del Dios de gloria, llamado también Dios de toda gracia (1 Pedro 5:10). Y da esta gracia con suma abundancia. La única condición es que el hombre se baje de su soberbia a la humildad. 

Un corazón humilde es el único recipiente adecuado para la gracia desbordante de Dios, sin embargo, el Señor está en contra de los soberbios, que cultivan la amistad con este mundo. Santiago cita Proverbios 3:34 de la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, donde leemos: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”. Tenemos aquí otra maravillosa prueba de la inspiración de toda la Escritura. En nuestro pasaje, Santiago 4:6, es Dios el que habla, citando el proverbio de Salomón.

La solución a la envidia y la codicia, a las disputas, peleas y conflictos es un espíritu humilde; y esta actitud será recompensada por la gracia inmerecida de Dios. Aunque los destinatarios de aquel entonces conocían la verdad de Proverbios 3:34, despreciaban la misericordia de Dios y tuvieron que experimentar que el Señor resiste a los soberbios.

Con la palabra “resiste”, Santiago utiliza una expresión del lenguaje militar de la época. Se refiere al despliegue de tropas en la batalla para luchar activamente contra el enemigo. ¡Así es como Dios se enfrenta a los soberbios! La única forma de evitarlo es humillarse y aferrarse a la vida eterna y a la esperanza que se nos ofrece (1 Timoteo 6:19; Hebreos 6:18). 

Conclusión
El desprecio a Dios, a su Palabra y a su gracia hacen del hombre un enemigo de Él, sin embargo,  el Señor da mayor gracia a los humildes, para que puedan resistir al mundo y a todas las tentaciones. William Barclay dice en su interpretación del Nuevo Testamento:

“O hacemos uso del mundo, o el mundo hace uso de nosotros. Utilizar el mundo para servir a Dios y a los hombres significa ser amigo de Dios, porque Dios creó el mundo para eso. Hacer del mundo el gobernador de nuestras vidas implica ser enemigo de Dios, porque no es para eso para lo que Dios creó el mundo”.

La amistad con el mundo nos ata a sus caminos ciegos, malvados y soberbios. La amistad con Dios nos da infinitamente más, gracia abundante en todo y para todo lo que realmente necesitamos. Concluyamos, pues, con la seria pregunta de Pablo en Romanos 2:4: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?”

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad