ANSIAS

Norbert Lieth

Ansiar significa desear algo con intensidad. La persona que llega a conocer a Jesús, encuentra al que satisfice su búsqueda más profunda. Ha descubierto la fuente de la vida verdadera.

Una considerable porción de la humanidad es adicta, de una o de otra forma, a algo o alguien. Puede ser que intente llenar su vacío con drogas, con el uso excesivo de Internet, con las compras compulsivas, con un trastorno alimenticio o con el deporte. Más de uno intenta anestesiar con ello su sufrimiento mental, emocional y espiritual. El escritor y filósofo francés Jean-Paul Sartre dijo: “El hombre sensible moderno no sufre por tal o cual razón en particular, sino, en general, porque nada en esta Tierra puede satisfacer sus deseos”.

Detrás de cada adicción hay, en última instancia, una ansiedad. La gente anhela la vida verdadera. El ser humano ha perdido algo y desea recuperarlo. Todo el mundo tiene un profundo anhelo intrínseco de Dios, un anhelo de una vida plena. Es el grito del alma por amor, por algo que no tenemos y que nos gustaría tanto tener. El ser humano intenta llenar ese vacío con cosas equivocadas: con la religión, el éxito, las riquezas, la música, los viajes, es decir, siempre buscando nuevos horizontes, con experiencias extremas, drogas o esoterismo.

El filósofo y escritor cristiano C. S. Lewis lo resumió así en su libro Mero Cristianismo: “Si encuentro en mí mismo un deseo que nada de este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo”.

De los héroes de la fe, se dice en Hebreos 11:16: “…anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial” (nvi).

Los Salmos son una hermosa expresión de ese vivo anhelo de Dios: “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo” (Sal. 84:2).

El anhelo de Dios por el hombre
Agustín de Hipona escribió mucho sobre el anhelo, y por eso lo citaré varias veces en este artículo. Él dijo, entre otras cosas: “Homo desiderium Dei”, lo cual se puede traducir como “El ser humano es el anhelo de Dios”. El Creador anhela la obra de sus manos (compare Job 14:15 lbla); Su amor no permite otra cosa. Nos ha creado a su imagen para la comunión con Él. Todo en Dios nos anhela. Lo vemos en el Jardín del Edén. Después de la caída del primer ser humano, Dios sale a buscarlo; y la pregunta “¿Dónde estás tú?” no es solo un llamado a rendir cuentas, sino que expresa más bien la añoranza por la pérdida de un ser querido —es la expresión dolorosa de la separación.

También notamos esto en el trato de Dios con Israel. Cuando promete la futura restauración de su pueblo, lo hace con las siguientes palabras: “En aquel tiempo, dice Jehová, yo seré por Dios a todas las familias de Israel, y ellas me serán a mí por pueblo” (Jer. 31:1).

¡Ese es el gran anhelo del Todopoderoso, y Él lo llevará a cabo! Sigue diciendo: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jer. 31:3), y también, “Mi corazón se conmueve dentro de mí, se inflama toda mi compasión” (Os. 11:8).

Finalmente, Dios da un rostro a su anhelo por todos los hombres en el don de su Hijo Jesucristo. En el Señor Jesús, el eterno Dios sale a nuestro encuentro; en Cristo nos busca y en Cristo quiere encontrarnos, derramando todo su amor a través de Él.

Dios no solo ama a la humanidad en general, con sus casi 8,000 millones de personas en la actualidad, sino a cada uno personalmente. La existencia de cada individuo ha sido deseada por él. Cada persona vale el precio que se pagó por ella: ¡la vida de Jesús! El anhelo del Padre es tan grande que quiere pasar la eternidad con nosotros, aunque en realidad no nos necesita; esto solo puede explicarse por el amor.

La noche en que fue entregado el Señor, se sentó a la mesa con sus discípulos y dijo: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” (Lc. 22:15).

¿Percibimos algo de la pasión de Jesús por la comunión con los suyos? Esta mesa de comunión iba a dar expresión al punto central por el cual vino a este mundo. Había venido a inaugurar un nuevo pacto en su sangre. Por lo tanto, esta mesa no era una despedida, sino que le dio la bienvenida a un nuevo comienzo, a una unión nueva y más intensa, que trascendería el tiempo y el espacio. Por eso seguimos celebrando la cena del Señor hoy, porque Jesús vive, vive en nosotros y vendrá de nuevo para llevarnos consigo (compare 1 Tesalonicenses 4:17).

Oigo decir a San Agustín: “¿Qué haremos al final? Celebraremos y miraremos, miraremos y amaremos, amaremos y alabaremos al fin sin fin”.

El anhelo del hombre por Dios
La Biblia dice: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos” (Ec. 3:11).

En su última entrevista con el redactor del periódico alemán FOCUS, el destacado crítico literario y escritor Marcel Reich-Ranicki habló de su miedo a morir, de por qué no creía en la vida después de la muerte y de lo que sentía no haber hecho en la vida. Literalmente se rebelaba contra la idea de una eternidad, no quería admitir que hubiera vida eterna y luchaba contra esta verdad, pero no tenía argumentos.

¿Por qué ha puesto el Señor la eternidad en nuestros corazones? “Para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros” (Hch. 17:27).

San Agustín lo expresó así: “Mi alma está inquieta dentro de mí hasta que encuentre descanso en Dios”.

Como cristianos, no queremos ser negativos frente a los logros del mundo. El éxito es algo bueno y hay que felicitarlo. Podemos alegrarnos con nuestro prójimo que goza de buena salud y está en forma. Viajar y descubrir cosas nuevas amplía el horizonte. Mucha gente se beneficia de las personas de éxito. ¿Qué sería de nuestro mundo sin ellas? Sin embargo, nada de esto sustituye la salvación en Jesucristo. Como dijo el actor Jim Carrey: “Espero que todos puedan hacerse ricos y famosos y tener todo lo que siempre soñaron, para que se den cuenta de que esta no es la respuesta”.

Podríamos meter al mundo entero en el vacío de nuestra alma y a pesar de esto seguiríamos sintiendo este anhelo. Adondequiera que vaya una persona sin Jesús, su felicidad no durará, y tarde o temprano se sentirá decepcionada.

“Dentro de cada uno de nosotros se esconde el anhelo de una vida plena. A menudo vivimos como si no existiera, lo tapamos o lo buscamos en quimeras”, encontré esta frase en un libro de reflexiones cristianas. La Biblia lo expresa así: “Pero fueron avergonzados por su esperanza; porque vinieron hasta ellas, y se hallaron confusos” (Job 6:20).

¿De qué sirve el mejor viento para navegar a vela, si no sabes a qué puerto quieres llegar? Sin embargo, Dios quisiera intervenir y guiarnos: “Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban” (Sal. 107:29-30). Este puerto es Jesucristo; con Él las olas se calman, allí el alma encuentra la paz.

Tres ejemplos bíblicos:

1. La mujer samaritana junto al pozo: Jesús tiene un encuentro con una mujer inquieta y llena de anhelos. Ha buscado la felicidad en diversas relaciones de pareja (la felicidad emocional, el amor). Busca saciar su sed en un pozo terrenal (material). Busca la plenitud en la religión, en “nuestro padre Jacob” (espiritual). No obstante, Jesús le responde: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:13-14). En este momento se despierta en ella el anhelo por el Mesías que ha de venir; interiormente tiende la mano hacia Él, y Jesús le dice: “Yo soy, el que habla contigo”.

2. Jesús y el funcionario rico: Hay un hombre rico que, desde una perspectiva humana, lo tiene todo. Es funcionario y ha hecho carrera, es rico e influyente. Aún así, interiormente es pobre y necesitado. Le falta lo esencial; y el Señor le dice lo que es: “…porque hoy es necesario que pose yo en tu casa” (Lc. 19:5). De repente todo lo demás pasa a ser secundario para el hombre, y recibe a Jesús con alegría. Se vuelve tan rico interiormente que puede regalar su riqueza material a otros; y Jesús le dice: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (v. 9).

3. La parábola del rico insensato: Este hombre vive en la abundancia y, sin embargo, se preocupa. No sabe qué hacer con la buena cosecha. Así que derriba los viejos graneros y construye otros nuevos y más grandes, pensando que con esto todos sus deseos se han cumplido. Sin embargo, le falta lo más importante. Él solo piensa en este mundo y no en el más allá. Piensa que si llena sus graneros de bienes terrenales, tendrá suficiente aun para su alma, y por eso pronuncia un miserable soliloquio, engañándose a sí mismo: “…y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate” (Lc. 12:19).

Empero eso es un error fatal.

No está prohibido ser rico —no me malinterpreten—, pero el hombre de esta parábola carece de riqueza en Dios. Y por eso no se le menciona por su nombre, ni tampoco como una persona conocida, exitosa, de influencia, que fuera envidiada y cortejada por otros, mencionada en revistas especializadas y rankings, sino simplemente como un insensato; alguien que se perdió lo más importante.

Si la necedad está al final de tu vida, estás en una situación muy deplorable. “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lc. 12:21). Lo que no nos sostiene cuando nos enfrentamos a la muerte, tampoco ofrece ningún apoyo real en la vida; es un correr tras el viento.

En la publicación cristiana Dienstagsmail del 25 de junio de 2024 se podía leer lo siguiente en un interesante artículo: “Hace cuatro años, el futbolista alemán Heiko Herrlich, ganador de la Liga de Campeones con Borussia Dortmund, explicó que veía una relación entre los altos ingresos en el fútbol profesional y la conversión de muchos jugadores a la fe cristiana. Con sus elevadísimos salarios, los futbolistas podían permitirse casi cualquier lujo en la vida. Entonces se daban cuenta de que toda esta riqueza material no les hacía felices y no daba paz a sus corazones. Así que el valor de la fe volvía a ocupar un lugar central. Esta teoría fue confirmada por Felix Uduokhai, hijo de padre nigeriano y madre alemana, que juega en el FC Augsburgo de la Bundesliga y varias veces jugó con la selección alemana. El jugador, de veintiséis años, declaró en la red social Instagram a la plataforma en línea Football with Vision: ‘Los de afuera pueden llegar a la conclusión de que, como futbolista profesional, lo tienes todo y te puedes comprar lo que desees. Sin embargo, eso no logra realmente llenar tu corazón’. Felix Uduokhai experimentó un cambio de perspectiva cuando descubrió la fe cristiana: ‘Lo que más me fascina es cómo la fe en Jesús cambia tu enfoque. Lo que en última instancia me da paz y plenitud, solo se puede encontrar en Jesús’”.

El filósofo alemán Jürgen Habermas expresó algo parecido con estas palabras: “La pérdida de la esperanza de la resurrección deja un vacío palpable”. Si solo intentamos aprovechar al máximo la vida aquí, nos quedaremos frustrados. Además de la riqueza material, existe una riqueza espiritual mucho más significativa en Jesús: “…en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados, según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7).

Ir a la Eternidad sin deudas ni culpas, ¡esto es riqueza! “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Ro. 10: 12).

Todo el mundo piensa en el sentido de la existencia y, en cierta medida, se desespera cuando no lo encuentra o reacciona con frustración. Sigmund Freud dijo: “La vida eterna: una regresión irreal de los psicológicamente inmaduros”. Y luego agregó: “En el momento en que te preguntas por el sentido y el valor de la vida, estás enfermo, porque ninguno de los dos existe objetivamente; solo has admitido que tienes un almacenamiento de libido insatisfecha”.

Jesús habla de sí mismo cuando dice: “…para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:15).

¿En quién decidirás tú depositar tu confianza?

En el siglo XIX, el médico escocés Young Simpson pasó de ser un pobre muchacho de panadería a un erudito muy aclamado. Se hizo especialmente famoso por descubrir las propiedades anestésicas del cloroformo y desarrollar importantes instrumentos quirúrgicos. Cuando le preguntaron cuál había sido su mayor descubrimiento, respondió: “Mi mayor descubrimiento fue la salvación de mi alma, la comprensión de que soy un pecador y de que Jesucristo es mi Salvador”.

El anhelo de una comunión más profunda con Jesús
Todo el que ha experimentado a Jesús anhela vivir más profunda e intensamente con Él. “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal. 73:25).

Este deseo tiene aspectos muy diferentes.

1. El anhelo de un conocimiento más profundo: Cuando el filólogo y profesor Hermann Menge, conocido traductor de la Biblia al alemán, a la ya avanzada edad de sesenta años se dio cuenta del valor de las epístolas apostólicas, confesó: “Me llenó tal alegría que, cada vez más desvinculado del mundo exterior, abandoné cualquier otra ocupación y me dediqué únicamente a la traducción de los demás libros y a la repetida revisión de las partes traducidas”.

También los dos apóstoles principales nos desafían a crecer en el conocimiento de Cristo. Pablo expresa su deseo: “…para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él” (Ef. 1:17). Y Pedro nos invita: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.” (2 Pe. 3:18).

La gracia es el medio divino por el que fuimos salvados, aunque también sigue siendo el medio para hacernos progresar. Crecer en la gracia y el conocimiento significa saber más sobre Jesús y tener una relación personal más profunda con Él. Un matrimonio que cultiva una relación profunda experimentará como fruto una armonía especial en su convivencia.

Un bebé es un ser humano perfecto, pero tiene que crecer y aprender mucho con el tiempo; lo mismo ocurre con la persona regenerada. Por el nuevo nacimiento espiritual es una persona nueva, pero debe crecer y aprender constantemente… los apóstoles buscaban cumplir sin cesar este anhelo que el Espíritu Santo había despertado en ellos.

2. El anhelo de que haya más de Jesús y menos de mí: Pablo y Pedro vivían según el principio de Juan el Bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”. Pablo expresa su gran anhelo en Filipenses: “…a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos. No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:10-14).

¡Cuánto anhelo se desprende de estos versículos: “…a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos”! Pablo confesó que aún no había alcanzado la perfección, pero que se esforzaba por conseguirla con todas sus fuerzas: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto (…), yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado” (vv. 12-13). Sin embargo, estaba enfocado en una sola meta: “pero una cosa hago…”.

También David oró: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Sal. 27:4).

El joven rico, que creía haberlo hecho todo bien, vivía obedientemente según los mandamientos, pero Jesús le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme…” (Mr. 10:21). En otras palabras: “Muchacho, lo que te falta es una relación personal conmigo”.

Jesús no nos llama a una nueva religión, a seguir nuevas normas, sino que nos llama a sí mismo. Nos llama a una relación viva con su persona. Desde esta comunión de vida con Él, a través de su Palabra y por su Espíritu, nuestra vida cambia.

Pablo no miraba atrás con lástima, sino valientemente hacia delante: “…olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13-14). Quien mira constantemente hacia atrás no puede mirar hacia adelante. Recordemos la exhortación de Jesús: “El que pone la mano en el arado…” (cf. Lucas 9:62).

Al apóstol ya no le preocupaban los mandamientos del Sinaí, sino el hacerse uno con la muerte y resurrección de Jesús. Tampoco se trataba ya de pecados pasados, que hacía tiempo habían sido perdonados, sino de vivir la vida nueva con Jesús. Ya no hacía falta reconciliarse con el pasado, sino que era necesario perseguir la meta.

Pablo había sido asido por el anhelo de vivir la vida de resurrección en el aquí y ahora, pero esto solo era posible si él se consideraba crucificado y muerto con Cristo: “…llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Fil. 3:10-11). Por eso habló en otras ocasiones del sometimiento de su cuerpo (1 Corintios 9:27), de estar crucificado con Cristo (Gálatas 2:19), de hacer morir las obras de la carne por el Espíritu para que vivamos (Romanos 8:13) y de hacer morir lo terrenal en nosotros (Colosenses 3:5). Esto no significa suicidio o mutilación, sino una lucha contra nuestra susceptibilidad al pecado. Pablo admitió que aún no lo había alcanzado, pero que luchaba por conseguirlo. No estaba satisfecho, sino que deseaba tener aún mucho más de Jesús.

¿No es ese mismo anhelo el que nos impulsa también a nosotros? ¿Y no es justamente viviendo este empeño que somos plenamente felices?

Pablo anhelaba llegar a la meta más alta: “…prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). En otro pasaje nos desafía: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:1-2).

Jesús dijo a sus discípulos, hablándoles en su contexto judío: “…buscad primeramente el reino de Dios” (Mt. 6:33). En Israel predominaban las promesas terrenales; los judíos esperaban el Reino de Dios en la Tierra, y esto implicaba vivir esforzándose para alcanzarlo. Sin embargo, Pablo conocía la gran vocación de la Iglesia, con sus promesas celestiales. Ella está sentada con Cristo a la diestra de Dios (Efesios 2:6), y por eso Pablo nos exhorta: “…buscad las cosas de arriba”. En Colosenses 3:1-2 se destacan dos expresiones:

“Buscar”: La palabra también puede traducirse como “proseguir”, “desear”, “extenderse a”, es decir, requiere esfuerzo. Ya no debemos buscar lo que hay en la Tierra, sino lo que está en el Cielo, conforme a nuestra posición en Cristo (Colosenses 3:1-5). Pablo nos advierte, además, de que también es posible que busquemos nuestro propio ego en lugar de Cristo: “Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Fil. 2:21).

“Poner la mira”: Debemos poner nuestra mira en Cristo y ocuparnos en las cosas y promesas celestiales; esto nos protege de muchos peligros y nos da fuerza. Cuando nuestros pensamientos se centran en Jesús, nos resulta más fácil tomar decisiones. Él debe estar incluido en todo lo que pensamos y hacemos.

3. El anhelo por la Palabra de Dios y la oración: Nuestra relación con Jesús se expresa a través del estudio de la Palabra de Dios y la oración. Nuestra dedicación a la lectura y a la oración muestran cuán grande es realmente nuestro anhelo por Jesús. San Agustín decía: “El anhelo siempre ora, incluso cuando la lengua calla. Pero si la oración se duerme, el anhelo se enfría”.

Las malas hierbas crecen en un jardín descuidado. Las plantas buenas no pueden prosperar, amenazan con asfixiarse, el jardín tiende a secarse y no hay frutos. Por eso es tan importante cultivar la Palabra de Dios y la oración.

El teólogo Hans von Keler explicó: “La oración no sustituye a la acción, pero la oración es una acción que no puede ser sustituida por nada”. Y Martín Lutero dijo: “Los cristianos que oran son como pilares que sostienen el techo del mundo”.

4. El anhelo por la salvación de las almas: Nuestro Señor Jesús tenía este gran anhelo. Trabajaba incansablemente con este fin en todas las regiones de Israel (Lucas 4:43). Tres veces incluso salió del territorio de Israel y fue a las naciones, por ejemplo, a Tiro y Sidón. Fueron actividades pioneras. Más tarde encargó a sus discípulos que llevaran el Evangelio por todo el mundo y llamó a Pablo para que fuera apóstol de las naciones.

Debemos amar a todas las personas con el mismo amor salvador que Jesús. Dios nos amó cuando aún éramos enemigos (Romanos 5:8-10). ¿Amamos también nosotros a los enemigos de Dios? El escritor Antoine de Saint-Exupéry exclamó en cierta ocasión: “¡Señor, préstame un trozo de tu manto, para que pueda cubrir con él a todos los hombres y su gran anhelo!”.

Los apóstoles tenían este anhelo, especialmente Pablo. No dejó que nada lo frenara. El mayor odiador de Cristo de la época se convirtió en el mayor confesor del Salvador y alcanzó con el Evangelio al mundo gentil. Confesó: “…ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20:24).

También los hombres y mujeres en los tiempos de avivamiento espiritual tenían este anhelo. ¡Cuánto lograron con recursos limitados! ¡Con cuántos sacrificios construyeron escuelas, orfanatos, hospitales, hogares de mujeres, refugios para los pobres, realizaron campañas evangelísticas…! Se apoderaron de países enteros.

Dios quiere que resplandezcamos como luces en este mundo y que hagamos realidad las ideas y los proyectos inspirados por el Espíritu Santo.

¿Cuánto oramos? ¿Qué hacemos? ¿Qué damos? ¿Qué hacemos para reconciliar a la gente con Dios? John Wesley dijo: “Denme a cien hombres que no teman nada más que al pecado y no deseen nada más que a Dios, y sacudiré el mundo”.

El predicador de avivamiento Johann Christoph Blumhardt nos dejó un buen consejo al respecto: “Todo el evangelio quiere ofrecer gozo al hombre. Por lo tanto, hay que tener cuidado de no convertirlo en un espanto o incluso de presentar a Jesús, el portador del gozo, en un trueno del Sinaí”.

Anhelando el regreso de Jesús y su Reino
¿Anhelamos el Cielo, donde ya no habrá lágrimas, ni sufrimiento, ni muerte, ni pecado…? Digamos con el salmista: “…veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Sal. 17:15).

“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pe. 1:19). —“¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Mt. 24: 45-46).

John MacArthur escribe: “A lo largo de los años, he tenido especial interés en abordar cuestiones que me parecían importantes para el pueblo evangélico, cuestiones que iban más allá de las luchas normales de la vida y del ministerio.

“No sé cuánto tiempo me dará el Señor, pero quisiera hacer un último esfuerzo para poner la verdad sobre el candelero en relación con un tema que me ronda constantemente por la cabeza. Se trata de una doctrina de vital importancia, no solo para los redimidos, sino para el mundo entero. La Biblia es precisa, clara, poderosa y esperanzadora cuando habla de ella y, sin embargo, extrañamente, esta doctrina, a saber, la escatología —la doctrina del fin de los tiempos— es tratada con cierta indiferencia por muchas personas”.

Por el contrario, los tesalonicenses son un ejemplo positivo para nosotros: “…porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Ts. 1:9-10).

El cambio total en ellos era inmenso y se manifestaba en cuatro hechos:

En primer lugar, era conocida la manera como los tesalonicenses habían recibido a los mensajeros de Dios. En Filipos, Pablo y Silas habían sido perseguidos y encarcelados. Pero cuando de allí viajaron a Tesalónica, se encontraron con una situación completamente distinta. En esta ciudad fueron recibidos con corazones abiertos.

En segundo lugar, también se sabía cómo se habían convertido los tesalonicenses, o mejor dicho, de qué se habían separado y a quién habían ido, a saber, de los ídolos y las imágenes esculpidas a Dios. Se habían dado cuenta de que los que ellos antes habían adorado como dioses no les servían para nada, que no eran más que objetos sin vida de una religión muerta y demoníaca. Y entonces supieron que hay un Dios vivo y verdadero que realmente ayuda a los suyos. Sus semejantes observaron la transformación obrada en ellos por la fe, y se maravillaron de ella. Aplicándolo a nuestro tiempo: esto es comparable a las personas que se dan cuenta de que su religión, sus actividades esotéricas (yoga, meditación, etc.), la consulta de horóscopos, la lectura de cartas, etc., y todos sus propios esfuerzos no los llevan a ninguna parte.

En tercer lugar, se notaba que los tesalonicenses servían ahora a este Dios vivo y verdadero con gozo; parecían rejuvenecer en Él. Eran diferentes, más amistosos y amables, más serviciales y todo en sus vidas parecía más claro y sin ambigüedades.

En cuarto lugar, se reconocía entre ellos una esperanza que los sostenía. Los tesalonicenses esperaban que volviera aquel en quien habían llegado a creer, el Hijo de Dios, Jesucristo. Nada podía arrebatarles esta esperanza y expectación. Creían que Dios el Padre lo había resucitado de entre los muertos, que estaba vivo y que volvería para salvarlos de la ira venidera. Pablo había considerado necesario enseñarles estas cosas.

Si leemos el Nuevo Testamento y subrayamos todos los pasajes que tienen que ver con profecías futuras, nos quedaremos asombrados. Y es cierto que el anhelo del regreso del Señor y de su Reino también llevará su fruto en nuestra vida personal:

“Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:2-3).

William MacDonald subraya: “No es suficiente que nos aferremos a la verdad de su regreso; esta verdad a la vez debe aferrarse a nosotros”. Y Pedro nos amonesta: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 Pe. 3:11-12). La Biblia de Estudio John MacArthur señala que “apresurarse para” significa “anhelar ansiosamente” el suceso que se espera.

¿Anhelamos el Cielo, cuando Cristo nos lleve consigo? ¿Anhelamos el Cielo en la Tierra, cuando Cristo aparezca? ¡Que este anhelo permanezca vivo en nosotros, y acompañe y caracterice nuestras vidas!

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad