Fuerza espiritual para cada día

“Por­que las ar­mas de nues­tra mi­li­cia no son car­na­les, si­no po­de­ro­sas en Dios pa­ra la des­truc­ción de for­ta­le­zas...” 2 Co­rin­tios 10:4

¡To­do de­pen­de del pun­to de vis­ta! Jo­sué te­nía una vi­sión ne­ga­ti­va acer­ca de Je­ri­có, pe­ro al le­van­tar sus ojos he aquí que: “... vio un va­rón que es­ta­ba de­lan­te de él, el cual te­nía una es­pa­da des­en­vai­na­da en su ma­no.” Me­dian­te es­te en­cuen­tro con el ven­ce­dor, Jo­sué ga­nó la ba­ta­lla con­tra Je­ri­có. ¡Esa fue una ver­da­de­ra ba­ta­lla de fe! La tác­ti­ca del pue­blo de Is­rael sim­ple­men­te con­sis­tió en obe­de­cer la es­tra­te­gia pro­pues­ta por Dios. La ma­ne­ra de lu­char de Dios fue, y con­ti­núa sien­do, to­tal­men­te iló­gi­ca pa­ra los ra­cio­na­lis­tas. Is­rael no pe­leó con­tra Je­ri­có, si­no que cer­có al ene­mi­go con la pre­sen­cia de Dios. El se­cre­to de la vic­to­ria fue el co­no­ci­mien­to de Dios, la pre­sen­cia del Se­ñor, pues ellos lle­va­ban el ar­ca del Se­ñor con­si­go. A tra­vés de la ora­ción, cer­can­do al ene­mi­go con la pre­sen­cia del Se­ñor, se lo­gra des­mo­ro­nar su po­der. Por el la­do de Dios, ya se ha­bía lo­gra­do to­do. La pre­sen­cia de Dios fue su­fi­cien­te pa­ra la vic­to­ria en aque­lla oca­sión, y la mis­ma es su­fi­cien­te has­ta el día de hoy. Ese es el se­cre­to de nues­tro Es­tra­te­ga ce­les­tial. ¡To­do es­tá con­su­ma­do! La vic­to­ria es nues­tra, y esa con­vic­ción nos for­ta­le­ce en la ba­ta­lla de la fe.

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