Fuerza espiritual para cada día

“Y se de­cí­an el uno al otro: ¿No ar­día nues­tro co­ra­zón en nos­otros, mien­tras nos ha­bla­ba en el ca­mi­no, y cuan­do nos abría las Es­cri­tu­ras?” Lu­cas 24:32

Lo más pe­no­so pa­ra un hi­jo de Dios es cuan­do ya no en­tien­de Su pro­ce­der. Fue eso lo que le su­ce­dió a es­tos dis­cí­pu­los que ca­mi­na­ban jun­tos des­de Je­ru­sa­lén a Ema­ús. Am­bos es­ta­ban pro­fun­da­men­te con­mo­vi­dos. Je­sús - se­gún el pun­to de vis­ta de ellos - les ha­bía de­cep­cio­na­do. Ellos pen­sa­ban que El era el Me­sí­as de Is­rael. Pe­ro aho­ra se ha­bía de­ja­do eje­cu­tar en una cruz. ¿Por qué hi­zo eso? ¿Por qué no ma­ni­fes­tó Su om­ni­po­ten­cia? Al es­tar ellos con­ver­san­do so­bre es­te asun­to, un fo­ras­te­ro se les acer­có. Ellos apro­ve­cha­ron pa­ra de­rra­mar to­do su de­cep­cio­na­do y tris­te co­ra­zón de­lan­te del Se­ñor, al cual no pu­die­ron re­co­no­cer. ¿Pe­ro qué es­cu­cha­ron de la bo­ca de es­te ex­tra­ño? ¿Pa­la­bras lle­nas de com­pa­sión? ¡No! Es­tá es­cri­to: “Y co­men­zan­do des­de Moi­sés, y si­guien­do por to­dos los pro­fe­tas, les de­cla­ra­ba en to­das las Es­cri­tu­ras lo que de él de­cí­an.” Ni si­quie­ra en ese mo­men­to se die­ron cuen­ta que era el mis­mo Je­sús quien ha­bla­ba con ellos. Só­lo des­pués, en la ce­na, pu­die­ron re­co­no­cer­le. Es­tos dos dis­cí­pu­los que ha­bí­an des­con­fia­do de su Se­ñor, en el mis­mo mo­men­to de su ma­yor de­cep­ción ex­pe­ri­men­ta­ron que El no po­día es­tar más cer­ca de ellos. Je­sús no so­la­men­te fue, si­no que tam­bién hoy es, su­pe­rior a to­das las co­sas. El tam­bién quie­re trans­for­mar tu de­cep­ción en una ale­gría ma­ra­vi­llo­sa.

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