Fuerza espiritual para cada día
“¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. El entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús.” Marcos 10:48-50
El ciego Bartimeo oyó que Jesús de Nazaret iba pasando y comenzó a gritar con todas sus fuerzas: “¡Hijo de David, ten misericordia de mí!” Ese clamor, sin duda alguna, incomodó al “mundo piadoso”, pero Bartimeo no dejó pasar la oportunidad, y gritó aún más fuerte. ¿Qué logró con clamar desde lo profundo de su corazón? Que Jesús se detuviera. ¿Le sanó en ese mismo instante? ¿Le quitó la ceguera inmediatamente? En un principio no, sino que, con ternura, animó a Bartimeo a que le contara todas sus penas. Le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?”, pese a que sabía que Bartimeo era ciego. Eso nos quiere enseñar que también nosotros debemos expresar nuestros deseos en forma bien concreta a Jesucristo. El Señor quiere que le digamos exactamente lo que queremos y deseamos, aunque El ya sepa todo lo que nos sucede, lo que hay en nuestro corazón y lo que esperamos de El. Cuando Bartimeo le expresó su deseo: “Maestro, que recobre la vista”, Jesús intervino e inmediatamente le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.”