Fuerza espiritual para cada día

“Y ha­bien­do di­cho es­tas co­sas, vién­do­lo ellos, fue al­za­do, y le re­ci­bió una nu­be que le ocul­tó de sus ojos.” He­chos 1:9

Con el fin de pro­bar que la re­su­rrec­ción fue re­al, Je­sús per­ma­ne­ció cua­ren­ta dí­as so­bre la Tie­rra y se ma­ni­fes­tó a mu­chos tes­ti­gos. Des­pués, El fue to­ma­do de en me­dio de ellos. Pa­ra sus dis­cí­pu­los, esos cua­ren­ta dí­as fue­ron co­mo una es­cue­la de fe, don­de apren­die­ron a cre­er en la re­a­li­dad de su re­su­rrec­ción. Nues­tro ben­di­to Se­ñor tam­bién es­tu­vo cua­ren­ta dí­as en una “es­cue­la de fe”, en el des­ier­to, y dio prue­bas de su obe­dien­cia. Des­pués de es­tar con ellos, su­bió del Mon­te de los Oli­vos al cie­lo. Nun­ca po­dre­mos des­cri­bir lo que acon­te­ció du­ran­te su as­cen­sión. Só­lo la fe ima­gi­na el des­a­rro­llo de los he­chos. Pri­me­ro, se dio la tra­ve­sía triun­fal a tra­vés de la es­fe­ra de las ti­nie­blas. Aquí de­be­mos con­si­de­rar lo que di­ce Pa­blo, más ade­lan­te, en Efe­sios 6:12, o sea, que los prin­ci­pa­dos y po­tes­ta­des es­tán en los ai­res, de­ba­jo del cie­lo. Cuan­do el Se­ñor Je­sús su­bió al cie­lo, a tra­vés de esas re­gio­nes, to­dos es­tos prin­ci­pa­dos y po­de­res de las ti­nie­blas que­da­ron in­mo­vi­li­za­dos, pues el Sal­mo 68 di­ce: “... cau­ti­vas­te la cau­ti­vi­dad.” Eso sig­ni­fi­ca, na­da me­nos, que el ven­ce­dor del Cal­va­rio to­mó, en Su po­der, los po­de­res in­fer­na­les en oca­sión de Su as­cen­sión al cie­lo. Y el epi­so­dio fi­nal, que cul­mi­na Su as­cen­sión, fue que se sen­tó a la dies­tra de la ma­jes­tad de Dios en los cie­los.

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