Fuerza espiritual para cada día
“... tengo razones en defensa de Dios.” Job 36:2
Jamás deberíamos vanagloriarnos de nuestros dones espirituales, a fin de ser alabados por los hombres, o para ser reconocidos públicamente por nuestro celo por las cosas de Dios. Pero, a la vez, es un pecado de omisión intentar ocultar constantemente, con recelo, los dones que el Señor nos dio para el bien de nuestro prójimo. El objetivo más glorioso de nuestra conversión es que seamos “para alabanza de la gloria de su gracia.” Por eso, un creyente verdadero no puede ser como un pequeño poblado escondido en el valle, sino que debe ser semejante a “una ciudad asentada sobre un monte.” Como hijo de Dios, no debes ser como una luz colocada debajo de un almud, sino que debes ser una luz colocada en un candelero, de modo que ilumine a todos los que están en la casa. Es más, los verdaderos portadores de luz pasan casi inadvertidos y sólo se ve la luz que irradian. Por eso, la verdadera negación de uno mismo consiste en que nosotros mismos nos retiremos y nos pongamos en segundo plano, evitando aparecer para así dejar que sea la luz del Señor la que aparezca con más intensidad. Pero es injustificable ocultar al Señor que resucitó verdaderamente y que hizo morada en nuestros corazones. ¡Qué enorme responsabilidad tenemos en este tiempo del fin! ¡Estamos muy cerca del arrebatamiento!