Fuerza espiritual para cada día

“No ha­brá allí más no­che; y no tie­nen ne­ce­si­dad de luz de lám­pa­ra, ni de luz del sol, por­que Dios el Se­ñor los ilu­mi­na­rá; y rei­na­rán por los si­glos de los si­glos.” Apo­ca­lip­sis 22:5

Los hi­jos de Dios, los ven­ce­do­res, ya no han de llo­rar. Ya que, en­tre mu­chas otras co­sas, ha­brá des­a­pa­re­ci­do tam­bién to­do el te­mor que te­ne­mos con res­pec­to a los cam­bios o mo­di­fi­ca­cio­nes. En ese en­ton­ces, los hi­jos de Dios sen­ti­rán que es­tán se­gu­ros por to­da la eter­ni­dad. El pe­ca­do se­rá ex­clui­do y los sal­vos se­rán in­clui­dos en la glo­ria.

En la glo­ria, los re­di­mi­dos tam­po­co llo­ra­rán más de­bi­do a que no exis­ti­rá la nos­tal­gia y a que to­dos sus de­seos se­rán sa­cia­dos. En la pre­sen­cia del Se­ñor, los res­ca­ta­dos no de­se­a­rán más na­da pa­ra sí mis­mos pues ya lo po­se­e­rán to­do. To­dos nues­tros de­seos de ver, oir, sen­tir, to­car, co­no­cer, ima­gi­nar, que­rer, y to­das las ca­pa­ci­da­des del al­ma, es­ta­rán com­ple­ta­men­te sa­tis­fe­chos. Pe­se a que nues­tro co­no­ci­mien­to ac­tual so­bre aque­llo que Dios tie­ne pre­pa­ra­do pa­ra aque­llos que le aman sea muy im­per­fec­to, por la re­ve­la­ción del Es­pí­ri­tu San­to sa­be­mos lo su­fi­cien­te: allá en lo al­to dis­fru­ta­re­mos una bien­a­ven­tu­ran­za in­e­fa­ble. ¡Es es­ta tran­qui­li­dad, lle­na de paz, la que es­tá pre­pa­ra­da en el cie­lo pa­ra nos­otros! Tal vez esa ale­gría es­té muy pró­xi­ma, no po­de­mos sa­ber el tiem­po. Pe­ro lo que sí sa­be­mos es que, tar­de o tem­pra­no, los sau­ces so­bre los cua­les col­gá­ba­mos nues­tras ar­pas, con las cua­les en­to­ná­ba­mos cán­ti­cos de la­men­to, se­rán cam­bia­dos por pal­mas de vic­to­ria. Las go­tas de ro­cío de las pre­o­cu­pa­cio­nes se­rán trans­for­ma­das en per­las de de­li­cia eter­na. Je­sús vol­ve­rá pron­to. ¡Tan só­lo ese he­cho es una glo­ria más que su­fi­cien­te!

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