Fuerza espiritual para cada día

“Bien­a­ven­tu­ra­do el hom­bre que tie­ne en ti sus fuer­zas, en cu­yo co­ra­zón es­tán tus ca­mi­nos. Atra­ve­san­do el va­lle de lá­gri­mas lo cam­bian en fuen­te, cuan­do la llu­via lle­na los es­tan­ques.” Salmo 84:5-6

Si te to­ca pa­sar por me­dio de las es­pe­sas nu­bes de la tri­bu­la­ción, su­jé­ta­te al in­vi­si­ble, pues ya sea que sien­tas o no la pre­sen­cia del Se­ñor, El es­tá pre­sen­te. El di­ce: “... el que an­da en ti­nie­blas y ca­re­ce de luz, con­fíe en el nom­bre de Je­ho­vá, y apó­ye­se en su Dios.” En otras pa­la­bras: nun­ca te de­jes in­fluen­ciar por la ne­bli­na de la in­cre­du­li­dad, pues si lo ha­ces to­do que­da muy con­fu­so. Di­cho de otra for­ma: Tie­nes la vi­da eter­na por­que Dios te hi­zo re­na­cer a una es­pe­ran­za vi­va. Es­ta vi­da es in­des­truc­ti­ble. Si du­ran­te tu pe­re­gri­na­ción so­bre la tie­rra, de vez en cuan­do, te ves ro­de­a­do de ne­gras y os­cu­ras nu­bes, yo te di­go: ¡Su­be, lle­ga has­ta la pre­sen­cia de Dios! En el Se­ñor no hay na­da nu­bla­do, na­da tur­bio, si­no más bien pu­ra luz y de­lei­te. Da gra­cias a Dios por la ne­bli­na y por las nu­bes os­cu­ras en tu vi­da, las cua­les te en­se­ñan a afe­rrar­te mu­cho más a la re­a­li­dad de la vi­da en Je­su­cris­to.

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