Fuerza espiritual para cada día

“Mas la sen­da de los jus­tos es co­mo la luz de la au­ro­ra, que va en au­men­to has­ta que el día es per­fec­to.” Pro­ver­bios 4:18

A to­dos nos gus­ta­ría que los dí­as fue­sen siem­pre cla­ros y lu­mi­no­sos. Las ne­va­das son in­có­mo­das y has­ta pe­li­gro­sas, ya que en las ca­rre­te­ras pue­den te­ner con­se­cuen­cias de­sas­tro­sas. Que­dé im­pre­sio­na­do con una ex­pe­rien­cia que tu­ve en las mon­ta­ñas cer­ca de Zu­rich, Sui­za, cuan­do la vi­si­bi­li­dad no al­can­za­ba a 20 me­tros. Le di­je a mi fa­mi­lia: ‘Ven­gan, sub­a­mos has­ta el sol”. Y de he­cho, ape­nas unos cien­tos de me­tros más arri­ba, la ce­rra­zón des­a­pa­re­ció re­pen­ti­na­men­te, y nos en­con­tra­mos a ple­na luz del sol.

Lo mis­mo su­ce­de en la vi­da del cre­yen­te. ¿No te pa­sa, mu­chas ve­ces, que an­das por re­gio­nes os­cu­ras y nu­bla­das, sin vi­sión, don­de te ha­llas en el gran pe­li­gro de en­trar en co­li­sión con tu pró­ji­mo, de­bi­do a que es­tás irri­ta­do por la fal­ta de vi­sión es­pi­ri­tual? ¿No te da la im­pre­sión mu­chas ve­ces de que, en tu in­te­rior, só­lo exis­te des­es­pe­ran­za por­que el sol de la gra­cia se es­con­de? ¿Qué ha­cer en una si­tua­ción tan des­es­pe­ra­da, en la cual te sien­tes de­pri­mi­do y aba­ti­do? Haz la úni­ca co­sa co­rrec­ta: ¡Mi­ra a lo al­to! “Cer­ca, más cer­ca, mi Dios de ti.” Al re­sis­tir­te al ene­mi­go y apro­xi­mar­te a Dios, las pe­li­gro­sas nu­bes de la ce­rra­zón se apar­tan de tu al­ma. ¡La os­cu­ri­dad es apar­ta­da de tu vi­da e, in­me­dia­ta­men­te, ob­tie­nes otra vez una cla­ra vi­sión que vie­ne de arri­ba, de Je­sús, el Au­tor y Con­su­ma­dor de la fe!

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