Fuerza espiritual para cada día
“Me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón... a consolar a todos los enlutados.” Isaías 61:1-2
Este “consolar a todos los enlutados” es la meta final de Jesús. Intentaré ilustrar la calidad de consolación que sólo Jesús puede dar. Supón que tú pierdes la persona más querida en este mundo. Entonces, te pregunto ahora, en tu situación de duelo: ¿Qué tipo de consolación te pueden dar, en realidad, tus amigos, vecinos o parientes? Seamos realistas: Ni los ramos ni las coronas de flores pueden neutralizar los efectos de la muerte. Sencillamente, no pueden anular la última despedida. Las más cordiales e íntimas condolencias no pueden apartar de ti el doloroso vacío y la soledad que sientes con la pérdida de la persona amada. Pese a que tengas mucha gente que comparte tu sufrimiento, tal vez ya hayas pensado en las palabras de Job: “¿Cómo, pues, me consolais en vano?”
Sin embargo, en ese momento inexorable de la muerte, Jesucristo nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” A la vez que nos consuela, El obra poderosa y soberanamente. El es la resurrección y la vida en persona, por eso, la muerte no puede subsistir delante de él.