Fuerza espiritual para cada día

“Aún ten­go mu­chas co­sas que de­ci­ros, pe­ro aho­ra no las po­déis so­bre­lle­var.” Juan 16:12

¡Có­mo le gus­ta­ría al Se­ñor ha­blar­nos! ¡Qué gran de­seo tie­ne de com­par­tir Sus pla­nes con nos­otros! Pe­ro mu­chas ve­ces de­be con­te­ner­se, co­mo aquí en el ca­so de los dis­cí­pu­los. El te­nía co­sas pa­ra con­tar­les que só­lo po­dí­an ser en­ten­di­das por co­ra­zo­nes que ha­bí­an ex­pe­ri­men­ta­do Pen­te­cos­tés. Se­gún la me­di­da de la ple­ni­tud del Es­pí­ri­tu, El pue­de trans­mi­tir­nos los más pro­fun­dos mis­te­rios de Su co­ra­zón. Cuan­do la­vó los pies de Sus dis­cí­pu­los, Pe­dro le pre­gun­tó: “Se­ñor, ¿tú me la­vas los pies? Res­pon­dió Je­sús y le di­jo: Lo que yo ha­go, tú no lo com­pren­des aho­ra; mas lo en­ten­de­rás des­pués.” Aquí es­tá la ra­zón por la que tú no pue­des en­ten­der mu­chas co­sas de las Sa­gra­das Es­cri­tu­ras. Hu­mí­lla­te aún más. Va­cí­a­te to­da­vía más de tu pro­pia na­tu­ra­le­za, a fin de que­dar más lle­no del Es­pí­ri­tu San­to y, así, el mis­mo Es­pí­ri­tu po­drá re­ve­lar­te las pro­fun­di­da­des de la di­vi­ni­dad: “Pe­ro Dios nos las re­ve­ló a nos­otros por el Es­pí­ri­tu; por­que el Es­pí­ri­tu to­do lo es­cu­dri­ña, aun lo pro­fun­do de Dios.”

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