Fuerza espiritual para cada día

“Y se le apa­re­ció el An­gel de Je­ho­vá en una lla­ma de fue­go en me­dio de una zar­za.” Exodo 3:2

¿Dón­de se en­cuen­tra al Se­ñor?

- En el des­ier­to, en la so­le­dad. Moi­sés es­ta­ba en el des­ier­to, li­bre de to­da re­la­ción hu­ma­na.

- En el mon­te Ho­reb, el mon­te de Dios. “Ho­reb” sig­ni­fi­ca ari­dez. Si en tu co­ra­zón, de acuer­do a tus sen­ti­mien­tos, to­do se ha vuel­to va­cío y ári­do, el Se­ñor es­tá bien cer­ca­no.

¿Có­mo se re­ve­la el Se­ñor?

- Co­mo el Dios eter­no y jus­to. “Y él mi­ró, y vio que la zar­za ar­día en fue­go, y la zar­za no se con­su­mía.” La lla­ma de su jus­ti­cia nun­ca se apa­ga. Pe­ro el tam­bién se re­ve­la co­mo el Dios de amor eter­no. Su amor nun­ca ter­mi­na.

- En Su pa­la­bra. La ig­no­ran­cia de Moi­sés re­ve­la un ele­men­to pro­fun­da­men­te trá­gi­co. Pe­se a que el Se­ñor es­ta­ba tan cer­ca de él, Moi­sés no pu­do re­co­no­cer­lo. In­clu­so lle­gó a de­cir: “Iré yo aho­ra y ve­ré es­ta gran­de vi­sión, por qué cau­sa la zar­za no se que­ma.” Só­lo hu­bo una ma­ne­ra de mos­trar­le a Moi­sés su ig­no­ran­cia, y el Se­ñor usó ese me­dio: Su pa­la­bra. Dios le ha­bló des­de la zar­za y di­jo: “¡Moi­sés, Moi­sés! Y él res­pon­dió: He­me aquí.” Fue­ron las pa­la­bras di­rec­tas de Dios lo que lo con­ven­cie­ron de Su re­al y di­rec­ta pre­sen­cia.

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