Fuerza espiritual para cada día

“De és­te dan tes­ti­mo­nio to­dos los pro­fe­tas, que to­dos los que en él cre­ye­ren, re­ci­bi­rán per­dón de pe­ca­dos por su nom­bre.” Hechos 10:43

¡Qué po­de­ro­so men­sa­je! En es­te nom­bre hay po­der de per­dón, pues de­trás del nom­bre de Je­sús es­tá Su san­gre de­rra­ma­da. Aquél que in­vo­ca a Je­sús in­vo­ca Su pre­cio­sa san­gre y se vuel­ve blan­co co­mo la nie­ve, ya que: “... la san­gre de Je­su­cris­to su Hi­jo nos lim­pia de to­do pe­ca­do.”

Aho­ra, su nom­bre tam­bién es un po­der que trans­mi­te vi­da. Cre­yen­do en el nom­bre de Je­sús, tú es­ta­rás cre­yen­do en la per­so­na del Se­ñor. Je­su­cris­to no es tan só­lo Aquél que mu­rió, si­no que tam­bién re­su­ci­tó. El es “... la re­su­rrec­ción y la vi­da.” Pe­ro su nom­bre sig­ni­fi­ca más aún. El es un bál­sa­mo de­rra­ma­do. Je­re­mí­as, al con­tem­plar el in­men­so per­jui­cio que el pue­blo su­fría por cau­sa de la ido­la­tría, ex­cla­ma al orar: “¿No hay bál­sa­mo en Ga­laad? ¿No hay allí mé­di­co?” Y he aquí la res­pues­ta en Can­ta­res: “Tu nom­bre es co­mo un­güen­to de­rra­ma­do.” Tal vez se­an mu­chos los pre­jui­cios de­bi­do al pe­ca­do que hay en tu vi­da, tal vez las he­ri­das de tu al­ma es­tén pro­fun­da­men­te abier­tas. ¿Cree tú que na­die pue­de ayu­dar­te? Dé­ja­me de­cir­te que hay al­guien que pue­de - el pre­cio­so nom­bre de Je­sús. So­la­men­te Je­sús te com­pren­de. ¡Su nom­bre pue­de cu­rar tu cuer­po y tu al­ma!

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