Fuerza espiritual para cada día

“Pe­ro si an­da­mos en luz, co­mo él es­tá en luz, te­ne­mos co­mu­nión unos con otros, y la san­gre de su Hi­jo Je­sús nos lim­pia de to­do pe­ca­do.” 1 Juan 1:7

Cuan­do, des­pués de al­gu­nas con­fe­ren­cias en Es­ta­dos Uni­dos, vo­lé en­ci­ma del Mar Atlán­ti­co ca­mi­no a ca­sa, cons­ta­té con to­da cla­ri­dad que cuan­do uno vie­ne de Amé­ri­ca a Eu­ro­pa vue­la al en­cuen­tro de la luz, ya que en Eu­ro­pa el día lle­ga unas sie­te ho­ras más tem­pra­no que en Amé­ri­ca. Du­ran­te el vue­lo vi, de re­pen­te, por la ven­ta­ni­lla co­mo de­ja­mos atrás la os­cu­ri­dad ne­gra aza­ba­che y en­tra­mos di­rec­ta­men­te en la luz del día. ¡Cuán im­por­tan­te es pa­ra un hi­jo de Dios que su ca­mi­no va­ya al en­cuen­tro de la luz, y no en la otra di­rec­ción! De la mis­ma ma­ne­ra, es ne­ce­sa­rio que en tu vi­da de fe y en la mía, evi­te­mos la os­cu­ri­dad. “Pro­cu­rad la paz con to­dos, y la san­ti­dad sin la cual na­die ve­rá al Se­ñor.” ¡Hu­ye de la os­cu­ri­dad! El Se­ñor di­ce de Su sier­vo Job que era: “apar­ta­do del mal”. Es­te es uno de los se­cre­tos de la vic­to­ria: evi­tar el mal, huir de él, po­ner­se en la pre­sen­cia del Se­ñor Je­sús, que to­do lo ilu­mi­na. ¡Co­rre al en­cuen­tro de la luz! ¡Hu­ye de la os­cu­ri­dad, pues Je­sús vie­ne pron­to!

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