Fuerza espiritual para cada día

“¡Gra­cias a Dios por su don in­e­fa­ble!” 2 Co­rin­tios 9:15

La in­gra­ti­tud pa­ra con el Se­ñor es un gran pe­ca­do de omi­sión. ¡Cuán­tos mo­ti­vos te­ne­mos pa­ra agra­de­cer­le! Pe­ro el ma­yor mo­ti­vo de gra­ti­tud de nues­tra par­te pa­ra con Dios es Su Hi­jo ama­do, a quien El en­tre­gó a la muer­te mal­di­ta de una cruz. La gra­ti­tud pa­ra con el Se­ñor es agra­da­ble a Dios, pues es­tá es­cri­to: “Dad gra­cias en to­do, por­que es­ta es la vo­lun­tad de Dios pa­ra con vos­otros en Cris­to Je­sús.” ¿Ya le dis­te gra­cias al Se­ñor hoy? La me­di­da de tu gra­ti­tud ha­cia el Se­ñor tam­bién de­ter­mi­na la me­di­da de la vic­to­ria de Je­sús en tu vi­da. Dar gra­cias es la más al­ta ex­pre­sión de la fe: “Por na­da es­téis afa­no­sos, si­no se­an co­no­ci­das vues­tras pe­ti­cio­nes de­lan­te de Dios en to­da ora­ción y rue­go, con ac­ción de gra­cias.” Sin em­bar­go, son po­cos los hi­jos de Dios que tie­nen el há­bi­to de agra­de­cer­le a Dios y ala­bar­lo an­tes de ha­cer­le al­gún pe­di­do o al­gu­na sú­pli­ca. Agra­dé­ce­le, en pri­mer lu­gar, de to­do co­ra­zón, por tu sal­va­ción. Agra­dé­ce­le que El te ha­ya car­ga­do y so­por­ta­do has­ta el día de hoy. Da­le gra­cias por ha­ber­te he­cho un hi­jo de Dios, y agra­dé­ce­le por ha­ber­te da­do un nue­vo na­ci­mien­to. Al Se­ñor le gus­ta oír eso y, de esa for­ma, tú es­ta­rás ha­cien­do Su vo­lun­tad. A tra­vés del agra­de­ci­mien­to, el Se­ñor es hon­ra­do y tú te ale­gras, a la vez de que­dar in­te­rior­men­te li­bre pa­ra in­ter­ce­der, en for­ma co­rrec­ta, por otros de­lan­te del tro­no de la gra­cia.

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