Fuerza espiritual para cada día

“An­tes bien, co­mo es­tá es­cri­to: Co­sas que ojo no vio, ni oí­do oyó, Ni han su­bi­do en co­ra­zón de hom­bre, Son las que Dios ha pre­pa­ra­do pa­ra los que le aman.” 1 Co­rin­tios 2:9

Nues­tro co­no­ci­mien­to al res­pec­to de las co­sas que Dios nos tie­ne pre­pa­ra­das a quie­nes le ama­mos es muy im­per­fec­to. Pe­ro, por la re­ve­la­ción del Es­pí­ri­tu San­to, ¿no po­dre­mos ima­gi­nar­nos una bue­na par­te de las co­sas in­de­ci­bles que nos es­pe­ran? Por ejem­plo, exis­te una ra­zón más por la cual ya no ha­bre­mos de llo­rar: Allá no ha­brá más te­mor de cam­bios ni mo­di­fi­ca­cio­nes; por el con­tra­rio, allá tú te da­rás cuen­ta que es­tás eter­na­men­te ba­jo el abri­go de Dios. El pe­ca­do es­ta­rá ex­clui­do y tú es­ta­rás ro­de­a­do por la pre­sen­cia del Se­ñor. Allí po­drás ha­bi­tar en una ciu­dad que nun­ca se­rá des­trui­da. Te de­lei­ta­rás en un río que nun­ca se se­ca, y re­co­ge­rás fru­tos de un ár­bol que nun­ca pier­de sus ho­jas. To­das las co­sas tem­po­ra­les se des­ha­cen, pe­ro la eter­ni­dad per­ma­ne­ce­rá pa­ra siem­pre. Y ha­blan­do de per­ma­ne­cer, allá en el cie­lo, tam­bién ha de per­du­rar tu in­mor­ta­li­dad y tu sal­va­ción. Allí es­ta­rás pa­ra siem­pre con el Se­ñor. Es un fu­tu­ro in­des­crip­ti­ble­men­te glo­rio­so, lle­no de de­li­cias, es el que le es­pe­ra a los san­ti­fi­ca­dos. Por eso, afír­ma­te aún más en Aquél en quien cre­es, pe­se a no ver­le. Afír­ma­te en Aquél que ale­gra­rá tu co­ra­zón en for­ma in­e­fa­ble cuan­do le ve­as tal co­mo El es.

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