Fuerza espiritual para cada día

“Pa­ra que Sa­ta­nás no ga­ne ven­ta­ja al­gu­na so­bre nos­otros; pues no ig­no­ra­mos sus ma­qui­na­cio­nes.” 2 Co­rin­tios 2:11

Pien­sa en las pe­que­ñas mar­cas que el ene­mi­go de­ja en tu vi­da, las mi­nús­cu­las hue­llas que, a ve­ces, se ha­llan en el ca­mi­no de tu exis­ten­cia. Son las pi­sa­das de las pe­que­ñas zo­rras que des­tro­zan los vi­ñe­dos. ¡Cá­za­las! El ser des­cui­da­do con el ene­mi­go pue­de te­ner con­se­cuen­cias de­sas­tro­sas en tu vi­da. Por eso, no evi­tes la con­fron­ta­ción vic­to­rio­sa con el ad­ver­sa­rio. ¡Je­sús es el ven­ce­dor! ¿Qué es lo que di­ce el Se­ñor en la pa­rá­bo­la del tri­go y la ci­za­ña? El res­pon­de la pre­gun­ta que ha­ce uno de sus sier­vos, el cual es­ta­ba asom­bra­do por el bro­te de la ci­za­ña: “Un ene­mi­go ha he­cho es­to.” Tal vez no­tes que, re­pen­ti­na­men­te, la ci­za­ña cre­ció jun­to al tri­go en tu igle­sia, o en tu pro­pia fa­mi­lia. Esa es la obra y la hue­lla del ene­mi­go. El ac­túa en to­das par­tes. Pe­ro, por fa­vor, per­ma­ne­ce en Je­sús. Es ver­dad que es­ta­mos en el mun­do, pe­ro no so­mos del mun­do. Es ver­dad que es­ta­mos ro­de­a­dos de po­de­res de­mo­ní­a­cos, pe­ro los po­de­res no es­tán en nos­otros si el Se­ñor per­ma­ne­ce en nos­otros y nos­otros en él. En­ton­ces, él, el ven­ce­dor, ope­ra­rá en ti y a tra­vés tu­yo. De mo­do que no só­lo es­ta­rás en con­di­cio­nes de re­co­no­cer al ene­mi­go, si­no que tam­bién po­drás re­sis­tir­le vic­to­rio­sa­men­te, de­ján­do­lo im­po­ten­te y ven­cien­do so­bre to­das las pe­que­ñas zo­rras que in­fes­tan la vi­ña del Se­ñor en tu vi­da.

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