Fuerza espiritual para cada día
“Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte...” Colosenses 1:21-22a
Aquí tenemos, una vez más, la tercera consecuencia de la muerte de Jesús: la consecuencia con respecto a nuestra culpa. Si Romanos 5:10 dice que somos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, entonces preguntamos: ¿qué sucede con los innumerables pecados que practicamos? Es en ocasiones así que yo me alegro tanto de tener en la Biblia el pasaje de 1 Corintios 15:3, que está escrito en plural, a propósito, y que dice: “...Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.” Por eso, tú y yo podemos saber, con absoluta seguridad, que Su muerte, su sangre derramada, borró toda nuestra tremenda culpa. Leemos al respecto en Colosenses 2:13-14: “... Perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria...” ¿No es eso maravilloso? Su sangre, la sangre del Hijo de Dios que no tenía pecado, borra tus pecados y los míos, de tal manera que quedamos como si los mismos nunca hubiesen existido. ¡Dios mismo pagó el precio más alto con la sangre de Su propio Hijo amado! Por eso, la Escritura repite tantas veces que “él murió por nosotros” y que “... Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.”