“Amad a vuestros enemigos” – ¿también a los enemigos de Dios?

Pregunta: Puesto que debemos amar a nuestros enemigos, ¿debemos amar también a los enemigos de Dios? ¿También a los enemigos disfrazados de Dios que tuercen la Palabra de Dios? ¿No pronunció el Señor ocho “ayes” con santa ira en Mateo 23:13-29? ¿Es pecado y desobediencia cuando no tengo amor a mis prójimos que son hipócritas quienes–para decirlo con las palabras de Pablo–sirven más al enemigo que a Dios por codiciar vanagloria y vil ganancia?

Respuesta: Dios ama al mundo en su perdición. Por eso envió a Su Hijo. Pero no ama el pecado del mundo. A esto se refiere Juan al decir: “No améis al mundo” (1 Juan 2:15a). Dios aborrece el pecado con odio eterno, pero ama a los pecadores con amor eterno. Los dos están en el mismo mundo. Por eso Él entregó a Jesús en nuestro lugar. No solo está escrito “No améis al mundo” sino que sigue diciendo: “...ni las cosas que están en el mundo” (1 Juan 2:15b). Y luego son enumerados los pecados: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Por supuesto debemos amar a nuestros enemigos, pero no a sus pecados. “Bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen” (Mateo 5:44) dice el Señor. Y en otro pasaje exhorta: “No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas” (Efesios 5:11).

En este contexto, hay que decir que uno puede orar así no más por cada persona. El Señor Jesús dijo en Juan 17:9: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo”, diciendo con esto que Él no ora por quienes Lo rechazan de todos modos y que son enemigos de Dios. Recuerdo haber evangelizado en un lugar en que era muy difícil trabajar , así que quería ir al bosque para orar. Entonces sentí en mi interior: “No ores por este pueblo, porque no te responderé”.Hay quienes no quieren dejar un pecado y que simultáneamente pretenden ser creyentes. A tales enemigos del Señor disfrazados tenemos que evitarlos resueltamente (2 Timoteo 3:5; 2 Tes. 3:6; Rom. 16:17; II Juan 10).

Por otro lado el Señor puede cargar nuestro corazón con asuntos de oración a favor de personas perdidas, de modo que luchemos y gimamos, es decir, el Espíritu Santo haciéndolo a través de nosotros, hasta que vea la salvación, la profundización. Debemos ver a nuestro proójimo tal cual lo ve Jesús: no sus pecados, sino más allá de sus pecados, su alma preciosa que muchas veces clama por salvación. Esto será más fácil para usted en la medida en que ya ha conocido su propia naturaleza corrupta. Y lo que a creyentes equivocados se refiere: siempre hay que examinar el género de su transgresión y la posibilidad de corregirlos. Santiago dice en el capítulo 5, versículos 19 y 20 de su epístola: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvara de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados”.

W.M.

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