La fe y las obras
Pregunta: El invierno pasado estuve en cama durante cuatro meses y medio, con gripes de distintas clases. A pesar de que cinco jubiladas creyentes sin familia, que residen cerca de mí sabían acerca de mis enfermedades, solo dos de ellas vinieron a verme brevemente. Una de ellas lo hizo dos veces, la otra cuatro. Pero los extranjeros musulmanes residentes en la casa, me hicieron los servicios “cristianos” de amor: me hicieron las compras y quitaron la nieve y me hicieron la limpieza.
Respuesta: Acontecimiento dolorosos como este suceden vez tras vez: es el “samaritano” quien ayuda, el “judío creyente” no lo hace. Pues muchos tienen “fe” sin obras, muchos incrédulos tienen “las obras de la fe” sin fe. Más esto comprueba la falta de avivamiento dentro de la Iglesia de Jesús. Porque cuando un creyente ya no tiene verdadera relación de vida con el Señor, se vuelve peor, más reprobable y repugnante que el incrédulo. A esto se refiere también el Señor Altísimo al exclamar: “¡Ojalá fueses frío (esto es: incrédulo) o caliente (ardiente para el Señor)!. Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Apoc. 3:15b - 16).
Este estado de ser ni lo uno ni tampoco lo otro, causa, en su efecto, una actitud carente de humanidad, egoísta que no tienen los incrédulos dispuestos a ayudar. Visto solo desde este punto de vista, hace falta un verdadero avivamiento, y es urgentemente necesario, para que las “buenas obras” de las cuales el Nuevo Testamento habla tan a menudo, es decir “las obras de Cristo”, vuelvan a hacerse con celo ardiente. O, como Tito 2:14 lo expresa, para que los hijos de Dios sean “celosos de buenas obras”, para que ellos, según Tito 3:8, “procuren ocuparse en buenas obras”, y así Jesucristo sea glorificado por medio de ellos. De otro modo, el mundo dice: “Tus hechos hablan tan alto que no quiero escuchar tus palabras”.
Wim Malgo