Una nación que no perecerá

Norbert Lieth

El autor alemán Siegfried Schlieter escribe: “Hoy somos testigos de cómo se cumple la Palabra de Dios ante los ojos del mundo: A pesar de las infames mentiras, a pesar de las más duras persecuciones y los más brutales intentos de exterminio durante sus casi dos mil años de dispersión, el pueblo judío no ha perecido; al contrario, está regresando a casa, a su tierra prometida. Las profecías milenarias se están cumpliendo ante nuestros ojos”.

“Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra. Y si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida; pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa” (Is. 6:11-12).

En los años 70 d.C. y 132 d.C. los judíos fueron deportados de su tierra, de modo que esta quedó desolada. Pero siempre hubo judíos viviendo en la región de Israel, lo que significa que quedó un pequeño tronco como garantía para el futuro. A principios del siglo xix solo quedaban unos 5,000 judíos allí. Pero a partir de finales del siglo xix (1882) comenzaron a regresar a su antigua patria, primero desde Rusia (el norte) y luego de todas las partes del mundo. ¡Esta profecía se ha hecho realidad!

El pueblo de Israel no perecerá: “Así ha dicho Jehová: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice Jehová” (Jer. 31:37). Es decir, de la misma manera como es imposible medir los cielos y explorar los fundamentos, es imposible que Israel deje de existir. Y Dios incluso dio una segunda promesa: “Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre” (Is. 66:22).

En los capítulos 9 a 11 de la Epístola a los Romanos, la Biblia muestra de manera inequívoca que Israel tiene un futuro garantizado por Dios. Sin embargo, fue puesto aparte por un tiempo, por el bien de las naciones, pues cuando Israel rechazó a su Mesías, Dios se dirigió con su llamado de salvación a las demás naciones, de manera que pudo nacer la Iglesia de Jesús.

Ningún pueblo ha pasado por tanto sufrimiento como el judío. Desde que existe ha sido perseguido, pero a pesar de intentarlo múltiples veces, nadie logró extinguirlo. Otros pueblos desaparecieron del escenario de la historia, mientras que Israel sigue existiendo. A pesar de los casi 1,900 años de dispersión por los cinco continentes, mantuvo su identidad como pueblo de Israel. Hoy ha vuelto a vivir en su propio territorio y habla su propio idioma hebreo, como en los tiempos antiguos.

El apóstol Pablo escribe, inspirado por el Espíritu Santo: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera: Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció…” (Ro. 11:1-2). En Romanos 3:3-4, el apóstol se expresa con palabras parecidas, cuando escribe: “¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios? De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, y venzas cuando fueres juzgado”.

¡Más claro imposible! Con esto queda manifiesto que Israel tiene un futuro eterno.

Pues incluso el hecho de que, temporalmente, Israel rechazara a su Mesías, estaba incluido en el Plan de Dios, para que los hombres de todas las naciones pudieran y puedan llegar a la fe en Jesús. De esta manera, Israel se ha convertido en bendición para todas las naciones. Pablo lo dice con total claridad, comenzando con una pregunta retórica: “Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?” (Ro. 11:11-12).

Cuando el Señor Jesús regrese a este mundo, será mayor aún la bendición que Israel significará para las naciones. Pues Jesús salvará al remanente de Israel y ejercerá Su gobierno terrenal a través de Israel en toda la Tierra. Pablo lo subraya con mucha claridad: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y éste será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:25-29).

Los judíos son, como todos los hombres, incapaces de cumplir la Ley de Moisés. Si Dios no hubiera abierto otro camino, el pueblo judío no tendría ninguna esperanza. Pero el Señor tenía preparada una solución; en su infinita fidelidad, se atuvo a lo que prometió a Abraham: “Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa” (Gál. 3:17-18).

Así como Josué guio en aquel entonces al pueblo a la tierra prometida, el Josué celestial, Jesucristo, guiará a su pueblo Israel hasta la meta. ¡Este es, también para nosotros, un mensaje maravilloso! Pues nosotros, que somos incapaces de cumplir los mandamientos de Dios, por la fe somos justificados gratuita y completamente por la redención que logró Jesucristo. Jesús es el don más grande de Dios a nosotros los hombres: “…y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hch. 13:39).

Vivimos en el tiempo final. Israel es otra vez una nación en su propia patria. Con esto, está abierto el camino para el regreso del Señor Jesús. Las señales del tiempo son inequívocas. Todas las alarmas están en rojo. Pronto habrá entrado la “plenitud de los gentiles” (Romanos 11:25); en otras palabras: se habrá alcanzado el número de los que han de creer en Jesús y ser añadidos a la Iglesia de Jesús. Entonces la Iglesia será trasladada de la Tierra a los lugares celestiales, pues la Biblia nos habla de un maravilloso suceso: el Arrebatamiento. En este evento resucitarán, en primer lugar, los humanos que murieron en Jesús, con una fe viva en Él. En seguida después serán tomados de la Tierra los creyentes aún vivos, como lo experimentaron también Enoc y Elías. Todos juntos estarán entonces para siempre con el Señor (1 Tesalonicenses 4:13-18; 1 Corintios 15:51-52; 2 Reyes 2:11). 

Después del Arrebatamiento, Dios retomará, figurativamente hablando, el hilo de su trato con Israel que dejó de lado durante el tiempo de la Iglesia. Se volverá a ocupar de su pueblo terrenal y salvará al remanente de Israel; pues los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables: “Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres” (Ro. 11:28). Si Dios no desechó a su pueblo, aunque ciertamente habría tenido motivos suficientes para hacerlo, ¿por qué se atreve el hombre a sentarse en juicio contra Israel?

“Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Is. 41:8-10).

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