Realidades atemporales para ti

Philipp Ottenburg

Ningún segundo que pasa vuelve otra vez. ¡Cómo nos gustaría a veces detener el tiempo! Estas idas y venidas, despedidas, el desgaste... a veces nos deprimen y entristecen, pero podemos armarnos de valor cuando nos enfrentamos a las realidades de Dios.

Todo es de Dios, todo es por Dios y todo ha sido creado para Dios. Todo, lo que es, respira, existe, se basa en Él y es a través de Él. Dios existe en sí mismo; en todo se basta a sí mismo. Por lo tanto, nosotros los humanos tenemos plena suficiencia solo en Él. ¿Qué significan para nosotros estas realidades atemporales, eternas?

Muy por encima de todo
Cuando intentamos describir al Señor, decimos, por ejemplo, que Dios es eterno. Antes de que existiera el principio de todo lo creado, ya existía el Padre, pues su existencia no conoce principio (Génesis 1:1). Lo mismo podemos afirmar del Hijo, Jesucristo (Juan 1:1). Pero ¿significa el término “eterno” simplemente que Dios es infinito? No, sino que ciertamente implica mucho, mucho más.

El Salmo 90 es probablemente el más antiguo. En él colisionan las realidades de Dios y las del hombre. Moisés describe aquí la brevedad de la vida humana, posiblemente bajo la impresión que causa el ver envejecer y fallecer a toda una generación durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto del Sinaí (Números 14:29-35). La muerte y el desgaste nos muestran que el hombre es pasajero. Frente a él está el Dios eterno.

El título del Salmo 90 es “Oración de Moisés, varón de Dios”. Leemos en los dos primeros versículos: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”.

El versículo 2 nos lleva al tiempo antes de que Dios hiciera la Tierra; y luego dice: “desde la eternidad y hasta la eternidad, tú eres Dios” (lbla). La raíz de la palabra “eternidad” es la palabra “era” (época, etapa, NdelT); podríamos decir entonces también: “de era en era, tú eres Dios”. El que hizo todas las cosas y a quien todas ellas le pertenecen, creó también el tiempo y las eras. Todo le está sometido —Dios existía antes de que existiera el tiempo. Desde antes de la fundación del mundo hasta la consumación, gobierna sobre todo y sobre todas las eras (cf. 1 Timoteo 1:17). La consumación será cuando Dios sea todo en todos (1 Corintios 15:28). 

Cuando decimos que el Señor es infinito, por supuesto que es cierto; pero para explicar qué es “eterno” nos damos cuenta de que esta definición dista mucho de ser suficiente. Dios está por encima del concepto de infinitud, pues este contiene el concepto “tiempo”, aunque sea uno que no termina. Es, pues, corto de “alcance”. 

En el “presente siglo malo”, en el “día malo”, Satanás es el dios de este mundo (cf. 2 Corintios 4:4). Es el príncipe de este planeta, que ciega el entendimiento de las personas. Pero Dios está por encima del diablo y de todos los siglos. También está por encima de nosotros, nuestras luchas y preocupaciones, de modo que todas las comparaciones humanas se quedan siempre cortas.

Eternamente en el ahora
Una idea elemental es que Dios, que no tiene pasado ni futuro, está aquí y allí al mismo tiempo. Y porque está fuera de todo lo temporal y creado, el Salmo 139 nos habla de cómo es Él, diciendo: “Detrás y delante me rodeaste, Y sobre mí pusiste tu mano (...) ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás” (vv. 5.7-8).

Él está en todas partes al mismo tiempo, por eso Jesús pudo decir a sus discípulos: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Este es nuestro Dios. Nunca estamos solos, sean grandes o pequeñas las necesidades y los problemas. El Señor está en todas partes, siempre en el ahora; Él siempre es el mismo y no hay nada que lo pueda limitar.

Un joven resbaló con su moto en la carretera y se estrelló contra un árbol. Quedó parapléjico, sin poder mover los brazos ni las piernas, atado de por vida a su silla de ruedas. Empezó a maldecir a Dios, no quería saber nada más de Él. Incluso luchaba con pensamientos suicidas. Pero poco a poco fue saliendo de las tinieblas, y empezó a pintar cuadros con la boca. Uno de estos cuadros llamó especialmente la atención de un visitante; tenía la inscripción: “Estoy contigo hasta el fin de este tiempo”. En su amargura, este joven se había dado cuenta por fin de que Dios estaba presente. El Eterno siempre está en el ahora

El tiempo comienza con la creación, pero Dios, a quien pertenecemos, está por encima del tiempo. Todos los conceptos de tiempo que aparecen en la Biblia son humanos. Pero dice de Dios Apocalipsis 4:8 que Él es “el que era, el que es…” (lo cual de alguna manera todavía logramos entender), pero luego añade: “…y el que ha de venir”. Era, es, está por venir —es eternamente presente. Con el Señor, todo es simultáneo.

Los seres humanos cambiamos con los años. Nos volvemos más ansiosos y nerviosos, más frágiles. Además, tenemos nuestros cambios de humor, por lo que podemos ser imprevisibles, y con Dios es diferente: Él no cambia (Hebreos 13:8). Cuando oramos, no reacciona caprichosamente; tampoco conoce el estrés, siempre tiene tiempo para ti y para mí. 

Impulsado por el tiempo
El Salmo 90:5-10 ofrece varias comparaciones de lo efímera que es la vida en la Tierra y de lo rápido que pasa todo: la compara con un sueño, con la hierba que crece en la mañana y en la tarde es cortada y se seca, con un pensamiento. Dormimos, soñamos, nos despertamos y, sin embargo, apenas somos conscientes del paso del tiempo. También usa la imagen de la vida como la hierba: aún es fresca y verde por la mañana, pero ya se vuelve marchita y seca hacia el atardecer.

Pero el hombre, aunque su vida está determinada por el tiempo, está hecho a imagen del Dios eterno, y Él ha puesto la Eternidad en su corazón (Eclesiastés 3:11). Lo vemos todos los días: muchos están buscando lo eterno, ya sea en las religiones, en la investigación médica, en el intento de inmortalizarse a través de monumentos o protagonismo en la historia. Al fin y al cabo, se siente el deseo de vivir para siempre y crear algo duradero. Y ese es el dilema y la tragedia del hombre, porque en agudo contraste con la atemporalidad de Dios está la brevedad de la vida humana. Incluso los creyentes se sienten a veces angustiados por esto: creados para la Eternidad y, sin embargo, obligados a vivir en el tiempo. Todo lo que nos rodea nos recuerda la muerte y la decadencia. 

“Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años, Con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, Porque pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:10).

Muchos buscan en el lugar equivocado. “Con todo, su orgullo es solo trabajo y pesar”, traduce la Biblia de las Américas. En otras palabras, lo que nos causa orgullo, es solo pena y trabajo, únicamente vanidad. ¿Cómo es esto en nuestras vidas? ¿No perdemos a menudo el contacto con la Eternidad y caemos en el ajetreo y el estrés de la vida cotidiana? Con prisa y apurados, intentamos elaborar utópicas listas de tareas. Preocupados y presionados por el tiempo, nos desesperamos cuando no alcanzamos nuestros objetivos. A menudo deseamos entonces que el día tuviera más de 24 horas. 

El tiempo es la secuencia de los acontecimientos. Las épocas van y vienen. Observamos cómo las manecillas de los segundos dan vueltas, cómo el reloj hace tic-tac sin cesar. Comparamos el antes y el después. Nos mueve el tiempo en todos los sentidos. Todo es temporal, pero Dios no se deja impulsar ni depende del paso del tiempo. “Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche” (Sal. 90:4).

El maestro bíblico A. W. Tozer ofrece una buena comparación: “Ante nosotros hay una gran tela blanca, que es la Eternidad. Dios traza una línea negra en esta tela: el tiempo que ha creado. Él ve el principio y el fin con una sola mirada, ve el tiempo intermedio. Eso significa que para Él es eternamente ahora. Esta línea también contiene las eras. La Biblia comienza con la creación, y vemos en la Palabra profética cómo Dios pondrá fin a este tiempo. Por eso podemos decir: Eternidad también significa haber llegado a una conclusión. Dios ya ha vivido todo nuestro pasado, así como todo nuestro futuro. Él aparece al principio y al final del tiempo al mismo tiempo –no lo podemos captar, pero es cierto”. 

En Efesios 2, Pablo escribe que somos resucitados con Cristo y trasladados a las regiones celestiales. Dios ya ve hoy a los creyentes junto a Él. Por eso Pablo también puede decir: “…estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Dios, hoy, ya nos ve como perfeccionados. ¿No es algo maravilloso? Él lo abarca todo con una sola mirada. 

Los humanos hacemos predicciones y adelantamos posibles resultados, pero recién el tiempo que pasa nos dará o no la razón. Dios dice algo y ya ve el resultado; para Él no son predicciones, sino hechos que nos revela. 

Hogar, dulce hogar
En medio de la fugacidad y ante su mortalidad, Moisés encuentra alivio en la eternidad del Señor: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación” (Sal. 90:1).

Podemos buscar refugio en Él, huir del tiempo hacia Él, del ritmo frenético de la vida cotidiana a Dios, con quien no hay estrés ni plazos. Con Él llegamos al verdadero descanso. Nuestros años en la Tierra están contados, acuciados por esto y aquello, y por eso Moisés clama a Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12).

Los días de cada hombre están determinados por Dios. Por lo tanto, es necesario que Él nos dé un corazón lleno de sabiduría para utilizarlos según Su voluntad. Pablo hace hincapié en la posición que tenemos hoy como hijos del Señor. Nos exhorta a ocuparnos de las cosas de arriba, a poner la mente en el lugar donde, espiritualmente, ya estamos hoy: fuera del espacio y del tiempo, con Dios, en el ahora del Padre.

¿Cuál es tu inquietud?, ¿tu falta de tiempo? El Eterno lo tiene infinitamente y ama la fe paciente. Lo controla todo, incluido tu tiempo, el de tus hijos y el de tus padres. Él puede cronometrar cada situación perfectamente. Todo tiene su tiempo, dice Su Palabra. Si confiamos en Dios, todo lo esencial encontrará su espacio en nuestras vidas, aunque no sea en el momento que nosotros consideremos el mejor. Si algo no entra en nuestra agenda por falta de tiempo, aceptémoslo de parte del Todopoderoso y dejemos el asunto en Sus manos.

El hecho es el siguiente: Él es un dulce hogar para los que están atribulados y presionados por el tiempo; Él es nuestro descanso y nuestro polo de paz. Desde ese hogar, tenemos una visión diferente sobre nuestro tiempo.

Moisés oró: “Aparezca en tus siervos tu obra, y tu gloria sobre sus hijos” (Sal. 90:16). Si queremos salir de la miseria de la fugacidad, es precisamente en este punto donde aparece el mensaje glorioso: se trata de la obra de Dios, de cómo actúa, qué hace, cómo realiza grandezas. La obra que el Señor hace es la respuesta a la búsqueda inquieta del hombre, y es donde se hace visible Su gloria (v. 16b).

La plena manifestación de esta gloria la encontramos en Jesucristo, quien es “el resplandor de su gloria” (He. 1:3).

¿Estamos interiormente azotados por la inquietud de este mundo, inquietos por nuestra vida o nuestro futuro? Entonces Dios nos dice hoy: ¡Encuentra la paz en mi Hijo Jesucristo! ¡Ven a casa! Ven y descansa.

Las cosas bellas de esta vida terrenal van y vienen, pero un día estaremos eternamente inmersos en lo más bello, con y en Dios.

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