Pasado y futuro de Israel

Norbert Lieth

El Señor Dios habló por medio del profeta Isaías: “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré. Oídme…” (Is. 46:9-12). 

Las declaraciones de Dios se han cumplido al 100% en la historia de Israel. Así pues, podemos suponer que las promesas aún pendientes también se cumplirán al 100%. Por este motivo, tenemos buenas razones para escuchar al Señor.

Debido a que Israel fue desobediente, Dios le dijo a través de Sus profetas que Jerusalén sería tomada por los babilonios, el Templo sería destruido y el pueblo sería llevado al cautiverio en Babilonia. Moisés predijo esto en un momento en que Israel ni siquiera estaba en la Tierra Prometida: 

“Tus hijos y tus hijas serán entregados a otro pueblo, y tus ojos lo verán, y desfallecerán por ellos todo el día; y no habrá fuerza en tu mano. El fruto de tu tierra y de todo tu trabajo comerá pueblo que no conociste; y no serás sino oprimido y quebrantado todos los días. Y enloquecerás a causa de lo que verás con tus ojos. (...) Jehová te llevará a ti, y al rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no conociste ni tú ni tus padres; y allá servirás a dioses ajenos, al palo y a la piedra. (...) Jehová traerá contra ti una nación de lejos, del extremo de la tierra, que vuele como águila, nación cuya lengua no entiendas” (Dt. 28:32-34, 36, 49). 

Esto se cumplió literalmente en el año 586 a.C. El rey babilónico Nabucodonosor llegó a Israel con sus tropas, invadió Jerusalén y destruyó el Templo. El rey que reinaba en Judá en aquel tiempo, y de quien había hablado Moisés, se llamaba Sedequías. Pero Dios, en su misericordia, no decidió la destrucción total de Israel, sino que prometió que el dominio babilónico solo duraría 70 años. Después, regresaría a Israel a su patria: 

“Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:10-11).

En el año 609 a.C., Babilonia terminó siendo la potencia mundial número uno. Pero en 539 a.C., los persas del rey Ciro llegaron y derrotaron a los babilonios. En esta época (538 a.C.) Ciro permitió a los israelitas regresar a su patria, repoblar el territorio y reconstruir el Templo. Así pues, el reinado de Babilonia duró exactamente 70 años.

Las fechas clave sobre el ascenso de Babilonia al poder mundial y su caída son las siguientes:

• 616 a.C.: primeras victorias de los babilonios sobre los asirios.
• 614 a.C.: cae Asur.
• 612 a.C.: cae Nínive.
• 610 a.C.: la ciudad de Harrán es ocupada por los babilonios.
• 609 a.C.: egipcios y asirios (de Karkemish) intentaron recuperar Harrán. El intento fracasó. Asiria, o lo que quedaba de ella, desapareció de escena sin dejar rastro. Babilonia se convirtió así en la única e ilimitada potencia mundial a partir del año 609 a.C.
• 605 a.C.: Jerusalén fue ocupada por primera vez por los babilonios, y los judíos fueron deportados por primera vez, incluido el profeta Daniel (Daniel 1:1 y ss.).
• 597 a.C.: hubo una nueva expulsión de judíos de Israel, incluido Ezequiel (Ezequiel 1:2)
• 586 a.C.: Jerusalén fue destruida y hubo otra deportación de judíos.
• 582/581 a.C.: hubo un cuarto traslado (Jeremías 52:27-30).
• 538 a.C.: el rey persa promulga un decreto para el regreso de los judíos a su patria y la reconstrucción del Templo (Esdras 1:1 y ss.)
• 539 a.C.: Babilonia fue completamente conquistada por los persas (Daniel caps. 5-6)
• 609 - 539 = 70: La palabra del Señor sobre Babilonia se cumplió al cien por cien.

¿Por qué el Señor limitó el tiempo del dominio de Babilonia a 70 años y luego condujo a Israel de regreso a su patria? ¿Había cambiado la gente? ¿Se habían arrepentido? ¿Habían vuelto interiormente a su Dios? ¡No! Encontramos la respuesta en Isaías 45:4, donde Dios hace saber a Ciro: “Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste”. ¡Unos 170 años antes de la aparición de Ciro, Isaías, inspirado por el Espíritu Santo, ya lo llamaba por su nombre (Isaías 45:1 y ss.)! Ciro era un rey pagano y por lo tanto no conocía al Dios de Israel; sin embargo, le sirvió ayudando a cumplir la Palabra de Dios. En aras de la elección divina de Israel, tuvo que liberar al pueblo de Dios en su patria. El Todopoderoso mueve y dirige la política mundial de tal manera que debe corresponder a Su voluntad y Él alcanza la meta con Su pueblo (Esdras 1:1 y ss.). Lo mismo ocurre hoy en día. El Estado judío no es producto de la casualidad ni un logro de las Naciones Unidas, sino que surge de la obra del Dios de Israel en el seno de las naciones. Todo lo que ocurre hoy a nivel político mundial, ya sea a favor o en contra de Israel, sirve en última instancia al plan del Señor en la historia de la salvación.

¿Cuál era la razón profunda de la liberación de Israel? Respuesta: las promesas de Dios a los padres de Israel tenían que cumplirse. El Mesías debía nacer como judío en Israel. Pero esto solo era posible si los judíos volvían a su patria, tenían su propio Estado, colonizaban la tierra y tenían un nuevo Templo. Porque Jesús debía nacer en Belén, ir a su Templo, morir en Jerusalén y resucitar. Allí, en Jerusalén, debía realizarse la redención del mundo. Así pues, los judíos tuvieron que regresar inevitablemente a su tierra. Así que, de nuevo, la razón de esto reside únicamente en Jesús. El Nuevo Testamento dice: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gá. 4:4).

Cuando Jesús vino, la clase gobernante de Israel lo rechazó, lo que llevó a que fuera crucificado. Poco antes de su muerte, el Señor profetizó sobre Jerusalén: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:37-39). Jesús también anunció en otras partes que Jerusalén volvería a ser tomada por la fuerza enemiga, el Templo destruido y el pueblo dispersado, pero esta vez por todo el mundo (Lucas 21:5-7, 20-24). Estas palabras se cumplieron en el año 70 d.C. Los romanos destruyeron Jerusalén, quemaron el Templo y llevaron a innumerables judíos al cautiverio entre las naciones gentiles. ¿Será una coincidencia que la destrucción del Segundo Templo siglos más tarde ocurriera exactamente el mismo día que la destrucción del Primer Templo por los babilonios, es decir, el 9 de Av (julio/agosto)?

La pequeña palabra “hasta” en Mateo 23:39 no tiene poca importancia. Construye un puente, por así decirlo, y deja claro que tampoco esta vez el pueblo permanecerá disperso para siempre, sino que, en tiempos posteriores, se produciría un nuevo retorno de los judíos de todo el mundo a su patria. Y en efecto, desde 1948, tras unos 1,900 años de diáspora, existe de nuevo un Estado judío, y desde 1967 Jerusalén vuelve a pertenecer a los israelitas. Por cierto, la palabrita “hasta” también refuta la llamada teología del reemplazo, que dice que la Iglesia ha ocupado el lugar de Israel y que, por tanto, el pueblo judío ya no tiene futuro. La historia de Israel es la historia de la acción de Dios en este mundo. Dios actúa con Israel y escribe así la historia de su mundo. Israel es, por así decirlo, el bolígrafo en la mano de Dios. El Señor no tiró este bolígrafo, sino que lo tomó una y otra vez para seguir escribiendo con él. Y al final, Él también lo utilizará para poner fin a la historia.

La Iglesia cristiana no es una goma de borrar que pueda eliminar y reemplazar las líneas de Dios que Él escribió con el bolígrafo de Israel. Más bien, la historia del cristianismo también está escrita con un bolígrafo judío. A pesar de todos los fracasos de Israel y de todas las turbulencias de la historia del mundo, Dios ha sido fiel a esta nación, para que siga existiendo y se presente viva ante los pueblos.

En 1933, el teólogo y profesor Karl Barth tuvo el valor de enviarle a Adolf Hitler uno de sus sermones como regalo de cumpleaños. Decía que los judíos, como se dice en el Antiguo Testamento, son ‘la niña de los ojos de Dios’. Una idea central de su teología era que Jesucristo no abrogó el pacto que Dios había hecho con Israel. Los judíos son y siguen siendo el pueblo de Dios, y la Iglesia cristiana está a su lado, no en su lugar. Más tarde, Karl Barth tuvo que abandonar Alemania porque, como profesor, se había negado a prestar juramento a Hitler. 

¿Por qué Dios Todopoderoso permitió el regreso de los judíos y por qué les devolvió su tierra? ¿Cuál era la razón más profunda? Después de todo, no habían mejorado durante el tiempo de dispersión. Y además de esto, la mayoría de Israel rechaza al Señor Jesús. La razón es la misma que cuando los judíos fueron traídos de vuelta del cautiverio babilónico. Regresaron de aquel primer cautiverio para que Jesús pudiera venir a este mundo por primera vez, en Belén. La segunda vez regresaron, y están regresando de la dispersión mundial, para que Jesús pueda volver por segunda vez —¡en esta ocasión en gloria! De este modo, Su regreso vuelve a estar vinculado a la existencia del pueblo judío en su propia territorio.

Los profetas han anunciado en nombre del Dios vivo, en innumerables lugares, que el Señor Jesús vendrá de nuevo a Jerusalén (sus pies estarán en el Monte de los Olivos, según Zacarías), salvará a su pueblo y gobernará el mundo entero desde allí. Debe llegar, y llegará, un momento en la historia de Israel en que los que una vez lo rechazaron y gritaron: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lc. 19:14), gritarán: “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:39).

El propio Jesús prometió que un día volverá: “Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará sus ángeles, y juntará a sus escogidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo” (Mr.13:26-27). 

Sí, el Señor volverá para traer de vuelta a los últimos judíos de la diáspora a la tierra de Israel. Aunque Israel tendrá que pasar por muchas dificultades, guerras y grandes tribulaciones en el tiempo venidero, todo intento de las naciones hostiles de aniquilarlo y borrarlo del mapa será inútil. No lo conseguirán. Esto es lo que dice Mateo 24:34-35: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. 

La señal inequívoca del retorno de los judíos a su tierra dice que el regreso de Jesús está cerca, porque el único propósito de la restauración de Israel es el regreso del Señor Jesús: “…en el fin de los días entenderéis esto. (...) Así ha dicho Jehová: El pueblo que escapó de la espada halló gracia en el desierto, cuando Israel iba en busca de reposo” (Jer. 30:24-31:2). 

Al final de los días, el pueblo judío que habrá escapado de la espada —que habrá salido, por ejemplo, del más horrible de los genocidios, el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial— encontrará gracia “en el desierto”. Los lugares desolados de su patria serán reconstruidos (Ezequiel 36:33-36). Un ejemplo típico de la realización de esta promesa divina es la gran ciudad actual de Tel Aviv, construida hace unos 100 años sobre las dunas de arena del Mediterráneo. Lo que empezó siendo un grupo de pobres chozas se convirtió en una ciudad que hoy merece mucho la pena ver. Nuestra generación es testigo presencial del cumplimiento de todas estas profecías bíblicas. El regreso de Israel y la reconstrucción del país conducirán, en última instancia, a que el Señor regrese y lleve a Israel al descanso en el Reino mesiánico (Hebreos 4:8-9).

Con el hecho de que los judíos vuelvan a estar hoy en su propia tierra y tengan su propio Estado, Dios ha puesto una señal. Los que somos de las naciones gentiles debemos tomar nota de esto, pues la Biblia dice: “Izará una bandera para las naciones, reunirá a los desterrados de Israel, y de los cuatro puntos cardinales juntará al pueblo esparcido de Judá” (Is. 11:12; NVI). La bandera, o como también la llaman algunos, un estandarte, es una bandera con un emblema o signo soberano. La reunión de Israel en su patria se nos ofrece, pues, como un signo de este tipo. Lo dice también el profeta Jeremías y se dirige explícitamente a las naciones, a los pueblos paganos: “Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño” (Jer. 31:10).

Se afirma repetidamente que Jerusalén Oriental fue una vez puramente árabe y que, por tanto, esta parte debe convertirse en la capital de los palestinos. El hecho es, sin embargo, que han vivido judíos en Jerusalén Oriental desde hace más tiempo que los árabes, y que los judíos también estuvieron allí mucho antes de nuestra era.

Cuando el rey David conquistó Jerusalén hacia el año 1000 a.C., los habitantes de la ciudad eran jebuseos (2 Samuel 5:6-9). No eran árabes, sino una clase de pueblo cananeo que hace tiempo dejó de existir (véase Génesis 10:16; 15:21; Éxodo 3:8). Los jebuseos no eran más árabes que los otros pueblos cananeos que vivían en la región en aquella época: los amorreos, los hititas, los ferezeos y los heveos. Estos grupos de pueblos, junto con los filisteos, descendían de Cam y no de Sem (Génesis 10:6-21). Los árabes, en cambio, son una etnia semítica. David le compró a un jebuseo llamado Ornán (también conocido como Arauna) la era de Jerusalén Este sobre la que más tarde se construyó el Templo judío (2 Samuel 24:17-25; 1 Crónicas 21:15-29; 2 Crónicas 3:1).

Tras la expulsión de los judíos de su patria hacia el año 70 d.C., el territorio fue ocupado inicialmente por los romanos. Los musulmanes no lo conquistaron hasta el año 638 d.C. Pero incluso durante este tiempo, Israel y Jerusalén nunca estuvieron completamente “libres de judíos”. A partir de 1844, los judíos volvieron a constituir el estrato más numeroso de la población de Jerusalén. En 1882 se produjo la primera gran oleada de retorno e inmigración de judíos a su patria. No fue hasta la guerra de 1948, cuando la Legión Árabe conquistó Jerusalén Este, que expulsó a la población judía, saqueó sus hogares, destruyó sinagogas y profanó deliberadamente tumbas judías en el Monte de los Olivos. Aquí, en aras de la justicia, habría que preguntarse quién ocupó realmente Jerusalén Este, que simplemente fue liberada de nuevo por los israelíes en 1967. Cualquier libro de historia serio dará información sobre los hechos, la única cuestión es si uno quiere enfrentarse a estos hechos históricos objetivamente.

Las siguientes fechas históricas dejan claro que el período cananeo fue sustituido por los israelitas que Dios introdujo en la tierra. Dado que los cananeos han desaparecido por completo de la historia, nadie más que Israel puede reclamar la propiedad de la tierra judía. Todas las demás naciones enumeradas se habían limitado a ocupar la tierra judía mientras tanto, hasta que los judíos recuperaron para sí, en 1948, el Estado que ya les pertenecía a ellos y a nadie más antes.

• 3300 a.C. = Cananeos
• 1600 a.C. = Israel
• 586 a.C. = Babilonios
• 538 a.C. = Persas
• 332 a.C. = Helenos (griegos) 
• 63 a.C. = Romanos
• 324 d.C. = Bizantinos (Constantino)
• 638 d.C. = Árabes (musulmanes)
• 1099 d.C. = Cruzadas
• 1260 d.C. = Mamelucos (dinastía de esclavos del Cáucaso y Rusia) 
• 1517 d.C. = Otomanos (Turquía)
• 1917 d.C. = Británicos
• 1948 d.C. = Israel

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