Los fariseos y el rechazo del Mesías

Thomas Lieth

¿Por qué el movimiento fariseo en particular rechazó al Mesías con tanta vehemencia? Un intento de explicación.

En Marcos 7, el Señor Jesús acusa de legalismo a los fariseos y escribas judíos y con esto la “tradición de los ancianos” (Mr. 7:3) que ellos seguían. Cita al profeta Isaías: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (vv. 6-7).

Y en Juan 5 el Señor Jesús dice: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (vv. 39-40).

Aquí el Señor no está hablando de la tradición de los ancianos, de los mandamientos de hombres, sino de las Escrituras que dan testimonio de Él. Sin embargo, tiene que lamentar: “y no queréis venir a mí”. Cabe destacar que ellos se resistían.

Y esto nos lleva a los fariseos y escribas con los que el Señor Jesús se vio envuelto repetidamente en disputas. En la época de los antiguos profetas, es decir, antes de la aparición de Juan el Bautista, había sacerdotes, levitas, ancianos y profetas, estaba el Templo, pero todavía no había sinagogas y tampoco fariseos. Pero con la destrucción del Templo en Jerusalén y el exilio del pueblo judío a Babilonia, las cosas cambiaron. Este fue también un acontecimiento drástico en términos religiosos, y prácticamente, el nacimiento de la sinagoga, ya que el Templo dejó de existir y el pueblo estaba en la diáspora, en el exilio.

Los judíos que más tarde regresaron a Judea del cautiverio en Babilonia ya no tenían un templo, pero tenían la certeza de que su desobediencia, especialmente la idolatría de sus padres, era la razón de su exilio. Y a partir de esta visión se desarrolló —empezando por el sacerdote Esdras, que era uno de los judíos retornados— la nueva profesión de los llamados escribas. Así dice el Libro de Esdras, en el capítulo 7:11: “...al sacerdote Esdras, escriba versado en los mandamientos de Jehová...”. Un escriba no solo podía ser un sacerdote, sino también un levita, un profeta, uno de los ancianos, de hecho, cualquiera que fuera erudito en las Escrituras. Así surgió esta nueva profesión, fundada con la intención de que los escribas velaran por la Ley mosaica y enseñaran su contenido, porque los sacerdotes y levitas del pasado habían fracasado tan miserablemente.

Nunca más se repetiría lo que había sido el motivo del exilio a Babilonia. Nunca más debían perder de vista la Ley Mosaica, y nunca más, caer en la idolatría. Y esta preocupación era buena y correcta. El pueblo sacó las lecciones adecuadas de la catástrofe anterior, y ahora se trataba de velar por la integridad de la Palabra de Dios y de enseñar la Ley, siguiendo el ejemplo de Nehemías 10:29 (quien fue contemporáneo de Esdras, y cuyo libro con el mismo nombre, también trata de los retornados del exilio babilónico): “…se reunieron con sus hermanos y sus principales, para protestar y jurar que andarían en la ley de Dios, que fue dada por Moisés siervo de Dios, y que guardarían y cumplirían todos los mandamientos, decretos y estatutos de Jehová nuestro Señor”.

Hasta aquí todo bien. Pero lo que comenzó de buena forma, inmediatamente después del regreso del exilio, se pervirtió de la enseñanza original y de su objetivo real. Y aquí veo paralelismos con nuestro tiempo, cuando, después de un comienzo bueno y noble, los límites son removidos y se cae de un extremo a otro. En la política lo vemos en eslóganes como: “Nunca más fascismo”; “Nunca más antisemitismo”; “Nunca más deben repetirse estas cosas”. En principio, son lemas completamente correctos, pero totalmente equivocados cuando no se denuncia el antisemitismo musulmán y cuando se resta importancia al fascismo de la izquierda radical, cuando se advierte de un pantano marrón y uno mismo se sumerge hasta los tobillos en el pantano rojo. Cuando los que gritan “nunca más fascismo” son ellos mismos fascistas y cuando los que gritan “nunca más antisemitismo” incitan contra Israel, entonces una buena idea se ha convertido en un movimiento malo. Así pasó con los objetivos originalmente buenos de los escribas. Los escribas de la siguiente generación empezaron a trazar un cerco alrededor de la Ley Mosaica —que, por cierto, consta de 613 mandamientos— consistente en nuevos requisitos para evitar que alguno de los 613 mandamientos se incumpliera por inadvertencia.

Lo ilustraré con un ejemplo ficticio, por lo que no se trata aquí de nada real, sino de mi imaginación, que a veces puede ser un poco desbordante. Imaginémonos que el mandamiento original sea: “No beberás más de tres vasos de ron Bacardi”. Esta sería la ley que vigila la primera generación de escribas. La segunda generación, sin embargo, teme que después de la tercera copa se beba accidentalmente una cuarta, lo que fácilmente podría ocurrir. Para evitarlo, dibujan un cerco alrededor de la ley existente, y este cerco ordena: “No beberás ron Bacardi”.

En realidad, se permitiría beber tres vasos, pero para evitar una transgresión accidental, se endurece la ley original. La lógica es obvia: si no bebes ron Bacardi en absoluto, no corres el riesgo de beber cuatro vasos. Pero eso no es todo, la siguiente valla alrededor de la anterior dice: “No beberás ron”, aunque la ley original solo hablaba de la marca Bacardi. Pero podría ser que, en lugar de ron habanero, te sirvieran accidentalmente Bacardi, y para evitarlo se endurece la ley prohibiendo totalmente el consumo de ron. El lema es: “hay que resistir los comienzos”. Y la lógica es obvia: si no bebes ron, no corres el riesgo de beber cuatro vasos de Bacardi.

Bueno, y la siguiente valla dice entonces: “No beberás alcohol en absoluto”, aunque la ley original nunca lo mencionaba. Y cuando las cosas se pongan realmente extremas, la siguiente valla dirá: “No beberás de un vaso”, hasta que posiblemente no se pueda beber más nada en absoluto y la gente se muera de sed por culpa de la ley —y así, un mandamiento de Dios que tenía su sentido y propósito, se convierte en un mandamiento humano que sobrepasa su real objetivo con creces. Recordemos la palabra del Señor Jesús: “enseñando como doctrinas mandamientos de hombres”.

Los 613 mandamientos se convierten de repente en miles de mandamientos, y el culto a Dios se vuelve cada vez más estrecho, más legalista, estricto, loco, opaco y burocrático. Casi no se puede respirar por todo el legalismo, y los mandamientos ya no están ahí para proteger a la gente, sino que la gente está ahí para proteger a los mandamientos. Casi parece que Dios primero haya decretado los mandamientos y luego haya pensado: “Pero ahora también necesito personas, de lo contrario nada de esto tiene sentido”.

Y esto es exactamente lo que el Señor Jesús quiso hacer entender a los fariseos con respecto al sábado: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mr. 2:27).

Con este legalismo extremo, el hombre también vive en una constante incertidumbre y miedo a la posible transgresión de un mandamiento. El legalismo no puede dar seguridad de salvación, porque uno nunca sabe si no quebrantó un mandamiento, aunque sea involuntariamente. Una vida en tal legalismo degenera en una constante hipocresía, porque uno se da cuenta de que ya no puede vivir sin traspasar en algún momento una de estas leyes hechas por el hombre.

Permítanme otro ejemplo de legalismo irracional: el del lenguaje de género. Cuando ya no se nos permite decir las cosas como son, la gente, por miedo a no estar a la altura de los dictados de la opinión, no solo se olvida de cómo hablar y escribir, sino también de cómo pensar. Casi parece ser este el objetivo: que las personas ya no piensen, ya que el Estado se encarga de eso por ellas.

Volviendo a los escribas de la segunda generación: mientras que, para los primeros escribas después del regreso del cautiverio babilónico, solo era vinculante la Ley mosaica y no enseñaban otra cosa que los mandamientos del Antiguo Pacto, los escribas de la segunda generación enseñaban, además de la Ley mosaica, también las vallas humanas adicionales.

Al principio se seguía discutiendo al respecto y se toleraban diferentes opiniones, hasta que se tomara una decisión unificada entre los escribas. Esta se consideraba entonces vinculante y se puso a la par de la Torá, es decir, de la Palabra de Dios.

La Torá consiste en los cinco libros de Moisés; también podemos decir que es la Ley escrita de Dios, en la cual se basaba exclusivamente la primera generación de escribas bajo la guía de Esdras y Nehemías. Pero a través de la equiparación de las vallas se añadieron a los 613 mandamientos bíblicos el mandamiento 614, luego el mandamiento 615, etc., y se siguieron agregando cada vez más leyes nuevas. Primero no eran vinculantes, hasta que se encontraba un consenso común, luego se convertían en vinculantes y se les daba la misma autoridad que a los mandamientos de la Torá.

Así pues, se le agregó a la Torá escrita, es decir, a los cinco libros de Moisés, una “Torá oral”, mas bien, las tradiciones de los antiguos rabinos escribas. Y esta es también la diferencia cuando la Biblia habla de Moisés, las Escrituras y la Ley de Dios, por un lado, y de la “tradición de los ancianos” por el otro.

En Juan 5, el Señor Jesús habla de Moisés y de las Escrituras. Esto no es otra cosa que la Torá y todo el Antiguo Testamento, o sea, la Palabra de Dios escrita. Pero sobre los fariseos y los escribas leemos: “Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen.” (Mr. 7:1-3).

¿Reconocemos la diferencia? Jesús habla de Moisés y de las Escrituras, mientras que los fariseos y los escribas hablan de la tradición de los antiguos. Esto no es lo mismo. El Señor Jesús tiene ante sus ojos la Palabra de Dios, pero lo que hablan los religiosos es obra de los hombres.

Un ejemplo práctico de la ley farisaica, que sigue siendo válida hoy en día, debería aclarar en qué consiste esta obra del hombre: La Ley mosaica prescribe que ningún cordero o cabrito puede ser cocinado en la leche de su madre. Este es uno de los 613 mandamientos del Pacto del Sinaí, es decir, la Ley escrita (Deuteronomio 14:21).

La razón de este mandamiento es que los cananeos, entre los cuales vivían los israelitas, practicaban la idolatría de esta manera. Así que se trata de la protección contra la idolatría, porque era costumbre entre los cananeos sacrificar un animal y cocinar la carne del animal sacrificado en la leche de su madre —que había sido ordeñada de antemano— y finalmente, ofrecer esto al dios Baal como primicia. Estos son los antecedentes históricos de esta ley.

A fin de cuentas, no se trata del animal ni de la preparación de los alimentos, sino de la práctica de la idolatría, de la que los israelitas debían mantenerse alejados. No debían seguir el ejemplo de los cananeos, que realizaban así su ritual idolátrico.

Por supuesto, el principio de no sacrificar a dioses extranjeros permanece válido, pero esta práctica concreta, tal y como la practicaban antiguamente los cananeos, ya no existe. 

Los escribas, en lugar de enseñar y practicar el significado de este mandamiento, trazaron vallas aún más estrechas alrededor de él, que siguen siendo válidas hasta hoy para los judíos religiosos y tradicionales y son la razón por la cual los alimentos lácteos y cárnicos están estrictamente separados en el judaísmo. Esto se llama “kosher”; sin embargo, las leyes dietéticas kosher no son bíblicas, sino que son tradiciones, leyes autoimpuestas que no tienen nada en común con la Palabra de Dios, que trata de la protección contra la idolatría. 

A cada uno de los mandamientos originales se añadieron más y más mandamientos humanos. Y hacia el año 30 a.C., paralelamente a la encarnación de Dios, se levantó una nueva escuela entre los escribas para quienes el cerco de los mandamientos seguía siendo demasiado permisivo. Este movimiento es, en última instancia, el de los fariseos, con los que el Señor Jesús tuvo que tratar y a los que dijo: “Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes” (Mr. 7:8). 

Estos fariseos y escribas no solo trazaron más vallas, sino que para ellos las ya existentes, la llamada “Torá oral”, eran tan inviolables y vinculantes como la Torá escrita, es decir, como la Ley mosaica. En otras palabras, pusieron la opinión humana de los rabinos al mismo nivel que la Palabra de Dios; en realidad, incluso más alto, ya que el conocimiento de los escribas iba más allá de la Palabra escrita de Dios, casi como una revelación continua.

Y esta es exactamente la razón por la que era inevitable el conflicto entre los fariseos y el Señor Jesús. Esto está ya enraizado en la materia misma, pues el Señor es la Palabra de Dios: “…y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”, el Logos, Dios hecho hombre. Pero los escribas se colocaron por encima de la Palabra de Dios y, por tanto, también por encima del Mesías enviado por Dios. En principio, decían: “Nuestra costumbre, nuestra tradición, está por encima de lo que tú nos digas. Y no solo por encima de lo que tú nos dices, sino también de lo que tú haces”.

Por eso los fariseos, los saduceos, los escribas, los sacerdotes y como se les llama a todos ellos, no querían convencerse ni siquiera por las señales y los milagros más evidentes del Señor Jesús. Al final, esto condujo al llamado pecado contra el Espíritu Santo, porque solo se podía negar la evidencia de la autoridad del Mesías afirmando que los milagros del Señor eran obras de la autoridad suprema de los demonios. Esto es lo que ocurrió en la curación del ciego mudo poseído, que se relata en Mateo 12. Con este milagro, a más tardar, estaba dada la prueba de que Jesús era el Mesías prometido. Y a los fariseos no se les ocurrió nada mejor que decir: “Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios” (Mt.12:24).

En otras palabras: No vamos a permitir que este nazareno sea el Mesías, aunque sus hechos lo demuestren y la Ley escrita y los profetas lo atestigüen. No lo permitiremos, porque no se atiene a la tradición oral. Además, los fariseos, tratando de ganar legitimidad para su falsa doctrina, afirmaban que Moisés había recibido originalmente dos formas de Ley, a saber, la Ley escrita, conocida como la Torá, y una Ley oral, que se había difundido de Dios a Moisés, a Josué, a los jueces, a los profetas, a los sacerdotes y a los escribas. Estos afirmaban, por ende: “Nuestra doctrina es la continuación de lo que Dios entregó oralmente a Moisés, y por eso es igual a la Palabra escrita”.

Esto supera incluso la doctrina de la infalibilidad del Papa. Y no solo la infalibilidad del Papa, sino que prácticamente toda falsa doctrina se origina en esto: en que la Palabra de Dios ya no está en el centro de la enseñanza. Pero en toda la Escritura no hay ninguna referencia a una revelación oral y continua de Dios; al contrario, maldice a aquel que añada algo a la Palabra escrita. Léase, por ejemplo, Apocalipsis 22:18.

De todo este proceso de tradiciones orales surgió el Talmud. En otras palabras, el Talmud judío es una obra humana con miles y miles de reglas y leyes y narraciones, basadas en las tradiciones orales de los antiguos. Y lo escandaloso es que en el judaísmo ortodoxo, esta obra humana tiene más peso que la Palabra de Dios. 

Cuando uno considera la importancia del Talmud en el judaísmo, la posición de autoridad que se la da a la tradición oral y a las palabras de los rabinos, esto también explica la ceguera de los judíos religiosos a la verdadera Palabra de Dios. El velo que tienen ante sus ojos es su propia ley. Y es por eso que el judío religioso debe volver a la Palabra, porque todo se sostiene y cae con ella. Debe alejarse de la tradición, del Talmud, de la religión y de la ley oral, y en cambio ir a los profetas bíblicos, que nos hablan del Mesías y se cumplen en Jesucristo. Hay que volver para tener un futuro.

En la época de Jesús, los fariseos, según su tradición oral y su autocomprensión, esperaban que el Mesías fuera uno de los suyos y que, en consecuencia, autorizara no solo la Ley escrita, sino también la ley oral. Esto explica a su vez por qué los fariseos no reconocieron al Señor Jesús como el Mesías, ni tampoco querían hacerlo. Este hombre simplemente no encajaba en su esquema, no estaba a la altura de sus expectativas y no correspondía a su construcción religiosa. 

El Señor Jesús rechazaba la ley oral, y los fariseos no pudieron aceptarlo. Rechazar la ley oral equivalía a rechazar el fariseísmo; por eso lo odiaban tanto. Para ellos no bastaba con cuestionar la condición de Mesías de este hombre. No, este Jesús era un enemigo mortal declarado.

Era un peligro para todo el sistema religioso, y dentro de este sistema estaba enquistado el sábado, que era muy importante para los judíos.

Por lo tanto, no es de extrañar que, en relación con una supuesta violación del sábado, se tomara la decisión de matar a Jesús (Mateo 12:10,13-14). ¿Nos damos cuenta de la esquizofrenia de los fariseos? Los autoproclamados guardianes de la Ley insisten en que no hay que hacer ningún bien en un sábado, pero a su vez, de hecho, durante un santo sábado, traman un asesinato. ¡Es realmente absurdo! Cuando una persona es ciega a la Palabra de Dios y se rebela contra ella, sus pensamientos y acciones dejan de ser razonables. 

La observancia del sábado como tal es un mandamiento del Pacto del Sinaí, es decir, de la Ley escrita, pero la tradición oral conocía muchísimas más regulaciones en torno al sábado. Estas eran las llamadas vallas alrededor del mandamiento original. Así, según la concepción rabínica, el Señor Jesús y sus discípulos violaron el mandamiento del sábado, aunque esto solo se refería a las vallas y no al mandamiento en sí. Pero esto no supuso ninguna diferencia para los fariseos, ya que la tradición de los antiguos era igual a la Ley de Moisés. 

Como se mencionó, según Mateo 12, la curación en un sábado fue algo así como la chispa inicial para dar muerte al Señor Jesús. Y esto fue precedido por lo que se describe en Marcos 2: “Aconteció que al pasar él por los sembrados un día de reposo, sus discípulos, andando, comenzaron a arrancar espigas. Entonces los fariseos le dijeron: Mira, ¿por qué hacen en el día de reposo lo que no es lícito?” (V. 23-24).

Una persona normal y pensante se preguntará: “¿Qué tiene eso de reprobable?”. Pero el argumento de los fariseos era: cosechar, trillar, barrer, almacenar, desgranar, moler... todo esto es trabajo, y trabajar no está permitido durante un sábado. Por eso, cuando pensamos en las vallas que se colocaban para evitar una transgresión accidental: no estaba permitido atravesar un campo de trigo en el sábado, ya que uno podría pisotear accidentalmente un grano de trigo, y así se cosecharía, se trillaría, se desgranaría y se almacenaría, aunque no intencionalmente. Pues para eso están las vallas, para evitar una cosecha accidental. 
Suena cómico, pero revela el pensamiento rabínico que va mucho más allá de la Ley real y que ya no tiene nada que ver con el significado original del mandamiento. De ahí se comprende por qué el Señor Jesús reprendió duramente a los fariseos y dijo de ellos: “Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres” (Mt. 23:4). Pero ellos mismos se acomodaban las leyes a su medida, como veremos en el siguiente ejemplo.

En Mateo 15:1-2 leemos: “Entonces se acercaron a Jesús ciertos escribas y fariseos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan”.

Así que aquí también estamos hablando de la tradición de los antiguos y no de la Ley escrita. Según esta tradición oral era obligatorio lavarse las manos. No se trataba de hacerlo tal y como lo conocemos, sino de un ritual religioso en el que también había que limpiar las vasijas, las jarras y las ollas.

Y la respuesta del Señor Jesús a esto fue: “Respondiendo él, les dijo: ¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?” (Mt.15:3).

En contraste con los fariseos y los escribas, el Señor Jesús se refirió al mandamiento escrito de Dios y acusó a los religiosos de transgredirlo. En otras palabras: “No somos nosotros los que infringimos la ley, sino vosotros los que infringís el mandamiento de mi Padre. En el peor de los casos, estamos violando su tradición”.

“Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición” (Mt. 15:4-6).

El Señor Jesús da un ejemplo para exponer la hipocresía sin precedentes de los fariseos y escribas. Pues un fariseo podía dejar de lado el mandamiento de Dios basándose en la tradición oral. El mandamiento de Dios dice que tenemos que honrar a padre y madre, y esto también está relacionado con el apoyo integral a estos, es decir, la ayuda práctica y material. Pero el fariseo podía simplemente consagrar ciertos bienes que, en realidad, debían beneficiar a sus padres. Podía dar estas ofrendas al Templo o guardarlas temporalmente para sí mismo y tenerlas disponibles para el culto, pero no se le permitía darlas a otras personas. Con este enfoque arbitrario, que incluso tenía un tinte piadoso, los fariseos se quedaban con las cosas en lugar de proveer y apoyar a los padres con ellas.

Así que, en la práctica, uno podía consagrar algo y decirle al desconcertado padre: “Papá, lo siento mucho, me hubiera gustado darte esto, pero ahora no lo puedo hacer, porque está consagrado, y no se me permite dar nada consagrado a nadie; ni siquiera a mi papá amado”. Y así se omitía la Ley escrita de honrar a padre y madre para mantener la tradición oral. O, lo que es lo mismo: la tradición oral se consideraba una justificación para omitir el mandamiento de Dios.

En otras palabras: la Torá oral tiene un valor más alto que la Torá escrita, lo que sigue siendo el caso en el judaísmo ortodoxo actual. Y detrás de esto está lo que el Señor Jesús dijo a los religiosos hipócritas: “Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mt. 23:28).

Los religiosos de aquella época tenían en mente un Mesías tal y como se les presentaba en sus tradiciones, pero no un Mesías tal y como se les presentaba en las Escrituras. Su fuente era una equivocada y, por tanto, el agua, es decir, la enseñanza, estaba envenenada. Y esto sigue siendo así en la actualidad: cuando uno se aleja de las Escrituras, solo puede surgir una falsa doctrina venenosa. Por eso los fariseos no podían reconocer al Mesías en absoluto mientras no rompieran con la tradición y sus costumbres orales y se volvieran a la fuente, a la Palabra de Dios escrita. Y esto fue exactamente con lo que el Señor Jesús confrontó a los escribas y los desafió a hacer:

“Porque si creyeseis a Moisés (y entrelazo aquí: la Ley escrita y las Escrituras del Antiguo Pacto), me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos (e inserto aquí: y en cambio dais más peso a vuestras tradiciones que a la Palabra de Dios), ¿cómo creeréis a mis palabras?” (Jn. 5:46-47).

El Señor Jesús siempre se preocupó por la Palabra; los fariseos y escribas por su tradición. Y según ella, los rabinos creían que el Mesías sería exclusivamente un ser humano, es decir, un descendiente humano de David. Así, el Señor Jesús no se correspondía con sus ideas en dos aspectos, porque por un lado afirmaba ser Dios, y por otro, no seguía las tradiciones orales. Estos dos puntos condujeron finalmente al rechazo definitivo del Mesías: “Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn. 5:18).
El veredicto está dado: “¡Este no es el Mesías!”, y como justificación sirve el evidente rechazo de la tradición oral y su pretensión de ser Dios. Para los fariseos, que creían en la infalibilidad de la tradición oral, ambas cosas eran inaceptables y completamente impensables. A partir de esto vemos, y concluyo con este pensamiento, cuánto daño ocasiona la religión y cómo la tradición nos ciega a la verdad de la Palabra de Dios. Por lo tanto, nunca debemos perder de vista la Biblia y su autoridad sobre nuestra vida espiritual.

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