La sabiduría y el poder del Mesías

Dr. Erez Soref

Lo que dice Lucas 5 sobre el mesianismo de Jesús, cómo se ha desarrollado el judaísmo desde entonces y cómo se relaciona Israel con el Mesías actualmente.

En la actualidad, Dios está trabajando de manera poderosa entre el pueblo judío, con una intensidad que nos hace reflexionar en el obrar del Señor con Su pueblo en el libro de Hechos. Lamentablemente, muchos en la Iglesia de Jesús no son conscientes de lo que Dios está haciendo entre el pueblo judío, mientras que los que perciben Su obra, a menudo no entienden lo que significa todo esto. Y como siempre, cuando hay confusión entre los hijos de Dios, satanás trata de aprovecharla y llevarla al extremo. Por eso quisiera aportar, por medio de este artículo, algo de claridad a posibles preguntas y hablar de Jesús, nuestro Mesías, que es la máxima sabiduría y autoridad del Padre. 

Para este fin queremos considerar sus milagros mesiánicos en Lucas 5 y, en este contexto, también el judaísmo rabínico fariseo en la época de Jesús hasta hoy, así como el misterio de la ceguera parcial de Israel y, por último, lo que Dios está haciendo hoy en el pueblo judío en todo el mundo, y especialmente en Israel. 

Preguntémonos primero: ¿qué son los milagros mesiánicos? En Mateo 11:4-5, Jesús da la respuesta a los discípulos de Juan el Bautista: “Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio”.

Aquí Jesús se refiere a unas palabras muy conocidas del libro de Isaías, capítulo 35 y versículo 46, donde se enumeran algunas de las cosas que hará el Mesías prometido: los milagros mesiánicos que ayudarán al pueblo judío a reconocerlo cuando venga. 

Ahora bien, en Lucas 5:12-16 leemos: “Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él. Y él le mandó que no lo dijese a nadie; sino ve, le dijo, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación, según mandó Moisés, para testimonio a ellos. Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba”. Aquí el médico Lucas cuenta de un leproso que vino a Jesús. La lepra es una enfermedad dermatológica muy contagiosa que se manifiesta con úlceras desfigurantes que atacan el sistema nervioso. Hasta el siglo XX, la lepra no tenía cura y sus víctimas morían de forma lenta y agónica. A lo largo de la historia, incluidos los tiempos bíblicos, los leprosos fueron excluidos de la sociedad. En Oriente Medio y en el mundo asiático, hay una serie de ceremonias y ritos religiosos que hacen referencia a la muerte social del leproso. Los capítulos 13 y 14 del libro de Levítico nos describen cómo había que identificar y tratar a un leproso en Israel. 

Así, pues, dice en Levítico 13:43-46: “Entonces (…) leproso es, es inmundo, y el sacerdote lo declarará luego inmundo; en su cabeza tiene la llaga. Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada”.

En este pasaje vemos las consecuencias sociales, ceremoniales y familiares de la enfermedad para un leproso en el antiguo Israel. Primero debe ser examinado por el sacerdote y cuando este identifica la lepra, declara al leproso “totalmente impuro”, lo que en hebreo significa “súper impuro”, por así decirlo. Esta impureza no es solo física, sino sobre todo espiritual: el leproso no puede presentarse ante Dios, no puede entrar en la casa de Dios. Y como es reconocible como leproso desde lejos, se cubre la cara hasta la nariz, y dondequiera que vaya tiene que gritar “impuro”, para que todos sepan que se acerca un leproso. Esta es la vida de un leproso fuera del campamento. Está solo en sentido físico, espiritual y social. En la Misná (las tradiciones rabínicas escritas) encontramos aún más detalles. Ahora bien, cuando el leproso es declarado impuro, esa es su muerte social —ve a su familia por última vez y él mismo solo será visible desde la distancia. Ese día es un día terrible para él y sus seres queridos. 

Es interesante observar que la lepra ataca la piel, y desde el punto de vista médico, la piel es el órgano más grande de cualquier ser humano. También se le llama “cerebro externo”, porque la piel suele ser la primera línea de defensa contra lo que viene de fuera del cuerpo hacia nosotros. Y hay experimentos que demuestran que los seres humanos realmente necesitamos el contacto humano en nuestra piel, no solo para desarrollarnos, sino para sobrevivir. Ahora bien, si alguien es declarado leproso, significa que nunca más experimentará el contacto amoroso de otro ser humano. Por el contrario, cuando los demás le ven, le tiran piedras, le golpean con palos y los niños huyen gritando de él. Esta es la realidad profundamente triste y terrible de un leproso. 

En la Biblia encontramos algunos leprosos famosos como Miriam, la hermana de Moisés, o el general arameo Naamán. Pero lo que es notable y de gran importancia es que, con excepción de estas dos personas, no encontramos ningún caso de un leproso que haya sido curado en los registros históricos del pueblo judío, ya sea en la Biblia hebrea o en otros escritos. En Levítico 14 se habla de los distintos pasos que hay que dar en caso de que un leproso se cure por completo. Pero estas prescripciones son solo teóricas, por lo que la curación de un leproso es uno de los milagros mesiánicos. Solo el Mesías puede realizar algo tan grande. 

En Lucas 5:12, el médico nos dice que el hombre estaba “lleno de lepra”. Eso significa que había sido leproso durante algún tiempo, probablemente durante años. Estaba desfigurado y a punto de morir. Así que lo que más necesitaba el hombre no era solo la curación física, sino también aceptación. Lo percibimos en lo que le pide a Jesús: es un eco de nuestra propia necesidad de ser aceptados cuando nos acercamos a Dios o a nuestros hermanos en la fe; es algo que todos necesitamos.

El mayor riesgo que pudo correr este leproso era el acto de acercarse a Jesús, como lo hizo efectivamente. Como leproso de años, estaba acostumbrado a que le lanzaran piedras y le golpearan con palos —sabía que todos huirían de él— por eso arriesgó literalmente su vida cuando fue a Jesús, se postró a sus pies y le pidió misericordia. No pensaba poder esperar piedad o misericordia de nadie, sin embargo, dijo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.

Conocía el poder de Jesús, pero dudaba de que el Señor quisiera hacerlo. 

No es difícil imaginar la reacción de los discípulos cuando este leproso se presentó. Tal vez Pedro tomó una espada o un palo y dijo: “Apártate, Jesús, yo ahuyentaré a este atrevido”. Pero como vemos, Jesús reaccionó de forma muy diferente a como lo haría la gente normalmente. Quería curar al leproso, y podría haberlo hecho de la misma manera que Dios llamó la creación a la existencia: con solo decir una palabra. Pero Jesús hizo más… extendió la mano y tocó al leproso. Y eso era impensable según la Biblia hebrea. Cuando algo limpio toca algo impuro, lo limpio se vuelve impuro, pero en el caso de Jesús pasó lo contrario: cuando Él, el Puro, tocó al impuro, este se volvió limpio. Entonces el Señor le dijo al curado que no se lo contara a nadie, sino que se presentara ante un sacerdote y ofreciera un sacrificio, según los preceptos de la Ley.

Imagínate la excitación en el Templo, cuando de repente llamaban a un sacerdote porque un leproso decía haber sido curado. Los sacerdotes mirarían los registros y averiguarían de qué tribu y familia procedía el hombre y cuándo fue declarado leproso el que ahora se presentaba ante ellos completamente limpio. ¿Y qué crees que pasó cuando el hombre curado les dijo que eso era obra de un hombre llamado Jesús? Pues con esto los líderes del pueblo judío tenían delante de sus ojos una señal del poder mesiánico de Cristo. 

Pasemos al siguiente milagro mesiánico, en Lucas 5:17-19: “Aconteció un día, que él estaba enseñando, y estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén; y el poder del Señor estaba con él para sanar. Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle delante de él. Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús”. 

Debe haber pasado algún tiempo entre la curación del leproso y este relato del paralítico. Ambos incidentes tuvieron lugar en Galilea, pero observamos que en este caso, Lucas dice específicamente: “…y estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén”. Jerusalén estaba a tres días de camino de Galilea; así que el Sanedrín, el consejo de sabios de Israel, estaba muy interesado en Jesús por alguna determinada razón. Su presencia no fue una coincidencia, y es bastante concebible que después de que el leproso curado saliera del Templo, los sacerdotes comenzaran a investigar dónde podían encontrar a este Jesús. 

En el judaísmo de la época del Segundo Templo existía un procedimiento concreto para comprobar si las afirmaciones mesiánicas de una persona eran exactas o no. El Sanedrín enviaba una o varias delegaciones para examinar la pretensión mesiánica de una persona en dos etapas. En la primera, la delegación se limitaría a observar: solo mirarían y escucharían, pero no harían preguntas. La segunda etapa se llamaba el interrogatorio, y los líderes del Sanedrín le harían preguntas al candidato mesiánico y examinarían sus respuestas. Y cuando leemos los Evangelios, observamos exactamente estas dos etapas de evaluación. Así que ese era el trasfondo cuando el paralítico fue llevado a Jesús. 

La parálisis es una condición que existe desde el nacimiento o a causa de un accidente. Por lo general, significa que el paralítico no puede mover las manos o los pies a causa de una grave lesión nerviosa en los músculos o en la columna vertebral. El paralítico descrito aquí era claramente incapaz de moverse por sí mismo y dependía totalmente de la ayuda de quienes le rodeaban. En este aspecto, sus amigos parecían ser un buen apoyo para él.

En la época bíblica del Segundo Templo, la parálisis era algo más que una limitación física; también se consideraba un castigo espiritual y en todo caso, una forma espiritual de impureza. En Levítico 21:18 leemos que “…ningún varón en el cual haya defecto” podía acercarse al altar, ni los ciegos ni los cojos, ni los que tuvieran la cara desfigurada o un miembro deformado. Así que el paralítico era ceremonialmente impuro y no podía acercarse a Dios (véase también Deuteronomio 15:21). 

Lucas 5 narra que los fieles amigos del paralítico no pudieron acercarse a Jesús a causa de la gran multitud, pero estaban determinados a ayudar a su amigo y creían que Jesús podía curarlo. Así que, como buenos israelitas, se lo ingeniaron y quitaron el techo para poder bajar la cama o camilla. Y Lucas menciona específicamente que Jesús vio su fe, lo cual es una declaración maravillosa, especialmente en relación con nuestro Mesías. 

Leemos: “Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios. Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas” (vv. 20-26).

En este notable relato, Jesús llama al paralítico “hombre”, y probablemente se dirige a él literalmente como “hijo de Adán” para enfatizar el hecho de que heredó la naturaleza pecaminosa de Adán como el resto de la humanidad, que está bajo la maldición del pecado. Y Jesús ve lo que el hombre más necesita y pronuncia el perdón de sus pecados. Por lo tanto, la atención no se centra en la curación física, sino en la impureza espiritual de este pobre enfermo. 

En el Pacto del Sinaí, la expresión “perdón de los pecados” aparece muy raramente. Básicamente, solo la encontramos en Levítico 4-6, donde se describen los distintos sacrificios, concretamente la ofrenda por el pecado y el holocausto, en cuyo contexto se dice que Dios perdonará los pecados. Por tanto, lo que dice Jesús tiene un significado muy concreto. Y en Lucas 5:21 vemos la reacción de los escribas y fariseos enviados por el Sanedrín, y tenemos que concluir que su comprensión teológica es cien por ciento acertada en este caso: entienden que Jesús afirma tener autoridad para perdonar los pecados. Y entienden que Jesús también está diciendo que Él es Dios; Dios quien se hizo hombre. En sus corazones hacen todo tipo de consideraciones, pero mantienen la boca cerrada, aunque ciertamente hubieran querido decir una cosa u otra, pero todavía están en la primera etapa de poner a prueba al candidato mesiánico, y por eso no hacen ninguna pregunta.

Sin embargo, Jesús sabe lo que hay en sus corazones (v. 22). Esto también es característico de Dios, y Jesús les muestra en su propio idioma y de una manera que les es propia, quién es Él —en Su sabiduría demuestra Su poder. En la Misná y en la literatura rabínica (que ya había comenzado a escribirse en los días de Jesús), existe una forma de argumentación según la cual se demuestra algo sencillo con algo que es mucho más difícil. Por eso Jesús les pregunta: “¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?” 

Para todos nosotros, por supuesto, es mucho más fácil afirmar algo que hacer que un paralítico se levante y camine. De esta manera, entonces, Jesús demuestra su autoridad y presenta a la multitud de ese momento —y también a nosotros hoy— que hay tres posibilidades entre las cuales tenemos que elegir: que Él está completamente loco y solo se imagina tener esta autoridad, pero que en realidad está viviendo en un mundo de sueños. En segundo lugar, que Él es un mentiroso y todo esto es un espectáculo que Él practicó de antemano con el que debía fingir ser paralítico para hacer creer al Sanedrín que Él tiene esa clase de autoridad. Y en tercer lugar, que Él es realmente quien dice ser, es decir, Dios encarnado, que tiene el poder para perdonar los pecados y que luego se sacrificó y resucitó de entre los muertos para justificar a todos los que creen en Él. Estas son las tres posibilidades que nos da Jesús, y leemos en el versículo 26: “Y todos [incluidos los escribas y fariseos], sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas”.

Si nos ponemos en el lugar del Sanedrín, que tuvo que decidir sobre el mesianismo de Jesús, parece de alguna manera inconcebible que los escribas y fariseos tomaran tan pronto la decisión de que era un mentiroso y un hechicero blasfemo. Algunos de ellos habían estado allí y habían experimentado y visto de primera mano lo que Jesús dijo e hizo. Es un misterio por qué los líderes de nuestro pueblo hace 2,000 años podían ser tan ciegos. Pablo lucha con esto en su carta a los romanos. En el capítulo 11:32-33 declara: “Porque Dios sujetó a todos [refiriéndose al pueblo judío y su liderazgo] en desobediencia, para tener misericordia de todos. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” 

Según Pablo, Dios “ha encerrado a todos en desobediencia” (lbla), y con respecto al mesianismo de Jesús, ha provocado una ceguera parcial en el pueblo judío hasta el día de hoy. Pero el apóstol también dice en los versículos 25 y 26: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito […]”.

Pablo está diciendo aquí que habrá un tiempo en el futuro en el que Israel como nación (es decir, todo el pueblo judío) mirará a Aquel a quien han crucificado y creerá en Él como su Mesías. Todavía no hemos llegado a ese punto en la actualidad. Antes de esto, las riquezas de Dios en el Mesías tuvieron que llegar también a los gentiles de todo el mundo. Y si observamos hoy el camino que ha seguido el Evangelio en estos 2,000 años, vemos que empezó en Jerusalén, en Israel, luego se extendió hacia el oeste y que ahora, en cierto modo, está volviendo a Israel, a Asia y a Oriente Medio. Hoy podemos observar los primeros frutos de un renacimiento en Israel. 

En este contexto, me gustaría decir algo sobre el judaísmo rabínico fariseo tal y como lo conocemos hoy en día, y cómo se ha desarrollado desde la época de Jesús hasta hoy. Debido a que el liderazgo judío en los días de Jesús rechazó su condición de Mesías, fue consecuentemente toda la nación de Israel la que lo rechazó. Por supuesto, leemos de los primeros discípulos, y en el libro de los Hechos de los apóstoles, de decenas de miles de creyentes judíos en Cristo, incluyendo a varios sacerdotes. Sin embargo, después de la resurrección de Jesús ocurrieron algunas cosas que alejaron a Jesús del pueblo judío. 

En el año 70 d.C. se produjo la primera revuelta judía contra los romanos y los judíos dejaron de pagar impuestos a Roma. Los romanos vinieron, destruyeron a Jerusalén y su Templo y mataron a la mayoría de los saduceos, los sacerdotes del Templo, que pertenecían a la clase pudiente de la población judía. Roma permitió que el pueblo judío permaneciera en la tierra de Israel, pero no en Jerusalén, y no tenían permiso para reconstruir el Templo bajo ninguna circunstancia. Los dirigentes judíos se trasladaron a la ciudad de Yavne, más cerca de la costa occidental de Israel. 

El período de 65 años del 70 al 135 d.C. resultó ser decisivo para la vida del pueblo judío: ha dado forma al mundo judío tal y como lo conocemos hoy. Y uno de sus primeros principios era que no era posible ser judío y a la vez creer en Jesús. El segundo principio era que solo el judaísmo farisaico era una forma aceptable de judaísmo. 

Después de todo, el sacerdocio había sido destruido en el año 70 d.C. y el Sanedrín, que había estado formado principalmente por saduceos, se había convertido en un cuerpo “colegiado” integrado por fariseos. También había judíos creyentes en Jesús que habían sobrevivido, pero no se les aceptaba como judíos, sino que eran rechazados. En el mundo judío, donde ya no había sacerdotes ni Templo, el liderazgo judío pasó de los sacerdotes de la tribu de Leví y de la familia de Aarón, escogida por Dios, a los rabinos. La gran diferencia era que solo Dios había elegido a los sacerdotes de la familia de Aarón, mientras que un rabino era elegido por otros diez rabinos que imponían sus manos y oraban por él. A partir de aquel momento era esa la única manera de que alguien pudiera convertirse en rabino. Este fue un gran cambio: el liderazgo espiritual ya no era designado por Dios, sino por los fariseos, que son los rabinos de hoy.

Además, comenzó en el mundo judío de aquella época el proceso de desarrollo del sistema masorético para la trasmisión de la Biblia hebrea. Fue acompañado por un rechazo explícito de la Septuaginta (que es una traducción griega de la Biblia hebrea que se escribió unos 200 años antes de Jesús). En esa época no habían existido disputas sobre el Mesías, por lo que la Septuaginta revela la comprensión judía de la Biblia hebrea en la época anterior al Segundo Templo y antes de Jesús. A pesar de esto, los rabinos la rechazaban.

Tras la destrucción del Templo, la gran pregunta era: ¿Cómo recibiremos ahora la expiación de nuestros pecados? Y la respuesta dada por los rabinos fue: dar limosna a los pobres y orar. Para justificar los cambios, se sacaron de contexto ciertos textos bíblicos y partes de versículos. Y esta es la forma en que el pueblo judío ve el pecado hasta el día de hoy. En realidad, ya no se lo considera como tal, y desde luego ya no se ofrecen sacrificios por este. 

Este período llegó a su fin con la segunda revuelta contra Roma, la de Bar Kojba. Los dirigentes judíos nombraron líder a un capitán del ejército, un hombre muy brutal y lo llamaron Bar Kojba, que significa “hijo de las estrellas”, haciendo referencia a la profecía mesiánica de Números 24:17, que habla de la estrella que saldrá de Jacob. Con esto, los líderes judíos lo declararon el Mesías de su pueblo, que lucharía contra los romanos y restauraría el Reino de David. Todo el pueblo judío se unió bajo su bandera —excepto los judíos creyentes en Jesús que conocían al verdadero Mesías. No formaron parte de esta rebelión, que finalmente condujo a la completa aniquilación del pueblo judío en Israel, en el año 135 d.C. Solo unos pocos sobrevivieron, y el precio de un esclavo judío en Roma, a partir de ese momento, era menor que el de una hogaza de pan, porque eran muchos. Así comenzó entonces el segundo exilio judío. 

Por lo tanto, cuando hablamos del judaísmo hoy en día, es importante que entendamos que es un vástago directo de los fariseos, y ciertamente no es casualidad que Jesús nos advierta sobre los fariseos en el Nuevo Testamento. Sin embargo, también debemos señalar que Dios utilizó el judaísmo rabínico fariseo para preservar al pueblo judío como nación. Durante casi 2,000 años estuvimos dispersos por todo el mundo, fuimos perseguidos, sin país y sin idioma, y lo que nos mantuvo unidos como nación fue la fe de los rabinos. Pero actualmente en Israel somos cada vez más judíos que confesamos a Jesús como nuestro Mesías —llevamos las Buenas Nuevas a nuestros amigos, nuestras familias, nuestros vecinos: es decir, a nuestro pueblo. 

Puede ser que ahora alguien se pregunte: ¿necesita un judío a Jesús para salvarse? Y la respuesta es: sí, definitivamente. El propio Jesús dice en Juan 14:6: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. 

Seas quien seas, judío, gentil, chino o africano, no puedes llegar a Dios sino a través de la fe en Jesús el Mesías. Por lo tanto, negar el Evangelio al pueblo judío es una forma terrible de antisemitismo. Sé consciente de lo que más necesita el pueblo judío: no es ayuda humanitaria, ni tampoco relaciones públicas, sino el Evangelio sobre Jesús de Nazaret.

A este respecto, me gustaría compartir brevemente lo que Dios está haciendo actualmente entre el pueblo judío en todo el mundo, pero especialmente en Israel. En el país viven unos 8.5 millones de judíos de habla hebrea, lo que simultáneamente corresponde a la cantidad de 8.5 millones de judíos de habla hebrea a nivel mundial.

Las películas evangelísticas sobre el Evangelio que la organización misionera ONE FOR ISRAEL ha publicado en Internet han sido vistas 44 millones de veces; es decir, cinco veces más que el número de judíos que hablan hebreo en todo el mundo. Esto significa que la difusión del Evangelio entre nuestro pueblo ha adquirido proporciones absolutamente impresionantes en los últimos siete o diez años. La respuesta al trabajo de one for israel ha sido abrumadora; a veces no tan positiva, pero a menudo sí. Muchos han podido conocer al Señor. A pesar de esto, es importante destacar que los creyentes judíos en el Mesías siguen formando solo un remanente en el pueblo. Todavía no ha llegado el momento de que todo Israel se salve. Pero esperamos que estemos en el umbral de ese gran acontecimiento. 

Muchos cristianos quieren hacer el bien al pueblo judío y dan dinero como expresión de su amor. Esto es loable, pero, queridos lectores, por favor sean sabios en su caridad, porque como he dicho, lo que más necesita el pueblo judío es el Evangelio. Necesitan escucharlo de una manera que puedan entenderlo. Si tienes vecinos o amigos judíos, háblales del Evangelio utilizando las palabras de la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento, no tanto las del Nuevo Testamento. El pueblo judío no conoce el Nuevo Testamento, y este no tiene autoridad a sus ojos, pero entre los judíos siempre hay cierto respeto por el Antiguo Testamento, la Biblia hebrea. Familiarízate con su contenido. No tienes que convertirte en un experto, pero estudia las profecías sobre el Mesías, especialmente los pasajes que dicen cómo reconocerlo. Por ejemplo, Miqueas 5:2-3, donde se menciona a Belén como el lugar de su nacimiento, o Daniel 9:25, donde se calcula el tiempo de su venida, o Isaías 53, donde leemos sobre el padecimiento del Mesías. Así, en Isaías 53:8-9 se habla de la muerte del Mesías por los pecados y en el versículo 10 se lee de su resurrección. Estos son solo algunos ejemplos, pero pueden ser útiles.

Por último, permíteme preguntarte quién es Jesús para ti. No es solo un profeta o una buena persona. Él no nos dio tampoco la opción de verlo así, sino que nos obliga a cada uno de nosotros a tomar una decisión con respecto a Su Persona. Quiero confesar que Él es la sabiduría y el poder de Dios. Tiene todo el poder, y si hay áreas en nuestras vidas que están impuras, necesitamos venir a Jesús y animarnos a decirle: “Señor, te necesito, sáname”.

¡Dios te bendiga!

Traducido de la trascripción del mensaje “Messia’s Wisdom & Authority. Ancient Miracles an miracles of our day” y publicado con amable autorización.

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